Miss Dolly entró en el salón.

– No me han avisado que teníamos compañía esta noche.

Cain realizó las presentaciones. Verónica respondió graciosamente pero eso no aligeró el resentimiento de Kit. No era sólo una mujer elegante y sofisticada, si no que irradiaba una autoconfianza interior que Kit pensaba que nunca poseería. A su lado, Kit parecía inexperta, torpe y poco atractiva.

Verónica mientras tanto estaba conversando con Cain sobre el periódico que había estado leyendo.

– … que mi marido y yo éramos grandes partidarios de Horace Greeley.

– ¿El abolicionista? -Miss Dolly empezó a temblar.

– Abolicionista y Director del periódico -respondió Verónica-. Incluso en Europa admiran los editoriales del señor Greeley apoyando la causa de la Unión.

– Pero mi querida señorita Gamble… -Miss Dolly respiraba con dificultad, como un pececito-. Seguramente yo entendí mal que usted nació en Charleston.

– Eso es cierto señorita Calhoun, pero de algún modo conseguí sobreponerme a ello.

– Oh yo, yo… -Miss Dolly presionó las puntas de los dedos en sus sienes-. Me parece que he desarrollado un dolor de cabeza. Estoy segura que no podré comer ni un bocado con este dolor. Creo que volveré sola a mi habitación, disculpen.

Kit observó consternada como abandonaba la habitación. Ahora estaba sola con ellos. ¿Por qué no le dijo Sophronia que la señorita Gamble iría a cenar, para haber pedido una bandeja en su habitación? Era horrible que Cain esperara que entretuviera a su amante en la cena.

El pensamiento le provocó un dolor en el pecho. Se dijo que era por su propiedad ultrajada.

Verónica se sentó en el sofá mientras Cain se sentaba a su lado en una silla tapizada en verde y marfil. Debería haber parecido ridículo en un mueble tan delicado, pero parecía tan cómodo como si estuviera a horcajadas sobre Vándalo, o en el tejado de su molino de algodón.

Verónica le contó a Cain una desgracia cómica de una ascensión en globo. Él echó atrás la cabeza y rió enseñando sus dientes lisos y blancos. Los dos podrían haber estado solos, por la atención que la prestaron.

Comenzó a retirarse, reticente a seguir mirándolos juntos.

– Iré a ver si está preparada la cena.

– Un segundo, Kit.

Cain se levantó de la silla y caminó hacia ella. Algo que vio en su expresión, la puso cautelosa.

Sus ojos se pasearon sobre su vestido arrugado. Después subieron hasta sus ojos. Ella comenzó a dar marcha atrás, pero él la alcanzó y metió una mano en su pelo, cerca de una de sus peinetas de plata. Cuando sacó la mano, sujetaba entre sus dedos una ramita.

– ¿Otra vez subiéndote a los árboles?

Ella enrojeció. Él la trataba como si tuviera nueve años y deliberadamente la dejaba en ridículo delante de su sofisticada invitada.

– Ve y dile a Sophronia que aguante la cena hasta que hayas tenido tiempo de cambiarte ese vestido sucio -con una mirada desdeñosa, él se giró hacia Verónica-. Debes perdonar a mi hermanastra. Hace relativamente poco que ha acabado la escuela. Creo que aún no ha comprendido todas las lecciones.

Las mejillas de Kit ardieron con mortificación, y palabras enfadadas burbujearon en su interior. ¿Por qué le estaba haciendo esto? Nunca le había preocupado sus vestidos sucios o su pelo enmarañado. Lo sabía muy bien. Él amaba el aire libre tanto como ella y no tenía paciencia con las formalidades.

Ella luchó por mantener la compostura.

– Me temo que va a tener que excusarme en la cena esta noche, señorita Gamble. Parece que yo también tengo dolor de cabeza.

– Una verdadera epidemia -la voz de Verónica era claramente burlona.

La mandíbula de Cain se tensó tercamente.

– Tenemos una invitada. Con dolor de cabeza o no, espero que bajes en diez minutos.

Kit se atragantó con su rabia.

– Entonces lo lamento, pero vas a decepcionarte.

– No trates de desafiarme.

– No emitas órdenes que no puedes imponer -de algún modo logró controlarse hasta que salió, pero una vez que llegó al vestíbulo, se recogió las faldas y echó a correr. Cuando llegaba al primer escalón, creyó escuchar el sonido de la risa de Verónica Gamble desde el salón.

Pero Veronica no se estaba riendo. En su lugar, estaba estudiando a Cain con gran interés y una pizca de tristeza. De modo que así eran las cosas. Ah, bien…

Ella había esperado que su relación se desplazaría más allá de la amistad hacía la intimidad. Pero ahora veía que eso no ocurriría en un futuro cercano. Lo debería haber sabido. Era un hombre demasiado magnífico para ser tan sencillo.

Sintió un destello de compasión por la muchacha. Con toda su arrolladora belleza, todavía no sabía controlar su mente, y menos la de los hombres. Kit era demasiado inexperta para entender por qué la había puesto deliberadamente en ese aprieto. Pero Verónica sí lo sabía. Cain se sentía atraído por la chica, y no le gustaba. Estaba luchando contra esa atracción llevando a Verónica allí esta noche, esperando que al ver a las dos mujeres juntas, se convencería que le gustaba más Verónica que Kit. Pero no era así.

Cain había ganado ese asalto. La joven apenas había podido controlar su carácter. De todas maneras, Kit Weston no era tonta, y Verónica estaba segura que no había dicho su última palabra.

Dio un toquecito con la uña en el brazo tapizado del sofá, preguntándose si debía permitir que Cain la utilizara como un peón en la batalla que libraba contra sí mismo. Era una pregunta tonta, y la hizo sonreír. Por supuesto que se lo permitiría.

La vida era horrible allí y no estaba en su naturaleza ser celosa por algo tan natural como el sexo. Además, todo era increíblemente divertido.

– Tu hermanastra tiene carácter -dijo ella, sólo para remover el asunto.

– Mi hermanastra necesita aprender sumisión -echó jerez en un vaso para ella y con una disculpa la dejó sola.

Ella lo oyó subir los escalones de dos en dos. El sonido la excitó. Le recordó las gloriosas peleas que Francis y ella tenían, peleas que de vez en cuando acababan haciendo el amor con un feroz frenesí. Si sólo pudiera ver la escena que estaba a punto de desarrollarse arriba…

Dio unos sorbitos a su jerez, más que contenta de esperarles.


***

Cain sabía que estaba comportándose mal, pero no le importaba. Durante semanas se había estado manteniendo alejado de ella. Por lo que sabía, era el único hombre soltero de la comunidad que no le bailaba el agua. Ahora era el momento de tener unas palabras. No había llevado allí a Verónica para someterla a la grosería de Kit.

Ni a la suya propia.

Pero ahora no le preocupaba eso.

– Abre la puerta.

Mientras golpeaba la puerta con los nudillos, sabía que estaba cometiendo un error subiendo tras ella. Pero si dejaba que le desafiara ahora, perdería cualquier posibilidad de mantenerla bajo control.

Se dijo que era por su propio bien. Ella era obstinada y tenaz, un peligro para sí misma. Le gustara o no, era su tutor, lo que significaba que tenía la responsabilidad de guiarla.

Pero no se sentía como un tutor. Se sentía como un hombre que está perdiendo un combate consigo mismo.

– ¡Vete!

Él agarró el pomo y entró en la habitación.

Ella estaba apoyada en la ventana, los últimos rayos de sol reflejados en su exquisito rostro en la sombra. Era una criatura salvaje, hermosa y lo tentaba más allá de la razón.

Cuando se giró, él se quedó congelado en el sitio. Se había desabotonado el vestido, y las mangas le caían por los hombros de modo que podía ver los círculos suaves de sus pechos visibles por encima de su camisola interior. La boca se le secó.

Ella no trató de sujetar el corpiño como una mujer joven modesta debiera. En su lugar le dirigió una mirada abrasadora.

– Vete de mi habitación. No tienes ningún derecho a entrar aquí.

Pensó en la carta de Hamilton Woodward dónde la acusaba de haber seducido a uno de sus socios. Cuándo Cain la recibió, no tenía ninguna razón para no creerlo, pero ahora la conocía mejor. Estaba seguro que lo que Kit le había dicho que había pegado al bastardo, era realmente cierto. Sólo quería estar tan seguro de que también evitaba las atenciones de Parsell.

– No quiero ser desobedecido -la miró a los ojos.

– Entonces ládrale tus órdenes a otra persona.

– Ten cuidado, Kit. Ya he calentado ese trasero con unos azotes una vez y no me molestaría hacerlo de nuevo.

En lugar de alejarse de él, ella tuvo el descaro de dar un paso al frente. La mano le picaba, y se encontró de repente imaginando exactamente el aspecto de ese trasero, desnudo debajo de su palma. Entonces se imaginó deslizando esa mano alrededor de esa curva… sin hacerle daño, disfrutaría con ello.

– Si quieres saber lo que se siente al tener un cuchillo clavado en tu barriga, adelante yanqui, hazlo.

Él casi se rió. La sobrepasaba en más de cuarenta y cinco kilos, y sin embargo el pequeño gato montés tranquilamente le desafiaba.

– Has olvidado algo -dijo él-. Eres mi hermanastra. Yo tomo las decisiones y tú me obedeces. ¿Lo entiendes?

– Oh, lo entiendo bien, yanqui. ¡He entendido que eres un maldito asno arrogante! Ahora vete de mi habitación.

Cuando señaló con un dedo hacía la puerta, el tirante de su camisola se deslizó hacía el hombro opuesto. El fino tejido quedó atrapado en la cresta de su pecho, se adhirió a ese pico dulce durante un momento, y entonces bajó exponiendo entero el pezón de coral oscuro.

Kit lo vio bajar la mirada un momento antes de sentir la corriente de aire frío sobre su carne. Miró hacia abajo y contuvo el aliento. Agarró el frontal de la camisola y tiró hacia arriba.

Los ojos de Cain estaban pálidos, del color del humo, y su voz se tornó ronca.

– Me gusta más de la otra forma.

A la velocidad del rayo, la batalla entre ellos se trasladó a un nuevo escenario.

Sintió los dedos torpes con el tejido de su camisola mientras él se acercaba. Todos sus instintos de supervivencia gritaban que abandonara la habitación, pero algo más fuerte la impedía moverse.

Él pasó a su lado y se puso detrás de ella, acariciándole la curva del cuello con el pulgar.

– Eres tan condenadamente hermosa -susurró. Cogió los tirantes de su camisola y suavemente los puso en su sitio.

La piel le picaba.

– No deberías…

– Lo sé.

Él se inclinó hacia abajo y le echó el pelo hacia atrás. Su aliento le cosquilleaba en la piel de la clavícula.

– No lo hagas… no me gusta…

Él suavemente mordió la carne de su cuello.

– Mentirosa.

Ella cerró los ojos y permitió que la apretara contra su pecho. Sintió el punto frío, húmedo en su cuello donde su lengua había tocado su carne.

Sus manos subieron por sus costillas y luego, increíblemente sobre sus senos. Su piel se tornó caliente y fría al mismo tiempo. Tembló mientras la acariciaba por encima de la camisola, se estremeció por lo bien que se sentía y por la locura de permitirle tal intimidad.

– He deseado hacer esto desde que volviste -susurró él.

Ella hizo un sonido suave, desamparado cuándo él metió las manos en el interior de su vestido, en el interior de su camisola… y la tocó.

No había sentido nada tan bueno en su vida como esas manos callosas en sus senos. Se arqueó contra él. Él le acarició los pezones y ella gimió.

En ese momento llamaron a la puerta.

Ella contuvo el aliento y se separó de él, subiéndose rápidamente el corpiño.

– ¿Quién es? -ladró Cain impacientemente.

Abrió la puerta casi sacándola de las bisagras.

Sophronia estaba de pie al otro lado, con dos pálidas manchas de alarma sobre sus pómulos.

– ¿Qué está usted haciendo en su habitación?

La ceja de Cain subió hacia arriba.

– Eso es entre Kit y yo.

Los ojos ambarinos de Sophronia miraron el estado desaliñado de Kit y sus manos se convirtieron en puños sobre la falda de su vestido. Se mordió el labio inferior tratando de aguantar todas las palabras que no quería decir delante de él.

– El señor Parsell está abajo -dijo finalmente. El tejido de su falda crujía entre sus puños-. Trae un libro para prestarte. Lo he dejado en el salón con la señora Gamble.

Kit tenía los dedos rígidos asiendo firmemente su corpiño. Despacio los relajó y asintió a Sophronia. Entonces se dirigió a Cain con tanta serenidad como pudo conseguir.

– ¿Puedes invitar al señor Parsell a unirse a nosotros para la cena?

Sophronia puede ayudarme a terminar de vestirme. Bajaré en pocos minutos.

Sus ojos se enfrentaron, los tempestuosos violetas chocando con el invernal gris aguanieve. ¿Quién era el ganador y quién el perdedor en la batalla que habían librado? Ninguno lo sabía. No había ninguna resolución, ninguna catarsis curativa. En su lugar su antagonismo fluía incluso más poderosamente que antes.