Rígido de ira, Spence las recogió y agarró las riendas.
Sophronia apenas podía creerlo. Lo que había visto iba en contra de todas sus creencias, pero había ocurrido. Había visto a Magnus enfrentarse a un hombre blanco, y ganar. Había luchado por ella. La había protegido… incluso de ella misma.
Se lanzó a través de la fría y húmeda hierba corta que los separaba y se lanzó a sus brazos, repitiendo su nombre una y otra vez, igualando el ritmo con los latidos de su corazón.
– Me pones a prueba continuamente, mujer-dijo suavemente, apoyando las manos en sus hombros.
Ella levantó la mirada y vio firmeza y sinceridad, unos ojos que prometían tanto bondad como fortaleza. Él levantó una mano y pasó su índice sobre sus labios, como si fuera un ciego marcando un territorio que estaba a punto de reclamar. Entonces bajó la cabeza y la besó.
Ella aceptó sus labios tímidamente como si fuera una jovencita. Él hacía que se sintiera de nuevo pura e inocente.
Él la acercó más y el beso creció en exigencia, pero en lugar de asustarla, la conmovió su poder. Este hombre, este hombre bueno, sería para ella. Él era más importante que una casa en Charleston, más importante que vestidos de seda, más importante que cualquier cosa.
Cuando empezaron a alejarse, Sophronia vio sus ojos brillar. Este hombre duro y fuerte, que había amenazado descaradamente con volar una mina de fosfato, era amable y suave como un corderito.
– Sólo me causas problemas, mujer -dijo él bruscamente-. Cuando estemos casados, no aguantaré más tonterías.
– ¿Vamos a casarnos, Magnus? -preguntó ella descaradamente, pasando sus elegantes y largos dedos por los lados de su cabeza, para darle otro largo y profundo beso.
– Oh sí, mi amor -respondió él, cuando finalmente pudo coger aliento-. Vamos a casarnos cuanto antes, sin ninguna duda.
19
– ¡Te creía muchas cosas, Baron Cain, pero nunca creí que fueras un cobarde! -Kit entró como una tormenta en el establo pisándole los talones a Cain-. Magnus va a ser hombre muerto, y eso caerá sobre tu conciencia. Todo lo que tendrías que haber hecho era asentir con la cabeza, sólo asentir con la cabeza y Spence habría olvidado que Magnus lo golpeó. ¡Devuélveme ese rifle ahora mismo! Si no eres lo bastante hombre como para defender a tu mejor amigo, lo haré yo misma.
Cain giró, con la escopeta apoyada en su pecho.
– Como tenga la remota idea que vas a volver allí, te encerraré y tiraré la llave.
– Eres odioso, ¿lo sabías?
– Me lo dices continuamente. ¿Se te ha ocurrido preguntarme por qué lo he hecho, en lugar de lanzarme todo tipo de acusaciones?
– Lo que has hecho es evidente.
– ¿Lo es?
De repente Kit se sintió insegura. Cain no era ningún cobarde y él nunca hacía nada sin una razón. Las aristas de su cólera se enfriaron pero no las de su preocupación.
– Muy bien, dime que tenías en mente cuando dejaste a Magnus con un hombre que quiere verlo linchado. -Me has enojado bastante, voy a dejar que lo averigües tu sola. Comenzó a andar hacia la casa, pero Kit saltó delante de él. -Oh, no, tú no vas a largarte tan fácilmente.
Él cambió la escopeta a su hombro.
– Magnus odiaba tu interferencia y habría odiado también la mía. Hay algunas cosas que un hombre debe hacer por sí solo.
– También podrías haber firmado su sentencia de muerte.
– Digamos que tengo más fe en él que tú.
– Esto es Carolina del Sur, no Nueva York.
– ¿No me digas que finalmente estas admitiendo que tu querido estado no es perfecto?
– Estoy hablando del Ku Klux Klan -dijo ella- la última vez que fuiste a Charlestón, trataste de conseguir que los funcionarios federales tomaran medidas contra ellos. Ahora actúas como si el Ku Klux Klan no existiera.
– Magnus es un hombre. No necesita que nadie luche sus batallas. Si tu supieras la mitad de lo que crees que sabes, comprenderías eso.
Desde el punto de vista de Magnus, Cain tenía razón, pero ella no tenía paciencia con esa clase de orgullo masculino. Solo conducía a la muerte. Cuando Cain se alejó, ella pensó en la guerra que tan gloriosa había parecido una vez.
Bufó y dio vueltas con paso firme durante la mayor parte de la hora hasta que Samuel apareció, con una abierta sonrisa en su rostro y una nota de Sophronia en la mano.
Querida Kit
Deja de preocuparte. Spence se ha ido, Magnus está bien y nos vamos a casar.
Con amor
Sophronia
Kit la miró fijamente con una mezcla de alegría y aturdimiento. Cain tenía razón. Pero sólo porque tenía razón en esto no significaba que tuviese razón en todo.
Habían ocurrido demasiadas cosas y sus sentimientos por Sophronia, por Risen Glory y por Cain giraban dentro de ella. Se dirigió a por Tentación a la cuadra, pero recordó que Cain le había ordenado que no montara al caballo. Una vocecilla le dijo que sólo podía culpar a su propia imprudencia, pero se negó a escucharla. Tenía que resolver esto con él.
Caminó con paso majestuoso de vuelta a la casa y encontró a Lucy pelando patatas.
– ¿Dónde está el señor Cain?
– Lo oí subir hace algunos minutos.
Kit salió disparada hacia el vestíbulo y subió las escaleras. Abrió de un tirón la puerta del dormitorio.
Cain estaba junto a la mesa recogiendo algunos papeles que había dejado allí la noche anterior. Se giró hacia ella con expresión burlona. Vio lo agitada que estaba y levantó una ceja.
– ¿Y bien?
Sabía lo que le estaba preguntando. ¿Rompería la regla no escrita entre ellos? La regla que decía que este dormitorio era el único lugar donde no discutían, el único lugar que estaba destinado para otras cosas, algo tan importante para ambos como el aire que respiraban.
Ella no podía romper esa regla. Solamente aquí se desvanecía su inquietud. Solamente aquí se sentía… no feliz… pero de algún modo adecuada.
– Ven aquí – dijo él.
Se dirigió hacia él, pero no se olvidó de su resentimiento por lo de Tentación. No se olvidó de su miedo a que él aún pusiera un camino hacia el molino a través de sus tierras. No se olvidó de su prepotencia y de su obstinación. Ella dejaba todo eso hervir en su interior mientras se entregaba a unas relaciones sexuales que se estaban volviendo cada día menos satisfactorias y más necesarias.
A la mañana siguiente, ni siquiera la felicidad de Sophronia y Magnus pudo impedir que Cain y Kit se hablasen furiosamente. Se había convertido en una rutina. Cuanto más apasionada era la noche, peor se trataban al día siguiente.
No esperes que la luz del día cause un cambio en mí… te daré mi cuerpo, pero no, no te atrevas a pedir más.
Mientras Kit observaba a Magnus y a Sophronia moviéndose en un dichoso aturdimiento durante la semana siguiente preparando su boda, se encontró deseando que Cain y ella pudiesen tener también un final feliz. Pero el único final feliz que podría imaginar para ellos consistía en que Cain se marchara lejos, dejándola sola en Risen Glory. Y eso no parecía correcto en absoluto.
El domingo por la tarde, Sophronia y Magnus tomaron sus votos en la vieja iglesia de los esclavos con Kit y Cain junto a ellos. Después de los abrazos, de las lágrimas y de cortar el pastel de boda hecho por Miss Dolly, se quedaron finalmente solos en la casa de Magnus que estaba junto al huerto.
– No te presionaré- dijo mientras la noche de diciembre caía intensa y tranquila al otro lado de las ventanas-. Podemos tomarnos un tiempo.
Sophronia le sonrió a los ojos y se recreó con la visión de su hermosa piel marrón.
– Ya nos hemos tomado demasiado tiempo -sus dedos se arrastraron por los botones superiores del hermoso vestido de seda que Kit le había dado.
– Ámame, Magnus. Sólo ámame.
Él lo hizo. Tierna y completamente. Mandando lejos toda la fealdad del pasado. Sophronia nunca se había sentido tan segura y amada. Nunca olvidaría lo que le había pasado, pero las pesadillas de su pasado ya no la controlarían. Finalmente entendió lo que significaba ser libre.
Mientras diciembre daba paso a enero, las relaciones sexuales entre Cain y Kit se desarrollaban en un filo primitivo y violento que los asustaba a ambos. Kit dejó una contusión en el hombro de Cain. Cain dejó una marca en su pecho, sólo para maldecirse mas tarde.
Únicamente una vez trataron de hablar.
– No podemos continuar de este modo -dijo él.
– Lo sé -giró la cabeza en la almohada y fingió dormirse.
La parte traicionera y más femenina de ella anhelaba dejar de luchar y abrir su corazón antes de que este explotara con sentimientos que no podía nombrar. Pero este era un hombre que abandonaba sus libros y caballos antes de que pudiesen significar demasiado para él. Y los demonios de su propio pasado también eran fuertes.
Risen Glory era todo lo que tenía… todo lo que alguna vez había tenido… la única parte de su vida que era segura. La gente desaparecía pero Risen Glory era eterna y nunca iba a permitir que sus tumultuosos y secretos sentimientos por Baron Cain amenazaran eso. Cain con sus fríos ojos grises y su molino textil, Cain con su descontrolada ambición que podía devorar sus campos, para luego escupirlos al igual que tantas descartadas semillas de algodón, hasta que no quedara nada más que una cáscara sin valor.
– Te lo he dicho, no quiero ir -Kit arrojó violentamente su cepillo y miró fijamente a Cain a través del espejo. Él lanzó a un lado su camisa.
– Yo sí.
Todas las peleas se detenían en la puerta de dormitorio. Pero esta no lo haría. ¿Qué diferencia había? Su forma de hacer el amor ya había transformado su dormitorio en otra zona de guerra.
– Tú odias las fiestas -le recordó ella.
– Esta no. Quiero mantenerme lejos del molino durante unos cuantos días.
El molino, observó ella, no Risen Glory.
– Y echo de menos ver a Verónica -añadió.
El estómago de Kit dio un vuelco de dolor y de celos. La verdad era, que ella también echaba de menos a Verónica, pero no quería que Cain lo hiciera.
Verónica había dejado Rutherford seis semanas antes, poco antes de Acción de Gracias. Se había instalado en una mansión de tres plantas en Charlestón y Kit se había enterado de que ya se estaba convirtiendo en un referente de moda y cultura. Artistas y políticos acudían a su puerta. Había un desconocido escultor de Ohio, un famoso actor de Nueva York. Ahora Verónica planeaba inaugurar su nueva casa con un baile de invierno.
En su carta a Kit, le había dicho que había invitado a todo el mundo divertido de Charleston, además de a algunos viejos conocidos de Rutherford. En el estilo típicamente perverso de Verónica, eso incluía a Brandon Parsell y su nueva prometida, Eleanora Baird cuyo padre había asumido la presidencia del banco tras la guerra.
Normalmente a Kit le habría encantado asistir a tal fiesta, pero ahora mismo no tenía el corazón para eso. La nueva felicidad de Sophronia, la hacía consciente de su propia miseria, y por mucho que Verónica la fascinara, también hacía que Kit se sintiera torpe y estúpida.
– Ve tú solo -dijo, aunque odiaba la idea.
– Vamos juntos -la voz de Cain sonó cansada-. No tienes ninguna elección en este tema.
Como si alguna vez la tuviera. Su resentimiento creció, y esa noche, no hicieron el amor. Ni la siguiente. Ni la siguiente después de esa. Eso estaba bien, se dijo a sí misma. Se sentía enferma desde hacía varias semanas. Tarde o temprano tendría que dejar de resistirse y ver al médico. Aún así, esperó hasta la mañana antes de partir hacia la fiesta de Verónica para hacer el viaje. Para cuando llegaron a Charleston, Kit estaba pálida y agotada. Cain se marchó para ocuparse de algún negocio, mientras a Kit le mostraban la habitación que compartirían durante las próximas noches. Era luminosa y ventilada, con un estrecho balcón que dominaba sobre un patio de ladrillo, atractivo incluso en invierno con su verde arriate de césped que provenía de Sea Island, y con el perfume de los dulces olivos.
Verónica envió a una criada para ayudarla a desempacar y prepararle un baño. Más tarde Kit se echó sobre la cama y cerró los ojos, demasiado agotados de emoción incluso para llorar. Despertó varias horas más tarde y torpemente se puso su bata de algodón. Mientras se abrochaba el cinturón, caminó hacia las ventanas y apartó las cortinas. Fuera estaba ya oscuro. Tendría que vestirse pronto. ¿Cómo superaría esa noche? Puso la mejilla contra el frío cristal de la ventana.
Iba a tener un bebé. No parecía posible, incluso ahora, que una pequeña partícula de vida creciera dentro de ella. El bebé de Baron Cain. Un bebé que la ataría a él por el resto de su vida. Un niño a quien desesperadamente quería, aunque todo se volviera mucho más difícil.
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