10
A Kit le dolían todos los músculos del cuerpo mientras bajaba las escaleras a la mañana siguiente. En contraste con los pantalones del día anterior, llevaba un vestido de muselina de un pálido color violeta, y un delicado chal de encaje blanco alrededor de los hombros. En las manos, llevaba un sombrero de paja.
Miss Dolly la esperaba pacientemente junto a la puerta de la calle.
– Bueno, no estás todavía correcta. Súbete bien ese guante, querida, y colócate bien la falda.
Kit hizo lo que le pedía sin dejar de sonreír.
– Usted está realmente guapa.
– Oh, gracias, querida. Trato de tener un aspecto agradable, pero no es tan fácil como antes. Ya no tengo la juventud a mi favor, ya sabes. Pero mírate tú. Ni un sólo hombre de esta congregación será capaz de pensar como un caballero esta mañana cuando te vea con ese aspecto de pastel de azúcar, es más, querrán devorarte.
– Me siento hambriento sólo con mirarla -dijo una perezosa voz a sus espaldas.
Kit se puso el sombrero de paja en la cabeza, dejando las cintas sueltas.
Cain estaba apoyado en el marco de la puerta de la biblioteca. Iba vestido con una levita gris perla, con pantalones y chaleco negros. Completaba su atuendo un elegante corbatín color burdeos con diminutas rayas blancas sobre su camisa blanca.
Sus ojos estudiaron su vestimenta tan formal.
– ¿Dónde vas?
– A la iglesia, desde luego.
– ¡A la iglesia! ¡No te hemos invitado a acompañarnos!
Miss Dolly se puso la mano en la garganta.
– ¡Katharine Louise Weston! ¡Estoy escandalizada! ¿En que estás pensando para hablar al General de forma tan desconsiderada? Yo le he pedido que nos acompañe. Usted deberá perdonarla, General. Ella montó demasiado a caballo ayer y apenas ha podido andar al levantarse esta mañana de la cama. Por eso está enfadada.
– Lo entiendo perfectamente -la alegría de sus ojos hacía su expresión sospechosamente simpática.
Kit siguió toqueteando las cintas del sombrero.
– No estoy enfadada – estaba nerviosa ante su mirada escrutadora y no era capaz de atarse las cintas.
– Será mejor que le haga usted el lazo antes que arranque las cintas, Miss Calhoun.
– Por supuesto General -Miss Dolly chasqueó a Kit la lengua-. Veamos, querida. Sube la barbilla y permíteme.
Kit mansamente dejó a Miss Dolly ayudarla mientras Cain las miraba divertido. Finalmente le hizo el lazo correctamente y se encaminaron hacía fuera para montar en el carruaje.
Kit esperó a que Cain hubiera ayudado a Miss Dolly a subir antes de dirigirse a él.
– Apuesto a que es la primera vez que pones un pie en la iglesia desde que estás aquí. ¿Por qué no te quedas en casa?
– Esta vez no. No me perdería esta reunión tuya con la buena gente de Rutherford por nada del mundo.
Padre Nuestro que estás en los cielos…
La luz del sol entraba por los sucios cristales de las ventanas derramándose sobre las cabezas de las personas de la congregación. En Rutherford, todavía hablaban del milagro que esas ventanas hubieran escapado intactas a la destrucción sembrada por el diablo, William Tecumseh Sherman.
Kit parecía incómoda sentada con su vestido de gala color violeta entre los descoloridos vestidos y sombreros de antes de la guerra de las demás mujeres. Había querido demostrarles su buen aspecto, pero no había considerado lo pobres que eran todos allí. No lo olvidaría otra vez.
Se encontró pensando sin darse cuenta en su verdadera iglesia, la estructura simple de madera no lejos de Risen Glory que servía como la casa espiritual de los esclavos de las plantaciones de los alrededores. Garrett y Rosemary rechazaban ir todas las semanas a la iglesia de la comunidad blanca en Rutherford, de modo que Sophronia llevaba a Kit con ella cada domingo. Aunque Sophronia era también sólo una niña, estaba determinada a que Kit oyera La Palabra.
A Kit le encantaba esa iglesia, y ahora no podía menos que comparar aquella alegría con este servicio tan serio y tranquilo. Sophronia estaría allí ahora junto con Magnus y los demás negros.
Su reunión con Magnus había sido comedida. Aunque parecía feliz de verla, su vieja animadversión no se había ido. Ahora ella era una mujer blanca adulta y él un hombre negro.
Una mosca zumbó perezosamente delante de ella, y miró de reojo a Cain. Tenía su atención fija en el púlpito, con la expresión tan inescrutable como siempre. Estaba contenta que Miss Dolly estuviera sentada entre ellos. Sentarse a su lado le habría arruinado la mañana.
Al otro lado de la iglesia había un hombre que no tenía la vista en el púlpito. Kit sonrió lentamente a Brandon Parsell, y luego inclinó la cabeza para que el ala de su sombrero de paja le tapara parte de la cara. Antes de marcharse de la iglesia, trataría de darle la posibilidad de hablar con ella. Sólo disponía de un mes, y no podía malgastar el tiempo.
El servicio acabó y los miembros de la reunión no pudieron esperar para hablar con ella. Habían sabido que la escuela para jóvenes damas de Nueva York la había cambiado, pero querían verlo por sí mismos.
– Pero, Kit Weston, sólo mírate ahora…
– Te has convertido en una verdadera dama…
– Por las estrellas, ni tu propio padre te reconocería…
Mientras esperaban para saludarla, se enfrentaban a un dilema. Reconocerla quería decir que también debían recibir a su tutor yanqui, el hombre que las principales familias de Rutherford habían estado evitando tan diligentemente.
Despacio, primero una persona y después otra se dirigieron a él. Uno de los hombres la preguntó por la cosecha de algodón. Delia Dibbs le dio las gracias por su contribución a la Sociedad de la Biblia. Clement Jakes le preguntó si creía que llovería pronto. Las conversaciones eran reservadas pero el mensaje era claro. Era hora de que las barreras contra Baron Cain bajaran.
Kit sabía que más tarde se justificarían diciéndose que sólo le habían hablado por deferencia hacía Kit Weston, pero sospechaba que eso era una excusa para hacerlo entrar en su círculo, así tendrían un tema fresco del que hablar. Nadie podía imaginarse que Cain no deseara hablar con ellos.
De pie, algo alejada de la iglesia, una mujer con aire sofisticado miraba lo que ocurría con aire divertido. De modo que este era el famoso Baron Cain… la mujer era una recién llegada a la comunidad, llevaba viviendo en Rutherford sólo tres meses, pero había oído de todo del nuevo propietario de Risen Glory. Nada de lo que había escuchado sin embargo, la había preparado para su primera vista de él. Sus ojos fueron desde sus hombros hasta sus estrechas caderas. Era magnífico.
Verónica Gamble era sureña por nacimiento, pero no por convicción. Nacida en Charleston, se casó con el pintor Francis Gamble cuando apenas tenía dieciocho años. Durante los catorce siguientes, pasaron su vida a caballo entre Florencia, París y Viena dónde Francis cobraba precios astronómicos por los atroces y lisonjeros cuadros a las mujeres y niños aristócratas.
Cuando su marido murió el invierno anterior, dejó a Verónica en una situación acomodada, pero no rica. Por capricho había decidido regresar a Carolina del Sur, a la casa que su marido había heredado de sus padres. Se tomaría su tiempo para valorar las cosas, y pensar que hacer en adelante con su vida.
A sus treinta y pocos años, tenía un aspecto inmejorable. Su pelo castaño cobrizo lo tenía peinado hacía atrás, y le caía en brillantes rizos sobre el cuello, y sus ojos verdes sesgados del mismo color que su chaqueta Zouave de moda. En cualquier otra mujer, el labio inferior grueso habría afeado su cara, pero en ella resultaba sensual.
Aunque consideraban a Verónica una mujer hermosa, su fina nariz era demasiado larga, y sus rasgos demasiado angulares para ser una verdadera belleza. Ningún hombre sin embargo parecía notarlo. Tenía ingenio, inteligencia y la calidad seductora de mirar la vida de forma divertida, mientras esperaba a ver que la deparaba.
Caminó hacía la puerta de la iglesia, dónde el reverendo Cogdell estaba recibiendo a las personas que salían.
– Ah, señora Gamble. Qué agradable tenerla con nosotros esta mañana. Creo que usted no conoce a la señorita Dorthea Calhoun. Y este es el señor Cain de Risen Glory. ¿Dónde ha ido Katharine Louise? Me gustaría que la conociera también.
Veronica Gamble no tenía el más mínimo interés en la señorita Dorthea Calhoun o alguien llamada Katharine Louise. Pero estaba muy interesada en el deslumbrante hombre que estaba de pie junto al pastor, e inclinó elegantemente la cabeza.
– He oído hablar mucho de usted, señor Cain. De alguna manera esperaba que tuviera cuernos.
Rawlins Cogdell parecía alarmado pero Cain rió.
– Pues yo no he sido tan afortunado de oír hablar de usted.
Veronica metió su mano enguantada en el bolsito de su brazo.
– El problema es fácilmente remediable.
Kit escuchó la risa de Cain pero la ignoró para concentrar su atención en Brandon. Sus características regulares eran incluso más atractivas de lo que recordaba, y el mechón de pelo que le caía sobre el flequillo cuando hablaba era simpático.
No podía ser más diferente de Cain. Brandon era atento donde Cain era grosero. Y no debía preocuparse de que se burlara de ella. Era un caballero del Sur de los pies a la cabeza.
Ella estudió su boca. ¿Qué sentiría al besarlo? Seguro que sería emocionante. Mucho más agradable que el asalto de Cain el día que ella llegó.
Un asalto al que ella no había puesto ningún impedimento.
– He pensado mucho en tí desde que nos vimos en Nueva York -dijo Brandon.
– Me siento adulada.
– ¿Te gustaría montar conmigo mañana? El Banco cierra a las tres. Podría estar en Risen Glory en una hora.
Kit lo miró a través de sus pestañas, un efecto que había practicado a la perfección.
– Me gustaría mucho montar contigo, señor Parsell.
– Hasta mañana entonces.
Con una sonrisa, se dio la vuelta para recibir a varios hombres jóvenes que habían estado esperando pacientemente una oportunidad para hablar con ella.
Mientras rivalizaban por su atención, ella observó a Cain enzarzado en una conversación con una atractiva mujer pelirroja. Algo en la manera en que la mujer miraba a Cain incomodó a Kit. Deseó que él mirara en su dirección para verla rodeada de todos esos hombres. Desgraciadamente parecía no hacerla el menor caso.
Miss Dolly estaba ocupada conversando con el reverendo Cogdell y su esposa Mary, que era su familiar lejano y quien la había recomendado como chaperona. Kit comprendió que los Cogdells parecían cada vez más desconcertados. Se disculpó y se dirigió precipitadamente hacía ellos.
– ¿Está lista para irnos, Miss Dolly?
– Por supuesto, querida. No había visto al reverendo Cogdell y a su querida esposa Mary en años. Una reunión muy agradable, sólo ensombrecida por los desafortunados acontecimientos de Bull Run. Oh, pero eso es una conversación de viejos, querida. Nada que pueda interesar a una joven como tú.
Cain también debía estar presintiendo el inminente desastre.
– Señorita Calhoun, el carruaje está esperándonos.
– Por supuesto, General- dijo Miss Dolly, y jadeando presionó los dedos en su boca-. Yo… yo quería decir Major desde luego. Seré tonta.
Con las cintas revoloteando a su alrededor se dirigió hacía el carruaje.
El reverendo Cogdell y su esposa se quedaron mirándola alejarse boquiabiertos de asombro.
– Ella piensa que soy el General Lee que vive disfrazado en Risen Glory -dijo Cain francamente.
Rawlins Cogdell empezó a apretarse sus finas y pálidas manos con agitación.
– Major Cain, Katharine, lo siento mucho. Cuando mi esposa les recomendó a la señorita Calhoun para chaperona, no teníamos la menor idea… Oh, Dios querido, no sabíamos…
– Es todo por mi culpa -los pequeños ojos castaños de Mary Cogdell estaban repletos de resentimiento-. Habíamos oído que era totalmente indigente, pero no que tuviera problemas mentales.
Kit abrió la boca para protestar, pero Cain la cortó.
– No necesita preocuparse por la señorita Calhoun. Ella está cómodamente instalada.
– Pero Katharine no puede permanecer en Risen Glory con usted bajo estas circunstancias -protestó el ministro-. Dolly Calhoun no es una chaperona correcta. Hoy ha hablado con más de una docena de personas aquí. Antes de esta tarde, todo el mundo estará hablando de ella. No es correcto. No es en absoluto correcto. Los cotilleos serán terribles, señor Cain. Usted es un hombre demasiado joven…
– Kit es mi hermanastra -dijo Cain.
– Pero no hay ningún vínculo de sangre entre ustedes.
Mary Cogdell apretó más su libro de oraciones.
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