Cathy se puso rígida. Pensaba que Pensaba que Creía que lo había atraído al agua para que le hiciera el amor. ¡Imposible! Levantó la mano y, al mismo tiempo, empezó a patalear, lo que hizo que él perdiera el equilibrio. Entonces, se sumergió y volvió a salir a la superficie tan lejos como pudo de él. Se sentía cansada y sabía que no podría llegar a la orilla antes que él si Jared decidía perseguirla. Al mirar hacia atrás, se dio cuenta que aquello era justo lo que él estaba haciendo. Tenía una expresión vengativa en los ojos. Sin embargo, Cathy no estaba dispuesta a rendirse con tanta facilidad.

– Mantente alejado de mí -gritó. Sin querer, se hundió un poco y tragó una bocanada de agua. Antes de que pudiera reaccionar, Jared estaba a su lado, sujetándole la cabeza por encima del agua con una mano mientras que con la otra la agarraba de la cintura. Los ojos de Cathy se llenaron de lágrimas al darse cuenta de lo que se le venía encima.

– Por favor -suplicó-. ¡Suéltame! Yo no Yo solo quería alejarme de ti. No quería esto. Suéltame.

Al ver las lágrimas que tenía en los ojos, Jared frunció el ceño. No podía ser No en estos tiempos ¡Virgen!

Ella lo miró a los ojos y supo de inmediato lo que él estaba pensando. Se sintió avergonzada, como una niña pequeña. Entonces, de repente, la ira se apoderó de ella y decidió defenderse de la mofa silenciosa a la que Jared la estaba sometiendo.

– Sí, soy virgen, y tengo la intención de seguir siéndolo hasta el día en que me case. Si eso me hace parecer una mojigata a tus ojos, no me importa. Verás, señor Parsons -lo espetó, haciendo que su apellido sonara como una enfermedad-, soy consecuente con mi decisión. Debe sorprenderte mucho encontrar que existe al menos una mujer que se resiste a tus encantos. ¡Y ésa soy yo!

Con eso, se dio la vuelta y se dirigió a la orilla del río con firmes brazadas a pesar de que el corazón le latía a toda velocidad y de que tenía la respiración entrecortada.

Jared no la siguió, pero Cathy sintió que no dejaba de mirarla. Ella lo observó desde la orilla, mientras se ponía la parte de abajo del biquini y se colocaba la de arriba. Recogió sus cosas, sin dejar de mirarlo y se dispuso a marcharse. Como le quedaban cuatro galletas en la bolsa, Bismarc aulló de desolación al ver que ella se montaba en la bicicleta y se alejaba de allí. De mala gana, la siguió, esperando que se le cayera alguna galleta por el camino.

Aunque Cathy sabía que Jared no la estaba siguiendo, pedaleó con furia, a pesar de tener que ir esquivando las piedras del camino. En el último momento, antes de girar por la carretera que llevaba a su casa, decidió ir al pueblo a comprar algunas cosas que necesitaba de la tienda de comestibles. Sobre todo, por si acaso a Jared se le ocurría seguirla.

El centro de Swan Quarter estaba a menos de un kilómetro; así que Bismarc la siguió sin dificultad, aunque ella iba muy despacio para que el animal pudiera andar a su lado. Pasó por el lugar donde atracaba el transbordador, que, a lo largo de todo el verano, llevaba turistas a la isla de Ocracoke. Algunos decían que, en ella, el infame pirata Barbanegra escondió su tesoro. A los pocos minutos, llegó al centro de la pequeña ciudad.

– Espera aquí, Bismarc -le dijo al perro, mientras apoyaba la bicicleta en el exterior de la tienda de ultramarinos-. Y no asustes a las viejecitas. Sé buen perro y te daré más galletas.

Minutos después, con sus víveres en la bolsa de playa, Cathy se montó en su bicicleta y volvió atravesar el pueblo. Tras mirar el sol, trató de calcular la hora. Había pasado mucho más tiempo del que hubiera querido en la tienda, hablando con el señor Gruber y con su esposa. Ella había insistido en que se tomara un helado con ellos y les hablara de Nueva York.

Cathy casi no se percató de la alta figura del hombre, pero la de la mujer era inconfundible. No podía haber confundido a la bella Erica con ninguna otra.

– Escóndete, Bismarc -susurró, mientras se metía a gran velocidad en un callejón cercano.

Entre las sombras del callejón, entre la tienda de ultramarinos y la ferretería, Cathy podía escuchar el sonido metálico de los altos tacones de Erica y el profundo timbre de la voz de Jared. ¡Se dirigían al lugar en el que ella estaba escondida! ¿Cómo habían podido llegar a la ciudad con tanta rapidez? Entonces, recordó la lancha y el muelle público. Se había marchado de la cala y había ido directo al yate, había recogido a Erica y habían vuelto a tierra. El muelle público estaba a pocos metros del pueblo.

Cathy sintió que el corazón le daba un vuelco. Por el sonido de sus voces, se acercaban al lugar en el que estaba Cathy. Si se daban cuenta de que se escondía como un delincuente en aquel callejón, parecería más tonta que nunca. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¡Una mujer hecha y derecha, escondiéndose!

– ¡Si tienes algo que decir. Erica, dilo! -exclamó Jared.

El tono de su voz estaba a años luz del que siempre utilizaba con Cathy. Él estaba furioso, más enfadado de lo que ella lo había creído capaz de estar.

Erica se detuvo justo al final del callejón. Allí, se giró para volverse a mirar a Jared.

– Muy bien. ¡Lo diré! No me gusta el modo en el que miras a esa tontaina. Tal vez yo sea lo que soy, pero nunca he sido mentirosa. Y por último, pero no por ello menos importante, no soy ninguna estúpida y no tengo intención de seguir representando el papel que tú quieres que haga. Una secretaria es una cosa, pero no esperes que me haga pasar por idiota. Esa mema no tiene nada de tonta. ¿Te acuerdas cuando vino el otro día al yate? Bueno, pues lo primero que me preguntó es a qué te dedicabas. Yo representé mi papel, pero créeme cuando te digo que no se lo tragó. Ni una palabra.

Cathy, escondida entre las sombras, vio cómo Jared se tensaba y entornaba los ojos.

– ¿Y qué le dijiste?

– Le dije que enviabas facturas. Imagínatelo. Si se supone que yo tengo cerebro, era la respuesta perfecta -se quejó Erica. Entonces, dio un paso al frente y se acercó a él-. Algo va mal, Jared. Algo se ha interpuesto entre nosotros. Dime que no me preocupe, miénteme si debes hacerlo -añadió, en tono de súplica. Al ver que él no respondía, recuperó la agresividad-. Es esa pazguata, ¿no? Te gusta esa chica y todos sus talentos para el hogar. ¿Cómo supones que será en la cama? ¡Si parece una tabla! ¿O es que no te has parado a pensar en eso? Si no crees nada más de lo que yo te diga, créete esto. Ésa está esperando un anillo y un vestido de boda.

Cathy sintió que el rostro le ardía. Sintió en su interior una rabia que nunca había pensado que fuera capaz de experimentar. ¿Cómo se atrevía a hablar de ella de aquel modo? ¿Una tabla?

– Ya basta, Erica. Tú no sabes más sobre esa chica que yo y, si hay algo que no he hecho nunca y que no voy a hacer, es seducir a niñas de dieciséis años.

– ¡Dieciséis! -exclamó Erica, muerta de risa-. ¡Dieciséis dices! Es mejor que añadas ocho o nueve años a ese número para tener su edad. Tal vez te parezca que tiene dieciséis años, pero no es así.

Cathy, desde su escondite, estuvo a punto de lanzar un grito. ¡Dieciséis años! ¡Incluso aquella tarde, cuando la había tenido entre sus brazos, había pensado que tenía dieciséis años! Los ojos le echaban chispas. La había visto desnuda, ponerse el bañador y, a pesar de todo, había creído que no era más que una adolescente. Se sintió humillada. Sabía que era muy delgada, pero nunca había creído que fuera una tabla o que pareciera escuchimizada. ¡Dieciséis años!

Erica dio un paso hacia Jared y le envolvió el cuello con los brazos.

– Me aburro, Jared. ¿No puedes meterle prisa a Lucas para que podamos marcharnos de este lugar? -ronroneó, acariciándole con suavidad la nuca-. Vámonos al yate Me siento sola y quiero que hagas algo al respecto Pronto, muy, muy pronto

Cathy no podía soportarlo más. No podía escuchar la voz de Erica, insinuándose a Jared de aquel modo. No podía aguantar ver las largas uñas pintadas de aquella mujer acariciando el cabello de Jared, justo como ella lo había hecho minutos antes, cuando habían estado abrazados en el agua. Con un grito silencioso, Cathy escondió la cara entre las manos. Le pareció una eternidad el tiempo que Erica y él tardaron en marcharse.


De vuelta en su habitación, Cathy lanzó la bolsa de playa y las compras encima de la cama. Sacó las hojas de las galeradas que se había llevado y las incluyó entre las que había dejado en su cuarto.

La casa estaba tranquila, casi tanto que la abrumaba. No quería estar a solas con sus pensamientos. No quería recordar lo que había visto desde el callejón. Se sentía burlada y tonta a causa de Jared Parsons y por haber sido traicionada por su propio perro.

– Tú -le dijo a Bismarc, mientras él olisqueaba la bolsa de playa-, venderías tu alma por una galleta -añadió, mientras el animal la contemplaba con ojos tristes-. Te quedaste allí sentado, poniéndote morado, mientras yo hacía el ridículo, en cueros como el día en que me trajeron al mundo. Además, admití que era virgen ante ese ese hombre. Ahora voy a tener que enfrentarme con él cuando vayamos a marisquear por la mañana. ¡Cómo voy a poder mirarle sabiendo que está pensando que tengo dieciséis años! ¡Lo odio! ¡Y tú vete también de mi vista!

Cathy se tumbó encima de la cama y se echó a llorar. Al principio, trató de reprimir las lágrimas, pero al final se rindió. Sollozó y resopló mientras golpeaba la almohada con el puño cerrado.

A los pocos minutos, y con mucha cautela, Bismarc se subió encima de la cama con ella. Cathy se había quedado dormida, con las lágrimas secas sobre las mejillas.

El perro gimoteó y trató de lamerle la mano, pero se rindió cuando ella se la apartó.

Descorazonado por su falta de atención, salió del dormitorio, pero no antes de que consiguiera sacar las galletas de la bolsa de playa.

Capítulo Cuatro

A lo largo de toda la noche, Cathy rezó para que lloviera. Lo último que quería en el mundo era pasarse el día en un pequeño bote con Jared Parsons y su «secretaria». Sin embargo, el cielo decidió no concederle aquel deseo y el día amaneció perfecto para ir a marisquear. El sol estaba realizando la promesa de un hermoso día y lanzaba sus rayos rojizos por el horizonte. Una fina bruma se estaba disipando gracias al calor y a una ligera brisa que mecía con suavidad las copas de los pinos.

Mientras Cathy se levantaba de la cama, Bismarc le empezó a pedir que lo sacara.

– Tranquilízate, Bismarc. Déjame que abra los ojos, ¿vale? -dijo ella. Sin embargo, el perro ladraba con estrépito-. ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Ya me doy prisa!

Con gran prisa, se quitó el pijama azul y se puso el traje de baño. Después, se vistió también con unos vaqueros y una camiseta.

– ¿Crees que puedo lavarme los dientes si me doy prisa?

Con sus zapatillas náuticas, especiales para andar por la cubierta de un barco, salió con Bismarc por la cocina hasta llegar al muelle. El rocío de la mañana hizo que los pies se le quedaran algo fríos. Sin embargo, el sol ya estaba muy alto en el horizonte y coloreaba el paisaje marino.

Antes de que pudiera llegar al final del muelle, escuchó el potente motor de la lancha de Jared. El alma se le cayó a los pies. Dado que no había tenido éxito en su deseo de pedir mal tiempo, había empezado a esperar que Erica y él se hubieran dormido y que su padre y ella pudieran salir en la trainera sin ellos.

Bismarc le dedicó una ruidosa bienvenida. Jared lanzó el amarre con una puntería perfecta y aseguró el barco a los pilares del muelle. Al verla, saludó con la mano.

– ¿Tienes el café preparado? -le preguntó.

Cathy se rebeló de inmediato. Era un ser insufrible Además, Erica iba sentada en la proa del barco, vestida como si acabara de salir de la portada del Vogue. El muy caradura le estaba preguntando a ella si tenía el café preparado Sabía que todos los de su tripulación habían ido a por el motor para el yate, así que eso había dejado a Erica y a Jared solos. Pero, si Erica no sabía preparar café ¿qué hacía? Cathy tragó saliva y se ruborizó. Prefería no pensar en lo que hacía la supuesta secretaria.

– ¡Eh! ¿Es que estás todavía dormida? Te he preguntado si habías preparado ya el café. ¿Es que no me has oído?

– Te he oído -replicó Cathy entre dientes-. Sabía que papá os había invitado a venir a pescar con nosotros, pero lo que no sabía era que también os había invitado a desayunar.

– No, a desayunar no. Yo sólo te he preguntado si habías preparado ya el café -dijo Jared con una sonrisa.