– ¿Preparada? -dijo Cain de pronto.

– Preparada.

Él la ayudó a subir y ella se balanceó en la silla. Cuándo Tentación sintió su peso, comenzó a hacer cabriolas esquivas, y necesitó toda su habilidad para mantenerlo bajo control. Cuando el caballo finalmente se tranquilizó, Cain montó a Vándalo.

Mientras atravesaba el patio, Kit se sintió embargada por la sensación de poder debajo de ella, y apenas pudo resistirse a salir disparada. Se detuvo de mala gana cuando alcanzó la puerta del granero.

– El primero que llegue al molino, gana -le dijo a Cain.

Él se subió con el pulgar el borde del sombrero.

– No creo que eso sea correcto.

– ¿Qué quieres decir?- Kit necesitaba hacer lo correcto. Quería competir con él en algo que el tamaño y la fuerza no le aventajara. A caballo, las diferencias entre un hombre y una mujer desaparecían.

– Exactamente lo qué he dicho.

– ¿Está el Héroe de Missionery Ridge asustado por perder con una mujer delante de sus hombres?

Cain bizqueó ligeramente ante el sol de la mañana.

– No necesito probar nada, y tú no vas a atormentarme.

– ¿Por qué has venido entonces, si no es para hacer una carrera?

– Estabas fanfarroneando. Quería ver si lo decías en serio.

Ella colocó las manos en el pomo de la silla y sonrió.

– No estaba fanfarroneando. Hablaba de hechos.

– Hablar es gratis, Katharine Louise. Veamos lo que puedes hacer con un caballo.

Antes de que ella pudiera responderle, él se puso en marcha. Observó como ponía a Vándalo en un fácil medio galope.

Montaba muy bien para ser un hombre tan grande, sencillo, como si fuera una extensión del caballo. Reconoció que era tan buen jinete como ella. Otro argumento para apuntar en su contra.

Ella se apoyó sobre el lustroso cuello negro de Tentación.

– Bien, chico. Enseñémosle lo que podemos hacer.

Tentación era todo lo que esperaba. Al principio se puso al lado de Vándalo y lo mantuvo a medio galope, pero cuando notó que el caballo pedía correr más, se puso claramente delante. Viraron por los campos plantados y entraron en un prado abierto. Su cabalgada se convirtió en un feroz galope, y mientras sentía la fuerza del animal debajo de ella, todo lo demás desapareció. No había un ayer ni un mañana, ningún despiadado hombre de fríos ojos grises, ningún beso inexplicable. Sólo había un magnífico animal que era parte de ella.

Vio un seto justo delante. Con una presión de sus rodillas, giró al caballo hacia él. Cuando se acercaron más, se echó hacía delante en la silla, manteniendo las rodillas fijas a sus costados. Sintió una tremenda ola de poder cuando Tentación saltó fácilmente la barrera.

De mala gana lo llevó a un claro y lo giró. Por ahora, ya había hecho suficiente. Si presionaba más al caballo, quizá Cain la acusara de temeraria, y no iba a darle una excusa para impedir que montara ese caballo.

Él la esperaba al principio del prado. Llegó junto a él y se limpió el sudor de la cara con la manga de la camisa.

La silla de él crujió un poco cuando se movió.

– Eso ha sido una auténtica demostración.

Ella permaneció silenciosa, esperando su veredicto.

– ¿Has montado así desde que estás en Nueva York? -preguntó él.

– A eso no lo llamaría montar.

Con un tirón en las riendas, él giró a Vándalo hacia la cuadra.

– Mañana vas a tener unas agujetas infernales.

¿Era eso todo lo que tenía que decir? Le miró la espalda, apretó los talones contra los costados de Tentación y le alcanzó.

– ¿Y bien?

– ¿Y bien qué?

– ¿Vas a dejarme montar este caballo, o no?

– No veo por qué no. Mientras no sea a lo amazona, podrás montarlo.

Ella sonrió y resistió el impulso de girar a Tentación de nuevo hacía el prado para otro galope.

Llegó al patio antes que Cain, desmontó y le dio a Samuel la brida.

– Esmérate en refrescarlo -le dijo al joven-. Y ponle una manta. Ha cabalgado intensamente.

Cain llegó a tiempo de oír sus órdenes.

– Samuel es un chico de establo tan bueno como lo eras tú -sonrió y desmontó-. Pero no está ni la mitad de atractivo que tú en pantalones.


***

Durante dos años y medio, Sophronia había estado castigando a Magnus Owen por interponerse entre ella y Baron Cain. La puerta de la habitación que utilizaba como oficina, se balanceó al abrirse.

– Me han dicho que querías verme -dijo él-. ¿Pasa algo?

Los años que había sido capataz de los trabajos realizados en Risen Glory habían producido cambios en él. Los músculos que se adivinaban debajo de su camisa beige y los pantalones marrones oscuro se veían fuertes y duros, y provocaba un tenso nervio del que carecía antes. Su cara era todavía joven y apuesta, pero como pasaba siempre que estaba delante de Sophronia, unas sutiles líneas de tensión grababan al agua fuerte sus rasgos.

– No pasa nada, Magnus -respondió Sophronia, de esa manera prudentemente superior-. Sólo quiero que te acerques a la ciudad más tarde y recojas unos suministros para mí.

Ella no se levantó del sillón mientras le entregaba la lista. Quería que él se acercara.

– ¿Me has hecho venir de los campos para que sea tu chico de los recados? -agitó la lista-. ¿Por qué no envías a Jim para esto?

– No he pensado en él -respondió ella, perversamente contenta de poder molestarlo-. Además, Jim está limpiándome las ventanas.

La mandíbula de Magnus se tensó.

– Y supongo que limpiar las ventanas es más importante para tí que sacar adelante el algodón que sustenta esta plantación.

– Pero bueno. Tienes una elevada opinión de tí mismo, ¿no es así, Magnus Owen? -se levantó de la silla-. ¿Crees que esta plantación se vendrá abajo sólo porque el capataz esté fuera de los campos durante unos pocos minutos?

Una pequeña vena empezó a latir en su sien. Él se puso su callosa y áspera mano en la cadera.

– Te das unos aires, mujer, que están volviéndose algo desagradables. Alguien va a tener que apretarte las clavijas o vas a meterte en auténticos problemas.

– Y crees que ese alguien vas a ser tú -levantó la barbilla y empezó a caminar hacía el pasillo.

Magnus generalmente de naturaleza apacible y tranquila, alargó la mano y la agarró del brazo. Ella dio un pequeño grito cuando él tiró de ella, y cerró de golpe la puerta.

– Así es -él habló arrastrando las palabras, con esa cadencia dulce, de sonidos líquidos que le llevaban a su niñez-. Por supuesto que estoy dispuesto a mantener el bienestar de nosotros, los negros.

Sus dorados ojos chispearon con ira por su burla. Se sintió aprisionada contra la puerta por su largo cuerpo.

– ¡Deja que me vaya! -le dio un empujón en el pecho, pero aunque los dos eran de la misma estatura, él era mucho más fuerte y era como intentar tumbar un roble con un soplo de brisa.

– ¡Magnus déjame salir!

Quizá él no oyó el tono de pánico en su súplica, o quizá ella le había presionado demasiado a menudo. En lugar de liberarla, fijó sus hombros a la puerta. El calor de su cuerpo le quemaba a través de la falda.

– La señorita Sophronia piensa y actúa como si fuera blanca, cree que mañana se va a despertar y va a ser blanca. Así no tendrá que volver a hablar con los negros otra vez, excepto para darles órdenes.

Ella giró la cabeza y cerró los ojos con fuerza, tratando de aislarse de su desprecio, pero Magnus no había acabado con ella. Su voz se suavizó, pero las palabras no herían menos.

– Si la señorita Sophronia fuera blanca, no tendría que preocuparse de que ningún hombre negro quisiera casarse con ella y tener sus hijos. Ni tendría que preocuparse porque un hombre negro pueda sentarse a su lado y cogerla de la mano cuando se sienta sola, o la abrace cuando sea vieja. No, la señorita Sophronia no debería preocuparse por nada de eso. Ella es demasiado fina para todo eso. ¡Ella es demasiado blanca para todo eso!

– ¡Basta ya! -Sophronia se tapó los oídos con las manos intentando no oír esas crueles palabras.

Él retrocedió para liberarla, pero ella no pudo moverse. Estaba congelada, con la espalda rígida y las manos en los oídos. Unas lágrimas incontrolables bajaban por sus mejillas.

Con un gemido sordo, Magnus cogió ese cuerpo rígido en sus brazos y empezó a acariciarla y a canturrear en su oído.

– Vamos, vamos, chica. Está bien. Siento mucho haberte hecho llorar. Lo último que deseo es hacerte daño. Vamos, todo va a estar bien.

Gradualmente la tensión fue abandonando su cuerpo y durante un momento se apoyó contra él. Era tan sólido. Tan seguro.

¿Seguro? El pensamiento era estúpido. Se soltó y se enfrentó a él, orgullosa, a pesar de las lágrimas que no podía dejar de parar.

– No tienes ningún derecho a hablarme así. No me conoces, Magnus Owen. Sólo crees que me conoces.

Pero Magnus tenía su propio orgullo

– Sé que sólo tienes sonrisas para cualquier hombre blanco que se cruza en tu camino, pero no malgastas ni una mirada en los hombres negros.

– ¿Qué puede ofrecerme un hombre negro? -dijo ella ferozmente-. El hombre negro no ha conseguido ningún poder. A mi madre, mi abuela, y a sus madres antes que a ellas… los hombres negros las amaron. Pero cuando el hombre blanco llamaba a la puerta por la noche, ni uno sólo de esos hombres negros pudieron impedir que se las llevaran. Ninguno de esos hombres negros pudo impedir que vendieran a sus hijos y se los llevaran lejos. Lo único que podían hacer era mantenerse al margen y mirar como ataban a un poste a la mujer que amaban y la azotaban hasta dejarles las espaldas ensangrentadas. ¡No me hables de hombres negros!

Magnus dio un paso hacia ella, pero cuando ella se alejó, anduvo hacía la ventana en su lugar.

– Todo es diferente ahora -dijo suavemente-. La guerra ha acabado. Nunca más serás esclava. Somos libres. Las cosas han cambiado. Podemos votar.

– Eres un tonto, Magnus. ¿Crees que porque los blancos te digan que puedes votar, las cosas serán diferentes? Eso no quiere decir nada.

– Sí quiere decir algo. Ahora eres una ciudadana americana. Te protegen las leyes de este país.

– ¡Me protegen! -la espalda de Sophronia se tensó con desprecio-. No hay ninguna protección para una mujer negra, sólo la que ella misma se consiga.

– ¿Vendiendo tu cuerpo al primer hombre blanco rico que te solicite? ¿Esa es tu manera?

Ella se giró hacía él, azotándolo con su lengua.

– Dime que más puede ofrecer una mujer negra. Los hombres han usado nuestros cuerpos durante siglos y lo único que hemos conseguido a cambio es una prole de hijos a los que no podíamos proteger. Bien, yo quiero más que eso, y voy a conseguirlo. Voy a tener una casa, vestidos y buena comida. ¡Así estaré segura!

Él se estremeció.

– ¿No crees que esa es otra clase de esclavitud? ¿Así piensas conseguir tu seguridad?

Los ojos de Sophronia no dudaron.

– No sería esclavitud si yo elijo al señor y pongo las condiciones. Y sabes de sobra que ya lo habría conseguido si no hubiera sido por ti.

– Cain no iba a darte lo que querías.

– Te equivocas. Me hubiera dado lo que le hubiera pedido si tú no lo hubieras estropeado.

Magnus puso la mano sobre el respaldo del sofá de damasco rosa.

– No hay ningún hombre en el mundo al que respete más que a él. Me salvó la vida, y haría cualquier cosa que me pidiera. Es justo, honesto y todos los que trabajan para él lo saben. No le pide a nadie que haga lo que puede hacer él mismo. Los hombres le admiran por eso, y yo también. Pero es un hombre duro con las mujeres, Sophronia. Ninguna le ha llegado dentro.

– Él me quería, Magnus. Si no nos hubieras interrumpido esa noche, me hubiera dado lo que le hubiera pedido.

Magnus se acercó a ella y tocó su hombro. Ella retrocedió instintivamente aunque su tacto le resultó extrañamente consolador.

– ¿Y que habría pasado? -preguntó Magnus-. ¿Habrías podido esconder ese escalofrío que recorre tu cuerpo cada vez que un hombre te toca el brazo? ¿Aunque él sea rico y blanco, habrías podido olvidar que también es un hombre?

Eso golpeaba directamente en sus pesadillas. Sé dio la vuelta y a ciegas se dirigió hacía el escritorio. Cuando estuvo segura que su voz no la delataría y poniendo su expresión más fría le miró.

– Tengo trabajo que hacer. Si no puedes traerme estos suministros, enviaré a Jim en tu lugar.

Ella pensó que no le contestaría, pero finalmente él se encogió de hombros.

– Te traeré esos suministros -y sin más, se dio la vuelta y la dejó sola.

Sophronia se quedó mirando fijamente la puerta y durante un instante sintió el deseo abrumador de ir tras él. La sensación se desvaneció. Magnus Owen podía ser el capataz de la plantación, pero seguía siendo un hombre negro y nunca podría protegerla.