Se despertó con la frente empapada de sudor. No sabía interpretar los sueños, pero sabía que el hombre que la perseguía era una mezcla de Jared y Teak Helm, los dos hombres que habían puesto su mundo patas arriba.
Tras abrir la ventana del dormitorio, empezó a hacer la cama sin dejar de pensar en la noche anterior. ¿Por qué no la habría besado Jared? ¿Cuál era el motivo de tanta formalidad? ¿Es que estaba tratando de abotagarle los sentidos hasta comunicarle una cierta sensación de seguridad para que, cuando estuviera desprevenida, pudiera lanzarse sobre ella? Eso era lo que hacían siempre los hombres, sobre todo en las películas.
Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero, aquella vez, no pudo contenerlas. ¿Quién podía ver si tenía los ojos rojos o hinchados? Nadie.
Cathy se preparó un ligero desayuno, pero por desgracia, quemó el bollito en el tostador y el té estaba muy flojo. Vaya desayuno… Se sonó la nariz con un pañuelo de papel y se sentó en uno de los taburetes de la cocina. ¿Qué iba a hacer para pasar el día? No estaba engañando a nadie, tan solo a sí misma. Al cabo de una hora, tendría todas sus cosas en una caja de cartón y estaría de camino. ¿Por qué las dudas? Por Jared, por supuesto y porque, secretamente, había esperado que Teak Helm se pusiera en contacto con ella. Cuando el teléfono estuviera desconectado, aquella esperanza se terminaría. Sabía que no iba a llamar de todos modos, así que no importaba. Walter Denuvue se lo había dejado muy claro. Tan claro que, de hecho, le parecía que las palabras todavía le resonaban en los oídos.
¿Qué hacer? Podía ir a las Torres Gemelas para echar un último vistazo a Nueva York. ¿Por qué no? Se vistió y salió a la calle. Se sentía como si acudiera a algo muy importante. La gente no importaba. Saludaba con la cabeza a algunas y sonreía a otras.
Cathy pagó la entrada y esperó al siguiente ascensor. Le pareció que aquel edificio era una estupenda obra de ingeniería. Debería sentirse impresionada, pero no era así. Cuando llegó al mirador, con mucho cuidado miró por la ventana. Aquella era la última vez que veía Nueva York. ¿Se marchaba dejándose algo allí? ¿Qué le había dado Nueva York a ella? ¿Qué se llevaba de vuelta a Swan Quarter? Decidió que las respuestas indicaban un empate. No se le había dado nada ni se llevaba nada. Era libre de marcharse. Libre para volver a casa.
El tiempo que tardó en bajar le pareció una eternidad. Sentía una gran impaciencia por regresar a su apartamento, por lo que, a pesar de que sabía que no se lo podía permitir, paró un taxi.
Cuando llegó, su apartamento le parecía el mismo. No había mensajes para ella ni correo. El teléfono estaba en un completo silencio. Se sentía perdida, olvidada.
Para comer, se preparó unas rebanadas de pan tostado con queso y un zumo de manzana. Se obligó a comer, a pesar de que el pan tostado se le pegaba al paladar. El queso no le apetecía, por lo que lo dejó en el plato hasta que empezó a resecarse.
La televisión la animó un poco. Los actores de los seriales siempre tenían tantos problemas que tal vez se podría identificar con alguien, al menos durante un rato. Vio varios culebrones y se tragó todos los anuncios hasta que llegó la película de las cuatro y media. Entonces, la estuvo viendo un rato hasta que pudo poner las noticias de las cinco en otro canal.
Cuando terminó el noticiario, decidió que iría a darse un baño y prepararse para su cita con Jared.
Como en los dos días anteriores, cuando Jared llegó, ella ya le estaba esperando. Él sonría y la alabó por su aspecto. Cathy gozó en silencio, feliz por la mirada tan íntima que le había dedicado. Era probable que aquella noche la besara o le declarara sus intenciones. Eso era lo que ella quería, lo que le gustaría que ocurriera, pero no creía que fuera a ser así. El se estaba comportando tan cortés y formal como lo había hecho la noche anterior. Sintió una ligera sensación de pánico cuando vio que él se fijaba en las cajas. Por suerte, no hizo ningún comentario.
Durante el intermedio de la obra, Jared se levantó para ir a por un vaso de zumo de naranja para Cathy. Ella lo tomó ávidamente, deseando que la noche no terminara nunca. Le encantaba que Jared se preocupara tanto por ella. El corazón pareció adquirir alas, pero no pudo echar a volar. No iba a ocurrir nada, así que no había por qué fingir que así podía ser. Los hombres como Jared Parsons no permanecían mucho tiempo al lado de mujeres como Cathy Bissette. Durante un rato, parecía estar disfrutando de su compañía, pero en otros momentos no sabía si fingía. Por el momento, con eso le bastaba.
– Me marcho mañana por la mañana -dijo él, de repente.
Cathy abrió mucho los ojos. Debería decir algo, pero no encontraba las palabras. ¿Dónde iba? ¿Por qué se iba? Tragó saliva para tratar de deshacerse del nudo que sentía en la garganta. Con mano temblorosa, le entregó el vaso. La expresión del rostro de Jared era inescrutable. Cathy se dio cuenta de que, después de aquella noche, no volvería a verlo. El nudo que tenía en la garganta se iba haciendo cada vez mayor ¿Cómo iba a poder soportar estar allí, viendo la segunda parte de aquella obra? Lo único que quería hacer era salir corriendo, muy, muy rápido, y no volver la vista atrás.
– ¿Estás lista?-le preguntó él.
Cathy asintió y él la tomó del brazo. Le parecía que estaba agarrándola con demasiada fuerza, como si se hubiera dado cuenta de que estaba temblando como un flan.
Cathy dio gracias por la oscuridad que reinaba en el teatro. Sintió un profundo alivio al poder relajarse y pensar. Los actores que se movían por el escenario no significaban nada para ella y casi no notaba la presencia del resto de los espectadores. Jared se marchaba al día siguiente…
Él tuvo que tirarle del brazo dos veces antes de que ella se diera cuenta de que la obra había terminado.
– ¿Te ha gustado? -le preguntó él.
– Mucho -mintió Cathy, esperando que no le pidiera opinión sobre nada más.
Por suerte, mientras regresaban a su apartamento, consiguió entablar conversación con él. Hablaron de la contaminación de Nueva York y compararon aquella vibrante metrópolis con Swan Quarter. Jared alabó su indumentaria y le dijo que era de una tonalidad muy extraña. Luego quiso saber si a las rubias les gustaba aquel color.
Cathy asintió. Odiaba aquella conversación estúpida y sin fundamento alguno. ¿Por qué no podía decir algo más interesante, como que la amaba? Ella deseaba que le pidiera que se marchara con él, que fuera suya, pero no… No hacía más que hablar de la contaminación y del color de su vestido. ¡Hombres!
Jared pagó el taxi y le dio una generosa propina. Cathy supo que así había sido por la cara de felicidad del conductor. Sin embargo, no le había dicho que esperara. ¿Qué significaba aquello?
– ¿Te importa si subo a tu apartamento durante unos minutos? -le preguntó él mientras le abría el portal, como siempre.
– Me encantaría, pero lo único que puedo ofrecerte es un poco de vino blanco o una taza de té chino.
– Una copa de vino estaría fenomenal.
Subieron juntos y Cathy entró directa a la cocina. Al abrir el armario, vio que lo único que le quedaba allí eran dos vasos decorados con los personajes de los Picapiedra. Sirvió el vino y volvió al comedor.
Jared tomó el vaso que ella le ofrecía y se fijó en Pedro Picapiedra, que parecía estar bailando alrededor del vaso.
– Muy original, Cathy -dijo señalando el vaso.
Ella tenía los nervios a punto de estallar.
– El resto de las cosas están ya empaquetadas -confesó.
– ¿Empaquetadas? ¿Es que te marchas a alguna parte? -preguntó Jared, volviéndose a fijar en las cajas de cartón.
– Regreso a Swan Quarter. Dimití el otro día.
– ¿Por qué no me lo habías dicho?
– No creía que te interesara lo que yo hacía. De hecho, estoy segura de que no te interesa ni lo que hago ni adónde voy -susurró llorando en silencio.
– ¿Es la gran ciudad demasiado para ti?
– No. La ciudad no, pero sí la gente. Si no te importa, preferiría no hablar de ello.
Jared la estrechó entre sus brazos y le tomó la barbilla en una mano.
– En ese caso, no hablaremos de ello. Tan sencillo como eso.
Entonces, la besó mientras le enredaba las manos en el cabello. Su aliento le acariciaba la mejilla como una pluma y olía a vino blanco. Cathy deslizó las manos bajo la chaqueta, para sentir una vez más sus músculos… Entonces, lo estrechó contra su cuerpo.
Jared trazó con los labios la línea de la mandíbula de Cathy y siguió marcándola hasta llegar a la suave piel de detrás de la oreja. Ella oyó que contenía el aliento y murmuraba su nombre. Los cielos parecían haber descendido sobre ellos. Estaban perdidos en un mundo compartido solo por ellos, en el que sus labios parecían establecer el vínculo necesario.
Cathy se sintió muy débil, como si estuviera disolviéndose dentro de él. De repente, Jared se apartó y la miró profundamente a los ojos. Su voz, cuando habló, estaba llena de emoción y pasión. Había un anhelo inconfundible al tiempo que sus ojos parecían haberse convertido en dos pedernales que le abrasaban el alma.
– Que Dios me ayude, Cathy… Te deseo… Algún día tengo la intención de que seas mía, pero no de este modo.
Sin dar más explicaciones, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Salió del apartamento tan rápido que pareció que no se había abierto la puerta.
Capítulo Once
El regreso de Cathy a la vida de Swan Quarter dejaba mucho que desear. Trabajaba con su padre en la trainera hasta agotarse por completo. Así era la única forma de que pudiera dormir. Bismarc nunca la perdía de vista. Donde ella iba, el perro la acompañaba. Incluso había empezado a dormir en el suelo, al lado de su cama. Gemía cuando notaba que su ama no podía dormir y, algunas veces, se estiraba a su lado para lamerle la cara.
Siempre soñaba con Jared. Todos sus tormentos lo tenían a él como protagonista. Lo último que había visto de él había sido su espalda, antes de que cerrara la puerta para marcharse de su apartamento.
¿Por qué? ¿Por qué la había dejado de aquel modo? Le había dicho que la deseaba e incluso entonces, cuando había pasado tanto tiempo de aquello, Cathy seguía creyéndolo. Sin embargo, una vocecita en su interior la atormentaba y le recordaba que el deseo no tenía nada que ver con el amor.
Un profundo vacío existía dentro de su ser. Ya era una sensación familiar. Nada había cambiado. Seguía amando a Jared Parsons.
Quedaban tantas preguntas sin responder… Quizá nunca conocería las respuestas. No obstante, confiaba en Jared. Aquello era algo de lo que estaba tan segura como de su propio nombre. Nada podría arrebatarle sus recuerdos. Cuando pensaba en él, sentía que el corazón le daba un vuelco. Si aquel anhelo y deseo era el precio que tenía que pagar por mantenerlo vivo en su corazón, lo haría gustosa.
Los días fueron convirtiéndose en semanas y las semanas en meses hasta que se fue acercando la Navidad. También era la fecha prevista la publicación del libro de Teak Helm. ¿Estaría ya en las tiendas? Cathy se puso el abrigo y se dirigió hacia la furgoneta con el fiel Bismarc, como siempre a su lado.
– Puedes venir conmigo -le dijo al ver que el animal no dejaba de ladrar-, así que deja de hacer tanto ruido. Me estás dando un terrible dolor de cabeza.
Cathy aparcó el coche y salió corriendo hacia la librería. Allí lo vio en el escaparate: Gitano del Mar III. Cathy frunció el ceño. Aquel era el nombre del yate de Jared. Decidió que no iba a comprar el libro… Ni hablar… Lo miró durante un momento, con ojos deseosos. A continuación, necesitó toda la voluntad que pudo conseguir para alejarse del escaparate.
De repente, Bismarc le dio en la pierna, como si quisiera que se diera prisa.
– ¿Qué te pasa? Ah, ya veo. Está empezando a nevar. Venga, vamos. Nos iremos al barco y, si la nieve cuaja, jugaremos después con ella.
Dueña y perro se sentaron al lado del ojo de buey, observando atentos el milagro de la nieve.
– Mañana, lo primero que haremos será dar un paseo. Vamos, Bismarc, ha llegado la hora de metemos en la cama.
Presurosa, Cathy se puso las botas y una pesada chaqueta de borreguillo y abrió la puerta para que el perro pudiera salir. El animal salió corriendo como si hubiera una bolsa de galletas al final del muelle.
Echaron a correr los dos juntos. Ella reía y el perro ladraba de felicidad. Bismarc la empujó y la hizo caer en la nieve. Entonces, empezó a tirar bolas de nieve a su mascota, que parecía creer que las tenía que atrapar para llevárselas a su ama. Por supuesto, la nieve se le deshacía en la boca y Cathy le tiraba otra para delirio del perro.
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