– No preguntes -advirtió él cuando Dora enarcó las cejas.
– ¿Por qué? ¿Qué ha dicho?
Gannon se negó a mirarla a los ojos y Dora notó que él también se había sonrojado un poco. Entonces había sido algo del beso. Se rió, pero no insistió.
– Vamos, entonces. Busquemos refugio de esta lluvia.
Gannon la miró entonces. Se había reído. No estaba enfadada. Ni ofendida de que lo que sólo debía haber sido para disimular hubiera escalado a un beso real. Bueno, a él tampoco se le había escapado el entusiasmo con que ella le había devuelto el beso.
Gannon se dio la vuelta. Tomar prestado el avión o la casa de un amigo era una cosa. Una esposa era algo diferente. Ningún amigo iba a ser tan comprensivo. Incluso aunque su mujer hubiera aceptado tan complaciente.
– La policía podría volver -señaló él.
– Podría, pero no en bastante tiempo. Quedaron un poco avergonzados por haber destrozado la puerta -lo miró con intensidad-. Yo no los llamé. Gannon.
– Entonces, ¿por qué apareció toda una tropa?
– ¿Una tropa? ¿Desde cuando dos hombres constituyen una tropa?
– Puede que sólo hubiera dos en el coche, pero desde luego había una tropa en la furgoneta que lo seguía. Pude escapar por los pelos. Rodearon la casa antes de tirar la puerta. Los oí desde el bosquecillo.
– No me lo dijeron. Los dos con los que hablé.
– ¿Te lo hicieron pasar mal?
– No, la verdad es que no. Al menos en cuanto quedaron convencidos de que yo era quien decía ser. Pero casi me dio un ataque cuando insistieron en registrar la casa. Pensé que estabais dentro.
– ¿Qué excusa pusieron?
– Dijeron que estaban investigando todas las alarmas inexplicables de anoche. Y…
– ¿Y?
– Parecían pensar que yo era algún tipo de cómplice.
Había estado a punto de explicar la confusión de identidades. Sabía que debía contárselo. Sobre todo después de aquel beso. No podía permitir que creyera que la mujer de su amigo permitía un beso como aquél en menos que canta un gallo. Pero todavía no estaba preparada para hacerlo. Además, él podría creer que le estaba animando a hacerlo de nuevo.
Gannon la miró antes de decir:
– Puede que sepan que yo soy amigo de Richard. En ese caso, la granja es el sitio más obvio para registrar.
– ¿Saben quién eres? El periódico decía que no.
– Puede que la prensa no conozca todos los detalles, pero la policía probablemente tenga una buena idea. Y puede que vuelvan. Lo siento, Dora. Te he causado un montón de problemas.
– Será mejor que me metas en esa lista tuya de amigos. Así no te preocuparás por ello. Y no hace falta que te preocupes tampoco por la policía. No vamos a quedarnos en la granja. Voy a ir solo a cerrar la casa y nos iremos a mi apartamento de Londres.
¿Su apartamento? ¿Por qué no había dicho nuestro apartamento?
Llegaron al coche y Gannon esperó a que lo abriera para acomodar a Sophie con las bolsas en la parte trasera.
– Hay una muñeca en las bolsas. ¿Por qué no se la das?
Gannon encontró la pequeña muñeca de trapo y se la puso en las manos a Sophie. La niña miró a Dora y murmuró algunas palabras y ella hizo un esfuerzo por recordar y le contestó el equivalente a de nada en Grasniano.
– ¿Dónde diablos has aprendido eso? -preguntó Gannon con expresión cargada de sospecha.
Ella se encogió de hombros un poco avergonzada.
– He estado en Grasnia. Entiendo lo que estás intentando hacer y te aplaudo. De verdad. No tienes por qué mentirme y por Dios bendito, entra antes de que te desmayes.
Gannon le dirigió una mirada pensativa y se acomodó con las rodillas muy dobladas en el asiento del pasajero.
– Puedes correr un poco el asiento hacia atrás -le aconsejó Dora.
Pero apenas se deslizó unos centímetros.
Dora se encogió de hombros con gesto de disculpa y arrancó para parar frente a la granja unos minutos después.
– Será mejor que te cambies y te pongas ropa seca mientras yo intento asegurar la puerta.
Gannon no perdió ni un minuto y cuando volvió, ella estaba marcando un número en el móvil. La miró, pero Dora no le hizo caso y terminó de marcar.
– ¿Sarah? Soy Dora. ¿Cómo está Laurie? Maravilloso. Dale un beso de mi parte. Sarah, cariño, ¿podrías hacerme un favor? He tenido un pequeño accidente con la puerta principal de la granja. Hace falta un carpintero y un cerrajero. Con bastante urgencia. Y el teléfono tampoco funciona -sonrió a Gannon-. Que Dios te bendiga, cariño. Mándame la factura.
Cuando colgó le preguntó:
– ¿Conoces a Sarah?
– ¿La hermana de Richard? La he visto una vez.
– Sabe arreglarlo todo. Deberías haber acudido a ella.
– No pensaba acudir a nadie, Dora.
– Cualquiera con los problemas que tú tienes necesita toda la ayuda que pueda conseguir. ¿Nos vamos?
Gannon era un pasajero terrible. No dejó de gemir cada vez que ella aceleraba por la autopista y prácticamente hizo un agujero en el suelo con los pies cuando ella frenó al meterse entre el tráfico de Londres. Pero cuando adelantó a un taxi negro en Hyde Park y lanzó un grito, Dora encendió la radio.
Él pareció captar entonces la indirecta, pero mucho antes de haber llegado a su apartamento, había cerrado los ojos.
– De acuerdo, Gannon. Ya puedes salir -dijo Dora después de aparcar entre un Mercedes y un Jaguar.
Él murmuró algo que podría haber sido una oración de gracias.
– ¿Conduces siempre así?
– ¿Cómo?
La expresión de Dora era de pura inocencia, pero no engañó a Gannon ni por un minuto. Dora Marriott o Kavanagh o como quisiera llamarse era tan inocente como un pecado. Y probablemente igual de divertida. El recuerdo de sus labios cálidos y el sabor de miel de su lengua lo asaltaron. No probablemente. Sin duda. Pero un pecado prohibido.
– Vamos, dulzura.
Dora había levantado su asiento y estaba sacando a Sophie del de atrás. El problema era que la niña había abierto todas las bolsas y se había probado todo lo que había podido, pero no se había abrochado nada bien.
– Será mejor que la lleve en brazos -dijo Gannon.
– Bobadas. Está bien -posó a la niña en el suelo-. Bueno, quizá no tan bien.
Se rió cuando los pantalones cayeron al suelo y notó que se había puesto las playeras al revés.
– Al menos ha conseguido ponerse bien el impermeable.
Dora la alzó y la abrazó.
– Está preciosa. Yo la llevaré si agarras tú las bolsas.
– Buenas tardes, señorita Kavanagh -saludó el portero en cuanto aterrizaron en el lujoso vestíbulo como una tropa de refugiados-. ¿Puedo ayudarles en algo?
– No, estamos bien, Brian. Pero le agradecería que me comprara un litro de leche.
– No se preocupe. Se la subiré con el correo ya que parece tener las manos ocupadas.
– Gracias.
– ¡Ah, Brian…! si alguien pregunta por mí, no estoy en casa y no sabe donde estoy.
– El señor Fergus Kavanagh ha venido a buscarla, señorita. Y ha llamado varias veces. Creo que sospecha que está en la casa pero que no quiere contestar sus mensajes.
– Ya los miraré cuando suba, pero cuando he dicho que no estoy en casa, lo digo en serio. Sobre todo para mi hermano.
Gannon, un poco sombrío, la siguió al ascensor y empujó la puerta de hierro.
– Debe creer que tienes una aventura.
– Quizá, pero no se lo dirá a nadie.
– ¿Lo sabes por pasadas experiencias?
Dora se dio la vuelta hacia él.
– Bien, Gannon. Eso es una solemne grosería. Ya soy cómplice de los delitos que hayas cometido, pero lo menos que puedes hacer es intentar ser educado.
– Es un sitio muy bonito para vivir.
Pero Dora sólo le dirigió una mirada que indicaba que no era suficiente disculpa. Quizá fuera porque tenía la cabeza hirviendo de preguntas, preguntas que le apartaban de sus propios problemas.
– ¿Sabes? La última vez que vi a Richard, estaba atravesando serios problemas financieros. Fue por lo que le dejó Elizabeth.
– Elizabeth le dejó porque sólo se había casado con él por su título y enseguida descubrió que no había dinero, al menos no tanto como ella había calculado. Debería haber esperado. Las cosas mejoraron en cuanto ella decidió que el banquero era mejor apuesta.
– Eso ya lo veo -dijo él cuando salieron en el piso superior.
Posó las bolsas en el recibidor del apartamento y miró los grandes ventanales con vistas al río.
De hecho, podía notar que a Richard Marriott le debía ir muy bien porque de repente se le ocurrió que mantener a una mujer como. Dora debía ser un lujo muy caro.
Aunque su mejora financiera no parecía haber sido suficiente para mantener feliz a su nueva esposa. Al menos si era alguna señal la forma en que se había abandonado a su beso.
Capítulo 7
Que estabas haciendo exactamente en Grasnia, ¿Dora?
Estaban en la cocina. Gannon en un taburete alto con los codos apoyados en la barra y las manos alrededor de una taza caliente de café. Dora, después de haber visto que en el frigorífico no había nada para hacer un almuerzo en serio, ni siquiera para una niña, estaba registrando los armarios en busca de una lata de sopa que sabía que tenía por alguna parte. Sophie estaba en la sala probándose la ropa más despacio y mirando fascinada la televisión.
– ¿Exactamente?
Dora no se dio la vuelta. Era el momento de la verdad y no estaba ansiosa por reconocer que le había mentido acerca de ella y Richard. Cuando llegaron al apartamento, había estado demasiado enfadada con él como para hablar, pero sabía que no podría retrasarlo mucho más tiempo. Lo de Grasnia era una distracción que agradecía.
– Estuve en un camión de ayuda humanitaria – dijo encontrado por fin la sopa y leyendo despacio la lista de ingredientes-. Bueno, la verdad es que eran tres -dijo dándose la vuelta cuando él no respondió.
Gannon la estaba mirando sacudido hasta la médula.
– ¿Que condujiste un camión hasta Grasnia?
– No todo el camino. Nos turnábamos para conducir. No fue tan difícil. Utilicé las técnicas de conducir por Londres.
– ¿Y Richard te dejó ir? ¿Es que no lee las noticias? Dios bendito, Dora, ¿tiene alguna idea del peligro que corriste?
Ya estaba la vieja idea de «¿Qué hace una dulce chica como tú metiéndose en esos peligros cuando podría ocuparse en algo más útil como una limpieza facial?»
John Gannon y su hermano podrían formar un dúo, pensó. Para ser justa, su cuñado tampoco la había animado precisamente.
– Richard tenía algunas cosas que objetar al respecto -admitió.
Entonces Poppy le había recordado que no era asunto suyo lo que su hermana hiciera y que podía dejar los sermones para Fergus. Haber criado a dos hermanas pequeñas después de que sus padres murieran en un terremoto le había dado mucho tiempo para perfeccionar la técnica. Pero en aquella ocasión, con pocos resultados.
– ¿Crees que a Sophie le gustará esto? -preguntó enseñándole la lata para retrasar un poco más el momento de la verdad.
– Sophie no es remilgada. Con tal de comer algo, estará encantada.
Por supuesto que lo estaría.
– Entonces la abriré. Debe haber algo de pan en el congelador.
¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no era capaz de decir que ella no estaba casada con Richard?
Porque sin la barrera de un marido, nada impediría que sacara las conclusiones acertadas acerca de la forma en que le había besado. Porque tenía que enfrentarse a la verdad: no había retrocedido precisamente horrorizada.
Y también se le había ocurrido que a Gannon pudiera gustarle un poco enterarse de la verdad. Hasta podría gustarle lo suficiente como para volver a intentar besarla. Y ella hasta podría dejarle.
¿Podría? ¿A quién intentaba engañar? Lanzó una carcajada para sus adentros al sacar la barra de pan y sentir una oleada de excitación al recordar la caricia de sus labios contra los de ella. Fríos y húmedos de la lluvia, le habían calentado como el fuego.
¿Sería por eso por lo que se resistía a decirle la verdad? ¿Porque sería muy fácil dejarse llevar y perder la cabeza si él lo intentaba de nuevo? Un hecho del que estaba segura era que él era consciente de lo que sentía y lo utilizaría en su propio provecho si le dejaba. Y no se estaba engañando a sí misma… cualquier hombre que secuestrara a una niña, robara un avión, asaltara la casa de su amigo y secuestrara a su mujer, haría lo que fuera que le sirviera para su propósito. Al menos no se lo pensaría dos veces si ella le daba la impresión de haber disfrutado de la experiencia.
De acuerdo, quizá no la hubiera raptado, pero la había mantenido prisionera en el cuarto de baño mientras se duchaba. Eso significaba que no tenía muchos escrúpulos, ¿verdad?
Y había sido después de aquel beso cuando él había dejado de discutir y había obedecido sus planes. Ya estaba seguro de que ella estaba de su parte y que no lo traicionaría. Seguro de que la tenía en sus manos, probablemente habría acertado.
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