Decidiendo que la misteriosa crisis humana había terminado, Merlín volvió a poner la cabeza sobre su muslo. Distraídamente Kit manoseó una de sus largas y sedosas orejas. Odiaba esta ciudad. La enfermaban los yanquis y el sonido del tráfico incluso por la noche. La disgustaba tener que llevar ese asqueroso sombrero y sobre todo, la enojaba que todos la llamaran "chico".
Qué ironía. Toda su vida había odiado todo lo que tenía que ver con lo femenino, pero ahora que todo el mundo pensaba que era un chico, también lo odiaba. Quizás era una especie de mutante.
Se tocó distraídamente las puntas de su pelo sucio. Cuando el bastardo yanqui la había llamado hoy chico, se había sentido más que enferma. Él era tan arrogante, estaba tan seguro de sí mismo. Se había fijado en los ojos llorosos de Dora después de que volvieron de su paseo por el lago. La mujer era tonta pero Kit había sentido un instante de simpatía hacia ella. De formas distintas, pero las dos sufrían por culpa de él.
Acarició con los dedos el lomo del perro y repasó su plan. No era infalible, pero en general, estaba satisfecha. Y decidida. Seguramente sólo tendría una oportunidad para matar a ese demonio yanqui, y no tenía intención de fallar.
A la mañana siguiente Cain le tiró una copia de Hojas de hierba de Walt Whitman.
– Quédatelo.
2
Hamilton Woodward estaba de pie cuando Cain pasó a través de las puertas de caoba de su despacho privado de abogados. De modo que este era el famoso Héroe de Missionary Ridge, el hombre que estaba vaciando los bolsillos de los financieros más ricos de Nueva York. No iba vestido demasiado llamativo, lo que decía mucho a su favor. Su chaleco a rayas y la corbata marrón oscuro parecían caros, pero conservadores y su levita gris perla se le adaptaba a la perfección. De todas formas había algo no exactamente respetable en este hombre. Era algo más que su reputación, aunque eso era algo inexcusable. Quizá era la forma en que andaba, como si fuera el amo de la habitación dónde acababa de entrar.
El abogado dio la vuelta a su escritorio y le ofreció la mano.
– ¿Cómo está usted señor Cain? Soy Hamilton Woodward.
– Señor Woodward.
Mientras Cain le estrechaba la mano, lo evaluaba mentalmente. Era un hombre obeso de mediana edad. Competente. Pomposo. Probablemente un jugador de póker lamentable.
Woodward indicó un sillón de cuero delante de su escritorio.
– Lamento haberle avisado con tan poco tiempo, pero ya se ha retrasado este asunto más de lo normal. Y no por mi culpa, tengo de añadir. Apenas me enteré ayer, y le aseguro que nadie en este despacho es tan arrogante como para haber obviado un asunto tan importante. Especialmente cuándo concierne a un hombre al que todos estamos en deuda. Por su coraje en la guerra.
– Su carta decía solamente que quería hablar conmigo de algo de vital importancia -le interrumpió Cain. Le disgustaba la gente que alababa sus hazañas en la guerra, como si lo que había hecho pudiera escribirse en una pancarta y colgarla para que todos pudieran leerla.
Woodward cogió unas gafas y se colocó los alambres detrás de las orejas.
– ¿Usted es el hijo de Rosemary Simpson Cain… últimamente Rosemary Weston?
Cain como buen jugador de póker había aprendido a esconder sus sentimientos, pero ahora fue difícil no demostrar las feas sensaciones que le embargaron.
– No estaba al tanto que se había vuelto a casar, pero sí ese es el nombre de mi madre.
– ¿Era su nombre, querrá usted decir? -Woodward le enseñó un papel.
– ¿Ella está muerta entonces? -Cain no sintió nada.
La rechoncha mandíbula del abogado tembló como lamentándose.
– Lo siento. Pensaba que lo sabía. Murió hace casi cuatro meses. Perdóneme por haberle dado la noticia tan bruscamente.
– No se moleste en disculparse. No he visto a mi madre desde que tenía diez años. Su muerte no me dice nada.
Woodward removió los papeles ante él, pareciendo no saber que responder a un hombre que reaccionaba tan fríamente ante la muerte de su madre.
– Yo, uh, tengo una carta que me envió un abogado de Charleston de nombre W. D. Ritter que representaba a su madre -se aclaró la garganta-. El señor Ritter me informa que contacte con usted para entregarle las últimas voluntades de su madre.
– No tengo interés.
– Sí, bueno, eso ya lo veremos. Hace diez años su madre se casó con un hombre llamado Garrett Weston. Él era el propietario de Risen Glory, una plantación de algodón no lejos de Charleston, y cuándo a él le mataron en Shiloh, le dejó la plantación a su madre. Hace cuatro meses ella murió de gripe, y parece que le ha dejado a usted la plantación.
Cain no demostró su sorpresa.
– No he visto a mi madre en dieciséis años. ¿Por qué haría algo así?
– El señor Ritter incluyó una carta que ella le escribió poco antes de morir. Tal vez en ella le explique los motivos -Woodward sacó una carta sellada de la carpeta y la puso delante de él encima de la mesa.
Cain la cogió y la metió en el bolsillo de su levita.
– ¿Qué sabe usted de la plantación?
– Al parecer era bastante próspera, pero la guerra la ha dejado en ruinas. Con trabajo, se podría levantar. Desgraciadamente no hay dinero junto a este legado. Y también está el tema de la hija de Weston, Katharine Louise.
Ahora Cain no se molestó en esconder su sorpresa.
– ¿Está usted diciéndome que tengo una medio hermana?
– No, no. Ella es hermanastra. No hay relación de sangre. La chica es la hija de Weston de un matrimonio anterior. Sin embargo, ella le concierne.
– No puedo imaginar por qué.
– Su abuela le dejó mucho dinero, afortunadamente en un banco del Norte. Quince mil dólares para ser exactos, pero no podrá hacer uso de ellos hasta que cumpla veintitrés años, o se case, lo que ocurra primero. Usted ha sido nombrado su administrador y tutor.
– ¡Tutor! -Cain explotó y se incorporó de golpe en el sillón de cuero.
Woodward se encogió en su propia silla.
– ¿Qué podía hacer su madre? La chica apenas tiene dieciocho años. Hay una sustancial suma de dinero implicado y ningún otro familiar.
Cain se inclinó hacia adelante sobre la reluciente superficie de caoba del escritorio.
– No voy a coger la responsabilidad de una chica de dieciocho años o una plantación de algodón en decadencia.
Woodward hizo una mueca.
– Es su decisión, desde luego, y estoy de acuerdo en que un hombre tan… mundano como usted tenga la tutela de una joven dama es algo irregular. Cuando vaya a Charleston para inspeccionar la plantación, puede hablar con el señor Ritter y comunicarle a él su decisión.
– No hay ninguna decisión -dijo Cain terminantemente-. No pedí esta herencia y no la quiero. Escriba a su colega Ritter y ordénele encontrar a otro pardillo.
Cain estaba de pésimo humor cuando llegó a su casa, y no mejoró cuando su chico de establo no acudió a ayudarle con el coche.
– ¿Kit? ¿Dónde diablos estás? -le llamó dos veces antes de que el chico apareciera-. ¡Maldita sea! Si trabajas para mí, quiero que estés preparado cuando te necesito. ¡No me tengas esperando nunca más!
– Saludos también -se quejó Kit.
Saltó del coche ignorándolo y atravesó a zancadas el patio hasta la casa. Una vez dentro, se encerró en la biblioteca y echó whisky en un vaso. Sólo después de apurarlo, se sacó la carta que Woodward le había dado y rompió el sello de cera rojo.
Dentro había una sola hoja cubierta de una pequeña letra casi indescifrable.
6 De marzo de 1865
Querido Baron
Puedo imaginarme tu sorpresa al recibir una carta mía después de tantos años, aunque sea una carta desde la tumba. Un pensamiento morboso. No estoy preparada para morir. Pero la fiebre no remite, y me temo lo peor. Y mientras tengo fuerzas, intentaré arreglar los asuntos que he abandonado.
Si esperas de mí una disculpa, no recibirás ninguna. La vida con tu padre fue excepcionalmente aburrida. Yo no soy una mujer maternal y tú eras un niño muy rebelde. Demasiado duro para mí. Aunque tengo que reconocer que he seguido tus hazañas a través de los periódicos con algún interés. Me encantó enterarme de que te consideran un hombre importante.
Sin embargo, no quiero hablarte de eso ahora. Quería a mi segundo marido, Garrett Weston, que me hizo la vida muy agradable, y es por él por quién te escribo esta carta. Aunque nunca he podido soportar a su andrógina hija Katharine, supongo que comprendo que necesita alguien que la proteja hasta que sea mayor de edad. Por lo tanto te dejo Risen Glory con la esperanza que seas su tutor. Quizás rehúses. Aunque la plantación fue una vez la más próspera de la zona, la guerra ha destruido todo.
Independientemente de tu decisión, yo he descargado mi responsabilidad.
Tu madre
Rosemary Weston
Tras dieciséis años, eso era todo.
Kit escuchó las campanas del reloj de la iglesia Metodista del edificio de al lado, mientras se arrodillaba delante de la ventana abierta y miraba con detenimiento hacia la oscura casa. Baron Cain no viviría para ver el amanecer.
El aire crepuscular era pesado y metálico, anunciando una tormenta, y aún cuando su cuarto estaba todavía caliente del calor de la tarde, Kit temblaba. Odiaba las tormentas, sobre todo por la noche. Tal vez si hubiera tenido un padre para refugiarse en él cuando era niña, su miedo habría pasado. En cambio, se había acurrucado en su caseta cerca de los barracones de los esclavos, sola y aterrorizada, segura de que la tierra se abriría en cualquier momento y se la tragaría.
Cain había llegado finalmente a casa hacía media hora. La señora Simmons, las criadas y Magnus estaban fuera durante toda la noche, de modo que estaba en la casa sólo, y tan pronto como se hubiera dormido, el momento sería el ideal.
El retumbar distante de un trueno la acobardó. Trató de convencerse que la tormenta haría su trabajo más fácil. Escondería cualquier ruido que ella pudiera hacer cuándo entrara en la casa a través de la ventana de la despensa que había dejado abierta horas antes. Pero el pensamiento no la consoló. En su lugar se imaginó corriendo por esas calles extrañas y oscuras con una tormenta a su alrededor. Y que la tierra se abriría y se la tragaría.
Saltó cuando se iluminó el cuarto con otro relámpago. Para distraerse, trató de concentrarse en su plan. Había limpiado y lubricado el revólver de su padre y había releído "Confianza en sí mismo" del señor Emerson para infundirse coraje. Luego había hecho un atillo con sus posesiones y lo había ocultado detrás de la casa para poder cogerlo rápidamente.
Después de que matara a Cain, iría hacía los muelles por la calle Cortlandt donde cogería el primer transbordador hacia Jersey City. Allí se montaría en un tren hacia Charleston, sabiendo que la larga pesadilla que había empezado cuando habló con ese abogado de Charleston había terminado definitivamente. Con Cain muerto la voluntad de Rosemary no tendría efecto, y Risen Glory sería suyo. Todo lo que debía hacer era pillarlo en su dormitorio, apuntarle con la pistola y apretar el gatillo.
Se estremeció. En realidad, nunca había matado a un hombre, pero no podía pensar en estrenarse con alguien mejor que Baron Cain.
Debería estar ya dormido. Era el momento. Cogió el revólver cargado y bajó con cuidado los escalones, para no perturbar a Merlín mientras dejaba la cuadra. El sonido de otro trueno la hizo encogerse junto a la puerta. Se dijo que no era una niña y caminó por el patio hacía la casa, agachándose en unos arbustos al llegar a la ventana de la despensa.
Metió el revólver en la cintura de sus pantalones y trató de abrir la ventana. No cedió.
Empujó otra vez más fuerte pero no ocurrió nada. La ventana estaba cerrada.
Aturdida se apoyó en la pared. Sabía que su plan no era infalible, pero no esperaba fracasar tan pronto. La señora Simmonds debía haber visto el pestillo abierto.
Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer. Kit quiso correr de nuevo a su habitación y esconderse bajo las sábanas hasta que la tormenta pasara, pero se animó a sí misma, y rodeó la casa para buscar otra entrada. La lluvia empezó a caer más intensamente golpeándola a través de la camisa. Las ramas de un arce se movían con el viento. Subiéndose a una de ellas podría entrar por una ventana del segundo piso.
Su corazón palpitaba. La tormenta rugía encima de ella y su aliento se convirtió en jadeos asustados. Se forzó a coger una rama e impulsarse hacia arriba.
Un relámpago partió el cielo y el árbol tembló. Ella se aferró a la rama, aterrada por la fuerza de la tormenta y maldiciéndose por ser tan cobarde. Apretando los dientes, se obligó a subir hasta lo más alto. Finalmente logró estar en la rama que estaba más cerca de la casa, aunque la intensa lluvia le impedía medir la distancia.
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