¡Era una mujer fría como el hielo! A pesar de sí mismo, estaba impresionado.

Entonces, ¿a quién habría llamado? ¿A Richard? Seguramente. Si era así, entendía por qué había parecido mucho más relajada por la mañana y más dispuesta a ayudar.

Casi se había convencido de que debía ser eso lo que había pasado cuando escuchó el sonido de un coche subiendo despacio por el camino. Dora no podría volver tan pronto a menos que se hubiera olvidado algo y Gannon se acercó con rapidez a la ventana. No, no era Dora. Era el coche patrulla. Había bromeado con Dora acerca de que el muchacho no tardaría en volver, pero no había esperado que lo hiciera tan pronto. ¡Si no eran más que las diez de la mañana!

Desde su punto de mira aventajado vio que lo seguía otra furgoneta de la policía. Dio un paso atrás y soltando una maldición, agarró a Sophie y bajó corriendo las escaleras antes de que le cortaran la retirada. La manta de la niña, ahora seca, estaba en el sofá. Tiró el teléfono y la agarró.

El camino conducía a la parte trasera de la casa y para llegar a la puerta principal tendrían que recorrer el camino que la rodeaba. Eso le daba unos momentos de ventaja y agachándose por el borde del seto e ignorando el dolor en las costillas se dirigió al refugio de un pequeño bosquecillo.

Se detuvo para recuperar el aliento y se secó el sudor de la frente. Sophie no hizo un sólo ruido. Había pasado por situaciones como aquella demasiadas veces como para llorar. Sólo se colgó de él y enterró la cara en el cuello de su americana rígida de miedo.

Uno de los hombres miró en dirección al bosquecillo y Gannon retrocedió despacio metiéndose entre el follaje. Y a cada paso maldecía a la chica que los había traicionado de manera tan calculada. ¿Habría pensado que la retendría como rehén si llegaba la policía? ¿Qué les habría contado?

Se desplomó contra el tronco. Apenas podía culparla. Pero le había dicho que haría lo que fuera por ayudarlo. Lo había mirado con aquellos ojos preciosos, había susurrado su nombre y él había querido creerla con toda su alma. ¡Dios, cómo había deseado creerla!

Observó cómo la policía rodeaba la casa. ¿Qué habría hecho ella? ¿Decirles que los llamaría cuando estuviera lejos de la granja?

El problema de comprar para una niña pequeña, descubrió Dora pasando las perchas de un anónimo centro comercial, era saber cuando parar. Había tanto y tan bonito para elegir, que le apetecía comprarlo todo. Pero por el momento, tendría que decidirse por lo funcional. Y ya que las niñas pequeñas parecían preferir los vaqueros, camisetas y playeras, se redujo a eso, pero con la ropa interior, se explayó y compró lo más bonito que encontró.

Escogió después un brillante impermeable con capucha y se lo pasó a la cajera. Entonces vio una muñeca de trapo. No era muy grande y tenía una mata de pelo negro que le recordaba tanto a Sophie que no pudo resistirse. Pagó con la tarjeta de crédito y se dirigió al coche.

Ni siquiera se extrañó de la tranquilidad con que firmó un cheque de quinientas libras cuando se pasó por el banco y esperó a que la cajera revisara su cuenta.

No era que Gannon le hubiera pedido el dinero, pero parecía que iba a necesitarlo. Por supuesto, no pensaba dárselo sin hacerle algunas preguntas.

El dinero estaría a salvo y fuera de su alcance hasta que le contara exactamente lo que estaba ocurriendo. ¿Dónde podría esconderlo? En su bolso no, desde luego. El sujetador era el sitio típico de las películas. Salió de su ensimismamiento cuando notó que la cajera estaba esperando.

– Perdone, ¿ha dicho algo?

– ¿Cómo quiere el dinero, señorita Kavanagh?

– Ah, en billetes de diez y veinte, por favor. No, espere. De diez mejor. Sólo de diez.

Contempló a la cajera contarlo y al ver el tamaño del montón, tuvo que contener una carcajada pensando en lo que hubiera abultado en el sujetador. Ya pensaría en un sitio al llegar al coche.

Se detuvo a comprar pan reciente y donuts y después en una librería. Los diccionarios y libros de frases estaban entre las guías y los mapas y pronto encontró lo que buscaba y lo posó en el mostrador al lado de los periódicos locales.

Entonces, al recoger el libro, vio el titular del primer periódico.

Avión robado realiza aterrizaje de emergencia en pleno campo.

Se quedó paralizada un momento sin enterarse de que la cajera le estaba dando la vuelta.

No podía ser Gannon. No. Aquello era demasiado melodramático. Aunque los sucesos de la noche anterior no podían definirse de otra manera.

Pero parecía ridículo. Gannon no podía haber robado un avión. Agarró un periódico. ¿Por qué iba a hacerlo?

Miró el libro de frases que tenía en la mano y la respuesta acudió a su mente al instante. Ella había estado en campos de refugiados y había visto a muchos niños como Sophie. Ella no era su hija. Era una refugiada. ¿Pero por qué un hombre robaría un avión para sacar a una niña de un campo de refugiados?

La respuesta era bastante sencilla. Ella había estado allí, había abrazado a los niños y había llorado por ellos y hasta había pedido a la organización que le dejaran adoptar a uno. Pero, ¿de qué podía servir adoptar a uno solo? ¿Y a cuál escoger? Los trabajadores voluntarios le habían convencido de que lo olvidara, que ya estaba haciendo lo suficiente por ayudarlos.

Pero Gannon no se había dejado convencer. Había actuado. Pero hasta el extremo de robar un avión…

Siguió mirando el periódico con la esperanza de equivocarse. Gannon se preocupaba de verdad por Sophie. Había notado la forma en que miraba a la niña y en la ternura de su voz al hablarla. Pero si la policía lo pillaba con ella seguramente la devolverían al campo. No les quedaría otra elección.

– La siguiente -dijo la mujer de detrás de ella.

– Perdone, estaba distraída.

– ¿Quiere el periódico?

– Sí, gracias.

Pagó y se fue al café más cercano, pidió un café y con una sensación de ahogo, abrió el periódico y empezó a leer.

A pesar del titular, el artículo sólo decía que el avión había sido robado en París y especulaba acerca de la identidad del piloto. Ella sí conocía la identidad. Pero, ¿robar un avión Gannon? ¿Qué tipo de hombre robaría un avión? Uno desesperado por escapar con una niña pequeña.

Sophie. Dora no se molestó en tomar el café. Dejó unas monedas, agarró las bolsas y salió corriendo.

Gannon observó a la policía rodear la casa y examinar la leñera y los edificios adyacentes. Los podía oír dando golpes en la puerta trasera y vio a dos oficiales apostarse frente a la puerta principal para impedir a nadie la salida por ella. Si hubiera salido un minuto más tarde, habría quedado atrapado.

Desde la distancia, escuchó el estallido de un cristal cuando lo rompieron. Sophie lanzó un gemido y la abrazó con más fuerza murmurando palabras suaves para tranquilizarla. Le dijo que estaba a salvo y que nunca la dejaría mientras no dejaba de maldecirse por haber confiado en Dora. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido?

Porque ella le había mirado con aquellos límpidos ojos grises y le había dicho que quería ayudarlo. Y como un idiota, él la había creído.

Dora aceleró en el camino de vuelta a la granja deteniéndose a pocos centímetros de donde estaba parado el coche de policía. La puerta de la casa, astillada y rota, estaba abierta de par en par.

El estómago le dio un vuelco. Habrían arrestado a Gannon y se habrían llevado a Sophie. ¿La arrestarían a ella por cómplice? Lanzó un gemido. Como Fergus tuviera que pagar su fianza para que la soltaran, no quería ni imaginarlo.

Si la arrestaban por dar refugio a un hombre buscado por la policía, sólo recibiría desdén por parte de su hermano. Pero, ¿había ido ella a la policía a denunciarlo? Oh, no. Había ido a sacar dinero del banco para dejárselo y a comprarle ropa a Sophie…

¡Por Dios bendito! Lo que le pasara a ella no tenía importancia. Era Sophie la que importaba. Y si encerraban a Gannon, ¿qué sería de ella? ¿Quién lucharía por ella?

Dora agarró con fuerza el volante. Pasara lo que pasara, no podía dejar que devolvieran a la niña al campo de refugiados. Aunque tuviera que pelear contra todo el gobierno inglés y toda la burocracia europea ella sola. Pero no podría ayudar a nadie si la encerraban.

Estaba temblando, pero no tenía nada que ver con que la estuvieran llamando desde el coche patrulla. Era pura determinación. Se preparó para la pelea mientras dos policías se acercaban a ella y sin esperarlos, salió del Mini y corrió hacia la puerta rota. No había señales de lucha. Todo estaba como lo había dejado.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó con indignación -.«Aquellos hombres eran policías, por Dios bendito. ¿Iba a mentirles?» Pero pensó en los horrores de los campos de refugiados y en Sophie. Por supuesto que iba a mentirles-. ¿Quién ha hecho esto?

La voz le salió temblorosa, pero eso estaba bien. Temblar era una reacción natural.

– Lo siento, señorita. Nos informaron de que un fugitivo podría haberse refugiado aquí.

– ¿Un fugitivo? -repitió ella antes de fruncir el ceño-. ¿Me está diciendo que han hecho esto ustedes?

Entonces habló el oficial mayor:

– Soy el sargento Willis, señorita. Y éste es el oficial Martin.

– Nos conocimos anoche.

– Sí, bueno, ¿podríamos entrar todos? Tengo un par de preguntas que hacerle, pero no tardaremos mucho. Pete, trae las compras de la señorita. Supongo que también querrá una taza de té.

– No es necesario. ¿Quién va a pagar estos destrozos?

El sargento no parecía intimidado, sino que señaló la puerta trasera y Dora entró con rigidez en el salón antes de volverse a él.

– Me gustaría que me dieran alguna explicación.

– El asunto es, señorita que como parte de la investigación de otro incidente, hemos tenido que investigar todas las alarmas que saltaron anoche sin explicación.

– ¿Y?

– Descubrimos por la empresa de seguridad Marriott que los señores Marriott están de viaje en Estados Unidos. Y la señora que limpia la casa nos dijo que estarían fuera seis semanas. Y usted le hizo creer anoche al oficial Martin que era la señora Marriott, lo que no es el caso -estaba siendo increíblemente educado, pero Dora sabía que esperaba respuestas convincentes-. Así que, quizá señorita, pueda empezar por explicarnos quién es usted y cómo tiene las llaves de esta casa.

Capítulo 6

Dora miró fijamente a los dos hombres. -¿Quiere decir que todo esto… -agitó la mano hacia la puerta destrozada-, se debe a que anoche no perdí el tiempo en corregir al oficial Martin cuando me confundió con mi hermana?

– ¿Su hermana?

Dora se dio la vuelta hacia Pete Martin. El joven había hecho su trabajo bien y no quería causarle problemas, aunque si tenía que decidir entre él y Sophie, no lo dudaría. Sin embargo, sería mejor disculparse.

– Quizá debería habérselo explicado, pero era tan tarde… y usted estaba tan ocupado. Soy la hermana de Poppy, Dora Kavanagh -extendió la mano hacia el joven y él la aceptó después de un momento de vacilación-. Me alegro de tener la oportunidad de darle las gracias por haber venido a inspeccionar anoche. Es muy tranquilizador ver la forma en que vigilan -hizo un gesto hacia la puerta-. Supongo que yo podría ser parte de una banda usando la casa de mi hermana como refugio.

– O ser retenida por un hombre desesperado contra su voluntad. Ya ha visto el periódico -dijo él señalando al periódico local-. Cuando no pudimos contactar por teléfono y vimos que había sido desconectado…

– ¡Oh, no! ¡No creerán…! -se llevó los dedos a la boca-. ¡Qué vergüenza! Estaba fallando y le quité la tapa para ver si había algún cable suelto -se encogió de hombros como si estuviera avergonzada-. Quizá debería llamar a un profesional de la telefónica.

– Sería buena idea. ¿Está al cuidado de la casa, señorita Kavanagh?

– No exactamente. Sólo me quedaré unos cuantos días. Estaba algo estresada en Londres y mi hermana me dejó las llaves por si quería descansar.

Poppy había pasado por su casa como una exhalación de camino al aeropuerto.

– No puedo parar. Richard está abajo con el cronómetro en la mano, pero me acaba de llamar Fergus y está preocupado a muerte por ti.

– Preocupado a muerte porque me haya perdido las carreras de Ascott y los partidos de Wimbledon en el mismo verano. Lo que ese hombre necesita es una mujer; eso le daría algo por lo que preocuparse de verdad.

– Ya lo sé. Sin embargo… -el teléfono había empezado a sonar y Poppy lo había mirado con irritación-. No hagas caso. Será Richard para decir que baje -pero debió decidir que su marido no se dejaría ignorar por mucho tiempo y sacó un juego de llaves-. ¿Por qué no te vas a la granja una semana o dos mientras Richard y yo estamos fuera? Ni un alma sabrá que estás allí y podrás decidir tus próximos pasos con total paz -sonrió-. ¿Te he mencionado que Fergus ha vuelto a Londres resuelto a llevarte a Marlowe Court para tenerte controlada?