– No te muevas a menos que yo te lo ordene, yanqui -escupió ella más envalentonada de lo que se sentía -. La próxima bala te volará la oreja.
– Tal vez sería mejor que me dijeras de que va todo esto.
– Es evidente.
– Compláceme.
Ella odió el aire débil de mofa en su voz.
– ¡Es Risen Glory, tú malvado hijo de puta! ¡Es mío! Y no tienes ningún derecho a quitármelo.
– Eso no es lo que dice la ley.
– No me importa la ley. No me importan el testamento, los tribunales ni nada de eso. Lo único que me importa es que Risen Glory es mío y ningún yanqui va a quitármelo.
– Si tu padre hubiera querido que fuese tuyo, te lo habría dejado a tí en lugar de a Rosemary.
– Esa mujer lo volvió ciego y sordo además de tonto.
– ¿Eso hizo?
Ella odió la mirada divertida de sus ojos, y quiso herirlo como la habían herido a ella.
– De todas formas, supongo que debería estarle agradecida -se mofó ella-. De no haber sido por lo fácil que era Rosemary para los hombres, los yanquis hubieran quemado la casa además de los campos. Tu madre era famosa por dar sus favores a todos los hombres que se lo pedían.
El rostro de Cain estaba sin expresión.
– Ella era una guarra.
– Eso es una verdad de Dios, yanqui. Y no voy a permitir que me quite lo que es mío incluso desde la tumba.
– Así que ahora vas a matarme.
Él sonó casi harto y sus manos empezaron a sudar.
– Contigo fuera de mi camino, Risen Glory será mía, lo que tenía que haber ocurrido desde el principio.
– Creo que tienes razón -se mofó él despacio-. Bien, estoy preparado. ¿Cómo quieres ocuparte de esto?
– ¿Qué?
– Matarme. ¿Cómo vas a hacerlo? ¿Quieres que te de la espalda de modo que no me mires a la cara cuando aprietes el gatillo?
La atrocidad superó su dolor.
– ¿Qué tipo de burrada estás diciendo? ¿Crees que podría respetarme a mí misma otra vez si disparo a un hombre por la espalda?
– Perdón, era sólo una sugerencia.
– Una tonta y maldita sugerencia -un hilo de sudor se deslizó hacia abajo por su cuello.
– Estaba tratando de hacerlo más fácil para tí, eso es todo.
– No te preocupes por mí, yanqui. Preocúpate por tu propia alma inmortal.
– Bien entonces. Adelante.
Ella tragó.
– Es el destino.
Ella levantó el brazo y miró el tambor de su revólver. Parecía tan pesado como un cañón en su mano.
– ¿Has matado alguna vez a un hombre, Kit?
– ¡Cállate! -las rodillas le temblaban tanto que el brazo había comenzado a moverse. Cain por el contrario parecía tan tranquilo como si estuviera preparándose para echarse una siesta.
– Dispárame bien entre los ojos -dijo él suavemente.
– ¡Cállate!
– Será rápido y seguro. La tapa de mis sesos saldrá volando, pero puedes manejar ese jaleo, ¿verdad Kit?
Su estómago se quejó.
– ¡Cállate! ¡Sólo cállate!
– Vamos, Kit. Termina con esto de una vez.
– ¡Cállate!
La pistola explotó. Una vez, dos, tres, cuatro, cinco. Y después el sonido del tambor vacio.
Cain se tiró al suelo con el primero disparo. Cuando el silencio volvió a la cocina levantó la cabeza. En la pared detrás de donde él estaba de pie, cinco agujeros formaron el dibujo perfecto de la cabeza de un hombre.
Kit se quedó con los hombros caídos y los brazos a los lados con el revólver colgando inútilmente de su mano.
Él se levantó aliviado y caminó hacía la pared que había recibido los balazos que estaban destinados a él. Mientras estudiaba el arco perfecto, sacudió despacio la cabeza.
– Tengo que decirte algo, chica. Eres un demonio disparando.
Para Kit, el mundo había terminado. Había perdido Risen Glory y no podía culpar a nadie más que a ella misma.
– Cobarde -susurró ella -. Soy una maldita cobarde, cobarde como una chica.
3
Cain hizo que Kit durmiera en una cama estrecha, en un dormitorio de la segunda planta en lugar de su agradable y polvorienta habitación encima de los establos. Sus órdenes fueron precisas. Hasta que decidiera qué hacer con ella, no volvería a trabajar con los caballos. Y si trataba de escaparse, él la alejaría de Risen Glory para siempre.
A la mañana siguiente huyó detrás de la cuadra y se acurrucó en el rincón con un libro tristemente titulado La vida sibarita de Louis XV, que había birlado de la biblioteca varios días antes. Al cabo de un rato se quedó dormida soñando con tormentas, sombreros, y el rey de Francia con su ruidosa amante, Madame Pompadour a través de unos campos de algodón desde donde se veía Risen Glory.
Cuando se despertó, se sentía insegura y desorientada. Se sentó desalentada dentro del establo de Apolo con los codos reposando en las grasientas perneras de sus pantalones. En toda su planificación nunca había previsto enfrentarse cara a cara con un hombre desarmado y apretar el gatillo.
La puerta del establo se abrió permitiendo entrar la débil luz de una tarde encapotada. Merlín llegó corriendo y se echó sobre Kit, golpeándola en el sombrero con su alegría. Magnus le seguía con un paso más lento, y sus botas aparecieron en su campo de visión.
Ella no quería levantar la mirada.
– No estoy de humor para una conversación ahora, Magnus.
– No puedo decir que esté asombrado. El Major me ha contado lo que pasó anoche. Es un truco muy feo, Señorita Kit.
Era la forma como la llamaban en casa, pero él hizo que sonara como un insulto.
– Lo que ocurrió anoche fue algo entre el Major y yo. No es asunto tuyo.
– No me gusta juzgar mal a la gente, y por lo que a mí respecta, no hay nada tuyo que sea asunto mío -recogió un cubo vacío y abandonó la cuadra.
Ella lanzó el libro al suelo, cogió un cepillo y se dirigió al establo que ocupaba una yegua pelirroja llamada Saratoga. No le importaban las órdenes que Cain le había dado. Si no permanecía ocupada, se volvería loca.
Acababa de meter las manos con el cepillo en las piernas traseras de Saratoga cuando oyó abrirse otra vez la puerta, enderezándose, dio la vuelta al caballo para ver a Cain de pie en el centro del pasillo, mirándola con ojos duros como el granito.
– Mis órdenes fueron claras, Kit. Nada de trabajar en la cuadra.
– El buen Señor me ha dado dos fuertes brazos -replicó ella-. No estoy acostumbrada a gandulear.
– Cuidar de los caballos no es una actividad apropiada para una joven dama.
Ella le miró intensa y detenidamente tratando de ver si estaba tratando de burlarse de ella, pero no pudo leer su expresión.
– Si hay trabajo que hacer, pienso hacerlo. No me atrae una vida sibarita.
– Aléjate de la cuadra -le dijo en tono duro.
Ella abrió la boca para protestar, pero él era demasiado rápido para ella.
– Nada de discusiones. Lamento que no te hayas lavado, quiero verte limpia en la biblioteca para hablar contigo después de cenar.
Él se giró y caminó hacía la puerta del establo, con ese modo de andar poderoso, de piernas largas, demasiado ágil para alguien de su tamaño.
Kit llegó la primera a la biblioteca esa noche. Obedeciendo algo a Cain, se había lavado la cara, pero se sentía demasiado vulnerable para hacer más. Necesitaba sentirse fuerte ahora, no como una chica.
La puerta se abrió y Cain entró en la habitación. Estaba vestido con el uniforme habitual cuando estaba en casa, pantalones color beige y camisa blanca, abierta en la garganta. La miró detenidamente.
– Creía que te había dicho que te lavaras.
– ¿Me he lavado la cara, no?
– Vas a hacer algo más que eso. ¿Cómo puedes ir por el mundo con ese olor tan inmundo?
– No me gustan demasiado los baños.
– Me parece que hay bastantes cosas que no te gustan demasiado. Pero vas a darte un baño antes de pasar otra noche aquí. Edith Simmons ha amenazado con marcharse, y no me gustaría nada perder a mi ama de llaves por tu culpa. Además hueles apestosamente.
– ¡No es cierto!
– Maldita sea, claro que lo es. Aunque sea de forma temporal, soy tu tutor y ahora mismo debes acatar mis órdenes.
Kit se congeló.
– ¿Qué estás diciendo, yanqui? ¿Qué quiere decir que eres mi tutor?
– Y yo que pensaba que no habría nada que pudiera sorprenderte.
– ¡Habla!
Ella pensó que había visto un destello de simpatía en sus ojos. Desapareció mientras le explicaba los detalles de la tutela y el hecho que también era el administrador de su fondo fiduciario.
Kit apenas se acordaba de la abuela que había guardado dinero para ella. El fondo fiduciario había sido un origen constante de resentimiento por parte de Rosemary, y había obligado en vano a Garrett a consultar a un abogado tras otro para romperlo. Aunque Kit sabía que debería estar agradecida a su abuela, el dinero era inútil. Ella lo necesitaba ahora no dentro de cinco años o cuándo se casara, algo que no ocurriría nunca.
– La tutela es una broma de Rosemary desde la tumba -concluyó Cain.
– Ese maldito abogado no me dijo nada sobre un tutor. No te creo.
– He visto los papeles personalmente. ¿Le permitiste tú que se explicara?
Con el corazón hundiéndose, ella recordó como le había echado de la casa justo después de hablarle de la herencia de Cain, aunque él había dicho que había mucho más.
– ¿Qué has querido decir antes cuando has dicho que sería temporal?
– ¿No pensarás que me voy a quedar contigo los próximos cinco años?, ¿verdad?
El Héroe de Missionery Ridge temblaba sólo ante la idea.
– Mañana por la mañana temprano parto hacía Carolina del Sur para intentar solucionar este lío. La señora Simmons cuidará de tí hasta que yo vuelva. No debería tardar más de tres o cuatro semanas.
Ella se colocó las manos unidas detrás de la espalda de modo que él no pudiera ver como le habían empezado a temblar.
– ¿Cómo piensas solucionar las cosas?
– Voy a tratar de conseguir otro tutor para tí.
Ella se clavó las uñas en las palmas aterrada por la respuesta a su siguiente pregunta, aunque ya la intuía.
– ¿Qué va a ocurrir… con Risen Glory?
Él estudió la puntera de su bota.
– Voy a venderla.
Algo parecido a un gruñido salió de la garganta de Kit.
– ¡No!
Él levantó la cabeza y la miró a los ojos.
– Lo siento Kit. Es lo mejor.
Kit oyó la nota de acero en su voz, y sintió que los últimos y frágiles restos del mundo que conocía se derrumbaban. Ni siquiera fue consciente cuando Cain abandonó la habitación.
Cain necesitaba prepararse para una partida con apuestas elevadas en uno de los comedores privados del Astor House. En su lugar miraba absorto por la ventana de su dormitorio. Ni siquiera la invitación de una famosa cantante de ópera a la que había visto la noche pasada le levantó el ánimo.
Todo parecía demasiado problemático.
Pensó en la tunanta de mirada violeta que estaba bajo su techo. Antes, en el momento que le había dicho que iba a vender Risen Glory, parecía abatida, como si la hubiera disparado.
Su reflexión fue interrumpida con el sonido de cristales rotos y el grito de su ama de llaves. Juró y salió al pasillo.
El cuarto de baño era un monstruoso desorden. Los cristales rotos estaban cerca de la tina de cobre, y la ropa estaba esparcida por todo el suelo. Un bote de polvos de talco se había desbordado y había manchado de blanco el friso oscuro de la pared. Sólo el agua de la tina parecía oro tranquilo, pálido a la luz de los mecheros de gas.
Kit se encaraba con la señora Simmons amenazándola con un espejo. Lo agarraba por el mango como un sable. La otra mano sujetaba una toalla alrededor de su cuerpo desnudo mientras señalaba con la cabeza la puerta a la desafortunada ama de llaves.
– ¡No voy a permitir que nadie me bañe! ¡Ya puede largarse de aquí!
– ¿Qué demonios pasa?
La señora Simmons lo agarró.
– ¡Esta locuela está tratando de matarme! ¡Me ha tirado una botella de witch hazel! Ha estado a punto de darme en la cabeza.
Se abanicó el rostro y gimió.
– Puedo sentir viniéndome un ataque de neuralgia.
– Vaya a acostarse, Edith.
Los ojos duros como el pedernal de Cain miraron a Kit.
– Yo tomaré el relevo.
El ama de llaves estaba demasiado alterada para protestar ante la inconveniencia de dejarlo solo con su pariente desnuda, y huyó escaleras abajo sin dejar de murmurar palabras como neuralgia y locuelas.
Pese a todo el envalentonamiento de Kit, podía ver que estaba asustada. Él se planteó ablandarse pero sabía que entonces no le estaría haciendo ningún favor.
El mundo era un lugar peligroso para las mujeres, pero era doblemente traidor para las chicas ingenuas que creían que eran tan duras como los hombres. Kit debía aprender cómo inclinarse o se rompería y ahora mismo él parecía ser el único que podía enseñarle esa lección.
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