– Quiero besarte y hacerte el amor más de lo que nunca he querido nada.

– ¿Entonces, por qué no lo haces?

Él contempló el rostro alzado hacia él, y el asombro se reflejó en su expresión.

– ¿Me dejarías hacer el amor contigo después de encontrarme con otra mujer?

El dolor era una puñalada afilada, pero lo superó.

– Supongo que en parte soy la responsable. Pero será mejor que no vuelva a ocurrir.

– No -su sonrisa era suave y tierna-. Amas de la misma forma que haces todo lo demás ¿verdad? Sin condiciones. Te llevó menos tiempo que a mí descubrir como hacerlo bien.

Él retrocedió.

– Te voy a soltar ahora mismo. No será fácil pero hay algunas cosas que debo decirte, y no puedo pensar correctamente cuando te estoy abrazando así.

La soltó con una agonizante lentitud y se alejó sólo lo suficiente como para no tocarla.

– Mucho antes de abandonarte sabía que te amaba, pero no fui tan inteligente como tú. Traté de atarte y ponerte condiciones. No tuve las agallas para ir hacia tí y decirte cómo me sentía, de la misma forma en que tú lo acabas de hacer. En lugar de ello, salí corriendo. Justo como he hecho toda mi vida cuando sentía algo o a alguien acercarse demasiado a mí. Bien, estoy cansado de correr, Kit. No tengo ninguna forma de probártelo. No tengo un estandarte para agitarlo bajo tus narices. Pero te amo y me marchaba a recuperarte. Ya me había decidido. De hecho, justamente iba a decirle a Ruby que me iba cuando irrumpiste por esa puerta.

A pesar del inconfundible mensaje de amor que estaba escuchando, Kit no pudo evitar una mueca de dolor ante la mención del nombre de la cantinera.

– Apaga ese fuego de tus ojos, Kit. Debo hablarte de Ruby.

Pero Kit no quería escucharlo. Sacudió la cabeza y trató de luchar contra la traición que suponía lo que él había hecho.

– Quiero que me escuches -insistió él-. No más secretos, aunque esta parte no es fácil para mí -respiró profundamente-. Yo… yo no he sido el mejor amante del mundo desde que te dejé. No he… no he sido ningún tipo de amante en absoluto. Durante mucho tiempo me mantuve lejos de las mujeres, de modo que no pensaba en ello. Luego vine a trabajar a La Rosa Amarilla, y Ruby estaba bastante decidida, pero lo que viste hoy fue totalmente unilateral por su parte. Nunca la he tocado.

El ánimo de Kit renació.

Él se metió una mano en el bolsillo y se apartó ligeramente de ella, una parte de su anterior tensión volvió.

– Sé lo que supones. Ruby no es muy bella, pero eso es distinto para un hombre. Tanto tiempo sin una mujer, y ella se me insinuaba continuamente…viniendo a mi habitación vestida como la has visto hoy, dejándome ver claramente sus intenciones. ¡Pero no he sentido nada por ella!

Dejó de hablar y la miró como si esperara algo. Kit estaba empezando a desconcertarse. Parecía más un hombre que confiesa una infidelidad, que uno que confiesa su fidelidad. ¿Habría algo más?

Su confusión debía notarse.

– ¿No lo entiendes Kit? ¡Ella se ofrecía en cualquier sitio y a mí no me excitaba!

Ahora Kit entendió y la felicidad explotó dentro de ella como si el mundo entero hubiese sido creado de nuevo.

– ¿Estás preocupado por tu virilidad? ¡Oh cariño! -con una gran carcajada, se lanzó a través de la habitación hacía sus brazos. Cogió su cabeza y la bajó, llevando su boca a la suya. Ella hablaba, reía y lo besaba todo al mismo tiempo-. Oh cariño, mi amor… mi querido y gran tonto. ¡Cómo te amo!

Fue un sonido ronco y firme, desde lo más profundo de su garganta, y entonces él la atrapó en sus brazos. Su boca se volvió insaciable.

El beso fue intenso y dulce, lleno del amor del que por fin habían hablado, del dolor que finalmente habían compartido.

Pero habían estado separados durante demasiado tiempo, y a sus cuerpos no les bastaban sólo los besos. Cain, que solo unos momentos antes había dudado de su virilidad, ahora se encontraba dolorido por el deseo. Kit lo sintió, lo anheló, y en el último instante antes de perder la razón, recordó que no se lo había contado todo.

Con su última pizca de voluntad, se retiró y dijo con voz entrecortada

– No he venido sola.

Sus ojos estaban vidriosos por la pasión, y pasó un momento antes de que él entendiera.

– ¿No?

– No, yo…Miss Dolly ha venido conmigo.

– ¡Miss Dolly! -Cain se río, un alegre rugido que comenzaba en sus botas y que crecía más fuerte hacía arriba-. ¿Has traído a Miss Dolly a Texas?

– He tenido que hacerlo. No me dejaba marcharme sin ella. Y tú mismo dijiste que estábamos obligados a cargar con ella. Es nuestra familia. Además, la necesito.

– Oh, eres dulce… Dios mió, cómo te amo -se acercó otra vez, pero ella retrocedió rápidamente.

– Quiero que vengas al hotel.

– ¿Ahora?

– Sí. Tengo algo que enseñarte.

– ¿Tengo que verlo ahora mismo?

– Oh, sí. Definitivamente ahora mismo.


***

Cain señaló algunos de los lugares de interés de San Carlos mientras andaban por la desigual acera de madera. Mantenía su mano apretando la de ella colocado en el hueco de su codo, pero sus respuestas distraídas pronto hicieron evidente que sus pensamientos estaban en otro lugar. Contento con el simple hecho de tenerla junto a él, se calló.

Miss Dolly estaba esperando en la habitación que Kit había alquilado. Se rió como una colegiala cuando Cain la cogió y la abrazó. Después, con un rápido y preocupado vistazo a Kit, se marchó para visitar la tienda general al otro lado de la calle, y hacer algunas compras para sus queridos y canosos niños.

Cuando la puerta se cerró tras ella, Kit se giró hacia Cain. Estaba pálida y nerviosa.

– ¿Que pasa? -preguntó él.

– Tengo una… una especie de regalo para ti.

– ¿Un regalo? Pero yo no tengo nada para ti.

– Eso no es… exactamente verdad -dijo ella con indecisión.

Perplejo la observó escabullirse por una segunda puerta que llevaba a una habitación contigua. Cuando volvió, sujetaba un pequeño bulto blanco en sus brazos.

Se acercó a él despacio, con una expresión tan llena de súplica que casi le rompió el corazón. Y entonces el bulto se movió.

– Tienes una hija -dijo en voz baja-. Su nombre es Elizabeth, pero yo la llamo Beth. Beth Cain.

Él miró hacia abajo, a un diminuto rostro en forma de corazón. Todo en ella era delicado y estaba perfectamente formado. Tenía una pelusa de pelo rubio claro, pequeñas cejas oscuras, y una nariz minúscula. Sintió un fuerte pinchazo en las entrañas. ¿Había ayudado a crear algo tan perfecto? Y entonces el corazón bostezó y agito sus rosados parpados hasta abrirlos, y en un segundo, perdió su corazón por un par de ojos violetas.

Kit vio cómo esto ocurría entre ellos de forma inmediata y sintió que nada en su vida, podría ser alguna vez tan dulce como este momento. Apartó la mantita de modo que él pudiera ver el resto de ella. Entonces le ofreció a la niña.

Cain la contempló con aire vacilante.

– Vamos -sonrió tiernamente-. Cógela.

Él tomo al bebé en su pecho, sus grandes manos casi abarcaban el pequeño cuerpo. Beth se movió y giró la cabeza para mirar al nuevo extraño que la estaba sujetando.

– Hola, Corazón -dijo en un susurro.


***

Cain y Kit pasaron el resto de la tarde jugando con su hija. Kit la desvistió para que así su padre pudiera contarle los dedos de las manos y de los pies. Beth realizó todos sus trucos como una campeona: Sonriendo con los ruidos graciosos que le dirigían, tratando de agarrar los grandes dedos que había puestos a su alcance, y haciendo felices sonidos de bebé cuándo su padre soplaba en su barriga.

Miss Dolly les hizo una breve visita, y cuando vio que todo iba bien, desapareció en la otra habitación y se echó para tomar su propia siesta. La vida era peculiar, pensó, cuando estaba apunto de dormirse, pero también era interesante. Ahora tenía a la pequeña y dulce Elizabeth en quien pensar. Era indudablemente su responsabilidad. Después de todo, apenas podía contar con Katharine Louise para asegurarse que la niña recibiera la instrucción necesaria para ser una gran dama. Había tanto que hacer. Su cabeza empezó a dar vueltas como una peonza. Era una tragedia, desde luego, lo qué estaba ocurriendo en la Cámara del Tribunal de Appomattox, pero probablemente fuese lo mejor para todos.

Ahora estaba demasiado ocupada para preocuparse por el resultado de la guerra…

En la otra habitación, Beth empezó finalmente a inquietarse. Cuando frunció la boca y dirigió un resuelto aullido de protesta hacia su madre, Cain pareció alarmado.

– ¿Qué le pasa?

– Está hambrienta. He olvidado alimentarla.

Cogió a Beth de la cama donde habían estado jugando, y la llevó a una silla cerca de la ventana. Cuando se sentó, Beth giró la cabeza y empezó a hociquear en el tejido gris paloma que cubría el pecho de su madre. Cuándo no ocurrió nada de forma inmediata, se puso más frenética.

Kit la contempló, entendiendo su necesidad, pero de repente se sintió tímida por realizar este acto tan íntimo frente a su marido.

Cain estaba tendido repantigado al otro lado de la cama, mirándolas. Vio la angustia de su hija e intuía la timidez de Kit. Despacio se puso de pie y se acercó a ellas. Extendió la mano y tocó a Kit en la mejilla. Luego la bajó a la cascada de encaje gris de su garganta. Suavemente la aflojó con los dedos para exponer una fila de botones rosa perla que había debajo. Los desabrochó y apartó el vestido.

La cinta azul de su camisola interior se soltó con un único tirón. Él vio los regueros de sentimentales lágrimas en las mejillas de Kit y se inclinó para besarlas. Luego abrió la camisola de modo que su hija pudiese alimentarse.

Beth se agarró ferozmente con su diminuta boca. Cain rió y besó los regordetes pliegues de su cuello. Luego giró la cabeza y sus labios tocaron el lleno y dulce pecho que la alimentaba. Cuando los dedos de Kit se enrollaron en su pelo, él supo finalmente que tenía un hogar y que nada sobre la tierra lo haría abandonarlo.


***

Todavía había promesas que debían ser selladas entre ellos. Esa noche, con Beth arropada segura en la cama donde Miss Dolly podría velar por ella, salieron a caballo hacia un cañón al norte de la ciudad.

Mientras montaban, hablaron de los meses perdidos entre ellos, al principio solamente de los acontecimientos y luego de sus sentimientos. Hablaban en voz baja, a veces en la mitad de una frase, terminaban frecuentemente los pensamientos el uno del otro. Cain habló de su culpa por abandonarla, abrumado ahora que sabía que estaba embarazada. Kit habló de la forma en que había utilizado Risen Glory como una brecha para mantenerlos separados. Compartir su culpabilidad debería haber sido difícil, pero no lo fue.

Ni tampoco lo fue el perdón mutuo que se ofrecieron.

Vacilantemente al principio y luego con más entusiasmo, Cain le habló de un trozo de tierra que había visto al este, cerca de Dallas.

– ¿Cómo te sentirías si construyera otro molino de algodón? El algodón se va a convertir en un gran cultivo en Texas, más grande que en cualquier otro estado del Sur. Y Dallas parece un buen lugar para criar una familia -la miró fijamente-. O tal vez quieras volver a Carolina del Sur y construir allí otro molino. También estará bien para mí.

Kit sonrió.

– Me gusta Texas. Parece el lugar adecuado para nosotros. Una tierra nueva y una vida nueva.

Durante algún tiempo montaron silenciosamente satisfechos. Finalmente, Cain habló.

– No me has dicho quién ha comprado Risen Glory. Diez dólares el acre. Todavía no puedo creer que lo vendieras por eso.

– Es un hombre especial -lo miró maliciosamente-. Puede que lo recuerdes. Magnus Owen.

Cain echó la cabeza hacía atrás y rió.

– Magnus tiene Risen Glory y Sophronia tiene tu fondo fiduciario.

– Simplemente parecía lo correcto.

– Muy correcto.

Las sombras profundas y frías de la noche los envolvieron cuando entraron en el pequeño y desierto cañón. Cain ató los caballos a un sauce negro, sacó su saco de dormir de detrás de la silla, y cogió a Kit de la mano. La llevó al borde de un pequeño arroyo que serpenteaba a través del suelo del cañón. La luna los miraba, una redonda y brillante esfera que pronto los bañaría con su luz plateada.

Miró hacia ella. Llevaba un sombrero de ala plana y una de sus camisas de franela sobre unos pantalones de montar color beige.

– No pareces muy distinta de cuando te hice bajar de mi muro. Excepto que ahora, nadie podría confundirte con un chico.

Sus ojos se desplazaron hacia sus pechos, visibles incluso bajo su enorme camisa y ella lo deleitó con su rubor. Alisó el saco de dormir, le quitó el sombrero y después se quitó el suyo, y dejó ambos en la mohosa orilla del arroyo.