– Katharine, eres una mujer joven e inocente y seguramente no comprendes las repercusiones que esto tendrá. Simplemente no puedes permanecer en Risen Glory.

– Aprecio su preocupación -respondió Kit -pero he estado lejos de casa los últimos tres años, y no tengo intención de marcharme tan pronto.

Mary Cogdell miró impotente a su marido.

– Les aseguro que Miss Dolly insiste en el decoro -la sorprendió Cain diciendo-. Deberían haber visto como ha fustigado a Kit a vestirse correctamente esta mañana.

– Aún así…

Cain inclinó la cabeza.

– Si nos perdonan, reverendo Cogdell, señora Cogdell. Por favor, no se preocupen más por esto -agarró a Kit del brazo y se dirigieron al carruaje donde ya estaba Miss Dolly esperándolos.

Rawlins Cogdell y su esposa los miraron alejarse.

– Esto va a traer problemas -dijo el ministro-. Puedo notarlo en mis huesos.


***

Kit oyó un crujido en la grava y supo que Brandon había llegado. Se apresuró a mirarse en el espejo y vio a una joven dama vestida con traje de montar. No había pantalones de chico hoy, ni tampoco montaría a Tentación. Estaba resignada a montar a lo amazona.

Esa mañana mientras el cielo tenía todavía el pálido tono rosado de la aurora, había cabalgado a lomos de Tentación. Intuía que ese paseo salvaje sería muy diferente al de esta tarde.

Debía admitir, no obstante, que le encantaba el nuevo traje de montar, a pesar que le disgustara cabalgar con él. De paño rojo con adornos negros, la chaqueta se ajustaba y acentuaba su fina cintura. La falda amplía caía en pliegues hasta los tobillos y el dobladillo estaba decorado con una cinta rizada negra formando un dibujo encadenado.

Se aseguró que no tuviera un hilo suelto ni nada fuera de lugar. Las cuatro presillas negras que cerraban el frontal de su chaqueta estaban bien abrochadas y el sombrero estaba correctamente puesto. Era negro, una versión femenina de los sombreros de los hombres, pero más bajo, suave y con una pluma roja en la parte posterior. Se retocó el cómodo moño que se había hecho en la nuca y se abrillantó más aún las botas.

Satisfecha, y consciente de que nunca se había visto mejor, tomó su fusta y salió de la habitación, sin pensar en los guantes de montar negros que estaban en su caja correspondiente. Cuando llegaba al vestíbulo, oyó voces provenientes del porche. Para su consternación, vio a Cain hablando fuera con Brandon.

De nuevo el contraste entre los dos hombres fue brutal. Cain era mucho más alto, pero no sólo eso los diferenciaba. Brandon iba vestido correctamente, con pantalones de montar y una chaqueta verde botella sobre su camisa. La ropa era vieja y pasada de moda, pero la llevaba limpia y le sentaba perfectamente.

Como él, Cain estaba sin sombrero, pero llevaba la camisa abierta por el cuello, las mangas enrolladas hasta los codos y los pantalones manchados de barro. Parecía cómodo, con una mano metida en el bolsillo y una bota sucia apoyada en un escalón superior. Todo en Brandon indicaba cultura y educación, mientras Cain se parecía a un bárbaro

Sus ojos se demoraron en él un momento más, antes de sujetar la fusta con fuerza y caminar hacía adelante. Lady esperaba pacientemente, con la vieja silla de montar de amazona que Kit había encontrado en el ático correctamente conservada.

Kit dirigió a Cain una cabezada fría y a Brandon un saludo sonriente. La admiración en sus ojos le dijo que los esfuerzos que se había tomado por su aspecto no habían sido en vano. Cain sin embargo parecía disfrutar de una broma privada, a su costa, no tenía dudas.

– Ten cuidado hoy, Kit. Lady puede ser realmente peligrosa.

Ella apretó los dientes.

– No te preocupes, estoy segura que podré controlarla.

Brandon hizo intención de ayudarla a subir a la silla, pero Cain fue más rápido.

– Permíteme.

Brandon se dio la vuelta con patente indignación y se dirigió a su caballo. Kit colocó los dedos en la mano extendida de Cain. Parecía fuerte y competente. Una vez acomodada en la silla miró hacía abajo para verlo observar sus molestas faldas.

– ¿Ahora quién es hipócrita?- preguntó él en un susurro.

Ella miró hacia Brandon y le dirigió una cegadora sonrisa.

– Bien, señor Parsell, no vaya demasiado rápido para mí, ¿de acuerdo? Vivir en el Norte ha provocado que se oxiden mis habilidades para montar. Cain resopló y se alejó, dejándola con la agradable sensación que ella había dicho la última palabra.

Brandon sugirió que se dirigieran hacía Holly Grove, su antigua hacienda. Mientras trotaban para salir del patio, Kit lo miró como observaba los campos plantados a ambos lados del camino. Esperaba que ya estuviera haciendo planes.

Los mismos soldados que habían respetado Risen Glory habían incendiado Holly Grove. Tras la guerra, Brandon volvió a una hacienda en ruinas, a unos campos quemados cubiertos de zarzas y hierbas salvajes. No había podido pagar los impuestos de la tierra, y habían confiscado todo. Ahora todo estaba parado.

Desmontaron cerca de una ennegrecida chimenea. Brandon ató los caballos, cogió el brazo de Kit y se dirigieron hacia las ruinas de la casa. Habían estado charlando agradablemente durante el camino, pero ahora él se calló. El corazón de Kit desbordaba compasión.

– Todo se ha ido -dijo él finalmente-.Todo en lo que el Sur creía. Todo por lo que luchamos.

Ella contempló la devastación. Si Rosemary Weston no hubiera acogido a ese subteniente yanqui en su dormitorio, Risen Glory habría quedado también así.

– Los yanquis se ríen de nosotros, ya lo sabes -continuó él-. Se ríen de nuestras convicciones de la caballerosidad y se toman nuestro honor a broma. Nos han arrebatado nuestras tierras, y las gravan con impuestos que saben no podemos pagar si queremos comer. La Reconstrucción Radical es una maldición del Todopoderoso hacía nosotros -sacudió la cabeza-. ¿Qué hemos hecho para merecer tanta maldad?

Kit miró con detenimiento hacía las chimeneas gemelas que parecían grandes dedos espectrales.

– Es por la esclavitud -dijo ella-. Nos están castigando por tener seres humanos como esclavos.

– ¡Tonterías! Has vivido con los yanquis demasiado tiempo, Kit. La esclavitud es una orden de Dios. Sabes que lo dice la Biblia.

Ella lo sabía. Desde pequeña lo había escuchado en la iglesia, predicado desde el púlpito por ministros blancos que los dueños de las plantaciones enviaban para recordarles a los negros que Dios aprobaba la esclavitud. Dios tenía instrucciones detalladas de las obligaciones de un esclavo hacia su señor. Kit recordaba a Sophronia sentada a su lado durante esos sermones, pálida y tensa, incapaz de asimilar lo que oía con el amoroso Jesús que conocía.

Brandon la cogió del brazo y la llevó hacía un camino algo lejos de la casa. Sus monturas estaban tranquilamente pastando en un claro cerca de las chimeneas. Kit caminó hacía un árbol caído mucho tiempo antes durante una tormenta y se sentó sobre el tronco.

– Ha sido un error traerte aquí -dijo Brandon cuando llegó junto a ella.

– ¿Por qué?

– Esto hace las diferencias entre nosotros todavía más aparentes -él miró con detenimiento las ennegrecidas chimeneas en la distancia.

– ¿Lo hace? Ninguno de nosotros tiene una casa. Recuerda que Risen Glory no es mía. Todavía no, al menos.

Él le dirigió una mirada especulativa. Ella arrancó una astilla de madera con la uña.

– Sólo tengo un mes antes que Cain me obligue a volver a Nueva York.

– No soporto la idea de que vivas en la misma casa con ese hombre – dijo él mientras se sentaba a su lado en el tronco-. Todos los que han venido hoy al Banco hablaban de lo mismo. Dicen que la señorita Calhoun no es una chaperona adecuada. No te quedes sola con él. ¿Me estás escuchando? No es un caballero. No me gusta. No le gusta a nadie.

El interés de Brandon la reconfortó.

– No te preocupes. Tendré cuidado -y entonces deliberadamente inclinó la cabeza para dejarla junto a la de él, entreabriendo los labios. No podía dejar que terminara esta excursión sin besarlo. Era algo que tenía que hacer para borrar la marca de Cain de su boca.

Y de tus sentidos, susurró una vocecilla en su interior.

Era cierto. El beso de Cain había hecho que le hirviera la sangre, y necesitaba probar los labios de Brandon Parsell para encender la chispa de ese mismo fuego.

Sus ojos quedaban ensombrecidos parcialmente por el ala de su sombrero gris, pero podía verlo mirar su boca. Esperó que acercara la cara, pero él no se movió.

– Quiero que me beses -dijo ella finalmente.

Él se escandalizó por su atrevimiento. Lo notó en su ceño fruncido. Su actitud la irritó y decidió llevar la iniciativa.

Se inclinó y despegó suavemente su sombrero, observando mientras lo dejaba a un lado una fina línea roja que había dejado en su frente.

– Brandon -dijo en un susurro- tengo solamente un mes. No tengo tiempo para ser tímida.

Incluso un caballero no podría ignorar tan atrevida invitación. Él se inclinó hacia adelante y presionó su boca con la suya.

Kit notó que sus labios eran más gruesos que los de Cain. También eran más dulces, pensó, puesto que permanecían cortésmente cerrados. Era un beso tierno comparado con el que le había dado Cain. Un beso agradable. Sus labios estaban secos pero su bigote parecía un poco áspero.

Su mente iba a la deriva, y se forzó a volver a la realidad levantando los brazos y poniéndolos con entusiasmo alrededor de su cuello. ¿No eran sus hombros algo estrechos? Debía ser su imaginación, porque sabía que eran sólidos. Él continuó besándola por las mejillas y por la línea de la mandíbula. Su bigote le raspaba la sensible piel, y se estremeció.

Él se retiró instintivamente.

– Lo siento. ¿Te he asustado?

– No, desde luego que no -ella tragó su decepción. El beso no había probado nada. ¿Por qué no podía él dejar sus escrúpulos de lado y besarla a fondo?

Pero un segundo después de pensarlo se reprendió a sí misma. Brandon Parsell era un caballero, no un bárbaro yanqui.

Él bajó la cabeza.

– Kit, debes saber que yo no te haría daño por nada del mundo. Te pido disculpas por mi falta de contención. Las mujeres como tú necesitan cariño y estar protegidas de los aspectos más sórdidos de la vida.

Ella sintió otra punzada de irritación.

– No estoy hecha de cristal.

– Lo sé. Pero quiero que sepas que si algo… va a ocurrir entre nosotros, nunca te degradaría. Te molestaría lo menos posible con mis propias necesidades.

Eso lo entendió. Cuando la señora Templeton les habló de la Vergüenza de Eva, dijo que había maridos que eran más considerados con sus esposas, y debían rezar para casarse con uno de ellos.

De repente se sintió contenta de que los dulces besos de Brandon no despertaran ningún fuego en ella. La respuesta a los besos de Cain sólo había sido ocasionada por la extraña emoción de volver a casa.

Ahora estaba más segura que nunca de que quería casarse con Brandon. Todo lo que una mujer podía desear era un marido como él.

La hizo ponerse el sombrero para no quemarse y la amonestó suavemente por haberse olvidado los guantes. La mimaba tanto, que ella sonrió y flirteó haciendo a la perfección el papel de belleza sureña.

Se recordó que él estaba acostumbrado a un tipo diferente de mujer, una silenciosa y reservada, como su madre y sus hermanas y trató de refrenar su lengua normalmente impulsiva. De todos modos logró impresionarlo con sus opiniones sobre el sufragio de los negros y la decimoquinta enmienda. Cuando vio dos pequeños surcos entre sus ojos, supo que tenía que hacerle entender.

– Brandon, yo soy una mujer instruida. Tengo ideas y opiniones. Me he valido por mi misma durante mucho tiempo. No puedo ser alguien que no soy.

Su sonrisa no hizo desaparecer esos surcos.

– Tu independencia es una de las cosas que más admiro de tí, pero va a llevarme algún tiempo acostumbrarme a ello. No eres como otras mujeres que he conocido.

– ¿Y has conocido a muchas mujeres? -bromeó.

Su pregunta le hizo reír.

– Kit Weston, eres una pícara.

Su conversación en el paseo hasta Risen Glory fue una feliz combinación de cotilleo y recuerdos. Le prometió ir a una merienda con él, y que la acompañara el domingo en la iglesia. Mientras estaba en el porche diciéndole adiós, decidió que ese día había salido bastante bien.

Desgraciadamente la noche no sería igual.

Miss Dolly la detuvo antes de la cena.

– Necesito tus dulces y jóvenes ojos para revisar mi caja de botones. Tengo uno de nácar en alguna parte y simplemente debo encontrarlo.

Kit hizo lo que le pidió aunque necesitaba unos minutos de soledad. La clasificación fue acompañada por charla, gorjeos, y revoloteo. Kit aprendió qué botones habían sido cosidos sobre qué vestidos, donde los había llevado puestos y con quién, que tiempo había hecho ese día concreto, así como lo que Miss Dolly había comido.