Cain salió sin una palabra, pero su expresión indicaba claramente que no había terminado con ella.

– ¡No digas una palabra! -Kit empezó a quitarse el vestido desgarrando una costura con su torpeza. ¿Cómo había podido dejarlo que la tocara así? ¿Por qué no lo empujó lejos?-. Necesito el vestido del final del guardarropa. Ese de muselina.

Sophronia no se movió, de modo que Kit lo sacó del guardarropa sola y lo tiró sobre la cama.

– ¿Qué te ha ocurrido? -siseó Sophronia-. Kit Weston, te he educado para que no invites a tu dormitorio a un hombre que no es tu marido.

Kit se molestó.

– ¡Yo no lo he invitado!

– Y apuesto que tampoco le ordenaste salir.

– Te equivocas. Estaba enfadado conmigo porque quería que bajara a cenar con él y la señora Gamble, y yo me negué.

Sophronia señaló con el dedo el vestido sobre la cama.

– ¿Entonces para qué quieres eso?

– Brandon está aquí de modo que he cambiado de opinión.

– ¿Por eso vas a ponerte ese vestido? ¿Para el señor Parsell?

La pregunta de Sophronia la cogió desprevenida. ¿Para quién quería ponerse ese vestido?

– Desde luego es para Brandon y para la señora Gamble. No quiero parecer una palurda delante de ella.

Los rígidos rasgos de Sophronia se endulzaron casi imperceptiblemente.

– Puedes mentirme a mí, Kit Weston, pero no a tí misma. Asegúrate bien que no estás haciendo esto para el Major.

– No seas ridícula.

– Déjaselo a la señora Gamble, cariño -Sophronia fue hacía la cama y cogió el vestido de muselina. Al mismo tiempo le repitió las palabras que Magnus le había dicho sólo unas semanas antes-. Él es un hombre duro con las mujeres. Hay algo frío como el hielo en su interior. Cualquier mujer que trate de conseguir fundir ese hielo, terminará con un mal caso de congelación.

Pasó el vestido por la cabeza de Kit.

– No es necesario que me digas todo eso.

– Cuando un hombre como él ve una mujer hermosa, sólo ve un cuerpo que le dará placer. Si una mujer lo comprende, como espero sea el caso de la señora Gamble, le puede usar para el mismo fin y no habrá sentimientos dolorosos más tarde. Pero si una mujer es lo bastante tonta como para enamorarse, sólo puede acabar con el corazón destrozado.

– Eso no tiene nada que ver conmigo.

– ¿No? -Sophronia le abrochó los botones-. La razón por la que peleáis tanto es porque los dos sois iguales.

– ¡Yo no soy como él! Tú más que nadie sabes cuanto le odio. Posee lo que más quiero en esta vida. Risen Glory. Es dónde pertenezco. Moriré antes de permitir que se lo quede. Voy a casarme con Brandon Parsell, Sophronia. Y tan pronto como pueda, compraré de nuevo esta plantación.

Sophronia comenzó a cepillarle el cabello.

– ¿Y crees que el Major tiene la voluntad de vender?

– Oh, él venderá, seguro. Es sólo cuestión de tiempo.

Sophronia empezó a trenzar su pelo, pero Kit sacudió la cabeza. Lo llevaría suelto esta noche, con sólo las peinetas de plata. Todo en ella debía ser tan diferente de Verónica Gamble como fuera posible.

– No puedes estar segura que él venderá -dijo Sophronia.

Kit no le confesó sus salidas nocturnas a estudiar los libros de contabilidad, ni sus muchas horas sumando y restando cantidades. No le había llevado mucho descubrir que Cain se había extralimitado con los gastos. Risen Glory y su molino podían colgar de un fino hilo. El más pequeño contratiempo podía hacer que todo se viniera abajo.

Kit no sabía mucho sobre molinos, pero sabía sobre algodón. Sabía sobre inesperadas granizadas, sobre huracanes y sequías, sobre insectos que se comían las cápsulas tiernas hasta no dejar nada. En lo que al algodón concernía, el desastre iba a venir más tarde o más temprano, y cuando ocurriera, ella estaría preparada. Entonces compraría la plantación, a un precio justo.

Sophronia estaba mirándola detenidamente, sacudiendo la cabeza.

– ¿Qué pasa?

– ¿Realmente vas a llevar ese vestido para la cena?

– ¿No es maravilloso?

– Es adecuado para una fiesta, pero no para una cena en casa.

Kit sonrió.

– Lo sé.

El vestido había sido tan extravagantemente caro que Elsbeth había protestado. Habían discutido, y le había dicho que podía comprar varios más modestos por el precio de ese. Además era demasiado vistoso, le dijo, tan increíblemente hermoso que aún la mujer más recatada -que no era el caso de Kit- llamaría muchísimo la atención, y eso estaba mal visto en una joven dama.

Tales sutilezas no hicieron mella en Kit. Ella sólo sabía que era glorioso, y quería tenerlo.

La sobrefalda del vestido era una nube de organdí plateada, que ondeaba sobre el satén blanco bordado con hilos de plata. Unas cuentas de cristal diminutas cubrían el ajustado corpiño, brillante como la nieve de la noche bajo un cielo estrellado de invierno. Más cuentas adornaban la falda hasta el dobladillo.

El escote era bajo, cayendo elegantemente desde los hombros. Echó un vistazo hacia abajo y vio que las cimas de sus pechos expuestos todavía estaban sonrosadas por las manos de Cain. Apartó la mirada y se puso el collar que iba con el vestido, una gargantilla de cuentas de cristal que parecían bolitas de hielo fundiéndose en su piel.

El aire de alrededor parecía crujir cuando se movía. Se enfundó sus zapatillas de satén con tacón redondo, que ya había llevado en la fiesta de Templeton. Eran color cáscara de huevo, en vez del blanco brillante del vestido, pero no le importó.

– No te preocupes Sophronia. Todo va a ir bien -le dio un beso rápido en la mejilla y se encaminó hacía abajo, con el vestido brillando alrededor como una nube cristalina de hielo y nieve.


***

La frente lisa de Verónica no delató sus pensamientos cuando Kit entró en el salón.

De modo que la gatita había decidido pelear. No le sorprendía.

El vestido era extravagantemente inoportuno para la ocasión e increíblemente maravilloso. El blanco virginal era un marco perfecto para la intensa belleza de la muchacha. El señor Parsell que tan descaradamente había aparecido para la cena, parecía aturdido por la aparición. Baron parecía un nubarrón de tormenta.

Pobre hombre. Habría sido mejor que la hubiera dejado con su vestido sucio y arrugado.

Verónica se preguntó que habría ocurrido entre ellos en la habitación de arriba. El rostro de Kit parecía ruborizado y Verónica observó una pequeña marca roja en su cuello. No habían hecho el amor, eso seguro. Cain todavía tenía el aspecto de una bestia a punto de saltar.

Verónica se sentó al lado de Cain durante la cena, con Kit al otro lado de la mesa y Brandon a su lado. La comida estaba deliciosa: fragante Jambalaya acompañada por empanada de ostras cubiertas de salsa curry de pepino, bizcocho de guisantes verdes condimentados con menta, y de postre, un rico pastel de cereza. Verónica estaba segura que fue la única que disfrutó la comida.

Ella fue excesivamente atenta con Baron durante toda la cena. Se inclinaba hacía él y le contaba divertidas historias. Le ponía la mano ligeramente sobre su brazo y se lo apretaba de vez en cuando con una deliberada intimidad.

Él le prestó su total atención. Si no estuviera al tanto de lo que ocurría, habría pensado que él no era consciente de las risas apagadas que llegaban desde el otro lado de la mesa.

Tras la cena, Cain sugirió que tomaran el brandy en el salón junto a las mujeres en lugar de en la mesa. Brandon asintió con más impaciencia que cortesía. Como durante toda la cena.

Cain apenas había podido esconder su aburrimiento por la presencia de Brandon, mientras Brandon no había podido evitar ocultar su desprecio por Cain.

En el salón, Verónica tomó deliberadamente asiento en el sofá junto a Kit, aunque sabía que la chica le había tomado antipatía. Kit fue amable, y bastante divertida cuando comenzaron a conversar. Había leído mucho para ser tan joven, y cuando Verónica le dijo que le prestaría un escandaloso libro de Gustave Flaubert que acababa de leer, Brandon le dirigió una mirada de total desaprobación.

– ¿No aprueba que Kit lea Madame Bovary, señor Parsell? Entonces quizá sea mejor que se quede en mi estantería por el momento.

Cain miró a Brandon con diversión.

– Vamos, señor Parsell, seguro que usted no es tan estrecho de mente como para oponerse a que una inteligente joven dama mejore su intelecto. ¿O sí lo es, Parsell?

– Desde luego que no lo es -dijo Kit con demasiada precipitación-. El señor Parsell es uno de los hombres más progresistas que conozco.

Verónica sonrió. Sin duda una noche realmente divertida.


***

Cain atravesó el vestíbulo y se encaminó hacia la biblioteca. Sin molestarse en encender la lámpara del escritorio, se quitó la chaqueta y abrió la ventana. Hacía largo rato que los invitados se habían marchado y Kit se había excusado para retirarse inmediatamente después. Cain debería subir y dormir un poco, pero sabía que no podría dormir. Demasiados viejos recuerdos habían acudido para atormentarlo esa noche.

Miró hacia la oscuridad de fuera, sin ver nada en realidad. Gradualmente los cantos de los grillos y el grito suave de una lechuza en el granero, se volvieron menos reales que las amargas voces del pasado.

Su padre Nathaniel Cain, fue el hijo único de un rico comerciante de Philadelphia. Vivió en la misma mansión de piedra color pardo en la que nació, y fue un competente y excepcional hombre de negocios. Tenía casi treinta y cinco años cuando se casó con Rosemary Simpson de dieciséis. Ella era demasiado joven, pero sus padres estaban ansiosos por librarse de una hija tan molesta, especialmente con un soltero tan adinerado.

Desde el principio el matrimonio fue un infierno. Ella odiaba su embarazo, y no tuvo ningún interés en el hijo que nació exactamente nueve meses después de su noche de bodas, y siguió despreciando a su cariñoso marido. Durante años ella le ridiculizó en público y le humilló en privado, pero él nunca dejó de amarla.

Él se culpó a sí mismo de la situación. Si no la hubiera dejado embarazada tan pronto, seguramente hubiera sido más atenta. Mientras pasaban los años, dejó de culparse a sí mismo por sus infidelidades y centró todas las iras en el niño.

Le llevó casi diez años dilapidar su fortuna. Y entonces lo abandonó por uno de sus socios.

Baron lo había observado todo, un niño solitario, desconcertado. En los meses que siguieron a la marcha de su madre, él se mantuvo al margen mirando en vano, a su padre consumirse por su obsesión enfermiza por su esposa desleal. Inmundo, sin afeitar, ahogado en alcohol Nathaniel Cain se encerró en el interior de la solitaria mansión, descomponiéndose y construyendo fantasías de una vida con su esposa que no pudo tener.

Sólo una vez el muchacho se rebeló. En un ataque de ira, vomitó todo su resentimiento contra la madre que los había abandonado. Nathaniel Caín le golpeó hasta que lo dejó con la nariz sangrando y los ojos hinchados. Más tarde, no pareció recordar lo que había pasado.

La lección que Cain aprendió de sus padres fue dura y no la había olvidado nunca. Había aprendido que el amor era una debilidad que enloquecía y pervertía.

Tampoco se permitía encariñarse con nada. Regalaba los libros una vez leídos, vendía los caballos antes de sentirse demasiado apegado a ellos… apoyado en la ventana de la biblioteca de Risen Glory mirando hacía la noche caliente y tranquila sin ver nada, siguió pensando en su padre, su madre… y Kit Weston.

Encontró un pequeño alivio en el hecho que gran parte de las emociones que ella le despertaba eran de enfado. Pero le molestaba que fuera capaz de hacerle sentir algo. Desde aquella tarde que había entrado en la casa, con aquel velo, misteriosa e increíblemente hermosa, no había podido sacarla de su mente. Y hoy cuando le había acariciado los senos, supo sin ninguna duda que nunca había deseado de esa manera a una mujer.

Echó un vistazo a su escritorio. Sus papeles estaban igual de desordenados esta noche, de modo que ella no había estado allí cuando él salió al establo a comprobar los caballos. Seguramente debería haber cerrado bajo llave los libros de contabilidad y la libreta de ahorros después de descubrir que ella fisgoneaba en su escritorio, pero había sentido una sensación de perversa satisfacción al atestiguar su falta de honradez.

Su mes estaba a punto de acabar. Si tomaba en cuenta el curso de esa noche, pronto se casaría con el idiota de Parsell. Antes de que eso ocurriera, él tenía que encontrar la manera de liberarse de ese misterioso poder que ella ejercía sobre él.

Si sólo supiera como.

Escuchó un sonido suave llegar desde el vestíbulo. Ella estaba vagabundeando esta noche otra vez y él no estaba de humor para eso. Caminó a través de la alfombra y agarró el pomo.