Cuándo terminó de vestirse, se giró para estudiar con el ceño fruncido su imagen en el espejo móvil de cuerpo entero. A pesar de sus ropas masculinas, nadie podría confundirla con un chico. El fino material de la camisa perfilaba sus pechos con más precisión de lo que había previsto, y el fino corte de los pantalones de montar se adhería femeninamente a sus caderas.

¿Pero qué importaba? Planeaba llevar esa ropa poco ortodoxa sólo cuando montara en Risen Glory. A otro sitio, llevaría su nuevo traje de montar, no importaba cuanto lo detestara. Gimió cuando pensó que tendría que montar a lo amazona, algo que sólo había hecho en sus visitas ocasionales a Central Park. Cómo lo odiaba. Montar así le robaba la sensación de poder que la encantaba y por el contrario le provocaba una difícil sensación de desequilibrio.

Salió de la casa silenciosamente, renunciando al desayuno y una charla matutina con Sophronia. Su vieja amiga había ido a verla la noche anterior. Aunque Sophronia escuchó cortésmente las historias de Kit, ella le había contado realmente poco de su propia vida. Cuando Kit la presionó en busca de detalles, le dijo que podría preguntar algún cotilleo sobre ella en la vecindad que no le dirían nada. Sólo cuando Kit le preguntó por Magnus Owen apareció la antigua Sophronia, altanera y brusca.

Sophronia siempre había sido un enigma para ella, pero ahora más. No eran sólo los cambios externos, sus bonitos vestidos y su buen aspecto. Parecía que su presencia molestaba a Sophronia. Quizá el sentimiento había estado siempre ahí pero Kit era demasiado joven para notarlo. Lo que lo hacía incluso más enigmático era que debajo de ese resentimiento, Kit veía la fuerza antigua y familiar del amor de Sophronia.

Olió con delicadeza el aire mientras caminaba por el patio detrás de la casa. Olía exactamente como recordaba, a tierra fértil y estiércol fresco. Hasta percibió el débil olor a mofeta, no totalmente desagradable a cierta distancia. Merlín salió para recibirla, le acarició detrás de las orejas y le lanzó un palo para que se lo trajera.

Los caballos todavía no estaban en el prado, de modo que se dirigió hacía la cuadras, un edificio nuevo erigido en el lugar donde los yanquis habían destruido el anterior. Los tacones de sus botas repiquetearon en el suelo de piedra, tan limpio como cuando Kit se ocupaba de hacerlo.

Había diez establos, cuatro de los cuales estaban actualmente ocupados, dos con caballos de tiro. Inspeccionó los otros caballos y rechazó uno inmediatamente, una vieja yegua alazana que evidentemente era amable pero no tenía brío. Sería una buena montura para un jinete tímido, que no era el caso de Kit.

El otro caballo sin embargo la emocionó. Era un caballo castrado negro como la noche, con un resplandor blanco entre los ojos. Era grande y fuerte, esbelto, y sus ojos la miraban vivos y alerta.

Le acarició con la mano el cuello largo y elegante.

– ¿Como te llamas, chico? -el animal relinchó suavemente y movió su potente cabeza.

Kit sonrió.

– Tengo la impresión de que vamos a ser buenos amigos.

La puerta se abrió y se giró para ver entrar a un chico de once o doce años.

– ¿Es usted la señorita Kit?

– Sí. ¿Y tú quién eres?

– Yo soy Samuel. El Major me ha dicho que si venía a las cuadras hoy, le dijera que él quiere que usted monte a Lady.

Kit miró desconfiadamente hacia la vieja yegua alazana.

– ¿Lady?

– Sí, señora.

– Lo siento, Samuel -acarició la melena sedosa del caballo castrado-. Ensillaremos a este en su lugar.

– Ese es Tentación, señora. Y el Major fue muy claro en esto. Dijo que deje a Tentación en la cuadra y monte a Lady. Y también dijo que si dejo que salga de los establos con Tentación, me arrancará la piel a tiras, y usted tendrá que vivir con eso sobre su conciencia.

Kit comprendió la descarada manipulación de Cain. Dudaba que pudiera llevar a cabo esa amenaza de herir a Samuel, pero todavía tenía el oscuro corazón de un yanqui, y no podía estar del todo segura. Miró ansiosa a Tentación. Nunca había tenido un caballo un nombre tan apropiado.

– Ensilla a Lady -suspiró Kit-. Hablaré con el señor Cain.

Como sospechaba, Lady estaba más interesada en pastar que en galopar. Kit pronto dejó de tratar que la yegua pasara del trote y se dedicó a observar los cambios que se habían producido a su alrededor.

Se había demolido todo salvo unas pocas casetas de esclavos. Eso era parte de la antigua Risen Glory que no le gustaba recordar, y se alegró de que hubieran desaparecido. Las casetas que habían dejado en pie habían sido pintadas y restauradas. Cada una tenía su propio jardín, y las flores crecían alrededor de la entrada. Vio unos niños jugando a la sombra de los mismos árboles que ella había jugado de niña.

Cuando llegó al borde del primer campo plantado, desmontó y se agachó para inspeccionarlo. Las jóvenes plantas de algodón estaban cubiertas por apretados brotes. Una lagartija se deslizo cerca de sus botas, y sonrió. Las lagartijas y los sapos junto con los pajarillos salvajes se alimentaban de las larvas que podían ser tan destructivas para las plantas de algodón. Era demasiado pronto para decirlo, pero parecía que Cain tendría una buena cosecha. Sintió una mezcla de orgullo e ira. Debería ser su cosecha, no de él.

Mientras se enderezaba para mirar a su alrededor reconoció también un ramalazo de miedo. Era mucho más próspero de lo que había imaginado. ¿Y si no tenía suficiente dinero en su fondo fiduciario para comprar la plantación? De algún modo necesitaba mirar los libros de cuentas. Rechazó la horrible posibilidad que él no estuviera dispuesto a vender.

En dos zancadas llegó a Lady, que mordisqueaba unos tréboles tiernos, y agarró rápidamente la brida que no se había molestado en asegurar. Se subió a un tocón para montarse en la silla y se dirigió hacía el estanque dónde había nadado tantos veranos felices. Estaba tal y como recordaba, con sus aguas cristalinas, su limpia orilla y el viejo sauce. Se prometió volver para darse un baño cuando estuviera segura de no ser molestada.

Se dirigió hacía el pequeño cementerio dónde su madre y sus abuelos estaban enterrados e hizo una pausa ante la verja de hierro. Sólo faltaba el cuerpo de su padre, enterrado en una fosa común en el cementerio de Hardin County, Tennessee, no lejos de la Iglesia de Shiloh. Rosemary Weston estaba en el rincón más alejado de la verja.

Kit giró a la yegua bruscamente hacía el sureste de la propiedad, dónde estaba el nuevo molino textil del que Brandon Parsell le había hablado.

Cuando llegó a un claro entre los árboles, vio una yegua castaña atada a un lado y pensó que debía ser Vándalo, el caballo del que Samuel le había hablado mientras ensillaba a Lady. El caballo castrado era también un animal estupendo pero no tenía comparación con Apolo. Recordó lo que Magnus le dijo una vez sobre Cain.

El Major regala sus caballos y sus libros antes de poder estar demasiado atado a ellos. Es su forma de ser.

Rodeó los árboles y quedó sorprendida ante la vista del molino. El Sur había sido siempre el primer proveedor de algodón de Inglaterra para ser procesado y tejido. En los años posteriores a la guerra, habían aparecido un puñado de molinos que recogían el algodón y lo convertían en hilo. Por consiguiente se podían enviar a Inglaterra carretes de algodón compactos para ser tejidos en lugar de las voluminosas balas de algodón virgen, proporcionando un valor mil veces superior por el mismo tonelaje. Era una excelente idea. Kit sólo deseó que no hubiera llegado a Risen Glory.

Anoche Kit había interrogado a Sophronia sobre el molino de Cain y se había enterado que no tenía telares para tejerlo. Sólo lo convertía en hilo. Tomaba el algodón, lo limpiaba, lo escardaba para convertirlo en fibra, y luego lo trenzaba en carretes de hilo.

Era un edificio de ladrillo rectangular con una altura de dos pisos y muchas ventanas. Algo más pequeño que otros molinos textiles de Nueva Inglaterra que había visto a lo largo del Río Merrimack, pero parecía enorme y amenazador en Risen Glory. Complicaría mucho las cosas.

Le llegaban los martillazos y las voces de los trabajadores. Tres hombres trabajaban en el tejado, mientras otro con la espalda llena de cicatrices subía por la escalera colocada debajo.

Todos estaban sin camisa. Cuando uno de ellos se enderezó, se fijó en los músculos que se le tensaban en la espalda. Aunque estaba todavía algo lejos, le reconoció. Se aproximó más al edificio y desmontó.

Un hombre fornido que empujaba una carretilla la vio y dio un codazo al que estaba a su lado. Los dos se quedaron inmóviles mirándola con detenimiento. Poco a poco, los sonidos dentro del molino fueron disminuyendo mientras todos se asomaban a las ventanas a mirar a la joven dama vestida con ropa de chico.

Cain fue consciente del súbito silencio y miró hacía abajo desde su lugar en el tejado. Al principio vio solamente la cima de un sombrero plano, pero no necesitaba ver el rostro que había debajo para reconocer a su visitante. Una mirada al delgado cuerpo tan claramente femenino dentro de esa camisa blanca y esos pantalones de montar caquis que moldeaban unas estupendas piernas, le dijeron todo cuanto necesitaba saber.

Se incorporó, fue hacía la escalera y descendió. Cuando llegó abajo, se giró hacía Kit y la estudió. Dios, era hermosa.

Kit notó sus mejillas ruborizarse de vergüenza. Debería haberse puesto el molesto traje de montar que odiaba. En vez de reprenderla, como había imaginado, Caín parecía disfrutar con su aspecto. Le temblaba la esquina de la boca.

– Puedes ponerte esos pantalones, pero por supuesto que ya no pareces un chico de establo.

Su buen humor la fastidió.

– Para.

– ¿Qué?

– De sonreír.

– ¿No se me está permitido sonreír?

– No a mí. Se te ve ridículo. No le sonríes a nadie. Naciste con la cara ceñuda.

– Intentaré recordar eso -él la cogió del brazo y se dirigió con ella a la puerta del molino-. Ven. Te lo enseñaré.

Aunque el edificio estaba casi construido, el motor de vapor que impulsaría la maquinaria era el único equipo instalado. Cain le describió el juego de ejes y poleas pero ella apenas podía concentrarse. Él debería haberse puesto la camisa.

Cain le presentó a un hombre pelirrojo de mediana edad como Jacob Childs, venido de un molino de Providence, en Nueva Inglaterra. Por primera vez, supo que Cain había hecho varios viajes al norte en los últimos años para visitar los molinos textiles. La enfadó que no hubiera tenido un momento para ir a visitarla a la Academia, y se lo dijo.

– No lo pensé -respondió él.

– Has sido un tutor horrible.

– No discutiré eso contigo.

– La señora Templeton podría haber estado maltratándome, y tú ni te habrías enterado.

– No lo creo. Te habrías defendido. Eso no me preocupaba.

Ella vio su orgullo por el molino, pero mientras salían, no pudo encontrar palabras de elogio.

– Me gustaría hablarte de Tentación.

Cain parecía distraído. Ella se miró hacía abajo para ver lo que él miraba, y comprendió que sus curvas eran más evidentes a la luz del sol de lo que habían sido dentro del molino. Se pasó a la sombra y le señaló con un dedo acusatorio hacía Lady que estaba arrancando tranquilamente un trozo de ranúnculo.

– Esa yegua es casi tan vieja como Miss Dolly. Quiero montar a Tentación.

Cain tuvo que obligarse a mirarla a la cara.

– Puede que Lady sea vieja pero es adecuada para una mujer.

– He montado en caballos como Tentación desde que tenía ocho años.

– Lo siento Kit, pero ese caballo es difícil incluso para mí.

– No estamos hablando de tí -dijo ella despreocupada-. Estamos hablando de alguien que sabe como montar.

Cain parecía más divertido que enfadado.

– ¿Crees eso?

– ¿Quieres que lo comprobemos? Tú montando a Vándalo y yo a Tentación. Salimos desde la puerta junto al granero, bordeamos el estanque de los arces, y volvemos de nuevo aquí.

– No vas a conseguir atormentarme.

– Oh, no pretendo atormentarte -le dedicó una sedosa sonrisa-. Estoy desafiándote.

– Te gusta vivir peligrosamente, ¿no, Katharine Louise?

– Es la única manera.

– De acuerdo. Veamos lo que puedes hacer.

Había aceptado la carrera. Aplaudió mentalmente mientras él agarraba la camisa y se la ponía. Mientras se la abrochaba, daba órdenes a los trabajadores que seguían de pie, mirándolos embobados. Después tomó un gastado sombrero de aspecto confortable y se lo puso.

– Te veo en la cuadra -se encaminó a su caballo, montó y se marchó sin esperarla.

Lady estaba ansiosa por volver a la avena que la esperaba, e hicieron el camino de vuelta un poco más rápido, pero de todas maneras llegaron bastante después que Cain. Tentación ya estaba ensillada, y Cain comprobaba la correa de la cincha. Kit desmontó y le pasó la brida de Lady a Samuel. Luego se acercó a Tentación y le acarició el hocico con la mano.