Y no es que se creyera que conocía a Richard. Cualquiera de los alrededores sabía que aquella granja pertenecía a Richard Marriott. ¿Y qué si lo conocía? Eso no cambiaba el hecho de que hubiera asaltado la casa.
– No entendí su nombre.
– Gannon. John Gannon -dijo él extendiendo la mano con gesto formal como si estuvieran en mitad de una fiesta.
Desde luego, aquel hombre no se amilanaba por nada. Al contrario, estaba deslizando la mirada con aprecio desde su pelo revuelto a la bata suelta hasta llegar a las uñas pintadas de los pies antes de devolverla a su cara. Entonces frunció el ceño con gesto pensativo.
– ¿Nos hemos visto en alguna parte?
Debía haber habido mucha publicidad cuando ella había vuelto de los Balcanes, porque hasta completos desconocidos le habían asaltado en la calle para hablar con ella y toda la prensa la había acosado para escribir acerca de una chica de Sloane que había abandonado la vida social para conducir camiones humanitarios por Europa. Esperaba que no lo recordara, porque seguramente creería que tenía el corazón blando y caería a sus pies.
Había sido precisamente la necesidad de huir de todo aquello lo que había empujado a Dora a la granja. Ignoró su mano extendida y no le dijo su nombre.
No pensaba intercambiar formalidades con un criminal común y mucho menos con uno que había asaltado la casa de su hermana. Incluso aunque tuviera una voz como el terciopelo, unos ojos de color caramelo y una deliciosa mandíbula. Después de todo tenía la mandíbula cubierta de barba de varios días. Y aquellos ojos se estaban tomando muchas libertades con su cuerpo para su gusto. Con la niña en brazos, era incapaz de hacer otra cosa con la bata, pero consciente de que estaba mirando sus uñas rosas, las tapó.
– Esa treta es bastante poco original -dijo con una dureza que estaba lejos de sentir.
– Desde luego -acordó él incapaz de ocultar su diversión a pesar del agotamiento-. Debo ensayar más.
– No se moleste.
– Asaltar una casa no es mi estilo habitual. ¿Quién es usted?
Dora resistió la tentación de preguntarle cuál era su estilo habitual.
– ¿Le importa quién soy?
Él se encogió de hombros.
– Supongo que no. Pero permítame que le diga que es una mejora considerable al lado de Elizabeth. Ella no hubiera perdido nunca el tiempo en algo tan frívolo como pintarse las uñas.
Aquel hombre era increíble. No contento con entrar en la casa ahora estaba coqueteando con ella. Y a pesar de sus prejuicios, tenía que reconocer que conocía la vida personal de su cuñado.
– ¿Elizabeth?
– Elizabeth Marriott. La mujer de Richard. Una chica de muy poca imaginación, algo más que compensado por su avaricia, a juzgar por el hecho de que le dejara por un banquero.
– ¿Un banquero?
– De los que poseen un banco, no de los que trabajan tras el mostrador -hizo un amplio gesto hacia la leche-. Pero nunca pensé que vendería esta casa.
– ¿Y qué le hace pensar que lo ha hecho?
– Este tipo de casa no es de su estilo.
Ahora le tocó a Dora sonreír.
– Quizá no lo conozca tan bien como cree.
Él le dirigió otra mirada pensativa antes de encogerse de hombros.
– ¿Puedo calentar la leche? ¿O lo hace usted ya que lo han cambiado todo de sitio?
Y no era que pretendiera quitarle la carga. Mientras tuviera a Sophie en brazos era más vulnerable a la persuasión.
– La cocina está por aquí.
Gannon miró a su alrededor. Más colores terrosos y madera brillante.
– La ha ampliado por el granero -dijo agarrando un cazo de cobre para ponerlo al fuego-. ¿Es todo así ahora?
– ¿Así cómo?
– No leo revistas de decoración, así que no sabría decir cómo.
Dora no tenía intención de embarcarse en una íntima charla con un vulgar ladrón. No, aquel hombre es taba demasiado familiarizado con su entorno como para ser descrito como un vulgar ladrón. Alzó la mira da hacia la chiquilla.
– ¿Dijo que se llamaba Sophie?
– Sí.
– ¿Es su hija?
– Sí.
– ¿Sabe que tiene fiebre?
– Ya lo ha dicho antes.
– Debería verla un doctor.
– Tengo unos antibióticos para ella. Lo único que necesita es buena comida y mucho descanso.
– ¿Y ésta es su idea de dárselo? La niña debería estar en casa con su madre, no arrastrada en medio de la noche por un vagabundo.
– ¿Es eso lo que cree?
Su mirada de soslayo indicaba que no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.
Bueno, quizá no la tuviera. Pero desde luego, sabía que Sophie debería estar en su casa y en la cama. Dirigió la mirada hacia la niña agotada. Sus párpados casi transparentes estaban cayendo. Se quedaría dormida en un minuto. Sería tan fácil subirla y acostarla en su propia cama caliente…
– ¿De qué conoce a Richard? -preguntó Dora por fin.
– Fuimos al mismo colegio.
Dora no esta segura de lo que había esperado. Si se hubieran conocido a través de la empresa de sistemas de seguridad de su cuñado no le hubiera extrañado. ¿Pero del colegio? Aunque era cierto que tenía acento de colegio privado. Un poco confundida preguntó:
– ¿Pero no es él mayor que usted?
– Ocho años o así. El estaba en los cursos superiores cuando yo era muy pequeño y me sentía muy miserable en mi primer año. Me rescató de un puñado de brutos de segundo que me estaban pegando porque habían descubierto que mi madre no estaba casada. Supongo que eso no ocurrirá mucho ahora. El matrimonio parece una palabra sucia en al actualidad.
– Para mí no -era difícil imaginarse a aquel hombre pequeño y vulnerable-. ¿Y Richard le tomó bajo su protección?
– Es su naturaleza, proteger a la gente vulnerable -se dio la vuelta para mirarla con gesto pensativo-. Richard también es mucho mayor que usted ¿En qué la está ayudando?
– ¿Ayudarme?
– No le imagino tomándose tantas molestias – dijo mirando el caro trabajo de decoración-, sólo para vender la casa. ¿Así que también la ha tomado bajo su amable protección o es sólo su nueva amiguita?
Dora estaba a punto de explicarle con indignación que Richard era ahora el marido de su hermana, siete años mayor que ella, cuando un fuerte golpe en la puerta trasera la interrumpió.
Capítulo 2
Gannon se puso rígido mirando a la puerta trasera antes de dirigirle una mirada furiosa. -Debe ser la policía -murmuró ella con una extraña sensación de malestar por tener que entregarlos a Gannon.
– ¿La policía?
– Ya se lo advertí.
Lo había hecho, pero él no se lo había tomado en serio. Entonces Dora se controló. Había asaltado la casa, por Dios bendito. Se lo merecía.
– No ha sonado ninguna alarma -objetó él.
– No ha sonado aquí. Richard no cree en advertir a los ladrones para que puedan ir a otro sitio. Prefiere pillarlos con las manos en la masa. Pensé que lo sabría ya que son tan buenos amigos.
Una alarma conectada con la policía. Gannon se hubiera abofeteado. Nunca se le hubiera ocurrido que un sitio como aquél tuviera alarma a pesar de su nuevo aspecto. Habría entendido que hubieran cambiado la cerradura que era muy endeble, ¿pero poner una alarma en un refugio de pescadores, por Dios bendito?
Excepto que ya no era un refugio de pescadores. Era un hogar cálido y acogedor ocupado por una chica con cara de ángel y la frialdad de mantenerlo entretenido hasta que llegaran los refuerzos. Y él que había creído estar manipulándola…
Cubrió la distancia que lo separaba de ella antes de que pudiera moverse y le quitó a Sophie de los brazos. Las costillas se le resintieron, pero no tenía tiempo de pensar en el dolor.
– Me perdonará si no me quedo a charlar -dijo sombrío-. Supongo que la puerta principal seguirá en el mismo sitio, ¿verdad?
Dora sintió una punzada de ansiedad.
– No puede sacar a Sophie ahí fuera.
El lejano sonido de un relámpago acompañó a sus palabras y la lluvia empezó a caer de nuevo con fuerza. La ansiedad dio paso a la determinación.
– Lo prohíbo.
– ¿Ah sí? -si la situación no hubiera sido tan desesperada, se habría echado a reír-. ¿Y cómo va a detenerme?
– Así.
Se plantó entre él y la puerta.
Gannon aplaudió su coraje, pero no tenía tiempo para juegos, así que enganchó el brazo libre alrededor de su cintura y la levantó por los aires. Una fuerte punzada de dolor le sacudió en las costillas. Tampoco tenía tiempo para eso. Pero se tambaleó ligeramente cuando la soltó.
– ¡Oh, Dios mío! Está herido…
– Premio para la señora -murmuró apoyándose contra la pared para esperar a que el dolor remitiera.
– Mire, no se preocupe. Me desharé de ellos.
– ¿De verdad? -preguntó él con aspereza-. ¿Y por qué iba a hacerlo?
– Dios sabe, pero lo haré. Sólo quédese aquí y guarde silencio.
Gannon la miró fijamente y ella alzó los hombros. Eso deslizó la bata por sus finos hombros y le produjo el mismo efecto en la respiración que las dos costillas rotas.
– Lo que diga la señora. Pero no intente hacerse la lista.
– ¿Lista? ¿Yo? -de repente esbozó una amplia sonrisa-. Debe estar de broma. Yo sólo soy la típica de sus rubias bobas.
Rubia desde luego, típica apenas y boba para nada. Cuando ella se dio la vuelta agitando las caderas como para probar su teoría, escucharon una segunda llamada más urgente.
– Cuidado con lo que diga -ordenó él en voz baja desde la cocina.
Todavía no sabía si debía confiar en ella.
Dora miró atrás. Gannon y Sophie estaban apoyados contra el marco de la puerta y él tenía la mano metida en el bolsillo como si agarrara un arma escondida. Seguramente no. Sólo debía estar intentando asustarla… Quizá debería estar asustada, mucho más de lo que estaba.
Tragó saliva con nerviosismo, corrió un poco la cadena y abrió una ranura.
El joven oficial que esperaba en la puerta era poco más que un chiquillo con la piel tan fina que no parecía tener que afeitarse todavía. La idea de pedirle que apresara a un hombre como Gannon y lo llevara a la estación de policía local era completamente ridícula. Sólo por si necesitaba más convencimiento. Además, el hombre herido se iría en cuanto descansara. Y estaba segura de que se alegraría de dejar a Sophie detrás si estaba seguro de que la dejaba en buenas manos.
– ¿Se encuentra bien, señora Marriott? -preguntó el joven creyendo que se trataba de Poppy.
Pensó en corregirlo, pero decidió que si quería que se fuera lo antes posible, era mejor no hacerlo.
– Bien -la voz le salió un poco quebrada-. Bien -repitió con más seguridad-. ¿Por qué? ¿Qué es lo que pasa?
– Probablemente nada, pero la empresa de seguridad nos avisó de que su alarma se había disparado. Siento haber tardado tanto en llegar, pero estamos muy ocupados esta noche con la tormenta.
Dora procuró mantener la sonrisa.
– He mirado, pero todo parece seguro.
El oficial alzó la vista.
– Parece que no funcionan sus luces de seguridad.
– No, las he apagado yo.
Se maldijo a sí misma por haber sido tan tonta. Si las hubiera dejado encendidas, el intruso no habría aparecido. Pero, ¿dónde estaría la pequeña Sophie ahora? Empapada hasta los huesos y candidato a una neumonía.
Buscó el interruptor y todo el perímetro de la casa quedó iluminado mostrando un coche de policía a pocos metros.
– Parecen encenderse cada vez que algo más grande que un ratón entra en su campo de acción. Me pone muy nerviosa.
Tuvo cuidado de no mostrar ningún énfasis especial en su tono de voz y de no decir nada que pudiera hacer que el hombre que estaba a sus espaldas se sobresaltara y huyera con Sophie en mitad de aquella tormenta. Y no es que pareciera tener los nervios débiles. Pero por si acaso, no pensaba arriesgarse.
– ¿Quiere que le inspeccione la casa por si acaso?
El joven dio un paso adelante, pero ella no soltó la cadena.
– No hace falta, de verdad.
– No sería ninguna molestia.
– ¿Pete? -lo llamó su compañero desde el coche patrulla-. Si has terminado, tenemos otro aviso.
– Ahora mismo voy -Pete se dio la vuelta hacia ella-. Probablemente las luces hayan disparado la alarma, señora Marriott -hizo un gesto hacia el coche-. Esa debe ser otra.
– ¡Qué agotador para ustedes! Siento mucho que hayan hecho el viaje en vano.
– No se preocupe. Sólo revise la alarma por la mañana. Y mantenga las luces encendidas. Los ladrones se lo piensan dos veces.
Era demasiado tarde para aquello.
– Lo haré. Y gracias por venir.
– Es para lo que estamos. Buenas noches, señora.
Dora no podía creer que lo estuviera dejando marchar. ¿En qué diablos estaría pensando? Debería volver a llamarlo…
– Cierre la puerta, señora Marriott. Ahora.
La voz de Gannon era apenas audible desde el otro lado de la puerta. Demasiado tarde. Cerró y se apoyó contra la puerta con las piernas un poco débiles ante su propia estupidez.
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