– Mi opinión personal es que Teak Helm ha estado utilizando el trabajo de Lefty Rudder. Ya sabes que te he dicho que he leído todos los libros de Lefty y me parece que Helm se dedica a tomar los mismos argumentos, a los que sólo añade un giro nuevo de vez en cuando. Y como escribe en primera persona, son sus aventuras. Por supuesto, no puedo demostrarlo, ni tengo intención de hacerlo, pero es mi opinión.
– ¡Papá! ¿Sabes lo que estás diciendo? -gritó Cathy, muy molesta.
– Claro que lo sé y he dicho que es mi opinión.
Jared Parsons había dejado de comer. Su rostro era una máscara de furia controlada. Su voz, cuando habló, fue mortal.
– La opinión que acabas de expresar nunca debería decirse ante testigos. Si yo la diera a conocer, podría proliferar como los hongos y dar al traste con la reputación de un hombre.
– Tiene razón, papá. ¿Cómo has podido decir una cosa semejante? -replicó Cathy, enojada con su padre y asombrada por la vehemencia que había notado en la voz de Jared cuando defendió a Teak Helm.
– Cuando queráis poner a prueba esta opinión, estoy dispuesto a señalaros las similitudes. Ya os he dicho que tengo todos los libros que escribió Lefty Rudder y Cathy tiene todos los que ha escrito Helm, pero, dado que nadie está de acuerdo conmigo, no importa -añadió Lucas mientras se levantaba de la silla-. Voy a ir a casa de Jesse un rato. Le han instalado la televisión por cable y hay una película que me ha invitado a ver. Y, Parsons, yo tenía razón en cuanto al motor. Las piezas de la bomba de agua y del tubo de escape estarán aquí dentro de cuatro días, quizá cinco. He hecho todo lo que he podido. Si quieres enviar a tus hombres a cabo Fear para que vayan a recoger ese generador, estaré encantado de prestarte mi furgoneta. Bueno, divertíos. Guárdame un poco de ese pastel, Cathy.
Ella parpadeó, miró con fijeza a Jared y se quedó boquiabierta ante la grosería que acababa de cometer su padre. Jared controló su enojo y forzó una sonrisa. Ella pensó que debería decir algo para defender a su padre, pero no se le ocurrían las palabras para hacerlo. En vez de eso, se levantó y retiró los platos de la cena.
– ¿Te apetece un trozo grande o pequeño? -le preguntó.
– ¿De qué?
– De pastel. ¿Quieres un trozo grande o pequeño?
– En realidad, preferiría tomarme sólo las fresas -replicó Jared, con voz tensa.
Mientras Cathy le servía las fresas, lo observó de soslayo. Sentía la garganta muy seca y el corazón estaba revoloteándole en el pecho como un pájaro enjaulado.
– Dime, Jared, ¿a qué te dedicas tú? -le preguntó, con la intención de borrarle la expresión airada del rostro.
– Me dedico a las ventas. Oferta y demanda. Ese tipo de cosas -respondió, muy escueto.
– Y luego envías las facturas -musitó ella mientras iba a la encimera para recoger la nata.
– Lo siento, ¿qué has dicho? -quiso saber él. Tenía el ceño fruncido.
– Nada -respondió Cathy, sin querer darle importancia-. Me estaba preguntando en voz alta qué película habrá ido a ver mi padre. ¿Qué tal están las fresas?
– Deliciosas. Y la cena ha sido extraordinaria. He comido en algunos de los mejores restaurantes del mundo y te puedo decir con sinceridad que esta cena ha sido una de las mejores que he comido nunca. Ahora ya sé por qué ganaste el primer premio por tu receta.
Ella se echó a reír.
– En realidad, es por la cazuela -dijo, casi sin darse cuenta.
¿Por qué había tenido que decir aquello? Era un secreto guardado durante mucho tiempo, el éxito de su guisado de cangrejos y lo había revelado casi sin pensar. ¿Estaría buscando que aquel desconocido le diera una palmadita en la cabeza por su receta?
Bismarc se acercó a Jared y empezó a darle con la cabeza en la pierna. Entonces, el perro se dio la vuelta y miró fijamente al hombre.
– Suelo llevarlo a correr a lo largo de la playa a estas horas. Supongo que cree que esta noche lo vas a llevar tú. Se ve que te ha tomado mucho aprecio -añadió, algo a la defensiva.
– Entonces, llevémosle a dar su paseo -dijo Jared, levantándose de la silla-. Me gusta pasear después de cenar, algo que no tengo la oportunidad de hacer cuando estoy en un barco. Puedes recoger todo esto más tarde.
– ¿Ah, sí? -le espetó ella-. Has cenado aquí, así que lo mínimo que puedes hacer es ofrecerte a ayudar.
– Eso es cosa de mujeres -replicó él, con frialdad-. Vámonos antes de que a este perro le dé un ataque.
La había agarrado del brazo. La respiración de Cathy se aceleró al sentir el roce de la piel de Jared. Contuvo el aliento. Al oír aquel sonido, Bismarc se interpuso entre ellos para separarlos. Así mostró a Jared que, a pesar de que pudiera sentir simpatía por él, Cathy era su dueña.
– ¡Qué perro más listo tienes! -exclamó él, mientras acariciaba la oreja del animal.
– Entre otras cosas -dijo ella. Cuando abrió la puerta para que el perro saliera corriendo, Bismarc esperó sin apartar los ojos de su ama-. Venga, Bismarc -añadió al ver que el perro no se movía, sino que gemía suavemente-. Si me atrapas un siluro, te lo cocinaré para desayunar.
Al oír aquellas palabras, el perro salió disparado, sin necesidad de que lo animara más.
– ¿Puede pescar un siluro a oscuras?
– No, pero él no lo sabe. Además, lo hice para quitármelo de encima.
Jared se echó a reír. Las ondas de aquel sonido vibraron a través del cuerpo de Cathy. De repente, le agarró la mano.
– ¡Te echo una carrera hasta el muelle!
– ¡De acuerdo! -exclamó ella, soltándose de inmediato.
Ella echó a correr a toda velocidad, pero, a mitad de camino, él la alcanzó y la pasó. Antes de que ella pudiera llegar al muelle, Jared se detuvo y se giró, colocándose con los brazos abiertos. Cathy no pudo hacer nada para evitar chocarse contra él. El fuerte abrazo de él evitó que se cayera.
– No es justo. Habías dicho hasta el muelle.
– He cambiado de opinión -bromeó-. Además, no quiero cansarte y darte una excusa para no recoger la cocina.
– Animal -comentó ella, con una sonrisa-. No eres mejor que Bismarc. Comer y correr.
Deseaba de todo corazón que Jared la soltara. Su cercanía le estaba produciendo sensaciones extrañas y hacía que le resultara imposible recuperar el aliento.
Como si sintiera lo que ella estaba pensando, él le rodeó los hombros con el brazo y pasó así con ella a lo largo del muelle. En la distancia, las luces del Gitano del Mar III brillaban en la oscuridad.
– Es una pena que la señorita Marshall no haya podido venir a cenar -murmuró, con la esperanza de que Jared explicara el porqué de la ausencia de Erica.
– No quería que viniera y se lo dije.
Cathy se apartó de él y lo miró a los ojos.
– ¿Y tan acostumbradas están las mujeres a hacer lo que dices? Se la invitó a cenar y habría tenido todo el derecho de venir a mi casa si hubiera querido, a pesar de lo que tú le dijeras -lo espetó, con un desafío en la voz.
– Sí, por lo general me salgo con la mía en lo que respecta a las mujeres.
– ¿Y por qué es eso? -le preguntó Cathy, llena de furia.
– Porque espero que así sea. Y también porque estoy muy seguro de mi habilidad para satisfacer a una mujer de otras maneras, mucho más placenteras, que la hagan olvidar mis defectos.
Cathy se sonrojó rabiosamente. Agradeció la oscuridad que, poco a poco, iba cayendo por la costa.
– ¿Eres siempre tan presumido? -replicó, apartándose de él hasta que casi estuvo al borde de los ajados tablones de madera que cubrían el suelo del muelle.
– ¿Presumido? Yo prefiero decir seguro de mí mismo -comentó él, con una sonrisa en los labios. Entonces, la miró de un modo como si quisiera penetrar en su alma.
Cathy casi podía entender por qué estaba tan seguro de sí mismo y del efecto que producía en las mujeres. Tenía la belleza de un príncipe y la sonrisa de un pícaro. Sus anchos hombros parecían una muralla que la aislaba de la oscuridad y poseía la gracia de una pantera. Se dio cuenta, para su propia desolación, que ella misma se estaba viendo muy afectada por su presencia y por el magnetismo que irradiaba. Era todo virilidad y masculinidad, aunque tenía los rasgos de un travieso muchacho. Jared Parsons siempre seguiría siendo joven, a pesar de los años que pasaran por él. Su encanto era infinito.
Consciente de que estaba sucumbiendo a su influjo, Cathy apartó los ojos de él y puso distancia entre ambos. En su celeridad por hacerlo, se acercó con gran peligro al borde del muelle y estuvo a punto de perder el equilibrio.
Con los rápidos reflejos de un gato, él la agarró y la apartó del peligro, estrechándola con fuerza contra su pecho. Cathy notó la fuerza que su esbelto y firme cuerpo poseía.
– ¿Ves a lo que me refiero? -preguntó Jared, en voz muy baja-. Las mujeres tan solo me caen entre los brazos…
Tenía la boca muy cerca de la oreja de Cathy, por lo que la voz parecía resonar por todo su ser. Nunca en toda su vida se había sentido tan impresionada por un hombre. Se aferró a él, sintiendo que el deseo se apoderaba de ella como una potente ola.
– Esta mujer no -protestó, aunque la voz le salió con muy poco convencimiento-. Para que yo cayera entre tus brazos, haría falta mucho más que una caída al río…
– Tal vez serviría con esto…
Sintió que se acercaba más y se inclinaba sobre ella. Encontró su boca y la besó, con dulzura al principio y, entonces, cuanto el traidor cuerpo de Cathy respondió con una voluntad propia, el beso se hizo más profundo y sensual. Los brazos se fueron estrechando cada vez más a su alrededor y sintió cómo Jared empezaba a moldearla contra su cuerpo. Los sentidos de Cathy se despertaron. Fueron conscientes de las aguas de ébano que había bajo sus pies, de la suave y oscura noche y del brillo de las estrellas que se atrevían a relucir más que la luna. Las agujas de los pinos parecían susurrar el nombre de Jared, mientras que la suave brisa del mar los acariciaba y les refrescaba fas mejillas, creando un fuerte contraste con la calidez que reinaba entre sus labios.
Le acarició la mejilla con sus masculinos labios, con una caricia tan suave como las alas de una mariposa, y fue a encender una llama sobre la suave piel que ella tenía debajo de la oreja. El deseo y la pasión le lamieron las venas como un fuego abrasador. Cathy se aferró a él, sintiendo una respuesta de abrumadora intensidad a través de su cuerpo.
Cuando Jared la soltó, ella se había quedado sin aliento. Era incapaz de comprender las emociones que se habían abierto paso en su interior.
– ¡No tenías ningún derecho a hacer eso! -protestó, al tiempo que él le rodeaba el cuello con sus largos dedos y la hacía levantar la cara para enfrentarse a él.
– No creo que tu cuerpo esté de acuerdo contigo -dijo, con una profunda risotada que resonó en los oídos de ella. Aquella risa no tenía nada del niño y sí todo del hombre.
Antes de que pudiera volver a capturarle los labios, Cathy se zafó de él y salió corriendo, sabiendo que debía poner distancia entre aquel hombre y ella, un hombre que podía hacer que el pulso se le acelerara y que el corazón le latiera a toda velocidad. Un hombre que podía hacer que se olvidara de sus principios y que conspirara con él para su propia seducción.
Oyó unos pasos que la perseguían. Se oyó gritar y creyó ver una raya roja que saltaba a través de los árboles para colocarse en el muelle. Bismarc empezó a ladrar con ferocidad, impidiendo a Jared que avanzara mientras que su ama escapaba.
Sintiéndose más segura por aquel gesto de Bismarc, Cathy se detuvo y se dio la vuelta.
– Mantente alejado de mí, Jared Parsons. Lo sé todo sobre los hombres como tú y no me interesa saber más. ¡Mantente alejado de mí! ¡No quiero volver a verte!
Él se colocó las manos en las caderas y soltó una risotada profunda, que parecía burlarse de las palabras de Cathy.
– Eso es imposible, señorita Bissette. Tu padre me ha invitado a ir a marisquear con vosotros mañana por la mañana. Creo que no será necesario decir que he aceptado encantado.
Capítulo Tres
Como siempre se levantaba temprano, Cathy pensó que aquella mañana en particular era igual que las otras. Si sus movimientos eran un poco menos ágiles, si su mente estaba un poco aturdida, lo achacó al hecho de que parecía estar acercándose una tormenta.
Bismarc gruñía a los pies de su cama. Era hora de salir a dar un paseo, por lo que el animal tiraba impaciente de la colcha de la cama para mostrar su irritación. Con rapidez, Cathy se puso unos pantalones cortos y una camisa, que se anudó a la cintura. Era mejor darse prisa. Todavía tenía que recoger lo de la noche anterior antes de poder comenzar con el desayuno.
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