Temía tener que encontrarse con su padre, tener que escuchar cómo hablaba de su tarde con Jesse, de la película que habían visto, para luego preguntarle sobre su propia velada con Jared. Sabía que Lucas le dedicaría ciertas miradas que no le gustaban cuando viera el estado desastroso en el que se encontraba la cocina. Nadie en Swan Quarter dejaba los platos de la cena sobre la mesa.

– Creo que estoy viviendo bajo una nube negra, Bismarc. ¿Te da la sensación de que hay algo ahí fuera dispuesto a apoderarse de mí?

El setter gimió impaciente, ansioso por salir al exterior.

Ya en el muelle, Cathy se sentó en el suelo, con las largas piernas plegadas contra el pecho y el viento azotándole la cara. La bruma que cubría el agua parecía estar girando hacia el norte y cubría por completo el yate de Jared. Bismarc estuvo un rato caminando por la playa y luego se acercó a su ama.

– ¿Recuerdas que te estaba hablando de una nube negra? -le preguntó ella-. Bueno, pues creo que es mejor que vaya a por un paraguas porque, si no, me voy a ahogar en la lluvia de mis propias emociones. Y con eso no me refiero a la tormenta que se acerca. Al menos, hoy me veré libre de su compañía. Seguro que papá no sale hoy a pescar.

Bismarc se sentó a su lado tranquilo, jugueteando con los rizos de bruma que los envolvían de vez en cuando. De repente, empezó a gruñir y se puso de pie, con las orejas bien erguidas.

– Está ahí fuera y nos está observando. Eso es lo que estás tratando de decirme. Puede vemos, aunque nosotros no podamos verlo a él. Es insufrible, Bismarc. Si hay algo que conozco muy bien son las personas. Las hay de dos clases. Los que dan y los que toman. Jared Parsons es de los que toman. Creo que va a adueñarse de mí y añadirme a su colección de mujeres. Ese machista presumido, insufrible y arrogante Tal vez Erica quiera dárselo todo a él, pero Cathy Bissette no -añadió. Entonces, soltó una carcajada y abrazó al perro-. Lo que estoy diciendo es que Jared Parsons puede irse a pescar a otro arroyo y, ¿sabes otra cosa, Bismarc? Cuando regresemos a casa, voy a llamar a Dermott McIntyre y le voy a preguntar si quiere ir conmigo al picnic del cuatro de julio. Incluso dejaré que me dé un beso de buenas noches. Venga, vámonos de aquí. Va a empezar a diluviar en cualquier momento. Si tenemos suerte, espero que se moje mucho en su cubierta.

Mientras regresaban a la casa, Bismarc aulló con fuerza para mostrar su protesta por tener que regresar a la casa.

– He limpiado todo lo que dejaste encima de la mesa -gruñó Lucas Bissette, mientras servía una taza de café a su hija y le colocaba un plato de tostadas encima de la mesa-. Debiste divertirte mucho si no tuviste tiempo de limpiar la cocina.

Cathy se sentó y tomó un sorbo de café. Entonces, le contó a su padre cómo había sido su velada con Jared. De repente, la silla en la que estaba sentado Lucas hizo un fuerte ruido, al tiempo que este se inclinaba sobre la mesa y miraba a su hija con intensidad.

– Para ser una chica que se gana la vida en la ciudad de Nueva York, y que se considera una mujer inteligente, se me escapa por qué estás armando tanto jaleo por una simple invitación.

– La mayoría de los padres -replicó, con fuego en sus ojos verdes-, reaccionarían de un modo muy diferente si su única hija les dijera que un rico playboy trató de seducirla a la orilla del río. ¿O es que crees que soy tan fea y poco atractiva que ningún hombre haría nada como eso? ¿Es que piensas que estoy mintiendo?

– ¡Mujeres! Eres igual que tu madre No haces más que intentar ponerme palabras en la boca que yo no he dicho -afirmó Lucas. Entonces, le tocó suavemente el hombro con su callosa mano-. No, no creo que seas fea o poco atractiva y tampoco pienso que estés mintiendo. Sólo creo que tienes miedo de los hombres, y de Jared Parsons en particular, porque él despierta algo en ti de lo que sientes pánico. Él no es el hombre corriente al que tú estás acostumbrada. Creo que podrías haber exagerado lo que ocurrió anoche. No estoy diciendo que Parsons no sea un playboy. Te ve como una mujer deseable y hermosa, y no como la clase de mujeres a las que está acostumbrado. Ha reaccionado como un hombre. ¿Es eso tan terrible?

– Es evidente que estás de su parte, ¿por qué no dejamos el tema? Gracias por haber recogido los platos -dijo Cathy, con sequedad.

– No hay de qué. Voy a bajar al muelle para ver cómo está todo. Hay un viento terrible. ¿Qué vas a hacer tú?

– Voy a sentarme con las galeradas de Teak Helm y no voy a parar de leer. Aunque, pensándolo bien, creo que voy a tomar la furgoneta y me voy a ir a la ciudad para comprar algunas cosas.

– No te puedes llevar la furgoneta, Cathy. Le dije a Parsons que sus hombres podían llevársela para ir a Nags Head y ver allí si podían comprar las piezas que necesitan para el motor.

Ella estaba que trinaba. Tenía razón al principio, cuando dijo que una nube negra flotaba sobre su cabeza y estaba bajando cada vez más. Irguió la espalda y salió de la cocina, con Bismarc pisándole los talones.

Su ira se evaporó en el momento en que sacó las galeradas de Teak Helm. Eran las dos de la tarde cuando notó que tenía los músculos agarrotados y que el sol estaba brillando en el cielo. Había empezado a hacer mucho calor y le apetecía un refrescante baño.

Con mucho cuidado, dejó las galeradas muy ordenadas encima de la cama y se puso enseguida el traje de baño, un sencillo biquini de lycra verde hierba. Como no disponía de la furgoneta, tendría que llevarse la vieja bicicleta para poder ir a su cala favorita. Con rapidez, tomó una toalla de playa, que echó a una brillante bolsa a juego con el color del biquini, y un par de sandalias. En el último momento, echó también su radio portátil y un tubo de óxido de zinc para protegerse la nariz de los rayos del sol. Por último, echó unas cuantas páginas de las galeradas y se dispuso a marcharse.

Bismarc le mordisqueó con suavidad la pierna y la empujó hacia el frigorífico. Cathy sacó una bolsa de galletas Oreo y las mostró al animal, que ladró para mostrar su aprobación.

– Vamos a la cala, Bismarc. ¡El primero que se meta en el agua se queda con la bolsa entera!

El perro entró en el agua a la vez que Cathy apoyaba la bicicleta contra un pino.

– Como sé que no eres egoísta, las compartirás conmigo -dijo, agitando la bolsa de las galletas en el aire.

Bismarc no le hizo ni caso y se zambulló en el agua. Cathy miró a su alrededor para asegurarse de que estaba sola en aquel lugar secreto, en el que el agua era fresca y tranquila y el sol se filtraba a través de los árboles. Era un lugar perfecto para bañarse desnuda. Presurosa se quitó el biquini y se lanzó al agua. Entre risas, empezó a jugar con su perro, salpicándolo y zambulléndolo como habían hecho cuando ella era una niña y Bismarc un cachorrillo.

– ¿Bañándose desnuda, señorita Bissette?

No fueron las palabras, sino el timbre de su voz lo que dejaron atónita a Cathy. ¿Cómo la había encontrado? ¿Es que estaba espiándola, siguiéndola para terminar lo que había empezado la noche anterior? Trató de hablar pero no consiguió pronunciar palabra alguna. Entonces, lo vio, de pie a la orilla del río.

– ¿Vas a quedarte ahí todo el día, señorita Bissette? -preguntó, con soma.

– Durante días, si es necesario -respondió ella, encontrando al fin su voz-. ¿Cómo has encontrado esta cala?

Sabía que Jared estaba disfrutando aquellos momentos. Las cosas empeoraron cuando Bismarc la abandonó al ver que él empezaba a abrir la bolsa de galletas. Le entregó una al perro y luego se agachó, observándola con los ojos entornados.

De vez en cuando, le daba un bocadito a una galleta, sin dejar de mirarla. Iba a esperar hasta que ella se cansara, hasta que Cathy tuviera que salir del agua porque estaba más arrugada que un periódico del día anterior. También vería todo el óxido de zinc que ella se había untado por la nariz. Sabía que su secretaria no lo utilizaba. La gente con la piel perfecta no necesitaba protección para el sol.

Bismarc sacó otra galleta de la bolsa y se la comió. Al hacerlo, el montón de papeles de las galeradas de Teak Helm se esparcieron por la toalla que Cathy había extendido en la arena. Ella vio, enfurecida, cómo Jared recogía las hojas de papel y las miraba.

– ¡Aparta las manos de esos papeles! -gritó ella-. Bismarc, échalo de aquí.

Él se echó a reír, lo que hizo que la cabeza de Cathy diera vueltas.

– Tal vez este animal sea un campeón de campeones, un firme defensor de la virtud de la mujer, además de cazar pájaros como nadie. Pero, en estos momentos, es lo suficientemente listo como para saber quién tiene lo que le gusta, es decir, las galletas -dijo él, soltando de nuevo la carcajada-. Me apostaría cualquier cosa a que se le podría entrenar para que atacara por uno de esos deliciosos bocados.

Tenía razón. Bismarc haría cualquier cosa por una galleta.

– Tú -tartamudeó Cathy, mientras trataba de mantenerse a flote.

– Machista insufrible, insoportable, presumido y arrogante -dijo él, continuando la frase. Entonces, se echó a reír y le dio al perro otra galleta. A continuación, se puso de pie y, tras colocarse las manos en las caderas, sonrió-. Estás empezando a estar un poco arrugada. Es mejor que salgas. Y, para mostrarte lo caballeroso que soy, me daré la vuelta.

– ¡Nunca! -lo espetó Cathy-. Tarde o temprano vas a quedarte sin galletas y entonces es mejor que tengas cuidado. Bismarc te hará pedazos.

Ella lo contempló con tristeza. A pesar de todo, no pudo dejar de admirar su esbeltez, aquel bronceado torso resaltando por encima de los pantalones blancos que llevaba puestos. Recordaba muy bien aquellas piernas tan fuertes contra las suyas. Tenía que salir del agua, engañarlo de algún modo para que ella pudiera escapar de él. Con deliberación, tomó una bocanada de agua y empezó a toser y a escupir.

– ¡Me ha dado un calambre! ¡Bismarc, ayúdame!

Otra bocanada de agua y más toses. El perro no le hizo ni caso porque estaba masticando una galleta. De soslayo, miró a Jared mientras se hundía en el agua. Vio que él se tensaba y se acercaba a la orilla del río.

Desde debajo del agua, oyó cómo entraba vadeando la corriente hasta que consiguió la profundidad necesaria como para poder nadar. Cathy siempre se había considerado una buena nadadora, pero no era rival alguna para las fuertes brazadas de Jared. La tuvo contra su pecho en cuestión de minutos.

– Eres una mujer muy hermosa -susurró mientras la devoraba con la mirada. Cathy se echó a temblar y trató de separarse de él, pero no pudo hacerlo-. Estás helada -añadió, suavemente-. ¿O no?

Ella luchó por zafarse de sus manos. El rostro le ardía y su genio empezó a aflorar. Había tenido la intención de atraer a Jared para que se metiera en el agua y, mientras él estaba nadando hacia ella, dirigirse veloz A la orilla y cubrirse con la toalla. Se dio cuenta de lo estúpida que había sido por haber pensado que él no era un excelente nadador, cuando sobresalía en todo lo demás.

A medida que sus intentos por soltarse se fueron incrementando, se levantó involuntariamente en el agua y dejó que su torso desnudo se hiciera visible. Al mirar a Bismarc, se dio cuenta que no le iba a prestar ninguna clase de ayuda dado que tenía la bolsa entera de galletas para él sólo. Como Jared le había dado de comer, no veía ningún motivo para preocuparse. Cathy decidió que, después de todo, Bismarc no era el perro más listo del mundo. Al ver lo inútil de sus intentos, dejó de luchar.

– ¿Te has resignado a que te rescaten? -preguntó él, con una sonrisa-. Admítelo -añadió, mientras la estrechaba contra él, haciendo que ella fuera consciente de su fuerte y esbelto cuerpo-. Me has engañado para que entrara en el río porque no tenías el valor de salir-. Admítelo

Repitió aquella última palabra con la boca pegada a la oreja de Cathy. Sus labios le acariciaban el lóbulo y parecían querer encontrar la suave piel que le cubría el inicio del cuello.

– Tenías miedo de ir a buscar lo que querías, así que cantaste la canción de la sirena y me empujaste a venir detrás de ti

Los brazos de Jared cada vez eran más posesivos, bloqueando toda vista y sonido excepto la realidad de sus caricias. Por fin, sus labios encontraron los de Cathy. Sabían al agua un tanto salada del río, frescos y húmedos. A pesar de todo, aquel beso la abrasó, asaltando sus defensas e imponiéndose a sus protestas. Sin saber lo que hacía, lo rodeó con sus brazos y sintió su poder y su fuerza. Se aferró a él como si estuviera e» un sueño. Su resistencia se deshizo como una tela raída. Sentía que las manos de Jared se le enredaban en el cabello, que sus labios le buscaban el cuello y empezaban a deslizarse aún más abajo