Dora alzó la cabeza.

– Si sobreviven.

– Sobrevivirán -alargó la mano y al rozarle la mejilla ella dio un respingo. Gannon cerró el puño como si fuera la única forma de controlar sus dedos y bajó la mano a un lado-. Si hay gente como tú de su parte.

– Si es así, ¿por qué no dejaste a Sophie con su madre? -le retó.

– No era posible.

– ¿Por qué?

– Déjalo, Dora -contestó él irritado-. Eso ya es historia. ¿Está la sopa lista?

Ella lo miró fijamente un momento más antes de darse la vuelta hacia el cazo y apagar el fuego.

– Está a punto. ¿Puedes poner a tostar un par de rebanadas de pan mientras voy a buscar a Sophie?

Sophie se había puesto una camiseta azul marino y unos pantalones que le arrastraban un poco y gorro de sol. Ahora estaba en el suelo, cambiando los programas a la velocidad del rayo con el mando a distancia.

Dora le quitó el mando, lo dejó en un programa de dibujos animados y se agachó para enrollarle los pantalones antes de ponerle unos calcetines y unas playeras. Cuando acabó, la subió en brazos y se la llevó.

Podía notar que estaba diez veces mejor que la noche anterior. La comida, el calor y los antibióticos le habían hecho mucho efecto. Pero seguía queriendo que la viera un profesional.

Y todavía quería algunas respuestas. Sobre todo acerca de la madre de Sophie. Quería saber qué le había ocurrido y, historia o no, no pensaba cejar en su empeño.

Acababa de llegar a la cocina cuando sonó el teléfono.

Se detuvo mirando con inseguridad a Gannon.

– ¿No vas a contestar?

– Está puesto el contestador. Quien sea dejará un mensaje.

«Por favor, que nadie me desenmascare».

Subió a Sophie a un taburete, le pasó la cuchara intentando con desesperación no escuchar mientras su propia voz invitaba a que dejaran un mensaje.

– ¿Dora? Soy Richard. Acabo de hablar con Sarah y me ha dicho que hubo algún problema en la granja y que has tenido que irte precipitadamente de vuelta.

Gannon cruzó el recibidor y descolgó.

– Richard. Soy John, John Gannon.

– ¿John? -hubo una pausa mientras Richard asimilaba la información-. ¿Qué diablos estás haciendo en el apartamento de Dora?

– Me temo que yo soy el problema -Gannon se dio la vuelta para mirar a Dora, de pie en medio de la cocina con la cara muy pálida-. Tuve que entrar en la granja porque necesitaba un sitio tranquilo para pasar unos días. No tenía ni idea de que estaba ocupada…

– ¡Dios bendito, John! Debiste darle un susto de muerte a la pobre Dora.

– Ni la mitad del que ella me dio a mí -se quedó en silencio un momento con los nudillos blancos de la fuerza con que apretó el receptor-. Creo que tengo que felicitarte. No sabía que te habías vuelto a casar.

– ¿Qué? ¡Oh, sí! En Navidad. Te habrá llevado de padrino si hubiera sabido en qué país te encontrabas. Te aburriré contándote lo feliz que soy cuando vuelva de Estados Unidos, si todavía sigues por ahí.

– Mis días de vagabundeo se han acabado, Richard. Estoy deseando verte -tuvo que hacer un esfuerzo por pasar el nudo que tenía en la garganta.

– Estupendo. Cuéntame, John: ¿en qué te has metido para tener que esconderte en la granja? ¿Líos de faldas?

– Algo así. Digamos que era imposible quedarme en mi casa hasta que hubiera arreglado un par de cosas. Y Dora se ofreció amablemente a albergarnos a mi hija y a mí durante unos días. Espero que no te importe…

– ¿Y por qué debería importarme si no le importa a Dora? ¿Qué…? -antes de que Gannon pudiera pensar una respuesta, Richard había tapado el receptor con la mano y estaba hablando con alguien-. Mira, tengo que irme, John. Me pondrás al día de las novedades cuando llegue. Parece que tienes muchas. ¿Una hija, has dicho?

– Sí.

– Bueno, sea cual esa el lío en que te has metido, Dora es tu chica. Tiene una entereza tremenda y conoce a todo el mundo. Te veré a la vuelta, John.

– ¿No quieres hablar con…?

Pero estaba hablando con el tono de marcar.

Colgó con extremo cuidado el teléfono. Richard Marriott era el hombre al que había admirado toda su vida. Y cuando su primer matrimonio había fracasado, él no había dudado en echarle todas las culpas a Elizabeth. Pero de repente se preguntó si no se habría equivocado. Cualquier hombre que tratara a su mujer con tanta indiferencia, no se merecía el amor, la lealtad y mucho menos la felicidad de que él alardeaba.

Dora estaba esperando con aprensión en el otro extremo del recibidor.

– Richard te manda su amor.

– ¿De verdad?

Lo dudaba mucho. John sólo le estaba contando lo que creía que quería oír. Para protegerla de la decepción. Era extrañamente conmovedor.

– Lo llamaron y tuvo que irse -prosiguió Gannon cerrando los puños en un esfuerzo por no acercarse a ella, abrazarla y amarla como se merecía en vez de estar disculpándose por su marido. Ninguna reunión podía ser más importante que ella-. No pareció importarle que me quedara aquí.

– ¿Y por qué iba a importarle? Eres su amigo.

– Eso mismo ha dicho él. Evidentemente confía en ti… y en mí…

– No tiene razón para no hacerlo.

Por un segundo, sus miradas se cruzaron y Dora sintió una descarga de electricidad calentarle las entrañas mientras los dos recordaban aquel momento en los bosques en que ninguno de los dos había pensado en Richard. En el caso de ella era comprensible. En el de él… Bueno, parecía que Gannon tenía ciertos problemas para decidir si comportarse como un santo o como un pecador.

En ese momento sonó el timbre de la puerta liberándola de la intensidad de su mirada escrutadora. John se dio la vuelta para abrir.

– El chico de la puerta quiere algo de dinero por la montaña de comida que ha traído.

– Está en mi bolso -murmuró un poco temblorosa-. Toma lo que necesites.

Una vez más su miradas se cruzaron levemente por encima de la cabeza de Sophie.

– No creo que eso sea una buena idea, Dora. Nunca se sabe adonde puede conducir una invitación como ésa.

Entonces le pasó el bolso.

Capítulo 8

– ¿Adonde vas, Dora?

Dora apoyó a Sophie contra su hombro y mantuvo el terreno.

– Sophie casi se ha quedado dormida sobre la sopa. Voy a echarla a dormir una siesta. ¿Alguna objeción? -preguntó cuando Gannon no se apartó de la puerta de la cocina con una caja de comida en las manos-. No ha dormido mucho anoche.

– Supongo que no -se esforzó por contener un gemido él mismo-. Ninguno de nosotros ha dormido mucho.

– La habitación de huéspedes está a la derecha. Está a tu disposición.

– Gracias -replicó él con tono burlón-, pero tengo unas cuantas cosas que hacer antes de poder echar una siesta.

Se apartó a un lado y Dora sintió, más que ver, cómo contenía el aliento.

– Hay algunos analgésicos en la cómoda. Podrían sentarte bien. O quizá prefieras esperar a que llegue el doctor y te recete algo más fuerte.

– No necesito nada -murmuró él con la frente perlada de sudor-. Sólo apártate para poder dejar esta caja.

Ella se la hubiera quitado de las manos, pero con el peso de Sophie medio dormida contra su hombro, sólo pudo apartarse mirando hacia atrás mientras él atravesaba la cocina.

Sin saber que le seguía mirando, Gannon se desplomó contra el mostrador central con la respiración entrecortada mientras se esforzaba por controlar el dolor. Le estaba doliendo mucho más de lo que ella había creído y desde luego más de lo que nunca admitiría y Dora deseó, necesitó acercarse a él, tomarle en sus brazos y abrazarlo hasta que el dolor desapareciera.

Antes de poder hacer nada, sin embargo, él se estiró, apretó los dientes y ella desapareció de la vista antes de que se diera la vuelta y la pillara. Gannon era un hombre que valoraba su fuerza y sabía que no le gustaría nada que viera su debilidad. Pero le conmovió profundamente su determinación y decidió que lo vería el médico, lo quisiera él o no.

Acostó a la niña dormida y le quitó los zapatos, calcetines y pantalones antes de apartarle el pelo de la cara para dar tiempo a que el pulso le volviera a la normalidad y recordar todas las buenas razones que tenía para no abrir su corazón. Cada vez le estaba costando más.

– Llamaré al doctor ahora mismo -dijo en cuanto regresó a la cocina.

Gannon se dio la vuelta para mirarla y toda su resolución de mantener la distancia se evaporó al instante. El color cetrino de su piel se había intensificado y tenía la expresión de estar al borde de sus fuerzas-. ¿John? -murmuró con inseguridad.

El se quedó completamente inmóvil por un momento. Entonces se dio la vuelta, la empujó para pasar y Dora lo oyó gemir de dolor un momento después. Salió corriendo, pero vaciló ante la puerta del cuarto de baño. Él no la necesitaba en ese momento, le sería de más ayuda si llamaba al médico y le pedía que acudiera lo antes posible.

Acababa de colgar el teléfono cuando vio que él estaba en umbral de la puerta y se dio la vuelta.

– Será mejor que te sientes antes de que te caigas, Gannon.

Por un momento pensó que iba a discutir. Entonces él alzó una mano con gesto de resignación.

– Puede que tengas razón -dijo atravesando la sala despacio hasta el sillón más cercano para aposentarse con cuidado-. Recuérdame que no te deje llevarme a ningún sitio.

– Oh, ya veo. Lo que tienes no es más que un mareo del viaje, ¿verdad? -preguntó con sarcasmo.

– ¿Y qué más podía ser? -dijo él mientras se llevaba la mano al pecho al asaltarle la tos.

– Creo que esperaré a que el doctor haga su diagnóstico si no te importa.

– ¿Lo has llamado?

– Por supuesto que lo he llamado. Ya tengo suficientes problemas sin tener que explicar por qué tengo el cadáver de un desconocido en mi apartamento.

– No estoy a punto de morirme, Dora. Sólo necesito descansar un tiempo.

– ¿Eso es todo? Perdonarás mi falta de confianza, pero soy yo la que te estoy viendo y francamente, no creo que sólo con una siesta te vayas a recuperar.

Él cerró los ojos y se sujetó el puente de la nariz entre sus largos dedos.

– Quizá tengas razón. Pero antes de ir a urgencias a que me hagan una radiografía de las costillas, yo también tengo que hacer algunas llamadas.

– De acuerdo. Y supongo que un abogado será el primero de tu lista. Puedo darte el teléfono de uno muy bueno si quieres.

– Gracias, pero tengo el mío. Pero, ¿no tendrás algún conocido en Inmigración, por casualidad? Richard dijo que conocías a mucha gente.

Dora frunció el ceño.

– ¿Eso dijo? -si Richard le había dicho eso es que pensaba que estaba ayudando a Gannon no veía nada malo en que lo hiciera-. Pues lo cierto es que tiene razón. De hecho conocí al mismo secretario de Inmigración en una cena…

– ¿De verdad? ¡Santo Dios! Bueno, quizá no debamos molestar todavía al jefe -esbozó una sonrisa-. Será mejor mantenerlo en la reserva por si acaso. De momento me conformaría con alguien al nivel de subsecretario. Siempre que sea amistoso.

– ¿Te serviría una amistosa subsecretaría? -Gannon enarcó de nuevo las cejas-. No todos mis amigos son hombres. Ni todos funcionarios, ya que hablamos de ello.

– No tengo prejuicios, Dora. No me importa el sexo de nadie siempre que sea compasivo.

– Eso dependerá de cuantas leyes hayas infringido.

– No las he contado.

– Y lo que es más importante, cuáles.

John se encogió de hombros.

– Veamos. Una, sacar a una niña de un campo de refugiados sin permiso. No estoy muy seguro de qué ley infringirá eso, pero seguro que hay una.

– Algunas, diría yo.

– Después está el pequeño detalle de pasarla escondida por más fronteras internacionales de las que puedo recordar.

– ¿Y tomar un avión prestado sin permiso?

John esbozó una sonrisa.

– Gracias, Dora. Me había olvidado de ésa, pero Henri no presentará cargos en cuanto se lo haya explicado. Aterrizar sin permiso, entrar en el país sin informar a Inmigración y Aduanas y traer a una extranjera ilegal, pueden ser infracciones un poco más problemáticas.

– Supongo que sí -esperó, pero él no añadió más-. ¿Eso es todo?

– Todo lo que recuerdo, sí. Aparte de forzar la puerta de Richard. Pero ésa ya la conoces. ¿Presentarás cargos, Dora?

– No te hagas el listo conmigo, Gannon. Me refiero a cosas serias: drogas, armas o bienes que declarar. Si voy a pedirles un favor a mis amigos, necesito saber que no eres… un delincuente. Que hayas usado a Sophie como tapadera. O a mí -él la estaba mirando con expresión distante como si supiera lo que iba a decir después, pero no quisiera ayudarla-. Bueno no sé gran cosa de ti -terminó disculpándose.

– Sólo quiero poner a salvo a mi hija, Dora. Traerla a casa. Si tienes alguna duda acerca de ello, te aconsejo que agarres ese teléfono y llames a la policía ahora mismo.