– No creas que porque has regresado puedes meter las narices en mis asuntos y decirme como llevar la casa.
Kit sólo se rió entre dientes.
– No te preocupes por eso. Todo lo que me preocupa es la tierra. Los campos. No puedo esperar para verlo todo.
El resentimiento de Sophronia se evaporó y la preocupación tomó su lugar. Tener al Major y a Kit bajo el mismo techo era invitar a los problemas.
El viejo dormitorio de Rosemary Weston había sido redecorado en tonos rosas y verde musgo. A Kit le recordaba el interior maduro de una sandía. Se alegró que esa bonita habitación fuera la suya, aún cuando fuera inferior al dormitorio que Caín ocupaba. El hecho que ambos compartieran una sala en común la inquietaba, pero al menos esto le permitiría poder vigilarlo de algún modo.
¿Cómo había dejado que la besara así? La pregunta que le rondaba una y otra vez la mente le producía una sensación rara en el estómago. Cierto que le había apartado, pero no antes de que él la besara a fondo. Si hubiese sido Brandon Parsell, podría entenderlo, pero ¿cómo podía haber permitido a Baron Cain hacer una cosa así?
Recordó la charla de la señora Templeton sobre la Vergüenza de Eva. Seguramente sólo una mujer antinatural se abandonaría así con su enemigo más enconado. Quizá había algo incorrecto en ella.
Tonterías. Simplemente estaba cansada del viaje, y la perorata de Miss Dolly era suficiente para conducir a una persona a hacer algo irracional.
Decidida a no seguir pensando en ello, se quitó el vestido y se quedó sólo con la camisola y las enaguas delante de la jofaina. El baño era su lujo preferido. No podía creer que una vez lo hubiera odiado tanto. Que chica tan tonta había sido. Tonta sobre todas las cosas, excepto su odio hacía Cain.
Maldijo suavemente entre dientes, una costumbre que Elsbeth no había podido quitarle. Antes de salir del salón, Cain había pedido verla en la biblioteca después de la cena. No esperaba ilusionada esa entrevista. Pero era el momento de hacerle entender que ya no trataba con una inmadura chica de dieciocho años.
Lucy había desempaquetado sus bultos y durante un momento Kit se planteó ponerse uno de los vestidos más viejos y salir a explorar. Pero debía estar pronto abajo, lista para pelear de nuevo. Ya tendría tiempo mañana.
Eligió un vestido con unos alegres ramitos de nomeolvides azules dispersos sobre un fondo blanco. Los pliegues suaves de la falda dejaban ver las enaguas del mismo tono azul que las flores. Cain le había proporcionado una bonificación en ropa muy generosa, maldita sea su estampa, y Kit tenía un hermoso guardarropa. La mayor parte gracias a Elsbeth, ya que no se fiaba del gusto de Kit, y había decidido acompañarla a la modista. La verdad era, que a menos que Elsbeth fuera con ella, Kit se aburría tanto que se conformaba con lo que las modistas le ponían delante.
Se quitó los alfileres del pelo con impaciencia. Esa mañana se había recogido el pelo al estilo español, con raya en medio y un moño sujeto en la nuca. Con algunos rizos sueltos, era perfecto para su primer encuentro con Cain. Pero no soportaba el sofisticado peinado ni un segundo más. Se lo cepilló hasta que estuvo brillante y se lo sujetó con una de las peinetas de plata que Elsbeth le había regalado. El pelo le cayó como una cascada de rizos sobre los hombros. Tras aplicar un ligero toque de jazmín en sus muñecas, estaba lista para recoger a Miss Dolly.
Mientras golpeaba en la puerta, se preguntó como soportaría su frágil acompañante el sentarse a la mesa para cenar con un héroe de guerra yanqui. Golpeó una segunda vez, y como no hubo respuesta, empujó suavemente la puerta.
Miss Dolly estaba sentada meciéndose en una silla en la penumbra de la habitación. Tenía en las manos un andrajoso pedazo de tela que alguna vez había sido un pañuelo azul, y las lágrimas rayaban sus arrugadas mejillas.
Kit fue a su lado.
– ¡Miss Dolly! ¿Qué le pasa?
La mujer mayor no pareció enterarse. Kit se arrodilló ante ella.
– ¿Miss Dolly?
– Hola, querida -dijo ella vagamente-. No te he oído entrar.
– Usted ha estado llorando -Kit tomó las frágiles manos de la mujer-. Dígame que le pasa.
– Realmente nada. Recuerdos tontos. De cuando mis hermanas y yo hacíamos muñecas de trapo. Cosiendo bajo la pérgola de la vid. Los recuerdos son parte de la vejez.
– Usted no es vieja, Miss Dolly. Mírese con su bonito vestido blanco. Parece tan fresca como un día de primavera.
– Trato de conservarme bien -admitió Miss Dolly, incorporándose un poco en la silla y dándose unos ligeros toquecitos en sus húmedas mejillas-. Es sólo que a veces en días como hoy, me encuentro pensando en cosas que ocurrieron hace mucho tiempo, y me ponen triste.
– ¿Qué tipo de cosas?
La mano de Miss Dolly se movió impaciente.
– Vamos. Vamos, querida. Seguro que no quieres escuchar mi parloteo.
– Usted no parlotea -le aseguró Kit, aún cuando sólo unas horas antes, ese hábito había estado conduciéndola a la locura.
– Tienes un corazón bueno, Katharine Louise. Lo supe en el momento que puse mis ojos en tí. Me alegró tanto que me pidieras que te acompañara a Carolina del Sur -sus cintas se movieron cuando sacudió la cabeza-. No me gusta el Norte. Todo el mundo habla en voz tan alta. No me gustan los yanquis, Katharine. No me gustan nada.
– ¿Está molesta por tener que conocer al Mayor Cain, no es verdad? -Kit acarició el dorso de la mano de Miss Dolly-. No debería haberla traído aquí. Simplemente pensaba en mí misma, y no tuve en cuenta sus sentimientos.
– Vamos, vamos. No vayas a sentirte mal ahora por la necedad de una vieja tonta, querida.
– No permitiré que permanezca aquí si va a sentirse infeliz.
Los ojos de Miss Dolly se abrieron con alarma.
– ¡Pero no tengo otro sitio donde ir! -se levantó de la silla y comenzó a llorar otra vez-. Una necia tonta… eso es lo que soy. Yo… yo me arreglaré para estar lista y bajaremos a cenar. Sólo tardaré unos minutos. No un… no, un minuto.
Kit se levantó y abrazó los frágiles hombros de la mujer.
– Cálmese, Miss Dolly. No la voy a mandar a ninguna parte. Estará conmigo todo el tiempo que usted quiera. Se lo prometo.
Un parpadeo de esperanza apareció en los ojos de su acompañante.
– ¿No harás que me vaya?
– Nunca -Kit alisó las mangas arrugadas del vestido blanco de Miss Dolly, y le dio un beso en la mejilla -. Póngase guapa para la cena.
Miss Dolly lanzó una mirada hacía el pasillo que se encontraba más allá del puerto seguro de su habitación.
– Muy… bien, querida.
– Por favor no se preocupe por el Major Cain – Kit sonrió-. Sólo crea que es el simpático General Lee.
Tras más de diez minutos de acicalarse, Miss Dolly decidió que ya estaba preparada y Kit estaba tan feliz de ver de nuevo con ánimo a la mujer mayor que no le importó esperar. Mientras bajaban las escaleras, Miss Dolly empezó a mimarla excesivamente.
– Espera un segundo, querida. No llevas la sobrefalda puesta correctamente sobre tu bonito vestido -chasqueó la lengua mientras le ajustaba la ropa-. Desearía que tuvieras más cuidado con tu aspecto. No pretendo ser crítica, pero no siempre estás tan limpia como debería estar una señorita.
– Sí, señora -Kit puso su expresión más dócil, la que nunca había podido engañar a Elvira Templeton pero parecía funcionar con Miss Dolly. Al mismo tiempo estaba decidida a asesinar a Baron Cain con sus manos desnudas si de alguna manera amenazaba esta noche a Miss Dolly.
En ese momento salía él de la biblioteca. Iba vestido de forma informal con unos pantalones negros y una camisa blanca y el pelo aún húmedo de su baño. Kit disfrutó que fuera tan palurdo de no vestirse para la cena, aunque sabía que habría damas presentes.
Él se detuvo y las observó bajar hacia él. Algo parpadeó en sus ojos que ella no pudo descifrar.
Su corazón empezó a palpitar. Tenía fresco en la memoria ese loco beso. Respiró profundamente. La noche que se avecinaba sería difícil. Debía olvidarse de lo ocurrido y guardar su temperamento. El aspecto de Cain iba a aterrar a Miss Dolly.
Sin embargo se tranquilizó cuando vio los labios de la mujer mayor curvarse en una sonrisa coqueta. Miss Dolly estiró una mano cubierta con un guante de encaje y descendió los últimos escalones hasta el vestíbulo tan elegantemente como una debutante.
– Mí querido, querido General. No puedo decirle el honor que representa para mí, señor. No se puede imaginar la cantidad interminable de horas que he pasado de rodillas rezando por su seguridad. Nunca ni en mis sueños más salvajes imaginé que alguna vez tendría el honor de conocerlo -empujó bruscamente su mano pequeñita en la enorme de Cain-. Yo soy la chaperona de Katharine, Dorthea Pinckney Calhoun, de los Calhouns de Columbia -y luego le hizo una reverencia tan llena de gracia que habría podido hacerla cualquier orgullosa Chica Templeton.
Cain miró aturdido el final de su sombrerito. Era una mujer bajita. Su cabeza apenas le llegaba al botón del centro de su camisa.
– Si hay cualquier cosa, lo que sea, que yo pueda hacer para que usted se sienta cómodo mientras permanezca en Risen Glory, General, sólo tiene que decírmelo. Desde este momento, desde este mismísimo momento, considéreme su fiel criada.
Miss Dolly movió los párpados con tal velocidad que Kit temió que la dejaran ciega.
Cain se giró hacia Kit con expresión interrogadora, pero Kit también parecía desconcertada. Se aclaró la garganta.
– Creo… lo siento señora, pero creo que ha cometido un error. No tengo el grado de General. En realidad no tengo ningún rango militar ya, aunque mucha gente sigue llamándome por mi anterior grado de Major.
Miss Dolly se rió como una niña.
– ¡Oh yo, sí! ¡Tonta de mí! Me ha pillado como a un gatito en la nata – bajó su voz a un susurro conspirador-. Me olvido que está con un disfraz. Y uno muy bueno, debo decir. Ningún espía de los yanquis podría reconocerlo, aunque haya sido una vergüenza que haya tenido que afeitarse la barba. Admiro a los hombres con barba.
La paciencia de Cain llegaba al límite y fulminó a Kit con la mirada.
– ¿De qué está hablando?
Miss Dolly presionó los dedos en su brazo.
– Vamos, vamos, no hay necesidad de preocuparse. Le prometo que cuando estemos en público seré muy discreta y me dirigiré a usted solamente como Major, querido General.
La voz de Cain sonó a un aviso.
– Kit…
Miss Dolly chasqueó la lengua.
– Ay, ay General. No tiene que preocuparse lo más mínimo por Katharine Louise. No existe una hija más leal a la Confederación. Ella nunca delataría su verdadera identidad. ¿No es así querida?
Kit trató de responder. Incluso abrió la boca. Pero no le salió nada.
Miss Dolly levantó el abanico de piel que colgaba de su huesuda muñeca y golpeó a Kit en el brazo.
– Dile al General de inmediato que es así, querida. No podemos permitir que se preocupe innecesariamente de que puedas traicionarle. El pobre hombre tiene bastante en su cabeza como para añadirle más. Vamos. Dile que puede confiar en tí. Díselo.
– Puede confiar en mí – croó Kit.
Cain la miró airadamente.
Miss Dolly sonrió y olió el aire.
– Si mi nariz no me delata, creo que huelo a estofado de pollo. Me encanta el estofado, si señor, me encanta, sobre todo si tiene un poquito de nuez moscada.
Enlazó su brazo con el de Cain y giró hacia el comedor.
– General, sabe usted, existe una gran posibilidad que nosotros estemos lejanamente emparentados. Según mi tía abuela, Phoebe Littlefield Calhoun, el árbol genealógico de nuestra familia se conecta con el suyo por el matrimonio de su padre con Virginia Lee.
Cain se paró en seco.
– ¿Está usted tratando de decirme, señora…? ¿Cree usted en realidad que yo soy el General Robert E. Lee?
Miss Dolly abrió su boca de arco de Cupido para responder, sólo para cerrarla con una risilla sofocada.
– Oh, no, usted no me cogerá tan fácilmente, General. Y es travieso por su parte tratar de probarme, especialmente después de que le dijera que puede confiar en mi discreción. Usted es el Major Baron Nathaniel Cain. Katharine Louise me lo ha dicho muy claramente -y entonces le dedicó un conspirador pestañeo.
Cain se pasó toda la cena con el ceño fruncido, y a Kit le abandonó su habitual apetito. No sólo por la charla que se avecinaba, ni el recuerdo del beso, sino porque sabía que había sido ella quién había plantado la semilla de la última locura de Miss Dolly. Miss Dolly sin embargo, no tenía ninguna dificultad en llenar el tenso silencio. Gorjeó sobre estofados, parentescos lejanos y las cualidades medicinales de la camomila, hasta que la cara de Cain tomó el aspecto de una nube tormentosa. En los postres, se tensó cuando ella sugirió una informal sesión de poesía en el salón.
"Imagínate" отзывы
Отзывы читателей о книге "Imagínate". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Imagínate" друзьям в соцсетях.