Un músculo tembló en la esquina de la mandíbula de Cain. Avanzó empujando a la pareja que estaba delante de él y estaba a punto de entrar a zancadas en la pista de baile cuando John trató de agarrarle el brazo.
– Señor Cain, Will Bonnett allí afirma que no hay ningún casaca azul en todo el ejército de la Unión que pudiera disparar mejor que un rebelde. ¿Qué piensa usté? ¿Ha conocido alguna vez un rebelde al que no pudo eliminar aunque lo intentó?
Era una conversación peligrosa. Cain despegó los ojos de su esposa y centró su atención en Hughes. Aunque habían pasado casi cuatro años desde Appomattox, la interacción social entre norteños y sudistas todavía era débil, y la conversación sobre la guerra era evitada deliberadamente cuando se veían forzados a estar juntos
Observó que ese grupo de siete u ocho hombres estaba formado tanto por ex soldados de la Unión como por veteranos confederados. Era evidente que todos habían bebido más que suficiente, e incluso desde donde él estaba de pie, podía oír que su discusión había pasado de un educado desacuerdo a un abierto antagonismo.
Con una última ojeada hacia Kit y el italiano, caminó con Hughes hacía los hombres.
– La guerra ha terminado, señores. ¿Qué me dicen si vamos a probar un poco del fino whisky de la señora Gamble? -pero la discusión había llegado demasiado lejos. Will Bonnett, un ex plantador de arroz que había servido en el mismo regimiento que Brandon Parsell, dirigió violentamente su dedo índice en dirección de uno de los hombres que trabajaron para la Oficina de Freedmen-. Ningún soldado en el mundo entero peleó alguna vez como un soldado Confederado, y usted lo sabe.
Las furiosas voces estaban empezando a captar la atención de los demás invitados, y cuando la discusión se volvió más fuerte, la gente dejó de bailar para ver que provocaba el tumulto.
Will Bonnett descubrió a Brandon Parsell de pie con su prometida y los padres de esta.
– Brandon, dígaselo usted. ¿Ha visto alguna vez a alguien que pudiera disparar como nuestros muchachos de gris? Venga aquí. Diga a estos casacas azules cómo fue.
Parsell se desplazó hacia adelante de mala gana. Cain frunció el ceño cuando vio que Kit también se había adelantado en lugar de quedarse detrás con las demás mujeres ¿Pero qué había esperado?
En ese momento la voz de Will Bonnett había alcanzado a los músicos, que gradualmente dejaron sus instrumentos para así poder disfrutar de la pelea.
– Nos excedieron en número -declaró Bonnett- pero ustedes los yanquis nunca nos dejaron fuera de combate ni siquiera durante un minuto de la guerra.
Uno de los norteños avanzó.
– Parece que tiene mal la memoria, Bonnett. Tan cierto como el infierno que estuvisteis fuera de combate en Gettysburg.
– ¡No estuvimos fuera de combate! -exclamó un anciano que estaba de pie junto a Will Bonnett-. Fuisteis afortunados. Porque, nosotros teníamos niños de doce años que podrían disparar mejor que todos sus oficiales juntos.
– ¡Demonios, nuestras mujeres podrían disparar mejor que sus oficiales!
Hubo un gran rugido de risa por esta ocurrencia, y el hombre que había hablado fue golpeado con ganas en la espalda por su ingenio. De todos los sureños presentes, Brandon fue el único que no tenía ganas de reír.
Miró primero a Kit y luego a Cain. La injusticia de su matrimonio era como una astilla bajo su piel. Al principio había estado aliviado de no estar casado con una mujer que no se comportaba como debía hacerlo una dama, aunque eso representara la pérdida de Risen Glory. Pero cuando las semanas y los meses habían pasado, observó como los campos de Risen Glory habían estallado en blancas cápsulas y había visto las carretas cargadas de algodón ya tratado ir hacía el molino de Cain. Incluso después de que se hubiese comprometido con Eleanora, quien lo llevaría al Banco de Ciudadanos y Plantadores, no podía borrar de su memoria un par de perversos ojos violetas. Esa noche ella había tenido la audacia de burlarse de él.
Todo en su vida se había deteriorado. Él era un Parsell y sin embargo no tenía nada, mientras que ellos lo tenían todo… un yanqui de mala fama y una mujer que no conocía cual era su lugar.
Impulsivamente se adelantó.
– Creo que tiene razón sobre nuestras mujeres. Porque, una vez vi a nuestra propia señora Cain lanzar una piña a un árbol a setenta metros, aunque en ese momento no debería haber tenido más de diez u once años. Todavía se comenta de ese día que es la mejor lanzadora del condado.
Varias exclamaciones coincidieron con este fragmento de información, y otra vez Kit se encontró siendo el centro de las admirativas miradas masculinas. Pero Parsell no había terminado. No era fácil para un caballero saldar cuentas con una dama y quedar como un caballero, pero eso era exactamente lo que planeaba hacer. Y las saldaría con su marido al mismo tiempo. No sólo sería imposible para Cain salir victorioso con lo que Brandon estaba a punto de proponer, sino que también, el yanqui parecería un cobarde cuando se negara.
Brandon tocó el borde de su solapa.
– He oído que el Major Cain es un buen tirador. Supongo que todos hemos escuchado más que suficiente sobre el héroe de Missionary Ridge. Pero si yo fuera un hombre aficionado al juego, apostaría mi dinero por la señora Cain. Daría cualquier cosa por enviar a Will al otro lado de la calle a por su juego de pistolas, colocar una fila de botellas sobre el muro del jardín de la señora Gamble, y ver simplemente como de bueno es un oficial yanqui disparando contra una mujer del Sur, aunque de la casualidad que ésta sea su esposa. Desde luego, estoy seguro que el Major Cain no permitiría que su esposa tomara parte en un concurso de tiro, especialmente cuando sabe que tiene bastantes posibilidades de salir perdedor.
Hubo fuertes risas de los sureños. ¡Parsell había puesto a ese yanqui en su lugar! Aunque ninguno de ellos creyera seriamente que una mujer, incluso del Sur, podría disparar mejor que un hombre, a pesar de todo disfrutarían del combate. Y como solamente era una mujer, no habría ningún honor perdido para el Sur cuando el yanqui la venciera.
Las mujeres que se habían reunido cerca estaban profundamente escandalizadas por la proposición de Brandon. ¿En qué estaba pensando? Ninguna dama podía dar tal espectáculo público, no en Charleston. Si la señora Cain siguiese adelante con eso, se convertiría en una paria social. Miraron furiosas a sus maridos, que estaban apoyando el duelo, y juraron reducir sus consumos de alcohol por el resto de la noche.
Los norteños instaron a Cain a que aceptara el desafío.
– Vamos, Major. No nos abandone.
– ¡No puede dar marcha atrás ahora!
Kit sintió los ojos de Cain sobre ella. La quemaban como el fuego.
– No puedo permitir que mi esposa participe en un concurso público de tiro.
Hablaba tan fríamente, como si no le preocupase en absoluto. Podría haber estado hablando sobre una de sus yeguas en lugar de su esposa. Simplemente era otra parte de su propiedad.
Y Cain se deshacía de sus propiedades antes de que pudiese encariñarse.
Acudió a ella una sensación salvaje y se adelantó, provocando destellos en las cuentas de su vestido.
– Me han desafiado, Baron. Esto es Carolina del Sur, no Nueva York. Aunque seas mi marido, no puedes interferir en un asunto de honor. Traiga sus pistolas, señor Bonnett. Caballeros, me encontraré cara a cara con mi marido -le lanzó un desafío-. Si él rehúsa, me enfrentaré con cualquier otro yanqui a quien no le importe competir contra mí.
Los gritos escandalizados de las mujeres fueron desoídos bajo los triunfantes gritos de los hombres. Solamente Brandon no participó en la jovialidad. Había querido avergonzarlos a ambos, pero no había tenido la intención de arruinarla. Después de todo, aún era un caballero.
– Kit… Major Cain… yo… yo creo que he sido algo precipitado.
Seguramente usted no puede…
– Déjelo, Parsell -gruño Cain, su propio humor era tan imprudente como el de su esposa. Estaba cansado de ser el conciliador, cansado de perder las batallas a las que ella parecía resuelta a empujarlos. Estaba cansado de su desconfianza, cansado de su risa, cansado incluso de la expresión de preocupación que vislumbraba demasiado a menudo en sus ojos cuando él llegaba exhausto del molino. Sobre todo, estaba cansado de preocuparse tantísimo por ella.
– Coloque las botellas -dijo bruscamente-. Y lleve tantas velas como pueda encontrar al jardín.
Sin parar de reír, los hombres se alejaron, norteños y sureños repentinamente unidos mientras calculaban las posibilidades del duelo. Las mujeres palpitaban con la emoción de ser testigos de tal escándalo. Al mismo tiempo no querían ponerse demasiado cerca de Kit, así que se movieron más lejos empujadas por la corriente, dejando a marido y mujer de pie a solas.
– Has conseguido tu combate -dijo despiadadamente -de la misma manera que has conseguido todo lo demás que has querido.
¿Cuándo había conseguido ella cualquier cosa que había querido?
– ¿Te asusta que pueda ganarte? -se las arregló para preguntar.
Él se encogió de hombros.
– Supongo que hay una gran posibilidad de que eso ocurra. Yo soy un buen tirador pero tú eres mejor. Lo he sabido desde la noche en que trataste de matarme cuando tenías dieciocho años.
– Sabías como reaccionaría cuando me prohibiste disparar ¿verdad?
– Quizá. O tal vez pensé que ese champán que has estado bebiendo ha inclinado las posibilidades a mi favor.
– Yo no contaría demasiado con el champán -era un falso envalentonamiento. Aunque no lo admitiría, había bebido demasiado.
Verónica descendió hasta ellos, su diversión habitual había desaparecido.
– ¿Por qué estás haciendo esto? Si esto fuera Viena, sería diferente pero es Charleston. Kit, sabes que te condenaran al ostracismo.
– No me importa.
Verónica se giró hacía Cain.
– ¿Y tú… cómo puedes tomar parte en esto?
Sus palabras cayeron en oídos sordos. Will Bonnett había reaparecido con su caja de pistolas, y Kit y Cain fueron arrastrados hasta el jardín por la puerta trasera.
20
A pesar de ser una noche sin luna, el jardín brillaba tan intensamente como si fuese de día. Se habían encendido nuevas velas sobre las repisas de hierro, y las lámparas de queroseno habían sido sacadas al exterior. Una docena de botellas de champán estaban colocadas a lo largo del muro de ladrillo. Verónica observó que solamente la mitad estaban vacías y dio apresuradamente órdenes al mayordomo para cambiar las llenas. El honor podría estar en juego, pero no iba a ver como desperdiciaban un buen champán.
Los sureños gimieron cuando vieron las pistolas gemelas que Bonnett había llevado. Eran la versión confederada del revólver Colt, liso y útil, con los mangos de nogal y con una estructura de latón en lugar de la estructura de acero más cara de la Colt. Pero eran pesadas, diseñadas para ser usadas por un hombre en época de guerra. No era pistola para una mujer.
Kit, sin embargo, estaba acostumbrada al peso y apenas lo notó cuando sacó el arma más cercana de su caja. Insertó seis de los cartuchos que Will le había proporcionado en la recamara vacía del cilindro y tiro de la palanca de carga al mismo tiempo que los introducía en su sitio. Luego ajustó los seis casquillos de cobre en el otro extremo del cilindro. Sus dedos eran más pequeños que los de Cain, y terminó primero.
Se marcó la distancia. Se mantendrían a veinticinco pasos de sus blancos. Cada uno efectuaría seis disparos. Las damas primero.
Kit caminó hasta la borrosa línea que había sido grabada en la grava. Bajo circunstancias normales, las botellas habrían supuesto un pequeño desafío para ella, pero su cabeza daba vueltas a causa de demasiadas copas de champán.
Se giró de lado hacia el blanco y levantó el brazo. En cuanto observó a través de la mira, se obligó a olvidarse de todo excepto de lo que debía hacer. Apretó el gatillo, y la botella estalló.
Hubo exclamaciones sorprendidas que provenían de los hombres.
Ella se desplazó hacia la botella siguiente, pero su éxito la había hecho descuidada y se olvidó de tomar en cuenta esas copas de champán de más. Disparó demasiado rápido y falló el segundo blanco.
Cain miró desde un costado como eliminaba las cuatro botellas siguientes. Su ira dio paso a la admiración. Cinco de seis y ni siquiera estaba sobria. Maldición, era una mujer diabólica. Había algo primitivo y maravilloso en la forma en que se mantenía erguida destacando contra las llamas de las velas con el brazo extendido, y el mortal revólver contrastando con su belleza. Si pudiera manejarla mejor. Si pudiera…
Ella bajó el revólver y se giró hacia él, sus oscuras cejas se alzaron con expresión de triunfo. Parecía tan contenta que él no pudo reprimir del todo una sonrisa.
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