Se desnudó rápidamente porque el aire era fresco, y se lavó la cara, las manos y los dientes. Deslizándose bajo los cobertores agradeció a Jemima que hubiera colocado un ladrillo caliente envuelto en franela a los pies de la cama.

– ¡Miranda! -le llegó un susurro.

– Mandy, te creía dormida.

– ¿Puedo pasar?

– Sí -respondió Miranda, apartando la ropa de cama.

Amanda dejó su palmatoria sobre la mesita y se apresuró a meterse en la cama de su hermana.

– ¿Estás bien, hermana? -preguntó Amanda, angustiada.

– Sí.

– Jared es muy autoritario. Estoy encantada de haber estado ya comprometida con Adrián. ¿Te desmayaste cuando te besó?

– No he dicho que me hubiera besado.

– Bien, pero no puedo creer que no lo hiciera.

– Pues, sí.

– ¿Y no te desmayaste?

– ¡Claro que no!

– ¡Vamos, hermanita! Sé perfectamente que Jared ha sido el primero en besarte. ¿Vas a decirme que no sentiste nada? No puedo creerte.

– Yo… ¡me sentí poseída! No me gustó.

– Oh, Miranda, Jared compartió tus sentimientos porque, si te sentiste poseída, también lo poseíste a él. Es el efecto de un beso entre dos personas -explicó dulcemente Amanda.

– Hablas con mucha autoridad, hermanita -fue la burlona respuesta, pero Amanda notó confusión en la burla.

– ¡0h, Miranda, qué boba eres! Claro que hablo con autoridad, puesto que he estado besando desde que tenía doce años. Y en cinco años y medio he aprendido algo acerca de besos. -Soltó una risita-. Debes escucharme, hermana, porque mamá no te dirá nada el día de tu boda, excepto que obedezcas a tu marido. Y aunque los hombres dan una gran importancia a la virginidad de la novia, la absoluta inocencia puede resultar peligrosa. Nuestro tutor es un hombre magnífico y me imagino que cuando finalmente hagáis el amor, será como una tormenta maravillosa y desatada.

– ¡Amanda! -Miranda estaba avergonzada y de pronto la intimidó su gemela, porque le parecía una desconocida-. ¿ Cómo puedes saber tantas cosas? ¡Espero que no te habrás atrevido a hacer algo inconveniente!

Al principio Amanda pareció ofendida, después se echó a reír con picardía.

– Oh, hermanita, si pasaras más tiempo con mujeres y menos tiempo con tus libros, sabrías lo mismo que yo… y sin poner tu virtud en peligro. Las mujeres intercambian información.

– Tengo sueño, Mandy -murmuró Miranda, turbada.

– ¡Ah, no, Miranda! No te escaparás de mis lecciones. Vamos, cariño, ¿no me ayudabas tú con los estudios cuando éramos pequeñas? Déjame que ahora te devuelva el favor.

Miranda suspiró.

– Si no hay más remedio… Estoy viendo que no vas a dejarme en paz hasta que me lo hayas contado todo. -Se incorporó, cruzó las piernas y empezó a trenzar su larga cabellera, una tarea que había olvidado hacer antes de acostarse.

Amanda disimuló una sonrisa mientras tiraba del cobertor sobre sus hombros para calentarse. Sus ricitos rubios escapaban de su gorro de dormir de batista y encaje. El gorro se sujetaba bajo la barbilla con cintas de seda rosa.

– ¿Te ha tocado Jared? -preguntó.

– ¿Qué? -El tono de voz de Miranda era una confirmación.

– ¡Vaya, veo que es atrevido! -murmuró Amanda-. Casi te envidio, pero no creo que fuera capaz de soportar tanta pasión como veo en esos ojos verdes. ¿Dónde te tocó?

– En… en el pecho -fue la respuesta musitada.

– ¿Te gustó?

– ¡No! ¡No! Me hizo sentir calor y frío… y desamparo. ¡No quiero tener esa sensación!

– Bien, también él lo sentirá más tarde -fue la sorprendente respuesta.

– ¿También?

– Si. Primero debes ceder tú a él, luego él cederá contigo y al fin, juntos, alcanzaréis el paraíso.

– ¿Cómo puedes saber tantas cosas?

– Mis amigas de Londres, Miranda. Las que tú consideras demasiado tontas para disfrutar su compañía.

– Pues las considero aún más tontas después de haber oído lo que me has contado hasta ahora, Mandy. ¿Cómo puedes creer semejantes sandeces?

– Sé que cuando Adrián me besa, muero mil veces, y cuando me acaricia los pechos me siento en la gloria. ¡Deseo que llegue el día en que podamos ser realmente uno solo! Había esperado tener la oportunidad de instruirte en estos asuntos por experiencia personal, pero de pronto vas a casarte antes que yo, así que sólo puedo contarte lo que he aprendido hasta ahora y lo que me han contado mis amigas casadas.

– Vamos a acostarnos, Amanda.

– No. ¿Has visto alguna vez a un hombre desnudo?

– ¡Santo Cielo, no! -Y con curiosidad añadió-: ¿Y tú?

– ¡Yo sí!

– Oh, Amanda, ¿qué has hecho?

Su hermana se echó a reír, encantada.

– ¡Vaya, Miranda, creo que te he escandalizado! -Volvió a reírse-. ¿Recuerdas el verano pasado cuando me fui de excursión con unos amigos fuera de Londres? Éramos todo un grupo y llevábamos a lord y lady Bradley de carabinas. Era un día muy caluroso y a eso de media tarde decidimos bañarnos en el arroyo que cruza el prado en el que habíamos comido.

"Los chicos se fueron a un recodo del arroyo, mientras que nosotras nos quedamos allá. Nos quitamos los trajes y las enaguas y nos dejamos sólo las chambras y los pantalones. Gracias a ti sé nadar y lo mismo mi amiga Suzanne. Decidimos ir arroyo abajo y esperar a los hombres, y así lo hicimos.

“Conseguimos mucho más de lo que esperábamos, te lo aseguro. ¡Los chicos estaban completamente desnudos! Miranda… ¿te has fijado en cómo están hechos los caballos?

Al ver que su hermana guardaba silencio, Amanda continuó. Miranda estaba silenciosa, bien porque no supiera nada, o porque prefería no discutir lo que había observado en el reino animal. Miranda, siendo como era, no iba a hablar a menos que deseara hacerlo. Respirando profundamente, Amanda prosiguió:

– Los hombres tienen, bueno… unos apéndices que les cuelgan entre las piernas, lo mismo que los animales. Unos los tienen grandes y otros, pequeños, unos más largos, otros cortos. Pero todos los tienen. Y tienen un triángulo peludo, como nosotras. Algunos incluso tienen pelo en el pecho y en brazos y piernas.

– ¡Y os quedasteis allí, mirándolos! -exclamó Miranda, horrorizada.

– ¡Óyeme! No tardaron en llegar unas muchachas. Eran gitanas, estoy segura… muchachas descaradas con grandes pechos y pelo oscuro. Llamaron a los chicos, bromearon con ellos, y luego las invitaron a nadar. Pues bien. Miranda, esas chicas se quitaron la ropa, faldas y blusas… no llevaban nada debajo: ni chambras, ni medias, ni nada… y se quedaron tan desnudas como los hombres.

»No les daba ninguna vergüenza saltar en el agua y juguetear con los hombres. Durante un rato fue lo único que hicieron y entonces los apéndices de los hombres cambiaron de aspecto, crecieron y sobresalieron de sus cuerpos.

«Poco después, las muchachas se tendieron en la hierba con las piernas abiertas y cada hombre se arrodilló entre las piernas de una muchacha, luego empujaron el apéndice tieso adentro y afuera de sus cuerpos hasta que ellos se desplomaron. Las muchachas gritaban, pero no parecía que lo hicieran por dolor. Vimos que cuando los hombres se incorporaron sus apéndices volvían a estar blandos.

– ¿Y qué hacían los hombres con las gitanas?

– ¡Hacían el amor! Caroline dice que tener a un hombre dentro de una es una sensación deliciosa, aunque debo confesar que las gitanas me parecieron raras. Lo mismo que los hombres. En todo caso, Caroline asegura que la primera vez duele, cuando una es virgen todavía, pero que después de esa vez no vuelves a sentir dolor. Y…

Amanda se calló, casi impresionada por su propio conocimiento.

Luego añadió alegremente:

– ¡Oh, sí! Los niños nacen por la abertura que utilizamos para hacer el amor.

– Pero ¿cómo puede ser, Amanda? -Miranda empezaba a experimentar dudas-. ¿Todo un niño pasando por allí? No me parece normal.

– Caroline dice que el cuerpo se ensancha. Debería saberlo. ¡Ya tiene un hijo! -exclamó Amanda, defendiendo valientemente a su amiga.

– Por lo visto Caroline sabe muchas cosas -bufó Miranda-. Me pregunto por qué no dejó que esto lo explicara mamá.

– El día en que te cases con Jared Dunham -rió Amanda- mamá no te explicará nada. Te dirá que confíes en Dios y que obedezcas en todo a tu marido. Si se ha tomado suficiente ponche de ron, te dirá que hay ciertas cosas en el matrimonio que son necesarias pero desagradables. ¡Te dejará creyendo que los niños se encuentran bajo las setas y las coles!

Miranda estaba asombrada. ¡Durante todos esos años había creído que protegía a Amanda, la dulce, la menos lista, de la brutalidad del mundo! Ahora resultaba que la pequeña Amanda sabía bastante más de lo necesario para sobrevivir en un mundo de hombres. A su modo plácido, Amanda era muy fuerte.

– ¿Tienes más preguntas? -preguntó Amanda, tranquila.

– No. Parece que las has contestado todas.

– ¡Bien! La verdad, no es justo mandar a una chica al lecho matrimonial ignorante de todo -concluyó Amanda.

– Una cosa más, hermana.

– Si se supone que una joven es virgen en su noche de bodas, entonces, ¿de dónde han sacado los hombres su experiencia?

– Miranda, en el mundo hay chicas buenas y chicas malas. No todas las malas son necesariamente gitanas.

El gran reloj del vestíbulo dio las diez.

– Acuéstate, Amanda -dijo la hermana mayor.

– ¡Muy bien! Me siento mucho mejor después de haber hablado contigo, Miranda. -Bajó de la cama, recogió su vela casi extinguida y le dijo-: Sueña con los angelitos, cariño. -Luego se marchó y cerró la puerta tras ella.

Miranda ahuecó los almohadas, tiró del cobertor hasta cubrirse los hombros y pensó irritada: «Vaya sarta de molestias va a ser todo esto.»

«Ahora voy a ser una mujer -se dijo con tristeza-, y creo que no me gustará en absoluto, Pero ¡oh, papá!, no voy a abandonar Wyndsong. Haré lo que debo.»

Con esta resolución se sumió en un sueño tranquilo.

4

Una muerte trágica, y maldita sea… perdón, señoras… condenadamente innecesaria -exclamó John Dunham, acariciándose las grises patillas-. Así que, Jared, estás en posesión de tu herencia y vas a ser lord de Wyndsong Manor, ¿Has tenido oportunidad de ver si en la isla hay espacio para un astillero? No te preocupes por los trabajadores especializados, porque tenemos más que suficientes; les construiremos una aldea junto al astillero. Tengo entendido que hay un gran bosque de maderas duras y blandas. ¡Bien! No tendremos que importar madera para construir los barcos.

Imaginando la reacción de Miranda al discurso de su padre, Jared casi se echó a reír. En cambio dijo con voz tranquila:

– No construiremos ningún astillero en Wyndsong, padre. La finca es extremadamente próspera como granja y los caballos que se crían en ella tienen merecida fama. Un astillero dejaría aquella tierra verde y fértil completamente yerma en pocos años. Mi herencia no valdría gran cosa. Si destruyo Wyndsong, ¿qué recibirán mis hijos?

– Debes casarte para tener hijos, Jared -observó su madre, cazando la oportunidad al vuelo.

– Otra parte de mis noticias, madre, es que voy a casarme dentro de poco. He venido precisamente a casa para invitaros a que asistáis a mi boda.

– ¡Cielos! -Elizabeth Lightbody Dunham se recostó en su silla, jadeando. Su hija, Bess Cabot, y su nuera Charity empezaron a abanicarla Inmediatamente y a darle palmadas en las muñecas.

– ¡Enhorabuena! -exclamó Jonathan, sonriente-. No me cabe duda de que estará hecha a tu medida.

– Hermano, John, no tienes idea de cuánta razón tienes

– Aunque tengas treinta años -tronó John Dunham-, debo aprobar la elección o no tendrás mi bendición. Has evitado a toda muchacha respetable de Plymouth desde que te hiciste hombre y ahora me vienes con que has heredado Wyndsong y que vas a casarte. ¿Quién diablos es esta mujer? ¡Alguna cazadora de fortunas sin duda! ¡Nunca has tenido cabeza! ¡Te negaste a ocupar tu puesto aquí en los astilleros y yéndote a Europa continuamente!

Jared sintió que la indignación bullía en su interior, pero logró contenerse. Le divertía oír a su padre amenazándolo con dejarlo sin su bendición. El viejo le había estado atosigando durante años para que se casara.

– Creo que aprobarás mi elección de esposa, padre. Es joven, es una heredera y de una familia distinguida que tú conoces personalmente. Como John, me enamoré a primera vista.

– ¿Y cómo se llama ese mirlo blanco?

– Miranda Dunham, la hija del primo Thomas.

– ¡Por Dios! ¡Ya lo creo que lo apruebo, Jared!

– Me encanta que mi elección sea de tu agrado. -El padre no captó el sarcasmo.

Después de una gran cena familiar, ambos hermanos se fueron juntos al jardín. Jared y su hermano eran casi idénticos de aspecto. Había un centímetro de diferencia en su estatura. Jared era el más alto. Jared llevaba el cabello cortado a cepillo, mientras que el de Jonathan era largo y se lo recogía detrás. Había otras diferencias sutiles. Los pasos de Jonathan no eran tan largos ni tan seguros, sus manos menos elegantes que las de Jared y sus ojos eran de un color verde gris en contraste con los ojos verde botella de Jared.