Durante una décima de segundo, ella habría jurado que vio una mirada triste en aquellos ojos grises. Sin embargo, desapareció enseguida.

– Cathy decoró así la cocina por una de esas revistas de decoración tan modernas. Tiene buen ojo para lo que resulta cómodo -comentó Lucas, mientras le guiñaba el ojo a su hija.

– Supongo que uno podría decir que, en el fondo, es usted una persona muy casera -observó Jared, con una sonrisa en los labios que no se le reflejó en los ojos. Estos siguieron siendo fríos e inescrutables.

Cathy se sonrió al sentir que él la miraba con tanta fijeza.

– Supongo que podríamos decir eso. Lo que ve es lo que soy.

– Cathy, ¿por qué no nos sigues en el bote para que me puedas traer de vuelta y ahorrarle así al señor Jared el viaje? Después de todo, tiene una invitada a bordo y no queremos absorber todo su tiempo.

– Saldré después de limpiar la cocina. Id delante -respondió ella, sintiendo que aquellos ojos grises la estaban atravesando como si pudieran leerle la mente.

Bismarc se levantó y se estiró. Entonces, miró primero a Lucas y luego a Cathy. El primero se echó a reír.

– Es mejor que dejes a Bismarc aquí encerrado cuando te marches. Si no nos lo llevamos, se vendrá nadando detrás de nosotros.

Cathy sonrió levemente al imaginarse la escena sobre la brillante cubierta del yate de Jared Parsons y la hermosa señorita Marshall gritando a pleno pulmón.

– No lo encierre, señor Bissette -protestó Jared-. Si quiere nuestra compañía, a mí no me importa.

– Si vamos hacer negocios, llámame Lucas.

– Estupendo. Y tú a mí Jared.

– Vámonos, Jared -dijo Lucas, saliendo de la cocina a grandes pasos.

Entonces, los dos fueron de camino por el sendero que salía desde la parte delantera de la casa hasta el muelle. Bismarc iba trotando al lado de Jared. Ella observó cómo acariciaba al perro con una enorme y bronceada mano.

Tras llenar el fregadero de agua caliente, Cathy se sirvió una taza de café y se sentó, pero miró la taza sin tomar ni un sorbo. En vez de eso, tomó la que Jared había utilizado y acarició el asa con el pulgar. Los ojos, de un color azul verdoso, se le oscurecieron. Parecía haber un ligero aroma a colonia masculina flotando a su alrededor, que recordaba que Jared se había sentado justo donde estaba ella. El corazón empezó a latirle a toda velocidad cuando recordó lo atractivo que era. Era justo lo que las mujeres considerarían un macho. Si no fuera tan arrogante y condescendiente

De pasada, se preguntó quién sería su sastre.

Era evidente que todas sus ropas estaban hechas a medida. De eso estaba segura. Gracias a Dios, no iba cargado de joyas que tintineaban sin parar. Sin temor a equivocarse, se podría decir que era un hombre que hacía girar la cabeza a las mujeres y Erica lo tenía todo para ella sola.

Sin embargo, le había gustado su cocina. También sentía simpatía por su padre y por Bismarc y le habían encantado los huevos que le había preparado. Lo sabía por el modo en que los había devorado. ¿Qué pensaría de ella? Cathy sonrió, triste. Como si no lo supiera. Si estuviera al lado de Erica, ni siquiera su propio padre se fijaría en ella. No había comparación alguna, de eso estaba segura.

«Maldito seas, Jared Parsons», pensó. «Mi vida estaba a punto de volver a la normalidad y se te ocurre entrar en este puerto. La vida me está cambiando delante de los ojos. De algún modo, de alguna manera, vas a transformamos. Lo sé, lo presiento, y no estoy segura de que me guste».

Estaba segura de que su padre y Bismarc sentían simpatía por él. Entonces, ¿por qué tenía aquella extraña sensación sobre aquel hombre? Había algo en él que no le causaba buenas vibraciones. No era asunto suyo, pero le habría gustado saber qué era aquello tan urgente que tenía que hacer en Lighthouse Point. ¿Qué haría para ganarse la vida? De repente, le pareció que saberlo era de una vital importancia. Se dijo que no era justo hacer juicios sobre nadie sin conocerlo en profundidad, pero, a pesar de todo, la palabra farsante no dejaba de acudirle a la cabeza cuando veía a Jared Parsons. Sin embargo, después de que Lucas le hubiera puesto las cosas claras, era indudable que los dos hombres se habían hecho amigos. Todo el mundo apreciaba a su padre y Jared Parsons no era una excepción. Su padre tendría al marino comiéndole de la palma de la mano antes de que acabara el día.

Con tanta especulación, no estaba terminando sus tareas. Tenía que fregar los platos y había planeado limpiar el suelo antes de ponerse con las galeradas de Teak Helm. Solo eso era suficiente para enojarla. Había estado deseando sentarse para devorar la última aventura marina de Helm sin que nadie la molestara. En vez de eso, tenía que ir al yate para recoger a su padre. Si lo conocía bien, sabía que estaría horas examinando aquel motor antes de dar su veredicto final sobre el problema.

Para Lucas Bissette, un motor era como una mujer, un completo misterio que sólo los mejores hombres podían descifrar. Por supuesto, aquello no se aplicaba a mujeres como Erica Marshall. Allí no había misterio alguno.

– Daría siete, años de mi vida por poderme parecer a ella -gruñó Cathy mientras secaba los platos con el paño.

A los hombres como Jared Parsons no les atraían las chicas que tenían el aspecto de Cathy Bissette. Las chicas como ella tenían inteligencia. Las chicas como Erica, belleza. Cathy soltó un bufido y retorció el paño como si fuera el cuello de la hermosa secretaria.

– ¿Qué me está ocurriendo? -le preguntó a las paredes de la cocina-. ¿Por qué siento tanto rencor hacia una mujer?

Casi no conocía a Erica Marshall o a Jared Parsons. Decidió que se olvidaría de ambos y volvería a sus asuntos. Iría a recoger a su padre y el resto del día sería suyo para leer las galeradas de Helm. Las cosas solo podían cambiar si ella lo permitía. ¿Qué solía decir su profesor de psiquiatría? Que, en lo que respecta a enfrentarse a las emociones, no hay respuestas probadas o verdaderas. Uno no es responsable de sus emociones. Son algo intangible, sin substancia.

Decidió que, lo primero que iba a hacer, era dejar de culparse por lo que sentía. Mantendría sus sentimientos bajo control y empezaría a disfrutar del verano. Había trabajado como una esclava a lo largo de todo el invierno; así que su tiempo no iba a verse afectado por un rico playboy y su novia.

Cathy arrancó el motor del pequeño bote y, con mucho cuidado, salió del muelle. Se sentía muy orgullosa de su habilidad para manejar barcos y el conocimiento que tenía del mar. Salió con destreza del estrecho, disfrutando al sentir cómo la salpicaba el agua salada del mar. Había una ligera bruma a su alrededor y la humedad hacía que se le rizara ligeramente el cabello en las sienes. Aquello le daba el aspecto de una niña de doce años.

Al acercarse al yate, se sorprendió por su tamaño. Era de diseño italiano, con unos cincuenta pies de largo. Mentalmente, Cathy recordó todo lo que había leído u oído sobre aquel tipo de yates. Si no se equivocaba, Teak Helm también había glorificado sus cualidades. Muy pocas personas se podían permitir una nave como aquella, como muy pocos hombres tenían el estilo y las mujeres que encajaran con la belleza y el exceso de aquel barco.

Cathy leyó el nombre del yate, pintado en letras doradas en la proa: Gitano del mar III. Por el brillo de cromo y los aparejos que se veían, derrochaba lujo por todas partes. A pesar de que aquel exceso le produjera cierto desdén, ella no pudo dejar de admirar la línea del yate.

Entonces, notó que Erica Marshall estaba saludándola desde la cubierta. Con mucho cuidado, se acercó a la otra embarcación y la amarró a ella. Con gran maestría, subió al barco ella sola, a pesar de que Erica la agarró la mano para que pudiera subir a bordo.

– Gracias -murmuró Cathy mientras contemplaba el aspecto de la secretaria. Iba vestida con un minúsculo biquini, dos pequeños trozos de tela que mostraban el bronceado más glorioso que ella había visto nunca.

– ¿Puedo ofrecerte algo de beber? Acabo de prepararme un Maldita María.

– ¿No es un poco temprano? -preguntó Cathy, tras mirar el reloj. Eran sólo las 10:45.

– ¿Temprano? Oh, ya entiendo a lo que te refieres. Crees que hay alcohol en la bebida, ¡Claro que no! Tal vez debería haber dicho que era un Virgen María. Yo nunca bebo alcohol porque hace que te salgan granos -dijo, tocándose sus impecables mejillas-. Jar El señor Parsons es el que toma las bebidas alcohólicas. Yo solo finjo que lo hago. Ese es un secreto entre tú y yo. Sé que puedo estar segura de que no me delatarás.

– Sí, claro. ¿Está mi padre en los pantoques?

– ¿En los pantoques?

– Déjame que te lo diga de otra manera. ¿Sabes dónde está mi padre en este momento?

– Claro. Está con Jar con el señor Parsons.

– ¿Y dónde está el señor Parsons?

– Oh, bueno Están en algún lugar de este barco.

– Sí, eso ya me parecía -dijo Cathy, en tono de mofa, mientras observaba a Erica para ver el efecto que producían sus palabras en la otra mujer. No hubo reacción alguna. Era evidente que Erica se había acostumbrado a que la gente le hablara de aquel modo.

– Siéntate y toma un poco el sol -la invitó Erica, tendiéndose en una tumbona naranja.

– Gracias -musitó Cathy mientras se sentaba en una silla de lona.

Al mirar a su alrededor, Cathy pudo comprobar que el lujo de aquel barco era mucho mayor de lo que había pensado en un principio. Nunca en su vida había visto tan descarado hedonismo. Era casi escandaloso. Desde la cabina del barco, donde ella estaba sentada, se podía mirar a través de unas puertas de cristal que llevaban al salón. El suelo estaba cubierto de una espléndida moqueta verde esmeralda, que acentuaba el diseño tan contemporáneo de la tapicería del sofá. Unos largos y cómodos asientos rodeaban la zona, haciendo que el punto central de la sala fuera el bar de cromo y cristal que había en el rincón opuesto. El salón tenía el techo de cristal y, de uno de los laterales, salía una escalera de caracol que llevaba al puente de mando. Una suave música fluía a través de las puertas. Se imaginó que el barco entero tenía hilo musical. Mientras lo observaba todo, un camarero, vestido con una chaqueta blanca, entró al salón para volver a llenar el cubo del hielo.

– ¿Cuántos hombres componen la tripulación del señor Parsons? -le preguntó a Erica, dispuesta a recibir una de las vagas respuestas de la joven.

– Tres, incluyéndome a mí -respondió ella-. Tuvimos que dejar al que se ocupaba de los motores en Virginia Beach. Creo que tenía apendicitis o algo por el estilo.

– Te refieres al ingeniero jefe, ¿verdad?

– Supongo que sí. No presto mucha atención, al menos no a ese tipo de cosas.

– ¿No tienes que utilizar aceite solar o alguna crema protectora? -quiso saber Cathy. Envidiaba el profundo bronceado de la joven.

– Dios santo, no. Mi dermatólogo dice que tengo una piel perfecta y que nada puede estropeármela. Dice que yo soy una de esas escasas personas cuyo cuerpo necesita sol para seguir viva. Y tiene razón. ¿Utilizas tú algo?

Cathy no estaba dispuesta a admitir que tenía que utilizar aceite y yodo para conseguir tener un poco de color.

– A mí no me gusta mucho tomar el sol. Prefiero estar debajo de un buen árbol con un libro interesante.

– ¡Qué aburrido! -exclamó Erica, inclinando un poco más la cabeza en dirección al sol-. Espero que no me queden marcas -añadió mientras se ajustaba las tiras del minúsculo biquini.

– Sí, yo también lo espero -afirmó Cathy.

Por primera vez, se dio cuenta de que el bronceado de Erica era total, sin señales. Era evidente que estaba acostumbrada a tomar el sol completamente desnuda.

– ¿Qué hace el señor Parsons para ganarse la vida?

– ¿Hacer?

– Sí, claro, ya sabe. ¿En qué trabaja? ¿Es capaz de mantenerse a sí mismo?

– Oh. Envía facturas. En realidad, las mando yo. Soy su secretaria, ¿sabes? En estos momentos, estoy tomándome un descanso.

– Sorprendente. Bueno, supongo que lo tiene que hacer alguien.

– Odio mecanografiar cifras. Siempre me rompo las uñas. Jar el señor Parsons va a contratar a alguien para que haga los números por mí cuando lleguemos a Lighthouse Point.

Cathy se vio salvada de seguir hablando con Erica por la llegada de su padre y de Jared Parsons. Los miró alternativamente. Durante las dos últimas horas, los dos hombres habían alcanzado un cierto respeto mutuo. Jared se estaba limpiando la grasa de las manos y asentía mientras escuchaba a Lucas.

– Menudo problema tienes, Jared -le decía Lucas-. Diez días, y eso como mínimo. Si tienes que regresar a Lighthouse Point, te sugiero que tomes un avión. Esta belleza no va a surcar las aguas durante algún tiempo. Haré una llamada y veré lo que puedo hacer para conseguirte esa bomba de agua que necesitas y el tubo de escape. En cuanto al generador, es mejor que hagas que te traigan ese de cabo Fear. Puedes ir a ver a otro mecánico si quieres, pero, si saben algo de esto, te dirán lo mismo que yo.