Se obligó a sentarse frente al tocador. Al buscar a tientas su cepillo, noto el tarro azul de cerámica que reposaba junto a sus otros artículos de tocador. Lucy también lo había llevado. Qué irónico. El tarro contenía los polvos grisáceos que Kit había conseguido de la curandera para evitar concebir. Los había tomado una vez y después nunca más. Al principio, había habido largas semanas en las que Cain y ella habían dormido separados, y luego, después de la noche de su reconciliación, se había encontrado reacia a utilizar los polvos. El contenido de ese tarro azul le había parecido casi malévolo, hasta que finalmente le había hecho rechinar los dientes.

Cuando escuchó a varias mujeres hablar sobre lo difícil que había sido para ellas concebir, ella había justificado su descuido decidiendo que el riesgo de embarazo no era tan grande como había temido. Entonces Sophronia descubrió el tarro y le dijo a Kit que los polvos eran inútiles. A la curandera no le gustaban las mujeres blancas y había estado vendiéndoles polvos de prevención inútiles durante años. Kit pasó el dedo por la tapa del tarro, preguntándose si eso sería verdad.

La puerta se abrió tan bruscamente, que la sobresaltó y volcó el tarro. Bajó de un salto del taburete.

– ¿No podrías entrar, aunque sólo fuera una vez, en una habitación sin arrancar la puerta de sus bisagras?

– Siempre estoy demasiado impaciente por ver a mi fiel esposa -Cain tiró sus guantes de cuero sobre una silla, entonces descubrió el desorden sobre el tocador-. ¿Qué es eso?

– ¡Nada! -agarró una toalla y trató de limpiarlo.

Él se acercó por detrás de ella y depositó su mano sobre la de ella. Con su otra mano, recogió el tarro volcado y estudió el polvo que quedaba dentro.

– ¿Qué es esto?

Ella trató de apartar la mano, pero él la sujetaba fuerte. Depositó el tarro y su deliberada mirada fija le dijo que no la dejaría ir hasta que no le dijera la verdad. Comenzó a decir que era un polvo para el dolor de cabeza pero estaba demasiado cansada para disimular, ¿y que importaba de todas formas?

– Es algo que conseguí de la curandera. Lucy lo empaquetó por error -y después, porque ahora ya no suponía ninguna diferencia-: Yo… yo no quería tener un bebé.

Una mirada de amargura relampagueó a través de su rostro. Soltó su mano y se giró.

– Ya veo. Tal vez deberíamos haber hablado de eso.

Ella no pudo esconder totalmente la tristeza de su voz.

– ¿No parece que tengamos un matrimonio de esa clase?, ¿no crees?

– No. No, supongo que no lo tenemos -dándole la espalda se quitó el abrigo gris perla y tiró de la corbata.

Cuando él finalmente se dio la vuelta, sus ojos eran tan remotos como la estrella del norte.

– Me alegro de que fueras tan sensata. Dos personas que se detestan no serían los mejores padres. No puedo imaginar nada peor que traer a un mocoso no deseado a este sórdido lío que llamamos matrimonio, ¿o, sí?

Kit sintió como su corazón se rompía en un millón de pedazos.

– No- se las arregló para decir-. No, yo tampoco.


***

– Tengo entendido que es suyo ese nuevo molino de algodón pasando Rutherford, señor Cain.

– Es correcto -Cain estaba al final del vestíbulo junto a John Hughes, un joven y fornido norteño que había reclamado su atención justo cuando estaba a punto de ir arriba para ver que estaba reteniendo a Kit.

– He oído que está haciendo un buen negocio allí. Más poder para usted, ya sabe. Arriesgado, sin embargo, no cree, con el…-dejó de hablar y silbó suavemente cuando miró fijamente más allá del hombro de Cain, hacia las escaleras-. ¡Guau, guau! ¿Puede ver eso? Hay una mujer a la que no me importaría llevar a casa conmigo.

Cain no necesitó dar media vuelta para saber quién era. Podía sentirla a través de los poros de su piel. Aún así, tenía que mirar.

Llevaba su vestido blanco plateado con las cuentas de cristal. Pero el vestido había sido arreglado desde la última vez que lo había visto, de la misma manera que recientemente había cambiado muchas de sus ropas. Había cortado el corpiño de raso blanco justo debajo de sus pechos y fijado una fina capa de organdí plateado. Esta se alzaba sobre sus suaves curvas hacía su garganta donde utilizaba una brillante cinta para recogerla en un elevado y delicado volante.

El organdí era transparente y no llevaba nada debajo. Solamente las cuentas de cristal que ella había quitado de la falda y había colocado en grupos estratégicos sobre el tejido transparente que protegía su modestia. Lentejuelas de cristal sobre la carne redondeada.

El vestido era escandalosamente hermoso y Cain nunca había visto nada que odiara más. Uno por uno, los hombres de su alrededor se giraron hacía ella, y sus ojos devoraron codiciosamente la carne que debería haber sido vista únicamente por él.

Era una doncella de hielo prendida en llamas.

Y entonces olvidó sus celos y simplemente disfrutó de la visión. Era salvajemente hermosa, su rosa salvaje de las profundidades del bosque, tan indómita como el día en que la conoció, preparada para pinchar la carne de un hombre con sus espinas al mismo tiempo que lo tentaba con su espíritu.

Observó el profundo color que manchaba sus delicados pómulos y las extrañas y brillantes luces que centelleaban en las intensas profundidades de sus ojos violetas. Sintió un primer picor de inquietud. Había algo casi frenético que se ocultaba dentro de ella esa noche. Palpitando desde su cuerpo como un redoble, esforzándose por escapar y correr libre y salvaje. Dio un rápido paso hacia ella y luego otro.

Sus ojos se entrelazaron con los de él y luego se alejaron deliberadamente. Sin una palabra, ella recorrió el vestíbulo hacia otro vecino de Rutherford que había sido invitado.

– ¡Brandon! Soy yo, oh está muy apuesto esta noche. Y ésta debe ser su dulce prometida, Eleanora. Espero que me deje robarle a Brandon de vez en cuando. Hemos sido amigos durante tanto tiempo… como hermano y hermana, usted entiende. Es posible que no pueda cederlo enteramente, pero sí un poquito.

Eleanora trató de sonreír, pero sus labios no pudieron esconder su desaprobación ni la sensación que tenía de ser poco elegante al lado de la belleza exótica de Kit. Brandon, por otro lado, contemplaba a Kit con su extraño vestido como si fuera la única mujer del mundo.

Apareció Cain.

– Parsell. Señorita Baird. Si ustedes nos disculpan…

Sus dedos se hundieron en el brazo de organdí drapeado de Kit, pero antes de que él pudiera arrastrarla a través del vestíbulo hacia las escaleras y obligarla a cambiarse de vestido, Verónica apareció ante ellos con un traje de noche negro azabache. Hubo un ligero ascenso de su frente cuando comprendió que el pequeño drama estaba acabado antes de su llegada.

– Baron, Katharine, justo los dos que estaba buscando. Llego tarde como de costumbre, y en mi propia fiesta. Cook está listo para servir la cena. Baron, sé un caballero y acompáñame en el comedor. Y Katharine, quiero que conozcas a Sergio. Un hombre fascinante y el mejor barítono que la ciudad de Nueva York ha escuchado en una década. Él será tu pareja en la cena.

Cain hizo rechinar los dientes por la frustración. Ahora no había ninguna forma de que pudiese alejar a Kit. Observó a un italiano demasiado apuesto avanzar con impaciencia y besar la mano de Kit. Después, con una expresión conmovedora, giro su mano y presiono íntimamente sus labios en la palma.

Cain se movió rápidamente pero Verónica fue incluso más rápida.

– Mi querido Baron -gorjeó suavemente mientras le clavaba los dedos en el brazo- estás comportándote como la clase de marido más posesivo. Acompáñame al comedor antes de que hagas algo que sólo hará que parezcas estúpido.

Verónica tenía razón. Sin embargo, tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para girarse y darle la espalda a su esposa y al italiano.

La cena duró casi tres horas y al menos una docena de veces, la risa de Kit resonó mientras dividía su atención entre Sergio y los otros hombres que se sentaban cerca de ella. Todos la adulaban exageradamente y la colmaban de atenciones. Sergio parecía estar enseñándole italiano. Cuándo ella derramó una gota de vino, él mojó su dedo índice en la mancha y luego lo llevo hasta sus labios. Solamente el fuerte apretón de Verónica impidió que Cain saltara al otro lado de la mesa.

Kit estaba luchando una batalla consigo misma. Había pedido perversamente a Lucy que empacara el vestido de cuentas plateado después de que Cain le hubiera dicho que no le gustaba. Pero realmente no había planeado llevarlo. Aún cuando había tenido tiempo de ponerse un vestido más apropiado de terciopelo verde jade, las palabras de Cain la habían perseguido.

No puedo imaginar nada peor que traer a un mocoso no deseado a este sórdido lío que llamamos matrimonio…

Escuchó la risa de Cain resonar en la otra punta de la mesa y observó la atenta manera en que él escuchaba a Verónica.

Las damas abandonaron a los caballeros con sus puros y sus brandys.

Después fue hora de que comenzara el baile.

Brandon entregó a Eleanora a su padre y pidió a Kit el primer baile. Kit miro fijamente su apuesto y débil rostro. Brandon que hablaba de honor, estaba dispuesto a venderse a sí mismo al mejor postor. Primero a ella por una plantación, y ahora a Eleanora Baird por un banco. Cain nunca se vendería por nada, ni siquiera por su molino de algodón. Su matrimonio con ella había sido un justo castigo, nada más.

Cuando Brandon y ella entraron a la pista de baile, vio a Eleanora en el lateral de la habitación con expresión apesadumbrada, y se arrepintió de sus flirteos anteriores. Había bebido justo el suficiente champán, como para decidir saldar cuentas por todas las mujeres desdichadas.

– Te he echado de menos -susurró cuando la música comenzó.

– Yo también te he echado de menos, Kit. Oh Señor, eres tan hermosa. Casi me ha matado pensar en tí con Cain.

Se acercó más a él y susurró con malicia

– Querido Brandon, escápate conmigo esta noche. Dejémoslo todo, a Risen Glory y el Banco. Seremos solamente nosotros dos. No tendremos dinero o una casa pero tendremos nuestro amor.

Ocultó su diversión cuando lo sintió tensarse bajo la tela de su chaqueta.

– Realmente Kit, yo… yo no creo que eso fuera… fuera sensato.

– ¿Pero por qué no? ¿Estas preocupado por mi marido? Él vendrá tras nosotros, pero estoy segura que podrás ocuparte de él.

Brandon tropezó.

– Dejar no es… es decir, pienso que quizá… es demasiada prisa…

No había querido dejarlo librarse tan fácilmente, pero una burbuja de arrepentida risa se le escapó.

– Te estás riendo de mí -dijo rígidamente.

– Te lo mereces, Brandon. Eres un hombre comprometido y deberías haber pedido a Eleanora el primer baile.

Parecía perplejo y un poco patético cuando trató de recuperar su dignidad.

– No te comprendo en absoluto.

– Eso es porque realmente yo no te gusto mucho, e indudablemente no me apruebas. Sería más fácil para tí si pudieras admitir que todo lo que sientes por mí es una lujuria poco caballerosa.

– ¡Kit! -tal honestidad sin rodeos era más de lo que podía aceptar-. Te pido perdón si te he ofendido.

Sus ojos se vieron atrapados por los adornos de lentejuelas de cristal del corpiño del vestido de Kit. Con gran esfuerzo, desvió su mirada fija y bullendo de humillación, fue a buscar a su prometida.

Con la partida de Brandon, Kit fue reclamada rápidamente por Sergio. Mientras tomaba su mano, echó un vistazo al lejano final de la habitación, donde su marido y Verónica habían estado de pie hacía un momento. Ahora solamente Verónica estaba allí.

La indiferencia de su marido pinchó a Kit hacía los limites de lo que incluso ella consideraba un comportamiento aceptable. Daba vueltas de una pareja a otra, bailando con rebeldes y yanquis por igual, elogiándolos a cada uno exageradamente y permitiendo que la sujetaran estrechamente. No le preocupaba lo que pensaran. ¡Deja que hablen! Bebió champán, bailó cada baile y rió con su embriagadora risa. Sólo Verónica Gamble detectó el filo de desesperación detrás.

Algunas de las mujeres estaban secretamente envidiosas del atrevido comportamiento de Kit, pero la mayor parte estaban escandalizadas. Buscaban con inquietud al peligroso señor Cain, pero él no estaba a la vista. Alguien susurró que estaba jugando al póker en la biblioteca y perdiendo muchísimo dinero.

Había una abierta especulación sobre el estado del matrimonio Cain. La pareja no había bailado ninguna vez juntos. Había habido rumores de que era un matrimonio inevitable pero el talle de Katharine Cain era tan delgado como siempre, de modo que eso no podía ser.

La partida de póker terminó poco antes de las dos. Cain había perdido varios cientos de dólares, pero su humor negro poco tenía que ver con el dinero. Estaba de pie en la puerta del salón de baile, mirando a su esposa flotar a través del parqué en los brazos del italiano. Parte de su cabello se había aflojado de sus alfileres y caía desordenadamente alrededor de sus hombros. Sus pómulos todavía mantenían su elevado color y sus labios eran manchas rosadas, como si alguien acabara de besarla. El barítono no podía apartar la mirada de ella.