Puedes tocarme aquí… puedes tocarme allá… Oh, sí, oh, sí y allí… Pero no esperes más. No esperes que la luz del día traiga un cambio en mí. No habrá ningún cambio. Sólo podrías hacerme daño… Tómame… Destrúyeme… te daré mi cuerpo, pero no me atreveré, a entregar más, a pedir más.

Por la mañana, Cain gruñó cuando ella arrugó el periódico que quería leer. Y Kit le increpó por poner una silla en su camino.

Las barreras de día estaban alzadas.

18

Sophronia se decidió antes de Navidad. James Spence la citó junto al camino que llevaba a Rutherford y le mostró la escritura a su nombre de una casa en Charleston.

– Es una casita de estuco pintada en color rosado, señorita Sophronia, con una higuera en la parte frontal y una reja cubierta de wisterias detrás.

Ella cogió la escritura, la estudió con cuidado y le dijo que iría con él.

Mientras contemplaba fijamente por la ventana de la cocina los campos inactivos de Risen Glory ese triste y húmedo día de invierno, se recordó que ya tenía veinticuatro años. No tendría una oportunidad así, quizás ya nunca. James Spence podría darle todo lo que siempre había querido. Él la trataba correctamente, y era apuesto para ser blanco. La cuidaría bien, y a cambio, ella se encargaría de él. No sería tan diferente a lo que hacía ahora… excepto que tendría que acostarse con él.

Sintió un escalofrío, y se preguntó que diferencia había. Ya no era una virgen. La casa de Charleston sería suya, era lo que importaba, y finalmente, estaría segura. Además era hora de dejar Risen Glory. Entre Magnus, Kit, y el Major, la volverían loca si tenía que permanecer mucho tiempo más allí.

Magnus la miraba con esos suaves ojos castaños. Odiaba la compasión que veía en ellos, pero a veces se encontraba soñando despierta con aquella tarde de domingo, cuando la besó en el huerto. Quería olvidar ese beso, pero no podía. No había tratado de tocarla otra vez, ni siquiera la noche que Kit y el Major se casaron y ella había dormido en su casa. ¿Por qué no desaparecía y la dejaba en paz?

Deseaba que desaparecieran todos, incluso Kit. Desde que había vuelto a la cama del Major, había algo frenético en ella. Se precipitaba de una cosa a otra, sin tiempo para pensar. Por la mañana cuando Sophronia iba al gallinero a recoger los huevos, la veía en la distancia, montando a Tentación como si la vida le fuera en ello, saltando sobre obstáculos demasiados altos, empujando al caballo al límite. Incluso montaba con frío o lluvia. Era como si temiera que la tierra desapareciera durante la noche, mientras el Major y ella estaban en el gran dormitorio, arriba.

Durante el día, el aire entre ellos centelleaba con tensión. Sophronia no había oído a Kit hablar una sola palabra con él en semanas, y cuándo el Major se dirigía a ella, lo hacía con una voz fría como el hielo. De cualquier modo, él al menos parecía intentarlo. Él había propuesto hacer un camino hacía el molino por la zona este, dónde sólo había hierbajos, todo el mundo menos Kit podía ver que era una zona estéril y el camino ahorraría varios kilómetros en llegar al molino.

Esa mañana, Sophronia había temido que se liaran a golpes. Durante semanas el Major le había pedido a Kit que dejara de montar a Tentación de esa manera tan temeraria. Finalmente él se había enfadado, y le había prohibido montar a Tentación de cualquier manera. Kit se había marchado llamándolo de todo y amenazándolo con cosas que ninguna mujer debería saber, menos aún decir. Él se había quedado quieto como una estatua, sin decir una palabra, simplemente mirándola con esa expresión helada que enviaba escalofríos a la columna vertebral de Sophronia

Pero no importaba cómo de mal fueran las cosas entre ellos durante el día, cuando llegaba la noche, la puerta de ese gran dormitorio se cerraba y no se volvía a abrir hasta la mañana siguiente.

Por la ventana, Sophronia vio a Kit vestida con esos vergonzosos pantalones volver de una caminata. Los músculos del estómago se le tensaron con temor. No podía posponerlo más. Tenía la maleta preparada y el señor Spence estaría esperándola en el cruce del camino en menos de una hora.

No le había contado a nadie sus planes, aunque creía que Magnus sospechaba algo. La había mirado de forma extraña mientras desayunaba en la cocina esa mañana. A veces tenía la sensación que podía leerle la mente.

Se alegraba que él se hubiese marchado a Rutherford para que no estuviera allí cuando se marchara. Aunque una parte de ella quería volver a ver ese rostro hermoso y amable por última vez.

Dejó el delantal en el gancho junto al fregadero, donde había colgado sus delantales desde niña. Después paseó por la casa, despidiéndose de ella.

Una ráfaga de aire frío acompañó a Kit cuando entraba por la puerta.

– Este viento te hiela los huesos. Voy a hacer sopa de pescado para cenar esta noche.

Sophronia olvidó que eso ya no sería su responsabilidad.

– Son casi las cinco -la reprendió-. Si querías sopa de pescado, deberías habérmelo dicho antes. Patsy ya ha hecho un buen pisto de calabacines.

Kit se quitó la chaqueta de lana, y la dejó con irritación en el perchero junto a la puerta.

– Seguro que no le importará que añada sopa de pescado al menú – comenzó a subir a buen paso las escaleras.

– La gente de esta casa agradecería que sonrieras de vez en cuando.

Kit hizo una pausa y miró a Sophronia.

– ¿Qué se supone que quieres decir?

– Quiero decir que llevas malhumorada meses, y parece que se está contagiando. Incluso has conseguido que discuta con Patsy.

No era la primera vez que Sophronia reprendía a Kit por su comportamiento, pero hoy Kit no podía reunir energía para contrarrestarla. Últimamente se sentía nerviosa y decaída, no exactamente enferma, pero tampoco del todo bien. Suspiró con cansancio.

– Si Patsy no quiere sopa de pescado en el menú esta noche, yo la haré mañana.

– Deberás decírselo tú misma.

– ¿Y eso, por qué?

– Porque yo no estaré aquí.

– ¿Oh? ¿Y dónde vas?

Sophronia dudó. Kit había preguntado con inocencia.

– Vamos al salón unos momentos para que podamos hablar.

Kit la miró con curiosidad, y la siguió hacía el salón. Una vez dentro, se sentó en el sofá.

– ¿Algo va mal?

Sophronia permaneció de pie.

– Yo… yo me voy a Charleston.

– Podías haberlo dicho antes. Necesito comprar unas cosas. Te podría haber acompañado.

– No, no es un viaje para hacer compras -Sophronia colocó las manos delante de su falda de lana marrón -. Yo… me marcho para siempre. No volveré más a Risen Glory.

Kit la miró de forma perpleja.

– ¿No volverás? Claro que volverás. Vives aquí.

– James Spence me ha comprado una casa.

Kit arrugó la frente.

– ¿Por qué haría él eso? ¿Vas a ser su ama de llaves? ¿Sophronia cómo puedes pensar en abandonarnos así?

Sophronia negó con la cabeza.

– No voy a ser su ama de llaves, voy a ser su amante.

Kit agarró el brazo del sofá.

– No te creo. Tú nunca harías algo tan horrible.

La barbilla de Sophronia subió rápidamente.

– ¡No te atrevas a juzgarme!

– ¡Pero es que está mal! Lo que estás diciendo es sencillamente horrible. ¿Cómo podrías considerar siquiera algo así?

– Haré lo que tenga que hacer-dijo tercamente Sophronia.

– ¡No debes hacerlo!

– Para tí es fácil decirlo. ¿Pero has pensado alguna vez que me gustaría tener las cosas que tú tienes… una casa, bonitos vestidos, poder despertarme por la mañana sabiendo que nadie puede hacerme daño?

– Pero aquí nadie puede hacerte daño. Hace más de tres años que terminó la guerra, y desde entonces nadie te ha molestado.

– Eso es porque todo el mundo suponía que estaba compartiendo la cama de tu marido -al ver la mirada afilada de Kit, añadió- no lo hice. Pero sólo Magnus lo sabe. -Las líneas esculpidas de su rostro se volvieron amargas-. Ahora que estás casada, todo es diferente. Es sólo cuestión de tiempo que alguien decida que estoy libre para perseguirme. Es la manera como una mujer negra vive si no tiene un hombre blanco protegiéndola. No puedo seguir viviendo así.

– Pero, ¿y Magnus? -discutió Kit -. Es un buen hombre. Cualquiera con ojos puede ver que te ama. Y no importa cuanto trates de negarlo, sé que tú también sientes algo por él. ¿Cómo puedes hacerle esto?

La boca de Sophronia se tensó en una fina línea.

– Tengo que pensar sólo en mí.

Kit se levantó de un salto del sofá.

– No veo dónde está lo maravilloso de tener a un hombre blanco cuidándote. Cuando eras esclava, mi padre te cuidaba y mira lo que te ocurrió. Quizá el señor Spence tampoco pueda protegerte, como le pasó a mi padre. A lo mejor mira para otro lado, como él hizo. ¿Has pensado en eso, Sophronia? ¿Lo has hecho?

– ¡Tu padre no trató de protegerme! -gritó Sophronia-. No lo hizo, ¿entiendes? No sólo no lo hizo, sino que me entregaba por la noche a sus amigos.

Kit sintió un dolor punzante en las paredes del estómago.

Ahora que la verdad estaba dicha, Sophronia no pudo detenerse.

– A veces dejaba que me jugaran a los dados. Otras veces, una carrera de caballos. Yo era el premio por el que competían.

Kit corrió hacía Sophronia y la cogió en sus brazos.

– Lo siento. Oh, lo siento tanto, tanto.

Sophronia se volvió rígida bajo sus manos. Kit la acarició, contuvo sus lágrimas, murmuró disculpas por algo que no tenía culpa, y trató de encontrar el valor para convencer a Sophronia de que no abandonara la única casa en la que había vivido siempre.

– No dejes que lo que ocurrió arruine el resto de tu vida. Fue horrible, pero ocurrió hace ya mucho tiempo. Eres joven. Muchas esclavas…

– ¡No me hables de esclavas! -Sophronia se separó de ella con una expresión feroz-. ¡Haz el favor de no hablarme de esclavas! ¡Tú no sabes nada de eso! – hizo una inspiración profunda-. ¡Él también era mi padre!

Kit se quedó helada. Lentamente, movió de un lado a otro la cabeza.

– No, no es verdad. Estás mintiéndome. Incluso él, no entregaría así a su propia hija. ¡Maldita seas! ¡Maldita seas por mentirme!

Sophronia no se acobardó.

– Soy su hija, igual que tú. Se acostó con mi madre cuando no era más que una muchacha. Estuvo con ella hasta que se enteró que estaba embarazada. Entonces la tiró a los barracones de los esclavos, como si fuera basura. Al principio cuándo sus amigos venían tras de mí, yo pensaba que tal vez había olvidado que era su hija. Pero no lo había olvidado. Simplemente no le importaba. La sangre no tenía ningún significado para él, porque yo no era humana. Era sólo una esclava más de su propiedad.

El rostro de Kit estaba ceniciento. No podía moverse. No podía hablar.

Ahora que ya había contado su secreto, Sophronia finalmente se calmó.

– Me alegro que mi madre muriera antes que eso comenzara. Era una mujer fuerte pero ver lo que estaba ocurriéndome la habría destrozado. – Sophronia extendió la mano y tocó la mejilla inmóvil de Kit. -Somos hermanas, Kit -dijo suavemente. – ¿Nunca te diste cuenta? ¿Nunca sentiste ese lazo que nos une tan fuerte que no podíamos estar nunca separadas? Desde el principio, siempre fue así. Tu madre murió cuando naciste y se suponía que mi madre tenía que criarte, pero a ella no le gustaba tocarte, por lo que le había pasado. Así que yo me ocupé de tí. Una niña criando a otra niña. Recuerdo dormirte en mi regazo cuando yo apenas tenía cuatro o cinco años. Te ponía a mi lado en la cocina cuando trabajaba y jugaba contigo a las muñecas por la noche. Y entonces mi madre murió y te convertiste en lo único que tenía en la vida. Por eso nunca salí de Risen Glory, ni siquiera cuando te fuiste a Nueva York. Tenía que asegurarme que estabas bien. Pero cuando volviste, te habías trasformado en una persona diferente, eras parte de un mundo al que yo no nunca perteneceré. Estaba celosa, y también asustada. Tienes que perdonarme por lo que voy a hacer, Kit, pero tú tienes un lugar en el mundo, y ya es hora que yo trate de buscar el mío.

Dio un abrazo rápido a Kit y se marchó.

No mucho tiempo después, Cain encontró a Kit allí. Ella estaba todavía de pie en el centro del salón. Tenía los músculos rígidos y las manos apretadas en puños.

– ¿Dónde diablos está todo el… Kit? ¿Qué te pasa?

En un instante estaba a su lado. Ella se sintió como si la hubieran sacado de un trance. Se apoyó contra él, ahogándose con un sollozo. Él la cogió en sus brazos y la llevó al sofá.

– Dime que ha ocurrido.

Se sentía bien con sus brazos a su alrededor. Nunca la había abrazado así…protectoramente, sin rastro de pasión. Comenzó a llorar.

– Sophronia se marcha. Se va a Charleston a ser… a ser la amante de James Spence.