– Espera a que le cuente a mi madre y a mis hermanas que te he visto. Oímos que Cain te había mandado a una escuela en el Norte, pero nadie de nosotros habla con él, y Sophronia apenas habla con nadie.

Kit no quería hablar de Cain.

– ¿Cómo están tu madre y tus hermanas?

– Tan bien como se podría esperar. Perder Holly Grove ha sido difícil para ellas. Yo estoy trabajando en el banco de Rutherford -su sonrisa era humilde-. Un Parsell trabajando en un banco. Los tiempos cambian, ¿no, señorita Weston?

Kit se acercó a las líneas limpias y delicadas de su rostro y observó la forma en que su bigote cuidadosamente recortado acariciaba la curva superior de su labio. No dejó que asomara su pena mientras aspiraba el débil olor a tabaco y ron que tan suavemente desprendía él.

Brandon y sus hermanas habían sido el centro de un grupo de jóvenes despreocupados cinco o seis años mayores que ella. Cuando comenzó la guerra, recordaba haberle visto desde el borde del camino marchar a caballo a Charleston. Estaba erguido en su montura, como si hubiera nacido sobre una silla de montar, y llevaba tan orgulloso el uniforme gris y el sombrero con pluma, que su garganta se había cerrado con lágrimas feroces y orgullosas. Para ella, simbolizaba el espíritu del soldado Confederado, y ella no había anhelado nada más que seguirlo a la batalla y luchar a su lado. Ahora Holly Grove estaba en ruinas y Brandon Parsell trabajaba en un banco.

– ¿Que estás haciendo en Nueva York, señor Parsell? -preguntó tratando de calmar el leve vértigo que hacía temblar sus rodillas. -Mi jefe me ha enviado para ocuparme de algunos negocios familiares suyos. Vuelvo mañana a casa. -Tu jefe debe tener mucha confianza en ti al confiarte sus asuntos familiares. Otra vez ese tono humilde, que era casi, pero no exactamente irónico.

– Si oyes a mi madre, te dirá que estoy manejando el "Banco de Ciudadanos y Plantadores", pero lo cierto es que no soy más que el chico de los recados.

– Estoy segura que eso no verdad.

– El Sur fue levantado sobre una farsa. Esa creencia que éramos omnipotentes la aprendimos desde la cuna. Pero yo, por fin, he dejado de engañarme. El Sur no es invencible, y yo tampoco.

– ¿Eso es tan malo?

Él la llevó hasta el borde del salón de baile.

– No has estado en Rutherford durante años. Todo ha cambiado. Los políticos y los ladinos dirigen el estado. Aunque Carolina del Sur está a punto de ser readmitida en la Unión, los soldados yanquis todavía patrullan las calles y miran a otro lado cuando ciudadanos respetables son abordados por gentuza. El estado de derecho es una broma -espetó las últimas palabras como si fueran venenosas-. Como vives aquí, no puedes imaginarte cómo es eso.

De alguna manera, se sintió culpable por haber abandonado su deber dejando el Sur, por un colegio en Nueva York. La música acabó pero no estaba preparada para que el baile terminara. Y quizá Brandon tampoco, ya que no hizo ningún movimiento para soltarla.

– Supongo que ya tendrás pareja para acompañarte a la cena.

Ella asintió con la cabeza, para después oírse a sí misma decir:

– Pero debido a que somos vecinos y dejas Nueva York mañana, estoy segura que el señor Mayhew no se opondrá a hacerse a un lado.

Él levantó la mano y le acarició con el dorso los labios.

– Entonces es un tonto.

Elsbeth se precipitó hacía ella en cuanto pudo y la arrastró a la sala de estar, que había sido acondicionada para que las damas pudieran retocarse.

– ¿Quién es, Kit? Todas las chicas están hablando de él. Parece un poeta. ¡Oh, no! Tus lazos se están desatando, y ya tienes una mancha en la falda. Y tú pelo…

Sentó a Kit frente al espejo y le quitó las peinetas de plata que le había regalado por su cumpleaños el año anterior.

– No sé por qué no me has dejado arreglarte el pelo esta noche. Así parece salvaje.

– Por la misma razón que no te he dejado que me ates el corsé. No me gusta que me quite libertad.

Elsbeth le dirigió una sonrisa traviesa.

– Eres una mujer. Se supone que no tienes que tener ningún tipo de libertad.

Kit rió.

– Oh, Elsbeth. ¿Que habría hecho sin ti estos tres últimos años?

– Te hubieran expulsado.

Kit se giró y le apretó la mano.

– ¿Te he dado alguna vez las gracias?

– Cientos de veces. Y soy yo la que debería dártelas. Si no hubiese sido por ti, nunca habría aprendido a valerme por mi misma. Lamento que mi padre esté siendo tan detestable. Nunca le perdonaré que no te haya creído.

– No quiero entrometerme entre tu padre y tú.

– Sé que no quieres -Elsbeth reanudó su ataque sobre el pelo de Kit-. ¿Por qué me molesto en regañarte por ser tan desordenada? Difícilmente haces algo como se supone que una jovencita debe hacerlo, y a pesar de eso, la mitad de los hombres de Nueva York están enamorados de ti.

Kit hizo una mueca frente al espejo.

– A veces no me gusta la forma en que me miran. Como si estuviera desnuda.

– Seguro que te lo imaginas -Elsbeth terminó de asegurar las peinetas y puso las manos sobre los hombros de Kit-. Lo que pasa es que eres tan hermosa, que no pueden evitar mirarte.

– Tonta -Kit rió y se puso de pie de un salto-. Su nombre es Brandon Parsell y me acompañará en la cena.

– ¿La cena? Yo creía que el señor Mayhew…

Pero era demasiado tarde. Kit había salido ya.


***

El camarero pasó con la tercera bandeja de pastelitos. Kit extendió la mano para alcanzar uno, y la retiró justo a tiempo. Ya había cogido dos, y se había comido todo lo que le habían puesto en su plato. Si Elsbeth se hubiera dado cuenta, como seguramente habría hecho, Kit hubiera recibido otro sermón. Las Chicas Templeton comen con moderación en las reuniones sociales.

Brandon apartó su plato vacío.

– Confieso que disfruto fumando en pipa después de la cena. ¿Estarías de acuerdo en mostrarme el jardín? Siempre y cuando no te moleste el olor a tabaco.

Kit sabía que ahora debería estar con Bertrand Mayhew, enseñándole las fotos tridimensionales de las cataratas del Niágara y preparándolo para una proposición de matrimonio, pero no encontraba el valor para marcharse.

– No me molesta en absoluto. Cuando era más joven, yo también fumé tabaco.

Brandon frunció el ceño.

– Por lo que yo recuerdo, tu niñez fue infeliz y sería mejor olvidarla -él la llevó hacia las puertas que daban al jardín.

– Es asombroso cómo has conseguido superar el infortunio de tu educación, por no olvidar esta capacidad tuya para vivir entre los yanquis todo este tiempo.

Ella sonrió mientras él la llevaba por un camino empedrado engalanado con farolillos de papel. Pensó en Elsbeth, Fanny Jennings, Margaret Stockton e incluso en la señora Templeton.

– No todos son malos.

– ¿Y los caballeros yanquis? ¿Qué opinas de ellos?

– Unos son agradables, y otros no.

Él vaciló.

– ¿Has recibido alguna proposición de matrimonio?

– Ninguna que haya aceptado.

– Me alegra oír eso.

Él sonrió y sin saber enteramente cómo ocurrió, se pararon. Ella sintió como el susurro de la brisa desordenaba su pelo. Le puso las manos en los hombros y suavemente la atrajo hacía él.

Él iba a besarla. Sabía que lo haría, de la misma manera que sabía que ella se lo permitiría.

Su primer beso.

De repente arrugó el ceño y la soltó precipitadamente.

– Perdóname. Casi pierdo el control.

– Ibas a besarme.

– Me avergüenza admitirlo, pero es en lo único que he podido pensar desde que te he visto de nuevo. Un hombre que presiona a una dama para recibir sus atenciones no es ningún caballero.

– ¿Y si la dama lo desea?

Su expresión se tornó tierna.

– Eres inocente. Los besos llevan a mayores libertades.

Ella pensó en la "Vergüenza de Eva" y las charlas sobre las relaciones matrimoniales que todas las chicas del último curso tuvieron que soportar antes de graduarse. La señora Templeton habló del dolor y del deber, de la obligación y la resistencia. Las aconsejó que dejaran que sus maridos se ocuparan de todo, sin importar qué espantoso y horrible pudiese parecer. Sugirió que recitaran versos de la Biblia o un poco de poesía mientras lo hacían. Pero ni una sola vez les dijo que implicaba la "Vergüenza de Eva" exactamente.

Lo dejaba a sus fértiles imaginaciones.

Lilith Shelton les contó que su madre tenía una tía que se había vuelto loca en su noche de bodas. Margaret dijo que había oído que había sangre. Y Kit había cambiado miradas preocupadas con Fanny Jennings, cuyo padre criaba pura sangres en una granja cerca de Saratoga. Sólo Kit y Fanny habían visto el temblor de una yegua reacia cuando era cubierta por un semental.

Brandon sacó una pipa del bolsillo y una desgastada petaca de tabaco de cuero.

– No sé cómo has podido vivir en esta ciudad. No es como Risen Glory, ¿verdad?

– A veces pensaba que moriría de nostalgia.

– Pobre Kit. Has pasado por momentos duros, ¿no es así?

– No tan malos como tú. Al menos Risen Glory sigue en pie.

Él caminó hacia el muro del jardín.

– Es una estupenda plantación. Siempre lo fue. Tu padre no podría tener mucho juicio en cuanto a mujeres, pero sabía cómo cultivar algodón -hubo un sonido hueco y siseante cuando el acercó su pipa. La volvió a encender y la miró fijamente-. ¿Puedo decirte algo que nunca he confiado a nadie?

Ella sintió un momento de emoción.

– ¿Qué es?

– Solía tener un anhelo secreto por Risen Glory. Siempre ha sido mejor plantación que Holly Grove. Es un cruel giro del destino que la mejor plantación del país esté en manos de un yanqui.

Ella notó que su corazón palpitaba, y su mente bullía con nuevas posibilidades. Habló despacio.

– Voy a recuperarla.

– Acuérdate de lo que te he dicho sobre crecer en una farsa. No cometas los mismos errores que los demás.

– No los cometeré -dijo ferozmente-. He aprendido algo sobre el dinero desde que estoy en el Norte. Es lo que nos iguala. Yo lo tendré. Y entonces, le compraré Risen Glory a Baron Cain.

– Necesitarás mucho dinero. Cain tiene la loca idea de hilar su propio algodón. Está construyendo un molino, allí mismo, en Risen Glory. El motor a vapor acaba de llegar de Cincinnati.

Sophronia ya se lo había contado, pero Kit no podía concentrarse en eso ahora. Estaba en juego algo demasiado importante. Pensó en ello sólo un momento.

– Tendré quince mil dólares, Brandon.

– ¡Quince mil! -en una nación destruida, eso era una fortuna y durante un momento la miró boquiabierto. Entonces sacudió la cabeza.

– No deberías habérmelo dicho.

– ¿Por qué no?

– Yo… me gustaría visitarte cuando regreses a Risen Glory, pero lo que me has contado arroja una sombra sobre mis intenciones.

Kit tenía unas intenciones mucho más oscuras, y por eso sonrió.

– No seas ganso. Nunca podría dudar de tus intenciones. Y sí, puedes visitarme en Risen Glory. Planeo volver tan pronto como pueda hacer los arreglos.

Exactamente en ese momento, tomó la decisión. No podría casarse con Bertrand Mayhew, por lo menos, no hasta que tuviera tiempo de ver hasta dónde la llevaba esta emocionante y nueva posibilidad. No importaba lo que Cain le hubiera escrito en su carta. Iba a volver a casa.

Esa noche cuando se quedó dormida, soñó con cruzar los campos de Risen Glory con Brandon Parsell a su lado.

Imagínate.

TERCERA PARTE


Una Dama Sureña

Nos hervimos a diferentes grados

Ralph Waldo Emerson "Eloquence"


7

El carruaje se inclinaba continuamente balanceándose mientras recorría el largo y tortuoso camino que llevaba hasta Risen Glory. Kit se tensó con anticipación. Después de tres años, finalmente regresaba a casa.

La grava fresca ocultaba los surcos que tenía el camino desde que podía recordar. No había ni hierbajos ni maleza, haciendo que el camino le pareciera más ancho. Sólo los árboles habían resistido el cambio. El familiar surtido de pinos, robles, tupelos y sicomoros la recibieron. En un momento tendría la casa a la vista.

Pero cuando el coche tomó la última curva, Kit ni siquiera le lanzó una ojeada. Algo más importante había llamado su atención.

Más allá de la apacible inclinación de césped, más allá del huerto y las nuevas dependencias, más allá de la misma casa, alcanzando más de lo que le permitía su vista, estaban los campos de Risen Glory. Unos campos que se parecían a los que habían sido antes de la guerra, en unas interminables filas de jóvenes plantas de algodón estirándose como cintas verdes a través del rico y oscuro suelo.