Esperó hasta que Cain se marchó antes de quitarse las botas y subirse a la cama. A pesar de su siesta en el establo, estaba cansada. Incluso así le costó conciliar el sueño. En su lugar se encontró pensando como habría sido su vida si su padre no hubiera hecho ese viaje a Charleston cuando ella tenía ocho años, lo que provocó su segundo matrimonio.

En el momento en que Garrett Weston conoció a Rosemary se quedó prendado de ella, aunque fuera mayor que él y su belleza estuviera ya marchitándose. Rosemary no trató de ocultar que no soportaba a su niña, y el día que Garrett la llevó a su casa de Risen Glory, le convenció de la necesidad de tener intimidad, pues eran recién casados y envió a Kit con ocho años a pasar la noche en una caseta cerca de los barracones de los esclavos. No permitió que Kit volviera a su habitación nunca más.

Si se olvidaba que no tenía que estar por la casa, Rosemary se lo recordaba agarrándola de las orejas o dándole bofetadas, así que Kit se limitaba a ir a la cocina. Las lecciones esporádicas que recibía de un profesor, se trasladaron a la caseta.

Garrett Weston nunca había sido un padre atento y no parecía darse cuenta que su propia hija estaba recibiendo menos cuidados que los hijos de sus esclavos. Estaba demasiado obsesionado con su hermosa y sensual esposa.

Los vecinos estaban escandalizados. ¡Esa niña anda por ahí corriendo como una salvaje! Ya sería malo si fuera un chico, pero incluso un tonto como Garrett Weston debería darse cuenta que una chica no puede andar comportándose así.

Rosemary Weston no tenía ningún interés en la sociedad local, e ignoraba los consejos que le decían que Kit necesitaba una institutriz o ropa interior más aceptable. Finalmente las mujeres del pueblo le dieron a Kit vestidos de sus hijas y trataban de enseñarle a comportarse como una señorita. Kit ignoró las charlas y cambió los vestidos por ropas de muchacho. Cuando cumplió los diez años, sabía disparar, montar un caballo a pelo y fumar un puro.

Por la noche cuándo se sumergía en su soledad, pensaba que su corazón aventurero no habría sobrevivido al tipo de comportamiento de las chicas. Podía subirse a los melocotoneros del huerto siempre que quería y balancearse de las cuerdas del granero. Los hombres de la comunidad la enseñaron a montar y pescar. Se movía furtivamente por la biblioteca antes de que su madrastra bajara de su dormitorio por la mañana y se llevaba libros sin ninguna censura. Si se hacía una herida en la rodilla o tenía una astilla en un dedo, siempre podía correr a la cocina con Sophronia.

La guerra lo cambió todo. Los primeros disparos sonaron en Fort Sumter un mes antes de su decimocuarto cumpleaños. Poco tiempo después, Garrett Weston puso en las manos de Rosemary la administración de la plantación y se alistó en el ejército Confederado. Puesto que la madrastra de Kit nunca se levantaba antes de las once y odiaba Risen Glory, la plantación cayó en decadencia.

Kit, furiosa, trató de tomar el lugar de su padre, pero la guerra había acabado con el mercado del algodón para el Sur, y ella era demasiado joven para hacerse cargo.

Los esclavos huyeron. Mataron a Garrett Weston en Shiloh. Amargamente Kit recibió la noticia que le había dejado la plantación a su esposa. Kit sólo tenía un fondo en fideicomiso que su abuela le había dejado hacía algunos años pero eso no le solucionaba nada.

No mucho después los soldados yanquis entraron en Rutherford, quemando todo a su paso. La atracción inicial entre Rosemary y un joven atractivo subteniente de Ohio y su invitación posterior a compartir su cama, mantuvo en pie la casa de Risen Glory aunque no los alrededores. Al poco tiempo, Lee se rindió en Appomattox, y Rosemary murió en una epidemia de gripe.

Kit lo había perdido todo. Su padre, su niñez, su forma de la vida. Solamente tenía la tierra. Sólo Risen Glory. Y mientras se acurrucaba en el fino colchón encima de la cuadra de Baron Cain, se dijo que era lo único que contaba. Se durmió imaginando cómo sería cuándo Risen Glory fuera finalmente suya.


***

Había cuatro caballos en los establos, dos para el coche y dos para montar. Una parte de la tensión de Kit se aligeró esa mañana cuando acariciaba el cuello de un elegante corcel, mientras él le hociqueaba en el hombro. Todo iría bien. Mantendría los ojos abiertos y esperaría el momento adecuado. Baron Cain era peligroso pero ella tenía una ventaja. Ella conocía a su enemigo.

– Su nombre es Apolo.

– ¿Qué?

Se dio la vuelta para encontrar a un joven negro de ojos grandes y expresivos que estaba de pie en la puerta que separaba los establos del pasillo central de la cuadra. Tendría alrededor de veinticinco años, y era alto, con una complexión ligera, flexible. Un chucho blanco y negro estaba tranquilamente a su lado.

– Ese corcel. Su nombre es Apolo. Es la montura favorita del Major.

– No me digas -Kit abrió la puerta y salió del establo.

El chucho la olió mientras el joven la estudiaba críticamente.

– Soy Magnus Owen. El Major me ha dicho que te contrató anoche después de que te pescara husmeando fuera de la cuadra.

– Yo no estaba husmeando. No exactamente. Ese Major tuyo tiene una naturaleza excesivamente recelosa, eso es todo -miró al mestizo-. ¿Ese es tu perro?

– Sí. Se llama Merlín.

– Se comporta como un perro que yo quería mucho.

La frente alta y lisa de Magnus se frunció con indignación.

– ¿Qué quieres decir con eso, muchacho? ¡Ni siquiera conoces a mi perro!

– Le vi ayer por la tarde tumbado cerca de ese muro. Si Merlín fuera un verdadero guardián, me hubiera descubierto -Kit descendió y le acarició distraídamente detrás de las orejas.

– Merlín no estaba ayer por la tarde aquí -dijo Magnus-. Estaba conmigo.

– Oh. Bien supongo que tal vez esté equivocada. Los yanquis mataron a mi perro, Fergis. Era el mejor perro que he tenido. Todavía lo lloro.

La expresión de Magnus se endulzó un poco.

– ¿Cómo te llamas?

Ella lo pensó un momento, entonces decidió que sería más fácil utilizar su propio nombre de pila. Por encima de la cabeza de Magnus vio una lata de Aceite Finney para los arneses de cuero.

– Me llamo Kit. Kit Finney.

– Un nombre realmente curioso para un chico.

– Mis padres eran admiradores de Kit Carson, el luchador Injún.

Magnus pareció aceptar su explicación y pronto se pusieron a hacer su trabajo. Más tarde entraron en la cocina para el desayuno, y él le presentó al ama de llaves.

Edith Simmons era una mujer sólida con el pelo oscuro salpicado de canas y voz fuerte. Era la cocinera y el ama de llaves del anterior propietario y decidió permanecer en la casa sólo cuando descubrió que Baron Cain estaba soltero y no había ninguna esposa para decirle cómo hacer su trabajo. Edith creía en la economía, la buena comida y la higiene personal. Ella y Kit eran enemigas naturales.

– ¡Este chico está demasiado sucio para comer con la gente civilizada!

– No voy a discutir eso contigo -respondió Magnus.

Kit estaba demasiado hambrienta para discutir por nada tampoco, de modo que caminó con paso lento hacia la despensa y se lavó con agua la cara y las manos, pero no tocó el jabón. Olía a niña y Kit había estado combatiendo todo lo femenino durante más tiempo del que podía recordar.

Mientras devoraba el suntuoso desayuno, estudió a Magnus Owen. De la manera en que la señora Simmons le trataba, era evidente que era una figura importante en la casa, insólito para un hombre negro bajo cualquier circunstancia, pero especialmente para uno tan joven. Algo se despertó en la memoria de Kit, pero no fue hasta que terminaron de comer cuando comprendió que Magnus Owen le recordaba a Sophronia, la cocinera de Risen Glory y la única persona a la que Kit amaba en el mundo. Tanto Magnus como Sophronia actuaban como si lo supieran todo.

Le sobrevino una oleada de nostalgia, pero la combatió con presteza. Pronto regresaría a Risen Glory, y levantaría la plantación de la ruina.

Esa tarde en cuándo terminó su trabajo, se sentó a la sombra cerca de la puerta de la cuadra, con un brazo sobre el lomo de Merlín que se había dormido con la nariz reposando en su muslo. El perro no movió un sólo músculo cuando Magnus se acercó.

– Animal inútil -susurró ella-. Si viniera un asesino con un hacha, ya estaría muerto.

Magnus se rió entre dientes y se sentó a su lado.

– Supongo que tengo que admitir que Merlín no es un gran perro guardián. Pero todavía es joven. Era sólo un cachorrillo cuando el Major lo encontró vagabundeando en un callejón detrás de la casa.

Kit sólo había visto a Cain una vez ese día, cuando le ordenó bruscamente ensillar a Apolo. Había sido demasiado cortante y altanero como para saludarla. No es qué ella quisiera que lo hiciera. Simplemente por cortesía.

Los periódicos yanquis le llamaban el Héroe de Missionary Ridge. Ella sabía que había luchado en Vicksburg y Shiloh. Quizá fuera el hombre que había matado a su padre. No parecía justo que él estuviera vivo cuando tantos valientes soldados Confederados estaban muertos. Y todavía era más injusto que mientras siguiera respirando amenazaba la única cosa que le había quedado en el mundo.

– ¿Cuánto hace que conoces al Major? -preguntó ella cautelosamente.

Magnus cogió una brizna de hierba y empezó a masticarla.

– Desde Chattanooga. Casi perdió la vida por salvar la mía. Estamos juntos desde entonces.

Una horrible sospecha empezó a crecer en el interior de Kit.

– ¿No luchaste a favor de los yanquis, no es verdad Magnus?

– ¡Claro que luché a favor de los yanquis!

Ella no sabía por qué estaba tan desilusionada, pero lo estaba y Magnus dejó de gustarle.

– Me has dicho que eres de Georgia. ¿Por qué no luchaste por tu estado natal?

Magnus se sacó la brizna de hierba de la boca.

– Eres el colmo, chico. Te sientas aquí junto a un hombre negro, y fresco como una lechuga le preguntas por qué no combatió con la gente que le tenía encadenado. Tenía doce años cuando me liberaron. Me trasladé al norte, conseguí un trabajo y fui a la escuela. Pero no era todavía libre, ¿y sabes por qué, chico? Porque no había un sólo hombre negro en este país que se pudiera considerar libre mientras sus hermanas y hermanos en el Sur seguían siendo esclavos.

– No se trataba de la esclavitud -explicó ella pacientemente-. Se trataba del derecho de gobernar sin interferencias. La esclavitud fue sólo secundaria.

– Puede ser secundario para ti, chico blanco, pero no para mí.

Las personas negras sí que eran susceptibles, pensó ella cuando él se levantó y se fue. Más tarde mientras preparaba la segunda comida para los caballos, todavía estaba rumiando su conversación anterior. Le recordó a varias charlas que había tenido con Sophronia.

Cain llegó con Apolo y se bajó con un movimiento insólitamente ágil para un hombre de su tamaño.

– Atiéndelo de inmediato, chico. No quiero que el caballo enferme -le lanzó a Kit la brida y con grandes zancadas empezó a caminar hacia a la casa.

– Conozco mi trabajo -le gritó ella -. No necesito que ningún yanqui me diga como atender a un caballo caliente y sudoroso.

Nada más salir las palabras de su boca, deseó haber podido morderse la lengua. Sólo era miércoles y no podía arriesgarse a que la echaran todavía.

Ya sabía que el domingo era la única noche que la señora Simmons y Magnus no dormían en la casa. La señora Simmons tenía el día libre y se quedaba con su hermana, y Magnus pasaba la noche en lo que la señora Simmons describía como un modo borracho y vicioso, inadecuado para oídos jóvenes. Kit necesitaba callarse la boca durante cuatro días. Entonces cuando llegara el domingo por la noche, entraría a matar al bastardo yanqui que se había girado y la miraba con esos fríos ojos grises.

– Si crees que serías más feliz trabajando para otra persona, puedo encontrar otro chico para los establos.

– No he dicho que quiera trabajar para otra persona -murmuró ella.

– Entonces quizá fuera mejor que intentaras callarte la boca.

Ella dio un golpe en el suelo con el dedo polvoriento de su bota.

– Y, ¿Kit?

– ¿Sí?

– Date un baño. La gente se queja de como hueles.

– ¡Un baño! -la atrocidad casi estranguló a Kit y apenas pudo mantener la compostura.

Cain parecía estar disfrutando.

– ¿Hay algo más que quieras decirme?

Ella apretó los dientes y pensó en el tamaño del agujero de bala que pretendía dejar en su cabeza.

– No, señor -musitó ella.

– Entonces necesitaré el coche en la puerta frontal en hora y media.

Mientras llevaba a Apolo hacía los establos, iba soltando una gran cantidad de blasfemias. Matar a ese yanqui le iba a dar más placer que nada que hubiera hecho en sus dieciocho años. ¿Qué le importaba a él si se bañaba o no se bañaba? No le gustaban los baños. Todo el mundo sabía que eran la antesala de la gripe. Además para eso tenía que desnudarse, y odiaba ver su cuerpo desde que le habían crecido unos pechos que no encajaban con lo que ella quería ser.