– Perdone. Señorita Calhoun -su mirada voló hacia ella a través de la mesa-. Katharine Louise ha traído algunos envíos secretos de Nueva York. Lo siento, pero tengo que hablar con ella en privado.

Una ceja leonada se disparó hacia arriba.

– ¡E inmediatamente!

– Pero, desde luego, querido General -dijo Miss Dolly-. No necesita decir otra palabra. Pueden marcharse. Yo me quedaré aquí sentada saboreando este delicioso pastel de jengibre. Porque yo no tengo…

– Usted es una verdadera patriota, señora -se levantó de su silla y gesticuló hacia la puerta-. A la biblioteca, Katharine Louise.

– Yo… uh…

– Ahora.

– Date prisa querida. El General es un hombre ocupado.

– Y a punto de ponerse más ocupado -dijo él con intención.

Kit se levantó y pasó rápidamente a su lado. Estupendo. Era hora de que tuvieran una confrontación.

La biblioteca de Risen Glory estaba casi igual que como Kit la recordaba.

Las confortables sillas con asientos hundidos de cuero estaban colocadas en ángulo ante el viejo escritorio de caoba. Las grandes ventanas mantenían la estancia alegre y soleada a pesar de los sombríos libros de cuero que poblaban las estanterías.

Siempre había sido su habitación preferida de Risen Glory y le molestó ver un humidor extraño encima del escritorio, además del revólver Colt del ejército que reposaba en una caja de madera roja a su lado. Pero lo que más la molestó fue el retrato de Abraham Lincoln que colgaba encima de la repisa de la chimenea, en lugar de "La decapitación de San Juan Bautista". Una pintura que había estado allí desde que podía recordar.

Caín se sentó echándose hacía atrás en la silla detrás del escritorio, apoyó los talones sobre la superficie de caoba, y cruzó los tobillos. Su postura era deliberadamente insolente, pero no le dejó ver que eso la molestaba. Antes, esa tarde cuando llevaba el velo, la había tratado como a una mujer. Ahora pretendía tratarla como a su chico de establo. Pronto descubriría que los tres años no habían pasado en vano.

– Te ordené que permanecieras en Nueva York -dijo él.

– Sí, lo hiciste -ella fingió estudiar la habitación-. Ese retrato del señor Lincoln está fuera de lugar en Risen Glory. Insulta la memoria de mi padre.

– Por lo que he oído, tu padre insultó su propia memoria.

– Eso es cierto. Pero de todos modos era mi padre y murió valientemente.

– No hay nada valiente en la muerte -los rasgos angulares de su rostro se endurecieron en la débil luz de la habitación-. ¿Por qué has desobedecido mis órdenes y has abandonado Nueva York?

– Porque tus órdenes no eran razonables.

– No tengo que darte explicaciones.

– Eso es lo que tú piensas. Ya he cumplido nuestro trato.

– ¿Lo has hecho? Nuestro trato era hasta que te comportaras correctamente.

– He completado los tres años en la Academia.

– No son tus actividades en la Academia lo que me preocupan -sin bajar los pies del escritorio, se inclinó hacia adelante y extrajo una carta de un cajón. Se la extendió por encima-. Una lectura interesante aunque no para personas fácilmente escandalizables.

Ella la cogió. Su corazón dio un vuelco cuando vio la firma. Hamilton Woodward.

Es mi triste obligación informarle sobre lo ocurrido la última Pascua, su pariente se portó de un modo espantoso con un invitado a mi casa, tal es así que apenas puedo describirlo. Durante el baile tras nuestra cena anual de empresa, Katharine trató de seducir a uno de mis socios. Afortunadamente la interrumpí a tiempo. El pobre hombre estaba aturdido. Es un respetable hombre casado, con hijos, y es un pilar de nuestra sociedad. Su comportamiento obsceno me hace pensar si no podría tener la enfermedad de la ninfomanía…

Ella arrugó la carta y se la lanzó por encima del escritorio. No tenía ni idea que era eso de la ninfomanía, pero sonaba horrible.

– Esa carta es una sarta de mentiras. No puedes creerlo.

– Estaba reservándome mi opinión hasta que tuviera posibilidad de viajar a Nueva York para finales del verano y hablar contigo personalmente. Por eso te ordené que te quedaras allí.

– Teníamos un acuerdo. No puedes echarte atrás sólo porque Hamilton Woodward es un tonto.

– ¿Lo es?

– Sí -sintió el rubor quemarle las mejillas.

– ¿Estás diciéndome que no tienes la costumbre de ofrecer tus favores?

– Por supuesto que no.

Sus ojos bajaron a su boca y sin duda estaba recordando lo que había ocurrido entre ellos sólo unas horas antes.

– Si esta carta es mentira -dijo él en tono bajo- ¿Cómo explicas que te hayas echado a mis brazos tan fácilmente esta tarde? ¿Es esa tu idea de un comportamiento correcto?

Ella no sabía explicar algo que ni ella misma entendía, de modo que se lanzó al ataque.

– Quizá eres tú quién debería explicarse. ¿Siempre asaltas a las jóvenes damas que vienen a esta casa?

– ¿Asaltar?

– Considérate afortunado que estuviese exhausta del viaje -dijo ella tan arrogantemente como pudo-. Si no, mi puño habría terminado en tu barriga. Exactamente igual que al amigo del señor Woodward.

Él bajó los pies a la alfombra.

– Ya veo -podía ver que no la creía-. Es interesente que te preocupe tanto mi comportamiento, y sin embargo el tuyo queda impune.

– No es lo mismo. Tú eres una mujer.

– Ah, ya veo. ¿Y qué diferencia hay?

Él parecía incómodo.

– Sabes exactamente qué quiero decir.

– No se qué quieres decir.

– ¡Digo que vas a regresar a Nueva York!

– ¡Y yo digo que no!

– No depende de lo que tú digas.

Eso era más verdad de lo que ella podía soportar, y pensó rápidamente.

– ¿Quieres deshacerte de mí rápido, y poner fin a esta ridícula tutela?

– Más de lo que puedas imaginarte.

– Entonces déjame que me quede en Risen Glory.

– Perdona, pero no capto la relación.

Ella trató de hablar de forma tranquila.

– Hay varios caballeros que desean casarse conmigo. Sólo necesito unas pocas semanas para decidirme.

Su rostro se ensombreció.

– Puedes decidirte ya.

– ¿Cómo? Han sido tres años confusos y esta es la decisión más importante de mi vida. Debo pensarlo con cuidado, y necesito tener a mi gente a mi alrededor. Si no, no creo que pueda decidirme, y ninguno de los dos quiere eso -la explicación quizás era simple, pero puso toda la sinceridad en ella.

Él frunció más el ceño y caminó hacia la chimenea.

– Me es imposible imaginarte como una leal esposa.

Ella tampoco podía imaginarse, pero de todos modos su comentario la ofendió.

– No sé por qué no- recordó la imagen de Lilith Shelton mientras exponía su opinión sobre los hombres y el matrimonio-. ¿El matrimonio es lo que las mujeres buscan, no? -puso los ojos en blanco de la manera que había visto hacer tantas veces a su anterior compañera de clase-. Un marido que te cuide, te compre bonitos vestidos, y joyas para tu cumpleaños. ¿Qué más podría desear una mujer en la vida?

Los ojos de Cain se volvieron fríos.

– Hace tres años cuándo eras mi chico de establo, eras un incordio, pero eras fuerte y valiente. A esa Kit Weston no le hubiera interesado venderse por joyas y vestidos.

– Su tutor todavía no había obligado a esa Kit Weston a asistir a una Academia dedicada a transformarla en una esposa.

Ella había hecho su puntualización. Él reaccionó con un encogimiento de hombros y se apoyó en la repisa.

– Todo eso es pasado.

– Ese pasado me ha moldeado en lo que soy ahora -respiró profundamente-. Planeo casarme, pero no quiero equivocarme en la elección. Necesito tiempo, y me gustaría pasarlo aquí.

Él la estudió.

– Esos hombres jóvenes…-su voz fue bajando hasta convertirse en un susurro perturbador-. ¿Los besas a ellos como me has besado a mí?

Ella necesitó toda su determinación para no apartar los ojos.

– Estaba cansada del viaje. Y ellos son demasiado caballeros para presionarme del modo que lo has hecho tú.

– Entonces son unos tontos.

Ella se preguntó que querría decir con eso. Él se alejó de la chimenea.

– Muy bien. Te doy un mes, pero si en ese tiempo no te has decidido, regresarás a Nueva York, con marido o sin él. Y otra cosa… -él señaló el vestíbulo con la cabeza-. Esa mujer loca tiene que irse. Déjala que descanse un día, y la llevas al ferrocarril. Yo me encargo de compensarla.

– ¡No! No puedo.

– Sí, sí puedes.

– Se lo prometí.

– Ese es tu problema.

Él parecía tan inflexible. ¿Qué podría decirle para convencerle?

– No puedo quedarme aquí sin una chaperona.

– Es un poco tarde para preocuparse por tu reputación.

– Quizá para tí, pero no para mí.

– No creo que sea una chaperona correcta. Tan pronto como empiecen a hablar con ella los vecinos, comprenderán que está más loca que una cabra.

Kit salió ardientemente en su defensa.

– ¡Ella no está loca!

– Pues me ha engañado completamente.

– Ella es sólo un poco… distinta.

– Más que un poco -Cain la miró desconfiadamente-. ¿Por qué tiene esa idea que soy el General Lee?

– Yo… podría haber mencionado algo por error.

– ¿Le has dicho que yo era el General Lee?

– No, claro que no. Ella tenía miedo de conocerte, y yo simplemente estaba tratando de levantarle el ánimo. Nunca pensé que me tomara en serio- Kit le explicó lo que había ocurrido cuando fue a la habitación de Miss Dolly.

– ¿Y ahora esperas que yo participe en esta charada?

– No tendrás que hacer mucho -señaló Kit razonablemente-. Ella hace la mayor parte de la charla.

– Eso no es suficiente.

– Deberá serlo -odiaba suplicarle, y las palabras casi se clavaban en su garganta-. Por favor. No tiene ningún lugar donde ir.

– ¡Maldita sea, Kit! No la quiero aquí.

– Tampoco me quieres a mí, y sin embargo vas a permitir que me quede. ¿Qué diferencia hace una persona más?

– Una gran diferencia -su expresión se volvió astuta-. Tú me pides mucho, pero no estás dispuesta a dar nada a cambio.

– Ejercitaré tus caballos -dijo ella rápidamente.

– Yo estaba pensando en algo más personal.

Ella tragó.

– Coseré tu ropa.

– Eras más imaginativa hace tres años. Y desde luego no eras tan… experimentada como ahora. ¿Recuerdas la noche que me propusiste ser mi amante?

Ella deslizó la punta de la lengua sobre sus resecos labios.

– Estaba desesperada.

– ¿Cuánto de desesperada estás ahora?

– Esta conversación es impropia -ella consiguió responder en un tono tan almidonado como el de Elvira Templeton.

– Tan impropio como el beso de esta tarde.

Él se acercó más y su voz se fue convirtiendo en un susurro. Durante un momento pensó que iba a besarla otra vez. En su lugar sus labios hicieron una mueca burlona.

– Miss Dolly puede quedarse por ahora. Ya pensaré más adelante como puedes recompensarme.

Mientras él dejaba la habitación, ella miró con detenimiento la puerta y trató de decidir si había salido ganando o perdiendo.

Esa noche Cain se quedó inmóvil en la oscuridad, con el brazo apoyado detrás de la cabeza y mirando detenidamente el techo. ¿A qué tipo de juego había estado jugando con ella esta noche? ¿O fue ella la que había estado jugando con él?

Su beso de esa tarde le había dejado claro que ella no era una inocente, pero tampoco parecía tan licenciosa como la carta del abogado hacía creer. Pero no estaba seguro. Por ahora, simplemente esperaría y la vigilaría.

En su mente vio una boca como una rosa, con los labios como pétalos suaves, y le llegó una ola espesa y caliente de deseo.

Una cosa sí tenía clara. La época en que la consideraba una niña había pasado a la historia.

9

Kit estaba levantada. Se puso unos pantalones de montar color caqui que habrían escandalizado a Elsbeth, y una camisa de chico encima de la camisola adornada de encaje. No le gustaban las mangas largas, pero si no se cubría los brazos pronto los tendría marrones como un bollo de manteca si los exponía al sol. Se consoló comprobando lo fino que era el tejido, como el de su ropa interior, de modo que no le daría demasiado calor.

Remetió los faldones en los pantalones y se abrochó la corta fila de cómodos botones de la parte delantera. Mientras se ponía las botas, disfrutó el suave tacto del cuero que se ajustaba a sus pies y sus tobillos. Eran las mejores botas de montar que había tenido nunca, y estaba impaciente por probarlas.

Se hizo una larga trenza que dejó caer por la espalda. Unos mechones se le rizaban en las sienes, delante de los diminutos pendientes de plata de sus orejas. Para protegerse del sol, había comprado un sombrero de fieltro negro de chico, con un fino cordón de cuero para atárselo bajo la barbilla.