Despacio, muy despacio bajó la cabeza, decidido a no asustarla, pero también decidido a conseguir lo que se proponía.

Vio un parpadeo de inquietud cuando ella comprendió sus intenciones, pero también una pizca de desafío.

Él se acercó más, después hizo una pausa, sólo para sentir en sus labios el calor de los de ella. En lugar de tocarlos, simplemente los acarició con su cálido aliento, como manteniendo la ilusión.

Ella esperó, como desafío o con resignación, él no lo sabía bien.

Lentamente la ilusión se hizo realidad. Sus labios acariciaron los de ella. Él la besó tiernamente, ansioso por curar con su boca sus heridas ocultas, por matar sus demonios, domesticarlos y mostrarle un mundo lleno de amor y ternura donde no existía la maldad. Un mundo en donde el mañana les llevara risas y esperanza y no importara el color de la piel. Un mundo donde vivirían siempre felices con el amor en sus corazones latiendo como uno sólo.

Los labios de Sophronia temblaron bajo los suyos. Ella parecía un pajarillo atrapado, asustado aunque sabía que su captor no la dañaría. Despacio su magia curativa rezumó a través de sus poros como un cálido sol de verano.

Él con cuidado la separó del árbol y la abrazó suavemente. Su aversión a que la tocaran los hombres que la había perseguido tanto tiempo, no la afectaba ahora. Su boca era suave. Suave y limpia.

Demasiado pronto, él la soltó. Su boca se sintió abandonada, su piel fría a pesar del calor de la tarde de junio. Era un error mirarle a los ojos, pero ella lo hizo de todos modos.

Contuvo el aliento al ver la profundidad del amor y ternura que vio allí.

– Déjame -susurró ella-. Por favor déjame sola.

Y entonces se soltó, huyendo a través del huerto como si un ejército de demonios la siguiera los pasos. Pero todos los demonios estaban en su interior, y no podía expulsar ni uno sólo.


***

Kit había olvidado el calor que podía hacer en Carolina del Sur, incluso en junio. La calina de calor centelleaba en el aire por encima de los campos de algodón cubiertos ahora de cremosas flores blancas de cuatro pétalos. Incluso Merlín la había abandonado esa tarde prefiriendo una siesta tumbado cerca de la puerta de entrada a la cocina, a la sombra de las hortensias que crecían alrededor.

Kit debería haber hecho lo mismo. Su dormitorio tenía las ventanas cerradas como el resto de la casa para resguardarse del calor de tarde, pero no había podido descansar allí. Habían pasado dos días desde la cena del sábado, y seguía teniendo en su mente el encuentro con Cain.

Odiaba la mentira que le había dicho, pero incluso ahora no podía imaginar que otra cosa le hubiera garantizado su consentimiento. Y en cuanto a Brandon… Había mandado una nota invitándola a acompañarle a la tertulia de la iglesia el miércoles por la tarde, y ella estaba razonablemente segura que le propondría matrimonio entonces. Lo cual le producía un estado de humor irregular. Impulsivamente detuvo a Tentación entre los árboles, y desmontó.

El pequeño estanque brillaba tenuemente como una joya en el centro del bosque, un remanso de tranquilidad dentro de la plantación. Siempre había sido uno de sus sitios favoritos. Incluso durante los días más calurosos de agosto, el agua de las lluvias primaverales era fría y clara, y la espesura de los árboles y la maleza actuaba como una barrera alrededor. El lugar era privado y silencioso, perfecto para sus secretos pensamientos.

Llevó a Tentación a la orilla de manera que pudiera beber y refrescarse, y paseó alrededor de la charca. Los sauces de allí siempre le habían recordado a las mujeres que se echaban el pelo hacía adelante sobre su cabeza y dejaban que las puntas tocaran el agua. Cogió una rama y empezó a arrancar las hojas con los dedos.

El atractivo del agua era irresistible. Los trabajadores nunca se acercaban por allí, y Cain y Magnus estaban en la ciudad, de modo que nadie podría perturbarla. Echó el sombrero al suelo, se quitó las botas y rápidamente el resto de la ropa. Cuando se quedó desnuda, se zambulló limpiamente desde una roca, entrando en el agua como un pececillo de plata. Salió a la superficie para respirar jadeando de frío, se rió, y se zambulló otra vez.

Finalmente se puso de espaldas y dejó a su pelo moverse como un ventilador alrededor de su cabeza. Mientras flotaba, cerró los ojos contra la bola de cobre brillante que penetraba a través de las copas de los árboles. Se sentía suspendida en el tiempo, parte del agua, del aire, de la tierra. El sol tocaba las colinas de su cuerpo. El agua envolvía los valles. Se sintió casi contenta.

Una rana croó. Se dio la vuelta y nadó en perezosos círculos. Cuando comenzó a sentir frío, se dirigió a la zona menos profunda y puso los pies en el suelo arenoso.

Sólo cuando estaba a punto de salir, escuchó el suave relincho de Tentación. Desde el otro lado del bosque vino el silbido contestando de otro caballo. Con una maldición, Kit llegó a la orilla y cogió su ropa. No tenía tiempo para ponerse la ropa interior. Agarró los pantalones caquis y se los puso sobre sus piernas chorreando.

Oyó acercarse al caballo. Tenía los dedos demasiado rígidos por el frío como para abrocharse los botones. Cogió la camisa y metió los brazos húmedos por las mangas. Estaba intentando abrocharse el botón entre los senos cuando el caballo castrado castaño apareció por el sendero a través de la línea de los árboles, y Baron Cain invadió su mundo privado.

Él se detuvo al lado del montoncito que formaba su ropa interior. Cruzó las manos sobre el pomo de la silla, y la miró desde la altura que le proporcionaba Vándalo. El ala de su sombrero color caramelo le tapaba los ojos, dejando insondable su expresión. No sonreía.

Ella se quedó congelada. Su camisa mojada translúcida revelaba cada pulgada de la piel a la que se adhería. Era casi como estar desnuda.

Lentamente Cain balanceó la pierna sobre la silla y desmontó. Mientras ella luchaba con los botones de sus pantalones, pensaba como era posible que un hombre tan grande se desplazara tan silenciosamente.

Llevaba las botas polvorientas y unos pantalones marrones que enfatizaban sus estrechas caderas. La camisa color crema la llevaba abierta en la garganta. Sus ojos quedaban oscurecidos bajo el ala del sombrero, y no poder ver su expresión la puso incluso más nerviosa.

Como si estuviera leyendo su mente, dejó caer el sombrero a la tierra justo encima de su montoncito de ropa. Casi deseaba que no se lo hubiera quitado. El calor abrasador de esos ojos grises era amenazador y peligroso.

– Yo… yo creía que estabas en la ciudad con Magnus.

– Pensaba ir. Hasta que te he visto salir con Tentación.

– ¿Sabías que yo estaría aquí?

– Habría venido antes, pero quería asegurarme que no nos interrumpían.

– ¿Interrumpían? -el botón de los pantalones se negaba a obedecer a sus dedos-. ¿Qué quieres decir?

– No te molestes en abrochártelos- dijo él quedamente-. Vas a volver a quitártelos.

Hipnotizada lo vio levantar las manos y despacio desabotonar su propia camisa.

– No lo hagas -su voz sonó sin aliento aún a sus propios oídos.

Él se sacó la camisa de la cinturilla de los pantalones, se la quitó y la tiró al suelo.

Ah, ella sabía lo que él hacía… sabía lo que quería hacer, pero…

– Sophronia estará esperándome. Si no regreso pronto, enviará a alguien a buscarme.

– Nadie vendrá a buscarte, Kit. Les he dicho que llegaríamos tarde. Tenemos todo el tiempo del mundo.

– No tenemos tiempo para nada. Yo tengo… tengo que marcharme – pero no se movió. No podía.

Él se acercó más a ella, explorándola con sus ojos. Sintió como recorría todas sus curvas que la ropa húmeda pincelaba con escrupulosa exactitud.

– ¿Todavía quieres que cambie de opinión respecto a Parsell? – preguntó él.

¡No!

– Sí. Por supuesto que quiero.

– De acuerdo -su voz se puso ronca y seductora-. Pero primero tenemos que llegar a un acuerdo.

Ella negó con la cabeza, pero no trató de marcharse.

– Esto no es adecuado, no es correcto -se oyó a sí misma decir.

– Es totalmente incorrecto -su sonrisa tenía una pincelada de burla -. Pero a nosotros eso no nos importa.

– A si me importa -dijo en un jadeo.

– ¿Entonces por qué no montas en Tentación ahora mismo y te marchas?

– De acuerdo -pero se quedó donde estaba. Allí de pie, mirándole los músculos del pecho desnudo y bruñido por la última luz de la tarde.

Sus ojos se encontraron y él se acercó aún más. Incluso antes de tocarla, ella ya percibió el calor de su piel.

– Los dos sabemos que hay un asunto inacabado entre nosotros desde la tarde que volviste. Es el momento de terminarlo para poder seguir con nuestras respectivas vidas.

Tentación relinchó.

Él le acarició la mejilla con un dedo y habló suavemente.

– Voy a poseerte ahora, Kit Weston.

Su cabeza bajó tan despacio que él pudo haber estado moviéndose en un sueño. Sus labios tocaron sus párpados y los cerró con un suave y calmante beso. Ella notó su aliento en la mejilla y después su boca abierta, como una cueva caliente ponerse sobre la suya.

La punta de su lengua jugó suavemente con sus labios. Se deslizó a lo largo de ellos y trató de persuadirla para que los abriera. Sus senos que estaban tan fríos, se aplastaban ahora contra la calidez de su pecho desnudo. Con un gemido abrió la boca y lo dejó entrar.

Él exploró cada rincón del aterciopelado interior que ella tan libremente le daba. Sus lenguas se tocaron. Gradualmente, él la persuadió para que tomara lo que él le ofrecía.

Entonces ella tomó el mando. Entrelazó los brazos alrededor de su cuello. Probando. Invadiendo.

Él hizo un sonido sordo desde las profundidades de su garganta. Ella sintió su mano deslizarse entre sus cuerpos, le apartó la abertura de sus pantalones y puso la palma sobre su estómago.

Tal intimidad la inflamó. Ella metió los dedos en su espeso pelo leonado. Él subió la mano por su camisa y tomó un seno. Acarició con el pulgar su pequeño y erguido pezón, y ella separó la boca con un grito sofocado. ¿Iría al infierno por esto? Como podía dejarlo tocarla así… Este hombre no era su marido, era su enemigo más enconado.

Sintió como caía, y comprendió que la echaba al suelo. Él amortiguó con su cuerpo la caída, y después, la puso de espaldas.

La tierra era suave y musgosa debajo de ella. Él desabotonó el único botón de su camisa, apartó el húmedo tejido y dejó sus senos expuestos.

– Eres tan hermosa -dijo roncamente, levantando la mirada para mirarla a la cara-. Tan perfecta. Salvaje y libre.

Con sus ojos fijos en los suyos, cubrió los pezones con sus pulgares y empezó a hacer una serie de pequeños círculos.

Ella se mordió los labios para no gritar. Un torbellino de frenéticas sensaciones se movía dentro de ella, cada vez más calientes y salvajes.

– Vamos -susurró él-. Déjate llevar.

El sonido que hizo llegaba desde lo más profundo de su alma.

Su sonrisa era plena y llena de satisfacción. Él besó el hueco de su garganta, y después los mismos pezones que tan expertamente había torturado con los dedos.

Unos molinillos ardientes se movieron detrás de sus ojos cuando el succionó. Cuándo ella pensaba que no podría soportarlo más, su boca siguió hacía abajo por su cuerpo, al suave estómago que dejaba expuesto la abertura de sus pantalones. Él la besó allí, y comenzó a bajárselos por las caderas.

Finalmente se los bajó del todo, quedando desnuda salvo por su camisa blanca abierta.

Cada nervio de su cuerpo tembló. Ella estaba asustada. Quieta. Ruidos extraños llenaban su cabeza.

– Ábrete para mí, dulzura.

Su mano se posó allí… tocando… separando… Oh, sí…

Sus dedos la tocaban íntimamente como el tacto de una pluma. Le separó suavemente los muslos. Estaba completamente expuesta a su mirada, y el primer ramalazo de pudor la golpeó. La Vergüenza de Eva. Ahora la sometería a esa horrible cosa tan trascendental que los hombres le hacían a las mujeres.

Hay dolor… Hay sangre…

Pero no sentía ningún dolor. Él acariciaba los rizos entre sus muslos, y era la sensación más maravillosa que nunca hubiera imaginado sentir.

Su respiración se espesó, y los músculos de sus hombros temblaron bajo sus manos. Su miedo volvió. Él era tan poderoso y ella se sentía indefensa.

Podría desgarrarla. Estaba a su merced.

– Espera -susurró ella.

Él levantó la cabeza, con los ojos misteriosamente vidriosos.

– Yo debería… yo necesito…

– ¿Qué pasa?

Su miedo había desaparecido pero no su ansiedad. Sabía que tenía que decirle la verdad.

– No era cierto -dijo por fin-. Lo que te dije. Yo no… no he estado nunca con ningún hombre.