Jared asintió. Sus rasgos decían que estaba resignado ante lo que Lucas le había dicho.
Cathy sonrió con tristeza al ver que Jared miraba a Erica. Parecía avergonzado. Lucas estaba mirando, descarado, la sedosa piel que ella les mostraba a todos, pero no hizo ningún comentario.
– Mira, hijo -prosiguió Lucas, colocándole a Jared las manos llenas de grasa encima del hombro-, ¿por qué no venís la señorita Marshall y tú a cenar esta noche? Cathy puede preparar su guisado de pescado, ¿verdad, hija? -añadió, suplicándole con la mirada-. Para entonces, yo ya tendré noticias. Eso es lo único que puedo hacer por el momento. Comemos a las siete, más o menos, dependiendo del humor de mi hija.
– Estaremos encantados, pero debes llamarme Erica. Todo el mundo me llama así, incluso Jared -dijo la joven, en tono somnoliento, desde la tumbona. Cathy hizo un gesto de desaprobación y Lucas sonrió forzoso al ver la incómoda expresión que se reflejaba en el rostro de Jared.
– Sí, estaremos encantados -replicó él, con frialdad-. ¿De gala o informal?
– Con corbata blanca -le espetó Cathy, muy irritada-. Y después de cenar siempre nos vamos a bañar desnudos al río.
– ¿De verdad? -preguntó Erica.
– De verdad -dijo Cathy mientras miraba furiosa a Jared. Entonces, empezó a descender por la escalerilla.
– ¿Se trata de una promesa eso de bañarse desnudos? -preguntó Jared, con un extraño tono de voz, mirándola atento mientras ella bajaba.
Muy a su pesar, ella se echó a reír. Sus enormes ojos, del color del mar, estaban llenos de picardía.
– Te lo juro. Los chicos en el margen izquierdo y las chicas en el derecho.
Jared soltó una carcajada, riéndose con ganas y con un cierto tono infantil. En ese momento, Cathy sintió que la opinión que tenía de él subió tres puntos.
Cuando padre e hija estuvieron en el bote, Cathy protestó abiertamente por encima del ronroneo del motor.
– Eso no ha estado bien, papá. Ahora voy a tener que pasarme toda la noche en la cocina.
– Ese hombre está hambriento de buena comida y de buenas personas como nosotros -replicó Lucas-. Ten piedad. Unas pocas horas de tu tiempo, empleadas en hacer que un hombre sea feliz, no es mucho pedir. Deberías avergonzarte, Cathy Bissette. ¿Qué clase de hija estoy criando?
– ¡Ya me has criado y lo has hecho lo mejor que has podido! El señor Parsons me molesta y lo mismo me ocurre con esa señorita Marshall. Ojalá no los hubieras invitado. Ellos son diferentes a nosotros, papá. Es rico y ella… ella…
– Es su mujer -respondió Lucas a voz en grito, para asegurarse de que Cathy lo escuchaba por encima del ruido del motor.
Mientras el padre ayudaba a la hija a salir de la pequeña embarcación, la estrechó con fuerza entre sus brazos.
– Cathy, no tienes por qué tener envidia de ella. Esa mujer es lo que es y tú eres lo que eres. Ella es la cubierta del pastel y tú eres el relleno. Lo que estoy tratando de decir es que eres…
– Entiendo lo que quieres decir, papá, y si alguien más me dice que yo soy una persona de verdad y que soy muy hogareña, me voy a poner enferma. Tampoco tienes por qué tratarme como si fuera una niña. Deja de decirme lo buena que soy y deja de comportarte como un padre -concluyó ella mientras tomaba el camino que llevaba a la casa.
No podía recordar cuándo se había sentido tan furiosa. No hacía más que golpear un cacharro con otro. Le iba a preparar una cena de la que no se iba a recuperar jamás. Si aquello era para lo que valía, al menos se aseguraría que soñara con aquella cena durante el resto de sus días. Podría tener a la deliciosa Erica, pero aquella noche el plato principal lo serviría ella. Si tenía suerte, se quedaría tan saciado que no le apetecería tomarse como postre a una rubia platino.
Cathy se puso a trabajar, pensando en el plato que estaba a punto de preparar. El secreto era la cazuela de hierro fundido, aunque moriría antes de decírselo a nadie. Las hierbas y las especias estaban muy bien, pero si no se tenía el cacharro adecuado, no era nada especial. Prepararía una ensalada con las verduras de su jardín y galletas de mantequilla y leche para el postre. Además, haría una tarta de fresas para así poder ver cuál de los postres prefería Jared.
Decidió que pondría la mesa como Dios manda, con un mantel de cuadros y servilletas a juego. Un jarrón de margaritas y una botella de vino completarían el conjunto. Era una pena que Erica fuera a ir a cenar también, dado que lo que estaba preparando era una perfecta escena de seducción.
¡Facturas! ¡Se dedica a mandar facturas! Cathy se encogió de hombros y sonrió. Decidió que había trabajos y trabajos.
Cuando todo estuvo en orden en la cocina, se retiró a su dormitorio para prepararse para la cena. Llevaba en las manos la bolsa amarilla. Todavía no había pasado del primer párrafo de las galeradas de Teak Helm. Aquella noche sin falta, en cuanto las visitas se hubieran marchado, se prepararía una taza de té, le echaría un chorrito de ron, como lo hacía Teak Helm, y se metería en su cama con dosel para leer durante toda la noche. Sabía que viviría cada párrafo de la aventura hasta la última coma.
Cuando terminó de bañarse, salió de la bañera, se envolvió en una toalla y se dirigió al armario. Qué ponerse. Recorrió con la mirada un vestido de seda color aguamarina y luego se fijó en unos vaqueros.
– Lo que ves es lo que soy -repitió.
En efecto, aquellas habían sido sus palabras. Si se vestía de manera elegante, Jared Parsons terminaría por sospechar. Además, aquel vestido era el que había llevado puesto la última vez que había visto a Marc. Si se vestía de aquella manera, su padre la convertiría en el blanco de sus bromas, incluso delante de Jared… Le gustaba el nombre. Lo pronunciaba con mucha facilidad. Era un nombre con una fuerza especial.
Por fin, seleccionó unos vaqueros de diseño que se le ajustaban justo donde decía el anuncio y una camisa de seda color amarillo claro con el cuello en uve. Iba tan informal que su padre no sospecharía nada. Jared estaría tan ocupado comiendo que no le prestaría ninguna atención. Así que, ¿por qué se estaba molestando? No podía esperar a ver el precioso conjunto que Erica llevaría puesto a aquella pequeña cena familiar. Sin duda, Vogue había publicado algún conjunto que costaría una fortuna y que Erica, así como que no quería la cosa, tendría en su armario.
Tras unos ligeros toques del secador y otros cuantos con el rizador en las sienes, se sintió preparada. Se puso unas sandalias de esparto y salió del dormitorio sin mirarse una segunda vez al espejo. Ella era Cathy Bissette. A su juicio, no era hermosa, pero hacía lo que podía para sacarse partido. «Soy lo que soy», se repitió.
Bismarc estaba levantado y olisqueaba la puerta, esperando que lo dejaran salir. En aquel momento, Cathy oyó el ruido de la lancha que se acercaba al muelle.
– No, Bismarc, tú te vas a quedar aquí. No necesitamos otro incidente como el de esta mañana. Túmbate y sé un buen chico.
El perro lanzó una serie de gemidos y volvió al lado de la chimenea. Allí, se tumbó al lado de las macetas y apoyó la cabeza en las patas, aunque tenía las orejas levantadas, como si estuviera esperando que alguien llamara a la puerta. Cuando la llamada se produjo, volvió a gemir, pero se quedó donde estaba.
Cathy dio un suave silbido al ver a su padre entrar en la cocina, vestido con lo que él llamaba su camisa de golf. Ella sonrió y Lucas soltó una carcajada.
– En mí es un desperdicio, ya que ya sabes que no juego al golf, pero Erica no notará la diferencia. Te apuesto cinco dólares a que dice que es para jugar al tenis.
Lucas sonrió una vez más y abrió la puerta. Cathy miró al cuarto servicio que había puesto a la mesa y luego contempló a Jared Parsons, que estaba en el umbral. Al ver su aspecto, el pulso se le aceleró.
Una vez más, al verlo pensó que la ropa que llevaba puesta no había salido de la percha de unos almacenes. Llevaba unos pantalones blancos y una camisa de seda multicolor. Parecía cómodo y relajado, como si estuviera preparado para cualquier cosa. Entonces, sonrió, y extendió un ramo de hojas verdes y pequeñas florecillas.
– Por lo general, consigo llevar algo mejor cuando me invitan a cenar, pero no he podido encontrar otra cosa con tan poco tiempo.
– Menos mal que ninguno somos alérgicos -comentó Lucas-. Eso es hierba lombriguera.
Jared se encogió de hombros.
– La señorita Marshall no ha podido venir y quiere que presente sus disculpas -dijo con pausa, observando a Cathy para ver su reacción.
Ella bajó los ojos, sin querer que él viera el alivio que se le dibujó en la mirada, y tiró el ramo de malas hierbas a la basura.
– Siéntate, Jared -dijo Lucas-. ¿Te apetece algo de beber? He traído un poco del whisky casero de Jeff Gallagher para la ocasión.
– Papá, no le irás a dar eso, ¿verdad?
– Claro que sí, quiero ver de qué pasta está hecho y la mejor manera de hacerlo es darle a probar la especialidad de Jesse. Por estas partes, si puedes tomarte media jarra, indica que eres un hombre.
Bismarc volvió a gemir y empezó a rascar el suelo. Si había algo que le gustara era ver la jarra de Jesse Gallagher y unas cuantas gotas en su plato.
– Mira a este perro -dijo Lucas, señalando a Bismarc-. Puede beber más que nosotros en menos de una hora y todavía ponerse de pie.
– Eso es porque tiene dos pies más que tú, papá -comentó Cathy. Le estaba gustando el escrutinio tan detallado al que la estaba sometiendo Jared.
– ¿Estamos hablando de beber en grandes cantidades o de sólo un trago de buenos amigos? -preguntó Jared.
– Bueno, hombre, es lo que uno quiera que sea. Tenemos la noche entera por delante. Lo único que tenemos que hacer es cenar lo que Cathy nos ha preparado y, después, estaremos solos.
Bismarc se acomodó a los pies de Jared y se puso a observarlo con ojos llenos de adoración. «Podría llevarse al perro con él y Bismarc ni siquiera se pararía a pensárselo», pensó Cathy, algo molesta.
De hecho, estaba encajando en aquel ambiente demasiado bien. Allí estaba, sentado en su cocina como si hubiera estado allí toda la vida, bebiendo el whisky de Jesse Gallagher como si lo hubiera hecho desde que nació y charlando con su padre sobre un tema del que muy pocas personas podían hablar, es decir, de un escritor llamado Lefty Rudder.
– No te lo vas a creer, Jared, pero tengo todos los libros que escribió Lefty Rudder. Ese hombre sabía todo lo que hay que saber sobre el mar y los barcos. Sabía manejar las palabras de un modo que desconocen los jóvenes escritores de hoy, con la posible excepción de Teak Helm. Es lo más parecido a Lefty que me he encontrado nunca.
– Me temo que tendré que poner un pero a esa afirmación, Lucas. He leído a Rudder y a Helm y creo que Teak Helm es mucho mejor que Rudder. Éste último insistía mucho en la narrativa. Si tomamos Las brumas del mar, por ejemplo, ahí se ve muy claro. No pude meterme en ese libro hasta el cuarto capítulo. Un autor tiene que atraer la atención del lector desde la primera página, desde el primer párrafo, y eso es lo que hace Helm. Te mete en la narración y no te suelta hasta el último párrafo. Por supuesto, eso es sólo mi opinión.
– No podría estar más de acuerdo con usted, señor Parsons -dijo Cathy, mirando con fijeza a su padre. ¿Qué mosca lo había picado? Adoraba a Teak Helm tanto como ella.
– ¿No me puedes llamar Jared como hace tu padre? Y, si no te importa, yo te llamaré Cathy -afirmó él. Ella se encogió de hombros, pero, en el fondo de su ser, supo que no le importaba en absoluto.
– ¿Eres admirador de Teak Helm? -le preguntó, con curiosidad.
– Creo que se podría decir que sí. He leído y admirado todos sus libros. No tengo mucho tiempo para la lectura, pero cuando lo hago, prefiero leer una de las aventuras de Helm a otra cosa. En realidad, considero que es un lujo poder sentarse y leerlo tan solo por placer.
– La cena está lista -anunció Cathy, sentándose en la silla que Jared le sostenía. No prestó atención a la sonrisa de su padre.
Todo estaba perfecto. La mesa, la comida, el vino… Aunque era casi seguro que ninguno de los dos hombres apreciaría aquel buen caldo después del brebaje de Jesse.
– Dime, Cathy, ¿a qué te dedicas? ¿Estás de vacaciones o vives aquí todo el año?
– ¿Yo? -preguntó ella, al tiempo que miraba rápidamente a su padre-. Yo me dedico al marisqueo con mi padre -añadió. Lucas tomó un sorbo de vino y empezó a toser-. ¿Te encuentras bien, papá?
– Sí, sí. Es que se me fue por el otro lado -respondió, encogiéndose de hombros.
Lucas decidió que, si su hija quería fingir que era una de las marisqueras, él no era quién para intervenir. Cathy siempre tenía un motivo para hacer las cosas. Entonces, miró a Jared y le dijo:
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