– Esto es casi como un mundo completamente diferente, ¿verdad? -comentó él.

Ella asintió. No se atrevía a hablar por miedo a que se rompiera el hechizo. Jared la estrechó un poco más contra su cuerpo e hizo que ella le apoyara la cabeza en el hombro. Cathy sintió que le rozaba las sienes con los labios, para luego hacer lo mismo con el pelo.

– Eres una chica muy especial, Cathy Bissette, y me gusta estar contigo -susurró. El sonido de su voz le produjo a ella un escalofrío por la espalda.

Con delicadeza, como si tuviera miedo de que ella se rompiera, hizo que se girara un poco, muy tiernamente.

– Voy a besarte, Cathy, porque una chica como tú debería ser besada en una noche tan romántica como esta, paseando a caballo por Central Park en una calesa. Sin embargo, voy a besarte porque, en estos momentos, es lo que más deseo en el mundo. Llevo observándote toda la noche. El modo en que te brillan los ojos y parecen cambiar de azules a verdes, en el que sonríes Entonces, te salen unos hoyuelos, justo aquí -susurró, tocándole la comisura de los labios con el dedo-, pero a quien estaré besando será a ti, a Cathy, la mujer que eres. No porque creo que seas hermosa en el exterior, sino porque sé lo bella que eres ahí dentro -añadió, tocándola en el pecho, justo debajo del cuello.

Suavemente, con una ternura que le rindió el corazón, Jared bajó la cabeza y apretó sus labios contra los de ella. Saltaron chispas en su interior y se convirtieron en una llama que se le abrió paso por las venas. Una voz en su interior no hacía más que repetir Jared, Jared

Aquello era lo único que Cathy quería, lo que necesitaba. Todas las preguntas que sentía sobre él desaparecieron. No había nada ni nadie más. Jared Parsons era el hombre que amaba, con el que quería pasar el resto de sus vida. No le importaba quién era o lo que era. En su corazón sabía que solo podía tener cosas buenas y maravillosas. Cuando llegara el día en que quisiera responder a sus preguntas, lo escucharía sabiendo que había estado en lo cierto sobre él desde un principio.


Cathy fue la primera en llegar a la editorial. Por lo menos, eso era lo que creía, hasta que se dio cuenta de que Walter Denuvue estaba al teléfono. A través del cristal, le dijo que quería hablar con él. Walter le indicó con un gesto que se sentara y esperase en la pequeña recepción.

Ella llevaba en una mano la novela de Lefty Rudder y en la otra las galeradas de Teak Helm. Cuanto más esperaba, más furiosa se ponía. En el momento en que vio que Walter colgaba el teléfono, entró por la puerta. Su voz era casi incoherente cuando trató de explicarle lo que había ocurrido. A mitad de camino en su monólogo, se dio cuenta de que Walter seguía mirándola, impasible. Estaba demasiado tranquilo, demasiado frío. ¡No le importaba! Dejó de hablar y miró con fijeza a su jefe, esperando.

– Cathy, no te preocupes.

– Señor Denuvue, no puedo creer que me acabe de decir esto. ¿Cómo puede quedarse ahí sentado, tan tranquilo, y decirme que no me preocupe sobre un clarísimo caso de plagio? Está aquí, no hay posibilidad de error. Teak Helm sacó esta novela de otra de Lefty Rudder. No copió las palabras. Ha sido demasiado inteligente como para eso, pero robó la idea y ni siquiera ha tenido la decencia de hacer un buen trabajo. ¡Lo dejo! -gritó con dramatismo-. Voy a regresar a Swan Quarter, donde la gente sabe lo que son la decencia y la integridad. Me avergüenzo de usted. Sé que a usted no le importa, pero a mí sí. Y también me avergüenzo de personas como Teak Helm. No quiero formar parte de todo esto. Considere esta conversación como mi dimisión.

Walter Denuvue encendió su pipa. Ni su voz ni sus ojos parecían mostrar preocupación alguna.

– Cathy, te quedan dos semanas de vacaciones. No tienes por qué dimitir. Puedes marcharte hoy mismo si quieres.

Ella se quedó boquiabierta. Walter se mostró frío y distante, pero muy seguro de sí mismo. Aquello no era lo que la joven había esperado. Además, resultaba insultante que la despidiera así de fácil.

– Si eso es lo que siente, Walter, será justo lo que voy a hacer. Prefiero dedicarme al marisqueo para ganarme la vida y que me salgan callos en las manos por ganarme la vida. Al menos, no sufriré de indigestión cada dos por tres. Lo siento mucho por usted, Walter. Creía que era un hombre de principios y que conocía el significado de la palabra integridad.

Él se encogió de hombros.

– Y llévate esa floristería que tienes en tu despacho. Yo no voy a regarlas.

– Quédeselas, Walter. El señor Helm cometió un error cuando me las envió a mí. Debería haber sido usted el destinatario. A mí no me compra nadie -replicó con amargura.

Cathy tardó solo diecisiete minutos y medio en recoger su escritorio y marcharse de su despacho. Nadie le prestó atención, aunque, de todos modos, no estaba de humor para dar explicaciones. Cuando bajaba por el ascensor, no sintió nada. Su breve carrera en el mundo editorial había llegado a su fin.

Se pasó el resto del día recogiendo sus cosas en cajas para llevárselas a Swan Quarter. Alquilaría un coche para poder llevárselo todo. Así se tomaría el largo viaje con tranquilidad, aunque aquello significara pasar la noche en un motel. Le resultó muy divertido pensar que llegaría a su casa al mismo tiempo que la carta que le había enviado a su padre.

Era probable que a Lucas lo sorprendiera mucho ver que su hija regresaba para quedarse. Sin embargo, en lo que a ella concernía, no iba a echar nada de menos lo que había en Nueva York

¡Jared! El corazón se le detuvo en seco. Él no vivía en Nueva York. Le había dicho que solo iba a la gran ciudad unas cuatro veces al año. No importaba. Si decidía que quería seguir viéndola, sabría dónde encontrarla.

Aquella noche iba a llevarla a un concierto en el parque. Parecían gustarle mucho las actividades en el parque o, ¿es que acaso era un romántico empedernido? ¿La besaría aquella noche? ¿Qué pensaría de ella, después de que Cathy hubiera sido tan sincera sobre lo que sentía? Lo más seguro que nada. Tenía tiempo de sobra mientras estaba en Nueva York y, sin duda, estaba saliendo con ella porque creía que le estaba haciendo un favor a Lucas. Así demostraba al marinero que le estaba muy agradecido por el trabajo que había realizado en su yate. Fuera lo que fuera, Cathy había decidido que iba a disfrutarlo, sin importarle lo que él fuera a ofrecerle. Cuando se marchara de su lado, lo afrontaría, pero estaría segura de que él había sido la mejor persona con la que disfrutarlo.

Ella sacó un calendario del cajón del escritorio y decidió que se marcharía el sábado. Así no tendría que meterse prisa. Había hecho un listado de las cosas que tenía que hacer: realizar un cambio de dirección para que le enviaran las cartas, desconectar todos los servicios, transferir sus escasos ahorros al banco de Swan Quarter y alquilar un coche. Por último, debía decirle a la portera que no iba a seguir arrendando el apartamento. Si hacía todo aquello con rapidez, le quedaría algo de tiempo para hacer algunas compras y también para compadecerse.

No sabía si decirle a Jared que se marchaba o no. No estaba huyendo de él, ni de nada. Estaba avanzando hacia algo. Hacia su hogar, el único que había conocido nunca. Su lugar estaba en Swan Quarter, con o sin Jared Parsons. Como no estaba huyendo, no había razón alguna para decirle nada. Cuando llegara el sábado, metería todas sus cosas en el coche alquilado y se marcharía. Tan sencillo como eso.


Eran las siete y media cuando sonó el timbre y Jared entró en el apartamento quince minutos tarde. No se disculpó, sino que sólo esperó a que ella recogiera un jersey. En el ascensor, hablaron de cosas sin importancia. Mientras iba a Central Park en el coche de Jared, a Cathy le pareció que él disfrutaba de su compañía. Le comentó, en voz muy baja, que le gustaba la música casi tanto como leer.

– Es cierto -dijo ella-. Me dijiste en Swan Quarter que te gustaba mucho leer a Teak Helm. Y también que habías leído todas las novelas de Lefty Rudder. Dijiste que preferías a Helm, ¿no?

– Sí. Sus novelas me resultan muy emotivas. Casi me imagino a mí mismo en algunas de las escenas. Para mí, sus personajes están muy vivos.

– Me pregunto lo que habrías dicho si hubieras leído las galeradas de su última novela antes de que yo hiciera las correcciones. ¿Crees que te habrías percatado, como lector y fan incondicional, la misma falta de espíritu que yo noté?

Jared apartó los ojos de la carretera y miró a Cathy durante un breve momento, antes de volver a concentrarse en el tráfico.

– Creo que sí. Últimamente soy un lector muy crítico. No estoy seguro de si eso es bueno o malo. ¿Qué te parece a ti?

– Creo que es bueno, Jared. Cuando un lector hace eso, significa que el autor ha conseguido lo que buscaba. La emoción sea buena o mala, es siempre buena. No hay dos personas que lean o miren nada bajo la misma perspectiva. ¿Entiendes lo que te digo?

– Claro. Dime. ¿Ha llegado ya el manuscrito del señor Helm? Ayer dijiste que todavía no lo había hecho.

– Me temo que no.

Cathy impidió que la conversación siguiera por aquellos derroteros pidiéndole a él que estuviera atento a la entrada a Central Park. Jared se distrajo de la conversación y se centró en la carretera. Ella lo observó de soslayo. El gesto que tenía en el rostro la intrigaba mucho. ¿En qué estaría pensando? ¿Por qué tenía que ser un enigma para ella? Tenía que sentir algo, por pequeño que fuera

Cuando volvió a hablar, no fue su tono lo que la sorprendió, sino las palabras y el modo de preguntar, casi como si conociera la respuesta.

– ¿Qué tal te ha ido el día?

– Ha sido algo difícil -replicó Cathy con brevedad. Entonces, recordó su decisión de no decirle a Jared nada sobre su decisión de marcharse a Swan Quarter ni sobre su despido. No quería dar explicaciones, ni siquiera al hombre que amaba. Sabía, en el fondo de su corazón, que él tendría algo inteligente y sensato que decirle. Pero, aunque no se burlara de ella con palabras, lo haría con la expresión de su rostro.

– No parece muy positivo -dijo con frialdad.

Cathy no comprendió. ¿Qué había querido decir con aquellas palabras? Era imposible que lo supiera. ¿Cómo iba a saberlo? Sintió ciertos remordimientos, pero decidió que no tenía por qué sentirse culpable al no decirle la verdad.

Jared aparcó el coche y apagó el motor. Entonces, se volvió para mirarla.

– No has contestado a mi pregunta.

– No sabía que me hubieras preguntado nada -dijo Cathy, algo cohibida por su habitual tono de sorna-. Lo único que recuerdo es que dijiste que no parecía muy positivo.

– Sí, eso fue lo que dije, pero cualquiera hubiera hecho algún comentario a una frase como esa.

– Yo no soy como el resto de la gente -replicó ella, mientras salía del coche.

– En eso tienes razón -comentó Jared bajándose también a su vez-. Te encuentro muy refrescante, Cathy. Creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que no he conocido nunca a nadie como tú.

– Yo tampoco he conocido nunca a nadie como tú. Algún día, Jared, me gustaría saber lo te hace vibrar -dijo sin poder evitarlo.

El roce de su brazo, mientras caminaban juntos, le resultaba muy familiar. Cathy saboreó aquella sensación. Le encantaba. ¿Se daría cuenta? ¿Le importaría? ¿Cómo podía una persona amar tanto a otra y sobrevivir por no verse correspondida?

El concierto fue muy largo, pero maravilloso. Ella disfrutó cada segundo y sintió que se hubiera terminado. Jared también parecía haberse dejado llevar por la música. La había agarrado la mano y, de vez en cuando, se la apretaba como si quisiera demostrarle que todavía seguía a su lado. No trató de acercarse a ella, ni de abrazarla ni mucho menos de besarla, como hacían las otras parejas en la oscuridad. Cathy se sintió muy resentida por tanto distanciamiento. No sabía lo que pensar.

Jared aparcó el coche en doble fila delante de su apartamento. Ella le entregó la llave y él abrió con destreza la puerta.

– Buenas noches, Cathy -le dijo con suavidad, dándole la llave-. ¿Te gustaría ir a ver una obra en Broadway mañana por la noche? Mi hermano me ha dado dos entradas y pensé que te gustaría.

– Me encantaría. Gracias por invitarme.

– De nada, Cathy. Me gusta mucho tu compañía Bueno, te recogeré a las siete y media.

– Estaré lista. Buenas noches, Jared -dijo ella, mirándolo con expresión ferviente a los ojos.

Deseaba que al menos le diera un beso en la mejilla, pero él sonrió y se marchó sin decir nada más.

Cathy pasó una noche muy inquieta. Unos sueños muy intranquilos la invadían una y otra vez. En ellos aparecía un hombre alto y fuerte, que la perseguía por la orilla del río. Por la constitución, se parecía mucho a Jared, pero su rostro era un enigma. Llevaba en la mano un libro.