Su frente se arrugó.
– No te creo. Es otro de tus juegos.
– No.
– Quiero la verdad.
– Estoy diciendo la verdad.
– Hay una forma de descubrirlo.
Ella no entendió ni siquiera cuando sintió sus manos entre sus muslos. Contuvo el aliento cuando sintió un dedo en su interior.
Cain la sintió estremecerse, oyó su jadeo de sorpresa, y algo en su interior se desgarró. La membrana estaba allí, tenaz superviviente de su rebelde y áspera niñez. Tensa como la piel de un tambor, fuerte como ella, la protegía todavía, aunque en ese momento él la maldijera.
Se puso de pie de un salto, y le gritó.
– ¿Es qué nada en tí es lo que debería ser? -odiaba sentirse tan vulnerable.
Ella le miró con detenimiento desde su lecho de musgo. Todavía tenía las piernas abiertas. Largas y delgadas, guardaban los secretos que nunca había compartido con ningún hombre. Incluso cuando agarraba su camisa y se la ponía, estaba deseándola con una ferocidad que le hacía temblar, y le dolía comprobar como le consumía.
Se dirigió hacía el lugar donde estaba atado su caballo. Antes de montarlo, se giró hacía ella tratando de infligirle algo de su propio tormento. Pero no podía pensar en palabras suficientemente crueles.
– Esto entre nosotros sigue inacabado.
13
Brandon se lo propuso en la tertulia de la iglesia el miércoles por la noche. Aceptó su oferta de matrimonio, pero, pretextando dolor de cabeza, rehusó la invitación a dar un paseo por el campo que rodeaba la iglesia. Él le besó la mejilla, la llevó de regreso con Miss Dolly, y le dijo que iría a Risen Glory al día siguiente por la tarde para pedir el consentimiento de Cain.
Kit no había mentido sobre su dolor de cabeza. Últimamente apenas dormía, y cuando lo hacía, se despertaba agitada recordando la extraña y torturada expresión que había visto en la cara de Cain cuando descubrió que ella todavía era virgen.
¿Por qué había permitido que la tocara así? Si hubiera sido Brandon, podía comprenderlo. Pero Cain… De nuevo esa sensación que había algo equivocado en ella.
La tarde siguiente, cabalgó un rato en Tentación, después se puso un vestido viejo y dio un paseo con Merlín. Cuando volvió, encontró a Brandon delante del porche.
En su mirada se reflejaba un gesto de desaprobación.
– Espero que nadie te haya visto con ese vestido.
Sintió una chispa de irritación, aunque sabía que era culpa suya. Le había dicho que vendría esta tarde, pero no había pensado ni un momento en sacar tiempo para ir a cambiarse. Realmente estaba despistada.
– He salido a pasear por el bosque. ¿Has hablado con Cain?
– No. Lucy me ha dicho que está en el prado. Hablaré allí con él.
Kit asintió brevemente con la cabeza y lo vio alejarse. Sintió un nudo en el estómago. Tenía que ponerse a hacer algo o se volvería loca. Entró en la cocina, saludó a Patsy, y se dispuso a mezclar los ingredientes para hacer una hornada de los bizcochos preferidos de Miss Dolly.
Sophronia entró mientras trabajaba y miró con el ceño fruncido como golpeaba ruidosamente la masa con el mazo de madera.
– Me alegro de no ser esos bizcochos. Para alguien que, como se supone, va a casarse pronto, no pareces demasiado feliz.
Todos sabían lo que ocurría. Incluso Lucy había encontrado una excusa para entrar en la cocina detrás de Sophronia, que en ese momento se disponía a moler en un molinillo de madera los granos de café que había sacado de un saco de arpillera de la despensa.
– Por supuesto que estoy feliz -Kit dio otro golpe a la masa-. Estoy nerviosa, eso es todo. -Una novia tiene derecho a estar nerviosa -Patsy cogió un cuchillo y se puso a pelar melocotones para preparar un pudin.
Lucy que estaba cerca de la ventana, fue quién lo vio primero.
– Vamos, el señor Parsell vuelve del prado.
Rápidamente, Kit cogió un paño para limpiarse las manos llenas de masa, salió corriendo hacia la puerta trasera y se dirigió hacia Brandon, pero al ver su expresión, su sonrisa se desvaneció.
– ¿Qué ha pasado?
Él no disminuyó el paso.
– Cain no me ha dado su consentimiento.
Kit se sintió como si un vendaval la sacudiese.
– Ha dicho que no estamos hechos el uno para el otro. Es insufrible. Un Parsell siendo despedido así por un bruto yanqui.
Kit lo agarró del brazo.
– No podemos dejar que se salga con la suya, Brandon. Es demasiado importante. Tengo que recuperar Risen Glory
– Es tu tutor. No hay nada que podamos hacer. Él controla tu dinero.
Kit apenas notó que ninguno de los dos había hablado de amor, sólo de la plantación. Estaba demasiado enfadada por su negación.
– Tú quizás puedas rendirte, pero yo no.
– No hay nada que pueda hacer. Él no va a cambiar su manera de pensar. Sencillamente tendremos que aceptarlo.
Ya no le escuchaba. En ese momento, se giró y se dirigió firmemente y con grandes zancadas hacía prado.
Brandon la miró durante un instante, luego se dirigió hacia el frente de la casa donde estaba su caballo. Mientras montaba, se preguntaba si no sería lo mejor. A pesar de la belleza cautivadora de Kit y su fértil plantación, había en ella algo que le inquietaba. Tal vez era eso lo que trataban de advertirle las voces de sus antepasados que le susurraban en los oídos.
Ella no es el tipo de esposa adecuada para un Parsell… ni siquiera para uno arruinado.
Cain estaba apoyado con un pie en el tablón inferior de la cerca blanquecina, mientras observaba los caballos pastando. Ni siquiera se molestó en girarse cuando notó la llegada de Kit detrás de él, aunque tenía que haber sido sordo para no oír sus pasos enfadados.
– ¿Cómo puedes hacerme esto? ¿Por qué has rechazado a Brandon?
– No quiero que te cases con él -contestó, sin molestarse en mirarla.
– ¿Es esto un castigo por lo que pasó ayer en el estanque?
– Esto no tiene nada que ver con lo que sucedió ayer -dijo en un tono tan monótono que ella supo que estaba mintiendo.
Sintió como si la rabia la estrangulara.
– ¡Maldito seas, Baron Cain! No vas a controlar más mi vida. ¡O le dices a Brandon que has cambiado de idea, o te juro por Dios que me las vas a pagar!
Ella era tan pequeña y él tan grande que su amenaza debería haber sido ridícula. Pero hablaba muy en serio, y los dos lo sabían.
– Quizás ya estoy pagando -diciendo esto, él se alejo a través del prado.
Ella corrió hacia el huerto, sin saber en realidad dónde iba, sólo sabía que tenía que estar sola. Ese día en el estanque… ¿Por qué le había dicho la verdad?
Porque si no se lo hubiera dicho, no habrían parado.
Quiso creer que quizás podría hacerle cambiar de opinión, pero en el fondo sabía que sería imposible. ¡Su odio de la niñez por haber nacido mujer regresaba de nuevo! Odiaba con todas sus fuerzas estar a merced de los hombres. ¿Debería pedirle ahora a Bertrand Mayhew que viniera aquí desde Nueva York?
Simplemente pensar en su cuerpo redondo, blando y fofo, le producía nauseas. Tal vez algún otro hombre de los que habían estado interesado en ella desde su regreso… Pero Brandon había sido el Santo Grial y elegir a cualquier otro la llenaba de desesperación.
¿Cómo había podido Cain hacerle esto?
Esta pregunta la atormentó el resto de la tarde. No quiso bajar a cenar y se quedó en su dormitorio. La primera en llamar a la puerta fue Miss Dolly y después Sophronia. A las dos las despidió sin contemplaciones.
Entrada la noche, un fuerte golpe resonó desde la habitación de al lado.
– Kit, ven aquí -dijo Cain-. Quiero hablar contigo.
– A menos que hayas cambiado de opinión, no tengo nada más decirte.
– Tú eliges, o vienes aquí o voy a tu dormitorio. ¿Qué decides?
Cerró con fuerza los ojos un segundo. No tenía otra opción. Él se las había quitada sin poder hacer nada por evitarlo. Lentamente se dirigió hacia la puerta y tiro del pomo.
Él estaba de pie en la otra sala, con el pelo alborotado y una copa de brandy en la mano.
– Dime que has cambiado de opinión -dijo ella.
– Sabes que no.
– ¿Puedes imaginarte lo que es que otra persona controle tu vida?
– No. Por eso luché por la causa de la Unión. Y no trato de controlar tu vida, Kit. A pesar de lo que piensas, trato de ser razonable.
– Eso no te lo crees ni tú.
– Tú no le quieres.
– No tengo nada más que decirte -se giró para volver a su habitación, pero él la atrapó en la puerta.
– ¡Deja de ser tan terca y utiliza la cabeza! Él es débil, no es la clase de hombre que puede hacerte feliz. Vive añorando el pasado. Nació para ser dueño de una plantación mantenida con el trabajo de los esclavos. Él es el pasado, Kit. Tú eres el futuro.
Sabía que tenía razón, pero nunca lo admitiría. Cain desconocía sus razones para casarse con Brandon.
– Él es un buen hombre, y me habría sentido privilegiada de tenerlo por marido.
Él la miró de arriba abajo.
– ¿Pero habría hecho latir tu corazón como lo hice yo en el estanque cuando estuviste en mis brazos?
No, Brandon nunca habría hecho latir su corazón así, y se alegraba por ello. Lo sucedido con Cain la hacía sentirse débil.
– Era el miedo lo que hacía latir así mi corazón, nada más.
Él se dio media vuelta. Tomó un sorbo de brandy.
– Eso es una tontería.
– Todo lo que tenías que hacer era decir la palabra sí, y te habrías librado de mí.
Levantó la copa y se la bebió de un solo trago.
– Voy a mandarte a Nueva York. Te irás el sábado.
– ¿Qué?
Cain supo aún antes de girarse y mirar la expresión de su cara, que le había clavado un cuchillo en el corazón.
Era una de las mujeres más inteligentes que conocía, y sin embargo, ¿por qué se mostraba tan estúpida en este asunto? Sabía que no le escucharía, trataba de convencer a una persona sumamente terca, hacerla entrar en razón, y no había manera. Con una sorda maldición, abandonó la sala y se dirigió hacia abajo.
Se sentó en la biblioteca durante un rato, inclino la cabeza y el músculo de su mejilla empezó a temblar. Tenía metida a Kit Weston dentro de su piel, y sintió un miedo mortal. Durante toda su vida, se había burlado de las tonterías que cometían los hombres por una mujer, y ahora estaba en peligro de hacer él lo mismo.
Era algo más que su belleza salvaje lo que le cautivaba, más que su sensualidad, de la que ella aún no era consciente. Había algo dulce y vulnerable en ella que destapaba unos sentimientos en su interior que desconocía poseer. Sentimientos que le hacían querer reírse con ella en vez de gruñir, que le hacían desear hacer el amor con ella hasta que su cara se iluminase de alegría sólo para él.
Apoyó la cabeza hacía atrás. Le había dicho que la enviaría de regreso a Nueva York, pero no podía hacerlo. Mañana se lo diría. Y luego iba a hacer todo lo posible para comenzar de nuevo con ella. Por una vez en su vida, iba a dejar su cinismo de lado y tender la mano a una mujer.
Este pensamiento lo hizo sentirse joven y tontamente feliz.
El reloj dio la medianoche cuando Kit oyó entrar a Caín en su dormitorio. El sábado tendría que dejar Risen Glory. Era un golpe tan doloroso, tan inesperado, y no sabía como resolverlo. Esta vez no había ningún plazo de tiempo como sus tres años en la Academia. Él había ganado. Finalmente la había vencido.
La rabia y la impotencia superaban con creces su dolor. Deseaba venganza. Quería destrozar algo que para él fuera importante, destruirlo como él acababa de destruirla a ella.
Pero no había nada que a él le importara, ni siquiera Risen Glory. ¿No había dejado al mando de la plantación a Magnus mientras él terminaba su molino de algodón?
El molino… De repente se detuvo. El molino era importante para él, más importante que la plantación, porque era solo suyo.
Los diablos de la rabia y el dolor le susurraban lo que tenía que hacer. Tan simple. Tan perfecto. Tan cruel.
Pero no tanto como lo que él le había hecho.
Buscó las zapatillas que había usado antes y las tomó en la mano para salir del cuarto con los pies desnudos. Sigilosamente, se dirigió abajo a través de los pasillos superiores, las escaleras traseras y salió al exterior por la parte posterior.
La noche era clara y la luna iluminaba tenuemente el camino. Se puso las zapatillas, avanzando por la línea de los árboles que rodeaban el patio y se dirigió hacia las dependencias más lejanas de la casa.
El interior del cobertizo del almacén estaba oscuro. Metió la mano en el bolsillo de su vestido y sacó el trozo de vela y fósforos que había cogido de la cocina. Cuando encendió la vela, vio lo que quería y lo cogió.
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