Cathy irguió la espalda al oír aquel tono arrogante. ¿Por qué los hombres como él siempre creían que el dinero lo podía comprar todo? Apretó los dientes y pensó que si su padre cedía, lo tiraría del muelle acompañado de la hermosa Erica.

Bismarc parecía estar de acuerdo con los sentimientos de Cathy porque empezó a gruñir para mostrar su desaprobación. Entonces, hizo algo que alegró el corazón de la joven. Lentamente, fue acercándose a Erica y empezó a lamerle la pierna.

– ¡Ay! -gritó la mujer. Entonces, dio un paso atrás y perdió el equilibrio, cayendo enseguida al agua del puerto-. ¡Maldito animal! -añadió al salir a la superficie con un indigno chapoteo.

Bismarc, sin preocuparse en absoluto por lo que había hecho, se puso de pie y colocó las patas delanteras en los hombros de Jared para pedirle su atención. Él no pareció estar enfadado y se echó a reír mientras contemplaba a su secretaria. Sin embargo, Lucas pareció estar preocupado por Erica e hizo un gesto para ayudar a la mujer. Jared lo detuvo de inmediato.

– Sabe nadar y tiene la escalerilla muy cerca -le dijo. Entonces, empezó a rascar la cabeza del perro y sonrió a Cathy-. Es un perro muy cariñoso, señorita -añadió, mirándola-. Parece saber muy bien lo que le gusta y lo que no.

Cathy contempló aquellos ojos grises y, de nuevo, se avergonzó por su desastrada apariencia. Se sentía fuera de lugar y muy incómoda ante el escrutinio al que la estaba sometiendo el hombre. Tenía que decir algo, hacer algún comentario.

– Pensé que había dicho que su secretaria sabía nadar. Pues a mí me parece que se ha sumergido en el agua por tercera vez.

– Saldrá cuando se dé cuenta de que no voy a rescatarla -dijo Jared, con frialdad.

Cathy se encogió de hombros y se inclinó para recoger su bolsa de lona. Todo lo que llevaba dentro se había desparramado por el suelo cuando Erica se cayó al agua.

– Permítame -se ofreció Jared, inclinándose. Entonces, le entregó las galeradas de Teak Helm y el termo.

Cathy no pudo decidir qué fue lo que se apoderó de ella, pero agarró con fuerza las galeradas y se las quitó de la mano.

– ¡Deme eso! -lo espetó.

– No iba a hacer nada con ellas, sólo se las iba a meter en la bolsa -replicó él con una burlona sonrisa en los labios, cuando vio que ella colocaba los papeles en la bolsa como §i estuviera metiendo huevos.

– Maldito seas, Jared. Podrías haberme ayudado a salir -dijo Erica, apartándose los mechones de cabello húmedo de los ojos. Entonces, llena de furia, lanzó un pie en dirección a Bismarc.

El rostro de Jared mostró una expresión dura y fría cuando la agarró del brazo para apartarla del animal.

– El perro sólo estaba mostrándose simpático contigo. Métete en la lancha. Te llevaré al Gitano para que te cambies. Señor Bissette -añadió, mirando a Lucas-, regresaré en cuanto la haya dejado en el yate para que podamos hablar.

Bismarc dio un paso al frente, con la intención de acercarse a Erica para disculparse, pero ella lanzó un grito. Cathy no pudo evitar soltar la carcajada.

– Vamos, Bismarc, volvamos a la casa.

Sin decir más, se dio la vuelta y salió corriendo detrás del perro, que le había tomado la delantera. Se habría sorprendido mucho si hubiera visto el modo en el que la miró Jared Parsons, al verla salir corriendo con la bolsa amarilla golpeándole el costado.

Cuando llegó a la casa, Cathy se puso a preparar el desayuno. Rompió unos huevos y empezó a batirlos a toda velocidad. Se sentía furiosa y no sabía por qué. Desde luego, no estaba enfadada porque Jared Parsons hubiera tocado las valiosas galeradas de Teak Helm. Acababa de conocerlo y estaba batiendo los huevos como si la sangre le hirviera en las venas. De repente, se dio cuenta de que era por Erica. No se podía consentir a nadie en el mundo que fuera tan hermosa. Incluso Lucas, su propio padre, había caído a los pies de su belleza. ¡Hombres! Y Erica pertenecía a Jared Parsons. Le pertenecía del mismo modo en que Cathy habría pertenecido a Marc si hubiera cedido ante sus pretensiones.

Se preguntó si Marc la hubiera dejado sumergirse en el agua por tercera vez. ¿Habría hecho el mismo tipo de comentario que Jared Parsons? Era probable que sí. Los hombres solían hacer ese tipo de cosas cuando creían que eran dueños de una mujer. Se preguntó, de pasada, si él le pagaría un sueldo a la hermosa y seductora Erica por su trabajo como secretaria

Por fortuna, el agudo chisporroteo de los huevos al caer en la sartén caliente la sacó de sus pensamientos justo en el momento en que Lucas Bissette entraba por la puerta. Con rapidez, ella los echó en el plato. No dijo nada, sino que esperó a que su padre mencionara a los recién llegados. Mientras echaba comida en el plato de Bismarc y le llenaba el bol de agua, sus pensamientos se desbocaron. Jared Parsons era muy atractivo. De hecho, era muy guapo. Era viril, atlético y, evidentemente, muy rico. También era muy arrogante y exigente y presentaba una actitud un tanto condescendiente. Había habido un momento en el que había esperado que le diera a ella una palmadita en la cabeza, como hubiera hecho con Bismarc. También tenía una amante ¡Qué anticuado sonaba aquello! ¡Qué celo y qué rencor! ¿Por qué tenía que estar celosa? Acababa de conocer a aquel hombre, un hombre que la había mirado como lo hubiera hecho con un niño mugriento.

Cathy estaba de pie, delante de la ventana de la cocina, observando el regreso de la lancha. Sintió un ligero temblor en las piernas y el corazón empezó a latirle de manera apresurada. Una fuerza imperceptible la impedía apartar la atención de aquel hombre de ojos grises y triste sonrisa. Envidiaba a Erica y a todas las mujeres como ella ¿Se equivocaba? ¿Tenían ellas razón por vivir el momento y disfrutarlo? Cathy suspiró.

– ¿Has hecho suficientes huevos como para invitar al señor Parsons? -le preguntó Lucas, mientras se tomaba una tostada.

– No, no he hecho suficientes huevos porque no sabía que iba a venir a desayunar -replicó ella, tras darse la vuelta de la ventana-. Dado que yo soy la que se encarga de la cocina, habría sido un detalle por tu parte que me hubieras informado de que venía.

– He invitado a muchas personas de forma inesperada y nunca te ha molestado.

– La próxima vez, por favor, pregúntamelo -dijo Cathy, en tono más suave-. Ve a abrir la puerta que ya ha llegado.

Ella se dio la vuelta para seguir cocinando. Se encontraba muy incómoda por la presencia de aquel hombre. De algún modo, en su interior, sabía que su vida estaba cambiando, que había empezado a cambiar en el momento en que Jared Parsons se había bajado de su lancha.

Los fuertes ladridos de Bismarc dieron la bienvenida al recién llegado, pero a ella le hicieron dejar caer el huevo que tenía entre las manos. Al ver la expresión divertida que Jared tenía en los ojos, apretó los dientes. Incluso el perro sentía simpatía por él. Se suponía que los perros eran unos astutos jueces del carácter de las personas. Era una pena que Bismarc no fuera perfecto.

Cathy limpió el suelo y se volvió para enfrentarse con él.

– ¿Qué le gustaría para desayunar, señor Parsons?

– Cualquier cosa que sea tan amable de prepararme estará perfecto. Espero que no esté incomodándole o impidiéndole hacer algo

¿Era la imaginación de Cathy? ¿Estaban sus ojos mirando su bolsa de lona amarilla o la mantequera de madera y cobre que había en un rincón?

– Cathy nunca está demasiado ocupada como para no cocinar. Es uno de sus pasatiempos favoritos -dijo Lucas, afable-. Siempre gana el premio del picnic del cuatro de julio por su guisado de cangrejos. Lo ha ganado cuatro años seguidos. Sí, señor, todos los jóvenes de por aquí vienen los domingos y mi hija les prepara algo de comer.

«Dios Santo», gruñó Cathy. Ella que estaba ansiando ser glamurosa y seductora como Erica y Lucas se ponía a destacar sus cualidades domésticas.

– Si hay algo que aprecio de verdad, es una buena cocinera -comentó Jared, riendo.

Cathy frunció los labios. «Entre otras cosas», pensó mientras espolvoreaba con generosidad los huevos batidos con cebollinos y queso. Esperaba que Jared Parsons atribuyera el rubor que le cubría las mejillas al calor de la cocina.

Capítulo Dos

Jared Parsons engulló de inmediato el desayuno que Cathy le puso en la mesa. Ella esperaba que Lucas no se diera cuenta de que los huevos preparados para su visitante iban aderezados con cebollinos y queso mientras que los de él no llevaban nada. Le pareció notar una divertida expresión en los ojos de su padre cuando vio la bonita taza y las tostadas con canela que le había puesto a su invitado.

Con una ligera tosecilla, Lucas consiguió que su hija lo mirara y le guiñó el ojo. Por su parte, Cathy se limitó a dejar caer la sartén al fregadero y salir con prisa de la cocina. Entonces, se detuvo en seco y se dio la vuelta. Quería escuchar con sus propios oídos los que Parsons tuviera que decir. No quería perderse el día en que un hombre pudiera intimidar a su padre. ¿Qué diría el elegante marino cuando su oferta de triplicar el dinero no consiguiera que Lucas Bissette se diera prisa?

Bismarc la oyó entrar y Lucas y Jared se volvieron a mirarla. Su padre, con cierto aire de sorna. Parsons, con atención.

– Si se ha terminado el desayuno, vamos a echar un vistazo a ese motor -dijo Lucas, levantándose enseguida de la silla.

Jared se limpió la boca con una servilleta de cuadros y luego la dejó, con cierta intención, al lado de la de Lucas, que era de papel, con una picara sonrisa en los labios. Los ojos de Cathy siguieron sus movimientos y no pudo evita que el rubor volviera a cubrirle las mejillas. Maldito Jared Parsons.

– Cuando usted quiera, señor Bissette. Y le recuerdo que lo que dije en el muelle iba en serio. Le pagaré lo que me pida si consigue finalizar el trabajo para mañana como muy tarde. Es fundamental que llegue a Lighthouse Point antes del fin de semana.

Su voz era fría y pragmática, lo que hizo que el padre de Cathy frunciera el ceño. Nadie le daba órdenes a Lucas Bissette, ni en su casa ni en ninguna parte. Y aquello había sido una orden, fueran cuales fueran las palabras que él había utilizado. Cathy y Lucas lo sabían.

– Mire, señor Parsons -dijo él, mientras aspiraba su pipa-. No veo cómo puedo hacer lo que usted me pide, dado que no he visto la extensión del problema. Además, si lo que necesita es ese nuevo generador, se tardará tiempo en pedirlo. Aunque podamos hacer que nos los envíen desde cabo Fear, eso va a llevar al menos un día.

– ¡Al menos un día! -protestó Parsons-. ¡Pero si sólo está a cinco horas de aquí por tierra!

– Es mejor que tenga en cuenta que los palurdos de por aquí funcionamos a dos velocidades, lento y parado. Al menos, eso es lo que he oído que dicen.

Cathy esbozó una gran sonrisa. «Bien hecho, papá. Así se le dice que el dinero es algo con lo que se compran cosas, no personas», pensó. Al ver la sonrisa de ella, Jared tensó la boca. Lo habían rechazado, algo que, con toda seguridad, no le ocurría muy a menudo. Asintió, pero tenía los ojos grises tan turbulentos como el mar en un día de tormenta.

Lucas le puso la mano en el hombro, como para suavizar la fuerza de sus palabras, y dijo con suavidad:

– Sólo porque vivamos aquí, en este pequeño lugar tan tranquilo llamado Swan Quarter, no significa que no sepamos lo que ocurre en el mundo exterior. También tenemos prioridades: hoy le he dado mi palabra a Jesse Gallagher de que lo ayudaría a arreglar las redes con las que pesca gambas. Mire, señor Parsons, aunque me dijera que tenía un acuerdo comercial de millones de dólares en Lighthouse Point, le seguiría diciendo que las redes de Jesse son mi prioridad. Solo quiero que lo entienda

Sin poder contenerse, como siempre le ocurría, Cathy tomó la palabra.

– Lo que mi padre está tratando de decirle, señor Parsons, es que su dinero no es tan importante aquí, como tampoco lo son sus exigencias, realizadas con voz fría y arrogante. Usted ha venido a buscamos a nosotros, no nosotros a usted.

– Tal vez le sorprenda, señorita Bissette, pero entendí a su padre a la perfección en el muelle y lo comprendo ahora. No hay necesidad alguna para que tenga que interpretar sus palabras.

Estaba furioso, probablemente más de lo que Cathy había visto a ningún hombre. Resultaba evidente por la postura de los hombros y la rigidez de los músculos de la mandíbula. Las personas como Jared Parsons no cedían ante nadie.

– Si está listo, señor Bissette -dijo él. Entonces, se dio la vuelta y miró a su alrededor. Las palabras que pronunció a continuación dejaron atónita a Cathy-. Me gusta esta cocina. Resulta muy acogedora, con todas las plantas y los objetos de cobre. En particular, me encanta la chimenea y las vigas del techo.