En la cena, Miss Dolly exigió que todas las ventanas estuvieran cerradas, a pesar de que la noche era cálida, porque había escuchado rumores de una erupción de difteria en Charleston. Cain manejó bien a Miss Dolly y las ventanas permanecieron abiertas, pero ignoró a Kit hasta el postre.

– Espero que Lady se comportara bien hoy -le dijo finalmente-. La pobre yegua parecía aterrada cuando te montaste encima con todas esas faldas. Pensé que se asustaría al verse asfixiada.

– No eres tan divertido como crees. Mi traje de montar es bonito y elegante.

– Y odias ponértelo. No te culpo por ello. Esas cosas deberían pasar a la historia.

Exactamente su opinión.

– Tonterías. Son muy cómodos. Y a una dama siempre le gusta verse bonita.

– ¿Es sólo mi imaginación o se vuelve tu acento más espeso siempre que tratas de irritarme?

– Espero que no, Major. Eso sería una descortesía por mi parte. Además estás en Carolina del Sur, de modo que eres tú quién tiene acento.

Él sonrió.

– Un punto para tí. ¿Has disfrutado tu paseo?

– He pasado una tarde maravillosa. No hay muchos caballeros tan agradables como el señor Parsell.

Su sonrisa se evaporó.

– ¿Y dónde habéis ido el señor Parsell y tú?

– A Holly Grove, su antigua hacienda. Nos gustó recordar viejos tiempos.

– ¿Eso es todo lo que habéis hecho? -preguntó él de forma significativa.

– Sí, eso fue todo -replicó ella-. No todos los hombres se comportan con una joven dama como tú.

Miss Dolly frunció el ceño ante el tono áspero en la voz de Kit.

– Estás tonteando con el postre, Katharine Louise. Si ya has terminado, vamos a la salita a sentarnos y permitir al General fumar su puro.

Kit estaba disfrutando demasiado irritando a Cain como para marcharse.

– Todavía no he terminado, Miss Dolly. ¿Por qué no va usted? A mí no me molesta el humo del puro.

– Bien, si no les importa… -Miss Dolly puso su servilleta sobre la mesa y se levantó, luego se agarró al respaldo de la silla como para infundirse coraje-. Ahora, presta atención a tus modales, querida. Ya sé que no es tu intención, pero a veces tu tono parece algo cortante cuando hablas con el General. No debes permitir que tu espíritu natural te impida ofrecerle el respeto apropiado -con su deber cumplido, salió revoloteando del salón.

Cain se quedó mirándola con algo de diversión.

– Debo admitir que Miss Dolly está empezando a arraigar en mí.

– Eres realmente una persona atroz, lo sabes, ¿verdad?

– Admito que no soy ningún Brandon Parsell.

– Por supuesto que no lo eres. Brandon es un caballero.

Él se apoyó atrás en su silla y la estudió.

– ¿Se ha comportado como un caballero hoy contigo?

– Desde luego que sí.

– ¿Y tú? ¿Te has comportado como una dama?

El placer en su chanza se desvaneció. Él todavía no había olvidado esa fea carta de Hamilton Woodward. No le hizo ver cuanto le molestaba que cuestionara su virtud.

– Desde luego yo no he sido una dama. ¿Qué diversión habría? Me he quitado la ropa y le he ofrecido mi cuerpo. ¿Es eso lo que deseas saber?

Cain rechazó su plato.

– Te has convertido en una mujer muy hermosa, Kit. También eres temeraria. Es una peligrosa combinación.

– El señor Parsell y yo hemos hablado de política. Discutimos las indignidades que el gobierno federal está cometiendo en Carolina del Sur.

– Puedo imaginarme vuestra conversación perfectamente. Suspirando por lo que los yanquis le están haciendo a vuestro pobre estado. Gimiendo por las injusticias de la ocupación… nada que el Sur necesitase, desde luego. Estoy seguro que habéis hablado de todo eso.

– ¿Cómo puedes ser tan insensible? Puedes ver los horrores de la reconstrucción por todas partes a tu alrededor. La gente ha sido obligada a salir de sus casas. Han perdido sus ahorros. El Sur es como un trozo de cristal aplastado debajo de una bota yanqui.

– Deja que te recuerde unos pocos hechos dolorosos que pareces haber olvidado -él cogió la botella de brandy, pero antes de inclinarla para echarse en el vaso, la cogió del cuello-. No fue la Unión quién comenzó esta guerra. Las pistolas del Sur dispararon primero en Fort Sumter. Perdisteis la guerra, Kit. Y la perdisteis a expensas de seiscientas mil vidas. Ahora pretendéis que todo siga igual que antes -la miró con repugnancia-. Hablas de los horrores de la Reconstrucción. Según lo veo yo, el Sur debería estar agradecido al Gobierno Federal por haber sido tan misericordioso.

– ¿Misericordioso? -Kit se puso de pie de un salto-. ¿Te atreves a llamar a lo que está ocurriendo aquí misericordioso?

– Has leído la historia. Dímelo tú -Cain también se puso de pie-. Nombra a cualquier otro ejército victorioso que haya tratado con tan poca severidad a los vencidos. Si esto hubiera ocurrido en cualquier otro país que no fueran los Estados Unidos, se habrían ejecutado miles de hombres por traición tras Appomattox, y miles más se estarían pudriendo en las cárceles ahora mismo. En su lugar, hubo una amnistía general y ahora se están readmitiendo los estados del Sur en la Unión. Mi Dios, la Reconstrucción es un simple cachete para lo que el Sur le ha hecho a este país.

Sus nudillos estaban blancos mientras agarraba el respaldo de la silla.

– Es una pena que no haya habido más derramamiento de sangre para satisfacerte. ¿Qué tipo de hombre eres para desearle al Sur todavía más miseria?

– No le deseo más miseria. Incluso estoy de acuerdo con la indulgencia de la política federal. Pero deberás perdonarme si no muestro una sincera indignación porque la gente del Sur haya perdido sus casas.

– Quieres cobrarte tu libra de carne.

– Han muerto hombres en mis brazos -dijo él en un susurro-.Y no todos esos hombres llevaban uniformes azules.

Ella soltó el respaldo de la silla y salió deprisa de la habitación. Cuando llegó a su dormitorio, se hundió en la silla frente a su tocador.

¡Él no entendía! Lo veía todo desde la perspectiva del Norte. Pero aún cuando enumeraba mentalmente todas las razones por las que él estaba equivocado, lo encontró difícil por su viejo sentido de honradez. Él parecía tan triste. La cabeza había comenzado a palpitarle, y quería acostarse, pero había un asunto que había postergado ya demasiado tiempo.

Esa noche, ya tarde, cuando todos estaban acostados, bajó a la biblioteca y se puso a estudiar los libros en los que Cain llevaba todas las cuentas de la plantación.

11

Las siguientes semanas llevaron un flujo constante de visitantes. En otro tiempo las mujeres habrían llegado a Risen Glory en elegantes landós, vistiendo sus mejores galas. Ahora, sin embargo, llegaban en carretas tiradas por caballos de arado, o sentadas en los asientos frontales de calesas destartaladas. Ataviadas con pobres vestidos y viejos sombreros pero que llevaban tan orgullosamente como siempre.

Cohibida de hacer un derroche de su guardarropa, Kit se vistió modestamente para sus primeras visitas. Pero pronto descubrió que sus vestidos sencillos decepcionaban a las mujeres. ¿No hacían referencia continuamente al vestido color lila que había llevado a la iglesia, con un sombrero a juego en tafetán y raso? Habían oído los chismes que contaban sobre sus vestidos desde la cocinera a la canosa vendedora ambulante de cangrejos. Se rumoreaba que el guardarropa de Kit Weston tenía vestidos de todos los colores. Las mujeres se veían privadas de esa belleza, y estaban deseosas de verlos en ella.

Una vez que Kit lo entendió, no tuvo corazón para decepcionarlas. Diligentemente llevó un vestido cada día y a las más jóvenes, incluso las invitaba a su habitación para que pudieran verlos con detalle.

Le entristecía comprender que sus vestidos les gustaban más a sus visitantes que a ella misma. Eran bonitos, pero eran una continua molestia con sus ganchos, cordones y sobrefaldas que siempre se le enganchaban en los muebles. Deseaba poder regalar el de muselina verde a la joven viuda que había perdido su marido en Gettysburg, y el de seda de vincapervinca a Prudencia Wade, que tenía el rostro picado de viruela. Pero esas mujeres estaban tan orgullosas de ser pobres, que sabía que era mejor no ofrecérselos.

No todas sus visitas eran mujeres. Una docena de hombres de diversas edades llamaron a su puerta esos días. La invitaban a paseos en calesa y a picnics, la rodeaban a la salida de la iglesia, y casi provocaron una pelea para ver quién la acompañaba a una conferencia sobre frenología en Chautauqua. Ella logró rechazarlos sin herir sus sentimientos diciéndoles que ya había prometido ir con el señor Parsell y sus hermanas.

Brandon era cada vez más atento, aún cuándo ella con frecuencia lo escandalizaba. De todos modos permaneció a su lado, y estaba segura que tenía la intención de pedirle matrimonio pronto. Había pasado ya la mitad del mes, y sospechaba que no se demoraría mucho más.

Había visto poco de Cain, incluso en las comidas, desde la noche de su inquietante conversación sobre la Reconstrucción. La maquinaria para el molino había llegado y estaban ocupados guardándola bajo lonas en el granero y cobertizo hasta que estuvieran listos para instalarla. Siempre que estaba cerca, era incómodamente consciente de él. Flirteaba descaradamente con sus admiradores masculinos si sabía que la estaba observando. A veces parecía divertido pero otras veces una emoción más oscura parpadeaba a través de sus ojos que ella encontraba inquietante.

Kit se había enterado por un cotilleo que Cain había salido varias veces con la hermosa Verónica Gamble. Verónica era una fuente constante de misterio y especulación por parte de las mujeres locales. Aunque había nacido en Carolina, su modo de vida exótico tras su matrimonio la convertía en una extranjera. Se rumoreaba que su marido había pintado un cuadro de ella desnuda, reclinada en un sofá, y que lo tenía colgado de la pared de su dormitorio, sin ningún pudor.

Una noche Kit bajó para la cena y encontró a Cain en el salón leyendo un periódico. Hacía casi una semana desde que había acudido a cenar, de modo que se sorprendió al verlo. Incluso se sorprendió más al verle vestido tan formalmente en negro y blanco, ya que sabía que nunca se vestía así para la cena.

– ¿Vas a salir?

– Lamento decepcionarte, pero cenaremos juntos esta noche -dejó el periódico-. Tenemos una invitada para la cena.

– ¿Una invitada? -Kit miró con consternación su vestido sucio y los dedos manchados de tinta-. ¿Por qué no me has avisado?

– No he tenido ocasión.

El día había sido un desastre. Sophronia se había comportado de forma maniática por la mañana, y habían discutido por nada. Después el reverendo Cogdell y su esposa habían ido de visita. No habían parado de hablar de los cotilleos que circulaban sobre Kit por vivir en Risen Glory sin una chaperona adecuada, y le recomendaron que se fuera a vivir con ellos hasta que encontraran otra más indicada. Kit estaba intentando asegurarles que no había ningún problema con Miss Dolly, cuando su acompañante irrumpió en la sala asegurando que deberían mandar una buena provisión de vendas para los heridos del ejército Confederado. Cuando se marcharon, Kit ayudó a Sophronia a limpiar el papel pintado chino del comedor con corteza de pan. Después mientras escribía una carta a Elsbeth el tintero se volcó, manchándose los dedos de tinta. Más tarde fue a dar un paseo.

No había tenido ni un instante para cambiarse para la cena, y ya que pensaba que sólo estaría en compañía de Miss Dolly, no había considerado necesario ponerse otro vestido. Miss Dolly la reprendería, pero siempre la regañaba, incluso cuando Kit estaba impecablemente vestida. De nuevo se miró las manos manchadas de tinta y la falda llena de barro por arrodillarse para liberar a una cría de gorrión atrapado entre unas zarzas.

– Necesitaré cambiarme -dijo en el momento que Lucy aparecía por la puerta.

– La señorita Gamble está aquí.

Verónica Gamble entró en la sala.

– Hola, Baron.

Él sonrió.

– Verónica, es un placer volver a verte.

Ella llevaba un elegante vestido de noche verde jade con una sobrefalda de satén color bronce con ribetes negros. Los mismos que delineaban el escote, ofreciendo un contraste contra su piel pálida, opalescente de una pelirroja natural. El pelo lo llevaba en un sofisticado peinado de rizos y trenzas, recogido con un broche en forma de media luna. La diferencia de aspecto entre las dos no podía ser más evidente, y Kit inconscientemente se alisó la falda, aunque no hizo nada para mejorarlo.

Ella comprendió que Cain estaba mirándola. Había algo parecido a la satisfacción en su expresión. Casi parecía disfrutar comparando su aspecto desaliñado con el impecable de Verónica.