Golpeó el techo del carruaje, sorprendiendo a su acompañante, que dejó caer una ramita de menta que iba a meterse en la boca y se le cayó entre los volantes de su falda.
Dorthea Pinckney Calhoun dio un chillido de alarma.
Una Chica Templeton, aún la más rebelde, no podía viajar de ninguna manera sin acompañante, ni por supuesto, permanecer en la misma casa que un hombre soltero. Incluso el hecho de ser medio hermanos no hacía ninguna diferencia. Kit no pensaba hacer nada que diera a Cain una excusa para enviarla de vuelta, y como seguramente no querría tenerla allí, sin duda buscaría una razón.
No había sido difícil encontrar una mujer sureña sin recursos ansiosa por volver a su tierra natal, tras años de destierro con una cuñada viuda en el Norte. Miss Dolly era una pariente lejana de Mary Cogdell, y Kit había conseguido su nombre a través de una carta que recibió de la esposa del reverendo. Con su estatura pequeña y sus rizos rubios descoloridos, Miss Dolly se parecía a una antigua muñeca de porcelana. Aunque ya había pasado de los cincuenta, vestía de modo retro con faldas de muchos volantes y nunca llevaba menos de ocho enaguas debajo.
Kit ya había descubierto que era una coqueta natural, batiendo las pestañas de sus arrugados párpados a cualquier hombre que considerara un caballero. Y siempre parecía estar moviéndose. Las manos en los encajes, revoloteando sobre los mitones; tocándose sus descoloridos rizos cortos, sus fajas color pastel o flecos que ya no se llevaban. Ella hablaba de cotillones y remedios para la tos y el conjunto de perros de porcelana que habían desaparecido con su niñez. Era dulce e inofensiva y como pronto había descubierto Kit, estaba algo loca. Era incapaz de aceptar la derrota de la Gloriosa Confederación, y Miss Dolly había decidido tomarse el pequeño lujo de volver hacía atrás, a los primeros días de la guerra cuando las esperanzas eran altas y pensar en una derrota inconcebible.
– ¡Los yanquis! -exclamó Miss Dolly cuando el coche se sacudió antes de detenerse-. ¡Están atacándonos! Oh yo… Oh yo, yo…
Al principio su costumbre de referirse a acontecimientos que habían ocurrido hacía siete años como si estuvieran pasando ahora la habían desconcertado, pero Kit había comprendido rápidamente que la elegante locura de Miss Dolly era su manera de enfrentarse a una vida que le había sido imposible controlar.
– No ocurre nada -aseguró Kit -. He detenido yo el carruaje. Quiero caminar.
– Oh querida, Oh mi querida, no hagas eso. Los grupos de merodeadores están por todas partes. Y tu cara…
– Estaré bien, Miss Dolly. La veré en la casa en unos minutos.
Antes de que su acompañante pudiera protestar más, Kit salió fuera y le hizo una seña al conductor. Cuando el carruaje se alejaba, se subió a un montículo de hierba para tener mejor vista de los campos que rodeaban la casa. Se levantó el velo y se hizo sombra con la mano para evitar el sol de la tarde.
Las plantas tendrían aproximadamente seis semanas. Dentro de poco, los brotes se abrirían en las cremosas flores de cuatro pétalos que darían lugar a las cápsulas de algodón. Incluso bajo la eficiente dirección de su padre, Risen Glory nunca había parecido tan próspera. Las dependencias que habían destruido los yanquis estaban reconstruidas, y una nueva cerca blanqueada se estiraba rodeando el prado. Todo en la plantación tenía el aspecto próspero de estar bien cuidado.
Su mirada se centró en la casa de la que había sido exiliada cuando era tan pequeña. La parte frontal todavía tenía el agraciado arco, y el color era la misma sombra de crema cálida que recordaba, tintada ahora con la luz rosácea provocada por el reflejo del sol.
Pero había diferencias. Se había reparado el tejado de tejas rojas cerca de las chimeneas gemelas, las contraventanas y la puerta principal mostraban una mano fresca de pintura negra brillante, y hasta desde esa distancia, los cristales de las ventanas brillaban. Comparado con la continua devastación que había visto viniendo en el tren, Risen Glory era un oasis de belleza y prosperidad.
Las mejoras deberían haberla alegrado. En su lugar le provocaban una mezcla de ira y resentimiento. Todo esto había ocurrido sin ella. Dejó caer el velo sobre su rostro y se dirigió a la casa.
Dolly Calhoun esperaba a unos pasos del carruaje, su boca de arco de Cupido temblando por estar sola cuando había llegado a su destino. Kit la sonrió tranquilizándola, bajó los bultos y se dirigió al conductor para pagarle con lo último que le quedaba de dinero. Mientras el carruaje ya se alejaba, cogió el brazo de Miss Dolly, la ayudó a subir los escalones hacía la puerta principal y golpeó con la aldaba de latón.
Una criada joven y nueva abrió la puerta, y el resentimiento de Kit creció. Quería ver el querido y familiar rostro de Eli, pero el anciano había muerto el invierno anterior. Cain no le había permitido volver a casa para el entierro. Ahora tenía nuevos resentimientos para unir a los ya viejos y familiares.
La criada las miró curiosamente y luego a los bultos y sombrereras amontonados en la entrada.
– Me gustaría ver a Sophronia -dijo Kit.
– La señorita Sophronia no está aquí.
– ¿Cuándo volverá?
– La curandera se ha puesto enferma, y la señorita Sophronia ha ido a ver como se encuentra. No se cuando regresará.
– ¿Está el Major Cain aquí?
– Volverá de los campos en cualquier momento, pero todavía no ha llegado.
Menos mal, pensó Kit. Con un poco de suerte, estarían instaladas antes de que llegara. Tomó suavemente a Miss Dolly del brazo y la condujo a través de la puerta por delante de la estupefacta criada.
– Por favor, que alguien recoja nuestros bultos y los suba arriba. Esta es Miss Dolly Calhoun. Estoy segura que le gustaría que la subieran un vaso de limonada a su habitación. Yo esperaré al Major Cain en el salón.
Kit vio la incertidumbre de la criada pero la chica no tenía el coraje para desafiar a una visitante tan bien vestida.
– Sí, señora.
Kit se giró hacia su acompañante, más que preocupada por ver cómo reaccionaría al saber que dormiría bajo el mismo techo que un anterior oficial del ejército de la Unión.
– ¿Por qué no se echa un rato antes de la cena, Miss Dolly? Ha tenido un día largo.
– Creo que sí, dulce querida -Mis Dolly acarició el brazo de Kit-. Quiero tener mi mejor aspecto esta noche. Sólo espero que los caballeros no hablen de política durante la cena. Con el General Beauregard camino de Charleston ninguna de nosotras debe preocuparse por esos asesinos yanquis.
Kit dio a Miss Dolly un empujoncito amable hacía la atónita criada.
– La veré antes de la cena.
Después de que desaparecieran escaleras arriba, Kit tuvo finalmente tiempo de recorrer la casa. El suelo de madera brillaba encerado, y sobre la mesa del vestíbulo habían colocado un jarrón con flores de primavera. Recordaba cómo odiaba Sophronia el aspecto descuidado de la casa con Rosemary.
Cruzó el vestíbulo y entró en el salón. Las paredes habían sido pintadas nuevamente de color marfil, las molduras de verde y las cortinas amarillas de tafetán de seda se ondulaban con la brisa que entraba por las ventanas abiertas. Los muebles sin embargo eran la cómoda mezcolanza que Kit recordaba, aunque las sillas y el sofá habían sido tapizados de nuevo, y la sala olía a aceite de limón y cera de abejas en vez de moho. Los candelabros de plata brillaban y el reloj del abuelo funcionaba por primera vez desde que Kit recordaba.
El suave y rítmico tic-tac, debería tranquilizarla pero no lo hacía. Sophronia había hecho demasiado bien su trabajo. Kit parecía una forastera en su propia casa.
Cain miró a Vándalo, su nuevo caballo mientras lo llevaba a la cuadra. Era un buen caballo pero a Magnus se lo llevaban los demonios por haberlo cambiado por Apolo. A diferencia de Magnus, Cain no dejaba coger demasiado apego por un caballo. Desde niño aprendió a no tener aprecio a ninguna cosa.
Mientras caminaba de la cuadra a la casa, se encontró pensando en todo lo que había logrado en estos tres años. A pesar de los problemas que le causaba vivir rodeado de gente que le ignoraba, nunca se había arrepentido de vender su casa en Nueva York y trasladarse a Risen Glory. Tenía algo de experiencia con el algodón de su época en Texas antes de la guerra, y Magnus había venido al mundo en una plantación. Con la ayuda de un buen suministro de folletos agrícolas, los dos habían conseguido producir una mejor cosecha que la del año pasado.
Cain no fingió reconocer una profunda afinidad por esta tierra, no se ponía sentimental como con los animales, pero le encantaba el desafío de restaurar Risen Glory. Construir el nuevo molino en el rincón noreste de la plantación era lo que más le llenaba.
Había gastado todo lo que tenía en construir el molino. Por lo tanto, estaba en la misma situación que cuando era más joven, pero siempre le gustaba tomar riesgos. Y de momento, estaba contento.
No había dado más que un paso por la puerta posterior cuando Lucy, la criada que Sophronia había contratado recientemente, llegó corriendo.
– No ha sido culpa mía, Major. La señorita Sophronia no me dijo que esperaba visita, cuando se marchó a ver a la curandera. Esta dama ha llegado preguntando por usted y luego ha dicho que tranquilamente le esperaría en el salón.
– ¿Está todavía allí?
– Sí. Y eso no es todo. Ella ha traído…
– ¡Maldición!
Había recibido la semana pasada una carta anunciándole que un miembro de la Sociedad Protectora de Viudas y Huérfanos de la Confederación llamaría a su puerta para una contribución. Los respetables ciudadanos del lugar lo ignoraban a menos que necesitaran dinero; entonces alguna matrona acudía y le miraba con los labios fruncidos y ojos nerviosos mientras trataba de vaciarle los bolsillos. Había comenzado a sospechar que todos esos asuntos de la caridad eran en realidad una excusa para echar un buen vistazo en el interior de la guarida del perverso “Héroe de Missionary Ridge”. Le divertía contemplar luego a esas mismas mujeres, desalentar las miradas coquetas que le dirigían sus propias hijas cuando estaba de visita en la ciudad, pero él sólo re relacionaba y de forma poco frecuente con las mujeres más expertas de Charleston. Se dirigió por el pasillo hacía el salón. No le preocupaba presentarse con los pantalones marrones y camisa blanca, su ropa de trabajo. Se condenaría antes de cambiarse de ropa para recibir la visita de esas molestas mujeres. Pero lo que vio cuando entró en la sala no era lo que había esperado…
La mujer estaba de pie mirando por la ventana. A pesar de verla sólo de espaldas, vio que estaba bien vestida, insólito para las mujeres de la comunidad. Su falda onduló cuando se dio la vuelta.
Él contuvo el aliento.
Era exquisita. Llevaba un entallado vestido color gris paloma con ribetes en rosa, y una catarata de seda gris pálido caía desde su garganta hacía un par de pechos altos y redondos. Tenía un pequeño sombrero del mismo tono de rosa que el vestido colocado sobre su cabello negro como el carbón. La punta de la pluma gris caía graciosamente sobre su frente.
El resto de los rasgos de la mujer estaban cubiertos por un velo negro tan ligero como una telaraña. Unas gotas de rocío brillantes y diminutas se adherían a su tela de nido de abeja, y dejaba visible debajo sólo una húmeda boca. Eso y un par de pequeños y brillantes pendientes.
No la conocía. Se habría acordado de tal criatura. Debía ser una de las hijas de la gente respetable de la comunidad que habían mantenido alejada de él.
Ella permaneció silenciosamente confiada bajo su abierto escrutinio.
¿Qué calamidad habría ocurrido para que enviaran a esta preciosidad en lugar de a su madre a la madriguera del infame yanqui?
Su mirada se posó en esa boca madura que se veía debajo del velo. Hermosa y seductora. Sus padres habrían hecho mejor manteniéndola encerrada de manera segura.
Mientras Cain estaba estudiándola tan atentamente, Kit estaba haciendo su propia lectura detrás de su velo de nido de abeja. Habían pasado tres años. Ahora era más mayor, y lo estudió con ojos más maduros. Lo que vio no la tranquilizó. Era más increíblemente apuesto de lo que recordaba. El sol había bronceado las líneas de su rostro y había aclarado su pelo, rubio leonado. El pelo más oscuro en sus sienes daba a su rostro el aspecto escabroso de un hombre que pertenecía al aire libre.
Todavía iba vestido con la ropa de trabajo y la vista de ese cuerpo musculoso la inquietaba. Llevaba las mangas de la camisa blanca enrolladas, revelando unos antebrazos bronceados de tendones duros. Los pantalones marrones se adherían a sus caderas y abrazaban los potentes músculos de sus muslos.
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