– No puedo creer haber hecho lo que acabo de hacer.

– No se preocupe. Ha hecho tan bien el papel de rubia boba que el pobre chico se romperá el cuello para volver en cuanto se lo permita esa alarma. Sólo tendré que confiar en que es usted una respetable señora casada que lo mandará meterse en sus asuntos con rapidez.

¿Casada? Por un momento Dora no supo de qué estaba hablando, hasta que comprendió que había escuchado cómo la llamaba el policía. Lo miró enfadada. Era lo que una respetable mujer casada hubiera hecho en las mismas circunstancias, ¿verdad?

¿A quién quería engañar? Cualquier respetable casada hubiera gritado hasta tirar la casa en vez de ofrecerle al ladrón el calor de su casa.

– Veremos. Si es usted tan buen amigo de Richard, no tengo nada que temer -señaló con intención a su mano, todavía metida en su bolsillo-. ¿Verdad?

– No, señora Marriott -dijo él sacándose la mano y la tela para enseñarle que estaba vacía-. Nada en absoluto.

La verdad era que Gannon, con un dolor mortal en las costillas y el hombro resentido del peso de Sophie, se sentía incapaz de alzar la mano a una mosca. Y no tenía deseos de asustarla; lo que quería de ella era su ayuda.

– Además, si le hago daño, probablemente Richard me perseguiría y me mataría con sus propias manos.

Dora no presumía levantar tal tipo de pasión en Richard por sí misma, pero tenía una idea bastante acertada de lo que haría con cualquiera que considerara siquiera hacer daño a su hermana. Y como el intruso había asumido el mismo error que el policía, ahora creía que era la esposa de Richard. Bueno, si esa impresión iba a mantenerla a salvo, no pensaba decepcionarlo.

– ¿Sólo probablemente?

Él la miró a los ojos con un momentáneo brillo de desafío. Entonces, las líneas alrededor de sus ojos se contrajeron una milésima suavizando su cara con una seductora sonrisa que le hizo contener el aliento.

– No, no probablemente, señora Marriott. Seguro.

Y su voz, oscura como el terciopelo, no hizo nada por ayudar.

Dora tragó saliva.

– Me alegro de que lo comprenda -dijo con brusquedad-. Ahora, si va a quedarse, ¿no será mejor que le de a Sophie la leche? -miró a la niña, que se había quedado dormida contra el hombro de su padre-. ¡Pobrecita! Mire, ¿por qué no la sube y la acuesta en mi cama? Yo le llevaré la leche. Por si se despierta.

La sonrisa de él se acentuó.

– Aunque admire su iniciativa y aprecie su amabilidad, creo que será mejor que las órdenes las dé yo y usted las obedezca. Me sentiré más seguro así -apartó a Sophie suavemente de su hombro y la puso en los brazos de Dora antes de quitarle un mechón de la cara con ternura-. Aunque haya echado a la policía estoy seguro de que piensa llamar para pedir refuerzos de algún tipo. Planes que conllevan usar un teléfono.

Dora no había pensado en el teléfono en absoluto, aunque tampoco hubiera tenido la oportunidad de usarlo si lo habría pensado. Bueno, él debía haber sobrevalorado su capacidad de pensar por sí misma, pero no era demasiado tarde para empezar a hacerlo. La hermana de Richard vivía a unos tres kilómetros con su marido. Ellos sabrían qué hacer en una situación como aquélla.

– Quizá lo haya hecho -dijo con una sonrisa-. Supongo que querrá que lo desconecte, ¿verdad?

Gannon pensó que iba a necesitar un teléfono si tenía que arreglar los papeles de Sophie y solucionar las cosas con las autoridades, pero no podía hacerlo esa noche y aquella mujer era una desconocida como para arriesgarse.

– Supongo que sí.

– Está en el salón -le informó ella mientras llenaba la taza de leche-. Por favor, intente no destrozar la pared cuando lo arranque. La acaban de pintar.

Lo último que quería él era destrozar la pared.

– Búsqueme un destornillador y lo volveré a conectar, cuando me vaya. ¿Hay algún supletorio arriba?

– No, aunque estoy segura de que querrá comprobarlo usted mismo.

– ¡Oh, sí! Lo comprobaré -la sonrisa de Gannon fue inesperada y acentuó las líneas de sus mejillas produciendo destellos dorados en sus ojos de color chocolate-. Aunque puedo entender que Richard no quisiera instalar uno en el dormitorio. Si usted fuera mi mujer, no tendría un teléfono en veinte millas a la redonda.

Dora, capaz normalmente de detener los coqueteos de cualquier hombre con las manos atadas a la espalda, se balanceó por un momento con indecisión antes de encontrar la respuesta apropiada. Pero nada le había preparado para un encuentro como aquél con Gannon. Había cierto carácter depredador en él que le erizaba el vello de la nuca advirtiéndole de que haría lo que fuera para conseguir lo que deseaba. Y una parte de ella pensó que hasta podría gustarle.

– ¡Qué suerte que no lo sea! -replicó con la mayor frialdad posible aunque no le sonó muy convincente-. Sólo piense lo inconveniente que sería no tener teléfono.

– Cualquier inconveniencia merecería la pena si pudiera tenerla toda para mí mismo, señora Marriott. Sin ninguna interrupción.

Aquello sí era convincente. Aquel hombre podría dar lecciones en ese asunto. Había pasado mucho tiempo desde que nadie conseguía hacer sonrojarse a Dora, pero el ardor que sentía en las mejillas era inconfundible. John Gannon podría no haberse afeitado en dos días, pero cuando sonreía, era muy fácil olvidarlo.

Ahora estaba segura de que no tenía intención de hacerla daño. Pero seguía siendo un hombre peligroso.

Y cada vez que la llamaba señora Marriott y ella aceptaba el nombre, estaba convirtiendo un malentendido conveniente en una mentira.

– Por favor, no me llame así.

Él enarcó levemente las cejas.

– ¿Por qué no? ¿No es su apellido?

Dora ni lo confirmó ni lo negó.

– Esas formalidades me parecen un poco fuera de lugar, ¿no cree? Mi nombre es Pandora, pero la mayoría de la gente me llama Dora.

– Yo no soy la mayoría de la gente.

– No. La mayoría de la gente no asalta una casa en mitad de la noche para dar un susto de muerte a mujeres inocentes.

– Yo diría que es discutible quién ha asustado más al otro. Pero quizá, dadas las circunstancias, debería llamarla Pandora. Así no será tan familiar.

– ¿Dadas qué circunstancias?

– Dadas las circunstancias que está usted casada con mi buen amigo, Richard Marriott. Aunque por alguna razón, no parece que lleve usted anillo de casada.

Aquel hombre era definitivamente peligroso.

– Al contrario que la creencia popular, no creo que eso sea algo compulsivo -sabía que aquello no le satisfaría, pero no le dio tiempo a decirlo-. No recuerdo haberle visto en la boda, por cierto.

Porque no había estado allí. Aunque ella y Poppy tenían un gran parecido familiar, su hermana emanaba lujo y elegancia por todos los poros de su cuerpo.

– ¡Oh, no, por supuesto que usted no estaba allí! Ni siquiera sabía que Richard se había vuelto a casar.

– Una gran ceremonia, ¿no?

– Bastante grande.

El estatus de Richard de aristócrata menor garantizaba el interés de los medios y en cuanto Poppy… Bueno, cualquier cosa que Poppy hiciera era noticia. Pero a pesar del tumulto, ella sabía que Gannon no había estado allí. No hubiera olvidado una cosa tan peligrosa sobre dos piernas como John Gannon. Se dio media vuelta.

– ¿Por qué no le invitó?

– He estado en el extranjero una buena temporada. Desconectado. ¿Cuándo fue el feliz acontecimiento exactamente?

– En Navidad.

– ¿En Navidad? Richard debió ser increíblemente bueno todo el año si la encontró a usted bajo su árbol. Creo que yo deberé intentarlo con más fuerza.

– Richard no tiene ni siquiera que intentarlo. Le sale de forma natural.

Palabras, palabras, palabras. Se metería en problemas si no tenía cuidado.

Pero John Gannon no pareció ofenderse aunque era difícil saber en qué estaba pensando. Aquella sonrisa ocultaba muchas cosas.

– Puede dejar lo de señor, Pandora. Ya que nos estamos tuteando.

Dora lo miró furiosa. Que la ahorcaran si pensaba llamarle John.

– Gracias, Gannon.

– Cuando quiera.

– Y realmente preferiría que me llamara Dora.

– Intentaré recordarlo.

– ¿Ha dicho que ha estado en el extranjero?

– Sí.

– Ya entiendo.

Mientras echaba Sophie en el hueco dejado por ella en su cama todavía caliente y la abrigaba hasta la nariz, Dora pensó que quizá sí entendiera. La pequeña tenía el pelo moreno. Bien, también Gannon, pero la piel de Sophie era de color oliva, con un aspecto mediterráneo. Se dio la vuelta hacia él.

– ¿La ha raptado? -él la miró fijamente-. ¿Se la ha quitado a su madre? Esto es uno de esos terribles casos de amor y posesión, ¿verdad?

Casi había esperado que explotara ante su acusación. En vez de eso pareció interesado en su razonamiento.

– ¿Y qué le hace pensar eso?

– Bueno, es perfectamente evidente que no es usted un vagabundo asaltante de casas, Gannon. Sólo estaba buscando algún sitio para acostarse y se acordó de esta casa suponiendo que estaría vacía.

– Ha sido un error por mi parte. Pero Richard me habría ayudado si hubiera estado aquí. ¿Cuándo volverá?

– Usted no lo conoce bien si cree que le ayudaría a raptar a una niña a su madre.

– Este no es un caso de amor y posesión, Dora. Richard me ayudará cuando conozca los hechos.

– La que estoy aquí soy yo, Gannon. Cuénteme los hechos.

– ¿Dónde está él?

– ¿Richard?

Dora vaciló. Había pensado decirle que su cuñado volvería en cualquier momento para que se fuera antes de que llegara. Pero ahora parecía que Gannon se alegraría de verle. Si le decía cuándo iba a volver Richard, no se iría de ninguna manera.

Tendría que decirle la verdad. Pero no toda la verdad: que Poppy se había ido a Estados Unidos para firmar un contrato como imagen exclusiva para una firma de cosméticos y que Richard no quería dejar sola a su nueva esposa.

– Lo siento, Gannon, pero Richard está en Estados Unidos de viaje de negocios. No volverá al menos en una semana. ¿Entenderá que no le pida que se quede a esperarlo?

Él contrajo las facciones.

– Lo entiendo perfectamente, Dora. Pero si no me quiere tener por aquí colgado, tendrá que actuar por él. Necesito dinero y transporte.

– ¿Transporte? -frunció el ceño-. ¿Cómo ha llegado hasta aquí sin coche?

– Andando.

– ¿Andando? ¿Desde dónde? -la carretera importante más cercana estaba a varias millas de distancia-. Bueno, supongo que podrá usar mi coche.

– Gracias-. Dora miró a la niña dormida que ni siquiera se había movido desde que la habían metido en la cama.

– Yo puedo dejarle algo de dinero en metálico. O bastante más si me deja ir al banco -el sacudió la cabeza-. No, sabía que no lo aceptaría. Puedo dejarle mi tarjeta de crédito.

– ¿Y me dirá el número correcto?

– Lo haré -prometió ella-. No quiero que vuelva.

Se corrigió mentalmente a sí misma. Lo que no quería era que volviera enfadado. Había otra razón para convencerlo de que estaba diciendo la verdad.

– Pero tendrá que dejar a Sophie conmigo. Ella no debería pasar por todo esto -el lanzó un suspiro mientras miraba a la niña con gesto de preocupación antes de dirigir la vista hacia Dora-. La cuidaré, Gannon – dijo con repentina compasión hacia el hombre.

– ¿Lo hará? ¿Por cuánto tiempo?

Era una extraña pregunta.

– Hasta que pueda volver con su madre, por supuesto. La llevaré yo misma si quiere… No le diré nada a la policía.

– ¿Por qué no?

– Porque no se ganaría nada con ello -él la estaba mirando con intensidad-. Y porque es usted amigo de Richard -sabía que estaba siendo tonta, pero en ese momento la niña era más importante que el sentido común-. ¿Tiene eso importancia?

Gannon miró aquella cara extrañamente familiar. Llevaba días escapando, desde que había sacado a Sophie del campo de concentración. Estaba herido, tenía hambre, estaba agotado y necesitaba con desesperación algún sitio para esconderse, algún sitio para mantener a Sophie a salvo mientras él recuperaba las fuerzas. Y aquella mujer le estaba ofreciendo ayuda aunque no sabía una sola palabra de él. Y aún más, le estaba mirando como si se le hubiera roto el corazón. Por supuesto que importaba. No debería, pero importaba.

O quizá estuviera tan cansado que sólo atendía a lo que más deseaba. Confiar en ella porque pareciera el ángel que necesitaba en ese momento podría ser un gran error.

– Esta noche no la llevaré a ningún sitio. Veré cómo está mañana y entonces decidiré qué hacer.

– La niña necesita tiempo, Gannon. Una oportunidad para recuperarse.

– Y esto.

Gannon sacó un frasco de medicinas del bolsillo.

– ¿Qué es?

– Sólo antibióticos -se sentó en el borde de la cama, medio despertó a la niña y la convenció de que tragara una cápsula con un poco de leche. Sophie cayó dormida de nuevo antes de tocar la almohada. Entonces se dio la vuelta y miró fijamente a Dora-. ¿Nos ayudará, Pandora? ¿Nos dará un poco de esperanza?