Un hombre. Las chicas eran débiles y suaves, por eso había borrado todo rastro femenino en ella para hacerse dura y fuerte como cualquier hombre. Siempre que no olvidara eso, todo iría bien.

Todavía se sentía indispuesta mientras estaba de pie delante de las cabezas de los dos caballos grises y esperaba que Cain saliera de la casa. Se había lavado un poco la cara y se había cambiado de ropa, aunque también estaba sucia, y por lo tanto no había mucha diferencia.

Cuando Cain bajó las escaleras de la casa, miró los calzones remendados y la descolorida camisa azul de su chico de establo. Si era posible, parecía que el chico tenía peor aspecto. Estudió lo que podía ver del rostro del muchacho debajo de ese sombrero roto y pensó que la barbilla quizás estaba un poco más limpia. Probablemente no debería haber contratado al tunante, pero el chico le hacía sonreír más que nadie que recordara.

Desgraciadamente la actividad vespertina sería menos divertida. Deseó no haberse dejado convencer para dar un paseo con Dora por Central Park. Aunque los dos conocían las reglas desde el principio, sospechaba que ella quería una relación más permanente, y trataría de sacar partido de la privacidad que ofrecía el paseo para presionarle. A menos que tuvieran compañía…

– Sube detrás chico. Es hora de que veas algo de la ciudad de Nueva York.

– ¿Yo?

Él sonrió ante el asombro del chico.

– No veo por aquí a nadie más. Necesito que alguien me sujete los caballos -y evitar una invitación de Dora para ser un miembro permanente de la familia Van Ness.

Kit miró fijamente al yanqui de ojos grises, ojos de rebelde asesino y tragó con fuerza. Después se subió al asiento de cuero tapizado. Cuanto menos lo tuviera enfrente, menos probabilidades tenía de pillarla.

Mientras conducía expertamente a través de las calles, Cain le iba señalando las atracciones de la ciudad y su placer por los nuevos monumentos empezó a superar su prudencia. Pasaron por el famoso restaurante Delmonico's y el Teatro Wallach, donde Charlotte Cushman aparecía en Oliver Twist. Kit observó a gente elegantemente vestida salir de las tiendas y los hoteles que rodeaban la exuberante vegetación del Madison Square, y más hacía el norte admiró las elegantes e imponentes mansiones.

Cain paró el coche delante de una de ellas.

– Cuida los caballos, chico. No tardaré mucho.

Al principio a Kit no le molestó esperar. Estaba absorta observando las majestuosas mansiones y los estupendos carruajes que pasaban con gente bien vestida en su interior. Pero entonces se acordó de Charleston, reducida a escombros, y la familiar amargura se renovó dentro de ella.

– Es un DIA perfecto para pasear. Y tengo una historia divertidísima que contarte.

Kit se giró y vio a una elegante mujer de rizos rubios y boca bonita, haciendo una mueca mientras bajaba los escalones de la entrada del brazo de Cain. Iba vestida con un vistoso vestido rosa y llevaba una sombrilla de encaje blanca para proteger su pálida piel del sol de la tarde. Completaba el atuendo un pequeño sombrero que parecía espuma en la parte alta de su cabeza. Kit la detestó a primera vista.

Cain ayudó a la mujer a subir al coche y a acomodar sus faldas. La opinión de Kit sobre él cayó aún más bajo. Si este era el tipo de mujer que a él le gustaba, no era tan inteligente como había pensado.

Puso la bota en el escalón de hierro y se balanceó hacía el asiento trasero. La mujer se giró con asombro.

– Baron ¿quién es esta criatura asquerosa?

– ¿Quién es aquí asquerosa? -Kit se incorporó en el asiento, con los puños en posición de pelea.

– Siéntate -dijo Cain casi ladrado.

Ella le miró airadamente, pero su expresión de rebelde asesino no parpadeó. De mala gana, se hundió de nuevo en el asiento, y se puso a mirar fijamente ese tonto y coqueto sombrerito blanco y rosa.

Cain deslizó suavemente el carruaje por el tráfico.

– Kit es mi chico de establo, Dora. Lo llevo para que se quede con los caballos en caso de que decidas pasear a pie por el parque.

Las cintas del sombrerito de Dora bailaron.

– Hace demasiado calor para caminar.

Cain se encogió de hombros. Dora ajustó su sombrilla y permaneció en un silencio que denotaba indignación, pero para satisfacción de Kit, Cain no le prestó ninguna atención.

A diferencia de Dora, Kit no era propensa a enfurruñarse, y disfrutó del placer de una brillante tarde de verano y de los monumentos que él seguía señalándole. Esta era seguramente la única oportunidad que tendría de ver la ciudad de Nueva York, y aunque tuviera de guía a su enemigo jurado, pensaba disfrutarlo.

– Esto es Central Park.

– No entiendo por qué lo llamáis así. Cualquier idiota puede ver que está al norte de la ciudad.

– Nueva York está creciendo muy deprisa -dijo Cain-. Ahora mismo no hay nada alrededor del parque. Unas chabolas, alguna granja. Pero dentro de pocos años habrá edificios por todas partes.

Kit estaba a punto de expresar su escepticismo cuando Dora giró en su asiento y la miró con una luz deslumbradoramente abrasadora. El mensaje decía claramente que Kit no debía abrir otra vez la boca.

Con una sonrisa afectada en su rostro, Dora se volvió hacia Cain y tocó su antebrazo con una mano enguantada en malla rosa.

– Baron, tengo una historia muy divertida que contarte de Sugar Plum.

– ¿Sugar qué?

– Ya sabes. Mi querido perrito de raza pug.

Kit hizo una mueca y se echó hacía atrás en el asiento. Miró el juego de luces mientras el coche pasaba por un camino bordeado de árboles que corría a través del parque. Otra vez se encontró así misma observando el sombrerito de Dora. ¿Por qué llevaría alguien algo tan tonto? ¿Y por qué no podía apartar los ojos de él?

Un landó negro con dos mujeres sentadas pasó en dirección contraria, y Kit observó con qué descaro miraban a Cain. Parecía que todas las mujeres se volvían tontas a su alrededor. Él sabía cómo manejar los caballos, eso tenía que reconocerlo. Aunque sin duda no era eso lo que atraía a esas mujeres.

Estaban interesadas en él como hombre.

Trató de estudiarlo objetivamente. Era hermoso el hijo de puta, no había duda de eso. Su pelo era del mismo color del trigo antes de la cosecha, y se le rizaba un poco en el cuello. Cuando se giró para hacer un comentario a Dora, su perfil quedó definido contra el cielo, y ella decidió que había algo pagano en él, como un dibujo que había visto de un vikingo… una ceja suave, elevada, una nariz recta y una mandíbula firme.

– … entonces Sugar Plum empujó lejos el bombón de frambuesa con su nariz y en su lugar eligió uno de limón. ¿No es la cosa más dulce que has escuchado nunca?

Pugs y bombones de frambuesa. La mujer era una maldita tonta. Kit suspiró en voz alta.

Cain se volvió hacia atrás.

– ¿Pasa algo?

Ella trató de ser cortés.

– No me gustan mucho los pugs.

La comisura de la boca de Cain tembló visiblemente.

– ¿Y eso por qué?

– ¿Quiere mi sincera opinión?

– Oh, por supuesto.

Kit lanzó una mirada de repulsión a la espalda de Dora.

– Los pugs son unos perros mariquitas.

Cain se rió entre dientes.

– ¡Este niño es un impertinente!

Cain ignoró a Dora.

– ¿Prefieres los mutts, Kit? He observado que pasas mucho tiempo con Merlín.

– Merlín pasa el tiempo conmigo, no al revés. Y no me importa lo que dice Magnus: "Este perro es más inútil que un corsé en un burdel".

– ¡Baron!

Cain hizo un extraño ruido con la boca antes de recuperar la serenidad.

– Quizá deberías acordarte que hay una dama presente.

– Sí, señor -murmuró Kit, aunque creía que no había dicho nada malo.

– Este chico no conoce su lugar -dijo Dora bajito-. Yo despediría a cualquier criado que se comportara de forma tan extravagante.

– Entonces supongo que es bueno que trabaje para mí.

Él no había elevado la voz, pero la advertencia era clara y Dora enrojeció.

Estaban acercándose el lago, y Cain detuvo el carruaje.

– Mi chico de establo no es un criado común -continuó él, con tono ligero-. Es discípulo de Ralph Waldo Emerson.

Kit dejó de mirar a lo lejos a una familia de cisnes que se deslizaban entre las canoas para ver si él se estaba burlando de ella, pero no lo parecía. En su lugar él puso el brazo sobre la espalda del asiento de cuero y se giró para mirarla.

– ¿El único escritor que conoces es el señor Emerson, Kit?

La rabieta indignada de Dora puso parlanchina a Kit.

– Oh no, leo todo lo que cae en mis manos. Ben Franklin desde luego, aunque todo el mundo lo lee. Thoreau, Jonathan Swift. Edgar Allan Poe cuando estoy de humor. No me gusta mucho la poesía, pero de lo demás generalmente tengo un apetito voraz.

– Ya veo. Quizás no has leído a los poetas adecuados. Walt Whitman por ejemplo.

– Nunca he oído hablar de él.

– Es un neoyorquino. Trabajó como enfermero durante la guerra.

– No creo que pueda soportar a un poeta yanqui.

Cain levantó una ceja divertido.

– Me decepcionas. Seguramente un intelectual como tú no puede permitir que esos prejuicios interfieran para disfrutar de gran literatura.

Él estaba riéndose de ella, y sintió burbujear su rabia.

– Estoy sorprendido que hasta recuerde el nombre de un poeta, Major, la verdad es que no tiene mucha pinta de lector. Pero supongo que eso es común en los hombres tan grandes. Tantos músculos en sus cuerpos, y no ejercitan mucho el cerebro.

– ¡Impertinente!- Dora miró a Cain con una mirada de ¿lo-has-visto?

Cain la ignoró y estudió a Kit más detenidamente. El chico tenía agallas, no había duda. No podía tener más de trece años, la misma edad que Cain tenía cuando se escapó. Pero entonces Cain casi había alcanzado ya su altura adulta, mientras Kit era pequeño, poco más de metro cincuenta.

Cain se fijó en lo delicados que eran los rasgos del sucio chico: El rostro en forma de corazón, la pequeña nariz con una decidida inclinación ascendente, y esos ojos violetas rodeados de espesas pestañas. Eran el tipo de ojos hermosos en una mujer, pero parecían fuera de lugar en un chico y lo serían incluso más cuando Kit creciera y se hiciera un hombre.

Kit rechazó acobardarse bajo su escrutinio, y Cain reconoció una chispa de admiración. La delicadeza de sus características tenía probablemente algo de relación con sus agallas. Un chico de aspecto tan delicado habría tenido que defenderse de bastantes peleas. Todavía era demasiado joven para valerse por sí mismo, y Cain sabía que debería llevarlo a un orfanato. Pero incluso mientras consideraba la idea, sabía que no lo haría. Había algo en Kit que le recordaba a él a su edad. Había sido firme y tenaz andando por la vida afrontándola sin un titubeo. Sería como cortar las alas de un pájaro encerrar a este chico en un orfanato. Además era bueno con los caballos.

La necesidad de Dora de estar sola con él superó finalmente su aversión a hacer ejercicio, y le pidió bajar a pasear por el lago. Allí se desarrolló la molesta y previsible escena que esperaba. Era por su culpa. Había dejado que el sexo superara a su buen juicio.

Fue un alivio volver al carruaje donde Kit había empezado una conversación con el hombre que alquilaba las canoas y dos señoras de la noche brillantemente maquilladas para un paseo antes de irse a trabajar.


***

Esa noche después de cenar Kit se tumbó en su lugar favorito al lado de la puerta del establo, con el brazo apoyado en la cálida espalda de Merlin. Se encontró recordando algo extraño que le había dicho Magnus hacía un rato mientras admiraba a Apolo.

– El Major pronto se desprenderá de él.

– ¿Por qué? -había dicho ella-. Apolo es increíblemente hermoso.

– Por supuesto que lo es. Pero el Major no se queda mucho con las cosas que le gustan.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Regala sus caballos y sus libros antes de poder estar demasiado atado a ellos. Es su forma de ser.

Kit no podía imaginarlo. Eran las cosas que te mantenían anclado a la vida. Pero quizá el Major no quería estar anclado a nada.

Se tocó el cabello bajo su sombrero, y una imagen del sombrerito rosa y blanco de Dora Van Ness le llegó a la mente. Era tonto. El sombrero no era nada más que unos pocos trozos de seda y encaje. Pero no podía apartarlo de su mente. Continuó imaginando que aspecto tendría ella llevando esa ropa.

¿Qué le pasaba? Se quitó el sombrero roto y lo golpeó bruscamente contra el suelo. Merlín levantó la cabeza y la miró con sorpresa.

– No pasa nada, Merlín. Todos estos yanquis están metiendo ideas extrañas en mi cabeza. Como si necesitara la distracción de pensar en sombreritos.

Merlín la miró con detenimiento con sus sentimentales ojos castaños. No le gustaba admitirlo, pero le iba a echar de menos cuando se fuera a casa. Pensó en Risen Glory. Dentro de un año, tendría levantada la vieja plantación.