No encontró nada en las tiendas que le gustara. Miraba prendas y las rechazaba casi de inmediato. O el color no era el adecuado, o el estilo la hacía parecer demasiado joven o demasiado mayor…
Siempre terminaba buscando algo que se pusiera Erica. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se puso a buscar ropa para ella misma, para Catherine Bissette. Al fin, se decidió por un vestido sencillo de color lavanda. Además, compró también un pañuelo del mismo tono, aunque en un tono más fuerte, que se pudiera colocar en el cuello, y un cinturón a juego.
Cathy se quedó atónita cuando la dependienta le dijo la cantidad de dinero que debía. Era escandaloso gastarse tanto en un vestido. Sin embargo, lo pagó encantada.
Decidió no tomar un taxi. El precio del vestido la estaría acechando en los días venideros, así que ir andando para ahorrarse aquel dinero no le vendría nada mal. Casi no se dio cuenta de que llovía a cántaros, pero apretó la bolsa del vestido contra su pecho para evitar que se le mojara.
A medida que fue pasando la tarde, empezó a desear que el teléfono sonara y que fuese Teak Helm para poder decirle lo que pensaba de él. Sufrió con la protagonista de una película que echaban por televisión. A continuación, empezó a ver las noticias, dado que había decidido esperar a que pasara la media noche antes de irse a la cama. A Teak Helm no parecía importarle mucho el tiempo. La última vez que la llamó, lo hizo a medianoche. De todos modos, no creía que pudiera dormir.
La presentadora de las noticias consiguió que cayera rendida. Cuando se despertó eran las cuatro y media de la mañana y la espalda le dolía por haber dormido en mala postura. Bostezó y se dirigió hacia su dormitorio.
La nota que encontró en su escritorio el martes por la mañana no contribuyó a mejorar su humor. No tenía el valor de hablar con ella.
– ¡Ja! -exclamó mientras rasgaba el sobre.
La frase era breve, casi obscena por su escasez de palabras.
Esta vez te equivocas.
La leyó en voz alta. La firma no era más que un garabato. Cathy recorrió su despacho con la mirada.
– Me niego a enfadarme. No gritaré ni lloraré. Me doy cuenta de que hay muy buenas personas en el mundo, pero yo no soy una de ellas. Seré sensata, tranquila y esperaré a que regrese el señor Denuvue para cargar este asunto a sus espaldas.
Con expresión dramática, hizo un gesto como si se lavara las manos para demostrar que ya había tenido más que suficiente. Y se sintió mejor.
– Ojos que no ven, corazón que no siente, señor Helm -musitó mientras metía una hoja de papel en la máquina de escribir. Veloz, redactó una breve nota a su padre, en la que lo ponía al día y le explicaba que no iba a llamarlo durante una temporada, hasta que no compensara sus gastos por el carísimo vestido que se había comprado el día anterior. Con mucho cuidado, decidió no mencionar que el hombre con el que iba a salir era Jared Parsons. Justo en el momento en el que sacaba el papel de la máquina, el teléfono empezó a sonar. Era Megan White, la secretaria de Teak Helm, para preguntarle si había recibido su carta.
– Por supuesto -replicó Cathy-. Los mensajeros son muy rápidos.
– ¿Y?
– Y nada. Dígame, ¿cómo lleva trabajar para una persona tan perfecta? -le preguntó después de pararse a pensar durante unos segundos.
Una pequeña carcajada resonó en el oído de Cathy. De repente, desapareció la voz de la típica secretaria algo boba.
– No es fácil. La paga es estupenda y el resto de los beneficios son enormes. ¿Tiene usted algún mensaje para el señor Helm?
Cathy lo pensó durante un minuto y entonces sonrió.
– Por supuesto. Dígale al señor Helm que se pierda.
– Entendido. Literalmente, ¿verdad?
– Lo ha entendido a la perfección.
En el momento en que Cathy colgó el teléfono, el mundo pareció haberse iluminado. Por primera vez desde que regresó de Swan Quarter, sentía que tenía el control de la situación. Había resuelto el problema y tenía una cita con el hombre del que estaba enamorada. ¿Qué más podía pedir? El sol brillaba y se sentía fenomenal. De hecho, le parecía que nunca se había sentido mejor.
Paso el resto del día con una permanente sonrisa en los labios. Su estado de ánimo pareció contagiarse al de sus compañeros y, casi sin darse cuenta, estaban todos riendo y charlando, aunque trabajando a toda velocidad para terminar temprano y poder marcharse a una buena hora.
Cathy sintió que el corazón se le salía del pecho al escuchar el sonido de la puerta. ¿Debería esperar a que sonara una segunda vez? Tonterías. No podía esperar para poner los ojos en el guapísimo Jared Parsons. Quería rodearlo con sus brazos y estrecharlo contra su cuerpo. En vez de eso, se echó a un lado, aunque no dejó de notar que él la miraba con aprobación. Pensó que habría sido capaz de pagar el doble de dinero por aquel vestido. Solo por vivir aquel momento.
– Veo que estás lista. Eso me gusta. No me sienta muy bien tener que esperar a que una mujer se empolve la nariz -dijo Jared, guiñándole un ojo.
Ya en el restaurante, Cathy se sintió muy relajada en compañía de Jared. Ella tomaba un margarita mientras que Jared se deleitaba con un whisky escocés como si se estuviera muriendo de sed. Se lo terminó de un trago y pidió otro.
– He tenido un día algo duro -dijo, a modo de explicación.
– ¿De verdad? Yo he tenido un día maravilloso -le confesó-. He solucionado un problema y ya no llevo el peso del mundo sobre los hombros. Para decirlo más claro, ya no me importa.
Jared dejó el vaso encima de la mesa.
– Háblame de tu día. Cuéntame en qué trabajas exactamente.
Ella lo miró profundamente y, de repente, sintió que deseaba que él lo supiese todo sobre Cathy Bissette.
– Yo trabajo como editora para Harbor House Publishing. Me acaban de nombrar editora del señor Helm. No te impresiones demasiado. No es más que un nombre lleno de gloria. En realidad, es un hombre insufrible. Tuvo las agallas de llamarme a mi casa una noche y esperaba que me creyera que acababan de darle el alta en el hospital y que por eso me llamaba tan tarde. No parece tener ninguna consideración por nadie. Me dijo que no iba a hacer ningún cambio en su manuscrito. Bueno, te explico. Yo estaba convencida de que la novela no era lo suficientemente buena, que había perdido el espíritu de su estilo y no quería engañar a los lectores. De algún modo, se despistó un poco en este libro en particular. Yo me mostré muy objetiva, al menos eso creí yo, cuando le hice mis sugerencias. A la mañana siguiente, me envió un jardín completo de flores junto con dos revisiones de las que yo le había sugerido. Lo más extraño era que decía que aceptaba todas mis sugerencias. Sin embargo, tenía que enviar un manuscrito a los dos días, pero todavía no lo ha hecho. Me temo que no va a entregar la novela. Si el señor Helm decide irse con otra editorial, Harbor House Publishing iría a la quiebra. Las novelas de Teak Helm han estado manteniendo la editorial a flote. Mucha gente se quedaría sin trabajo y algunos de ellos son demasiado mayores como para encontrar otro, a pesar de que todavía no están en edad de jubilarse. Sería su fin -añadió en un hilo de voz. Tomó un trago de su bebida, deseando no haber hablado tanto.
– Parece que no aprecias mucho al señor Helm. ¿Por qué aceptaste el trabajo? Además, ¿qué te hace dudar de su afirmación de que acababa de salir del hospital?
– No conozco al señor Helm. Solo he hablado con él una vez. Hemos estado en contacto a través de sus secretarias y del correo. Es el hombre más aislado y cerrado que he tenido la suerte de no conocer -bromeó-. No creo que haya estado en el hospital porque ningún médico daría el alta a una persona que tosiera y estornudara del modo en que lo hacía él por teléfono. Parecía muy enfermo. Supongo que lo que no comprendo es por qué un hombre tan famoso como Teak Helm necesita tanta intimidad. Es casi como si se estuviera escondiendo. Tal vez tenga miedo de la gente. No sé cuál es su problema y en estos momentos no me importa.
– ¿Y cuál es el problema del que te has deshecho hoy? -le preguntó él en un tono casi íntimo.
– Me he librado de Teak Helm -respondió Cathy. Estaba bebiendo ya su segundo margarita. Tenía que andar con cuidado porque ya se estaba empezando a sentir algo mareada-. Verás… Mi padre me envió… -añadió. ¿Por qué la miraba Jared con tanta intensidad?-… me envió un viejo libro, escrito hace muchos años por Lefty Rudder. ¿Te dijo mi padre que Lefty solía ser uno de sus mejores amigos? Bueno, lo leí anoche y no te lo vas a creer, pero el señor Helm ha plagiado una aventura completa de las páginas del libro de Lefty Rudder, Gitano del mar.
Esperó expectante para ver cuál era el comentario de Jared y, cuando lo escuchó, se desilusionó mucho con su respuesta.
– Esa es una acusación muy seria, Cathy. ¿A quién más se lo has dicho? -le preguntó él con una gran intensidad en la mirada.
– El señor Denuvue está fuera de la ciudad, pero se lo contaré mañana cuando regrese.
– ¿Siempre tratas el buen nombre de un hombre tan a la ligera, Cathy?
– Claro que no. Le envié una carta, tal y como me pidió su secretaria. El señor Helm me contestó diciéndome que estaba equivocada. Ahí se acabó todo.
Cathy se arrepintió de habérselo dicho. Se sentía muy incómoda bajo aquella mirada tan penetrante.
– Mira -prosiguió-. Mi lealtad está con mi editorial.
Cathy se puso a agitar los brazos en el aire. Cuando los dejó encima de la mesa, se sintió perdida en la mirada de Jared y, como siempre, empezó a comportarse con torpeza y tiró su bebida. Con prisa, trató de enjugar el líquido con la servilleta.
Una amarga sonrisa apareció en el rostro de él.
– Confío en que puedas ocuparte del asunto con tu peculiar estilo -comentó mirando significativamente el mantel. ¡Había vuelto a hacerlo!
La cena se desarrolló en silencio. Cathy mantuvo los ojos bajos mientras cenaba, respondiendo solo cuando Jared le hacía alguna pregunta. Sabía que se estaba comportando de un modo muy infantil, pero no podía enfrentarse a su mirada, temerosa de que dejara traslucir de algún modo sus sentimientos.
Oyó que Jared suspiraba. Estaba harto de su actitud. Ella estaba segura de ello.
– Mírame, Cathy -le ordenó. Obediente, levantó la cabeza y miró al hombre que estaba sentado al otro lado de la mesa-. ¿Qué pasa? ¿Por qué no te puedes divertir cuando estás en mi compañía?
– Me siento muy incómoda contigo. No es algo malo, sino la sensación de que, de un modo u otro, vas a… Lo que quiero decir es que soy muy consciente de tu presencia y de lo que me haces sentir. No te mentiré. No soy tan sofisticada como tu secretaria o las otras mujeres con las que hayas podido estar… o estés. Esos sentimientos me resultan tan ajenos. He salido con otros hombres y estuve a punto de comprometerme antes del verano, pero cambié de opinión. Él no era la persona con la que yo quería pasar el resto de mi vida.
– ¿Y con qué clase de hombre te gustaría pasar el resto de tu vida? -preguntó él con una sonrisa.
– Tal vez con alguien como tú, pero solo después de que te conozca mejor -contestó ella con total sinceridad.
– Creo que este momento es tan bueno como cualquier otro para que me conozcas mejor -dijo Jared poniéndose de pie-. Voy a llevarte a dar un paseo por el parque en un coche de caballos. ¿Te gustaría?
– Me encantaría, Jared. Llevo dos años viviendo en Nueva York, dos años, y todavía no me he montado en uno de esos carruajes. ¡Qué maravilloso que se te haya ocurrido! -añadió poniéndose de pie, mientras él le retiraba la silla.
– Tengo una confesión que hacerte. Yo vengo a Nueva York al menos cuatro veces al año y tampoco lo he hecho nunca.
Era una noche de verano digna de mantenerla en la memoria. El aire llevaba ya matices del otoño y el cielo era negro como el terciopelo. Había un cierto ambiente de celebración, y las personas que paseaban por la calle parecían envueltas en la conspiración de una noche romántica.
Jared detuvo un taxi y le dio al conductor instrucciones para que los llevara al parque. Entonces, se recostó en el asiento, muy cerca de Cathy. Ella pudo aspirar su aroma y sentir la presión de sus hombros contra los de ella.
Como dos niños, fueron corriendo desde el taxi hasta la calesa. Jared la ayudó a subir al carruaje y, cuando el cochero tiró de las riendas, el caballo echó a andar. Ambos se acomodaron en el asiento.
Central Park mostró toda su magia aquella noche mientras paseaban por los senderos a un ritmo muy lento. Cuando Jared le rodeó los hombros con el brazo, como si aquello fuera lo más natural del mundo, Cathy conoció la felicidad de estar con el hombre que amaba.
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