– ¿Amor a primera vista, Jared? -preguntó Jonathan.

– Para mí, sí.

– Así que por fin el destino te ha devuelto el golpe que tanto mereces, mi conquistador hermano. Hablame de Miranda Dunham. ¿Es bajita, rubia y llenita como su mamá Van Seen?

– Así es su hermana gemela, Amanda. Amanda se casará el próximo verano con un rico lord inglés.

– Si son gemelas, deben de parecerse.

– Son gemelas, pero tan distintas como el día y la noche. Miranda es alta y esbelta, con ojos verde mar y un cabello sedoso como el oro a la luz de la luna. Es una criatura como una hada, inocente como una gacela y tan evasiva como el viento. Es orgullosa y retadora, y será difícil de manejar, pero la amo, Jon.

– Dios Santo, Jared, realmente estás enamorado. Desde luego, nunca imaginé que te vería dominado por tan tierna pasión.

– Pero ella no sabe lo que siento, Jon. -Jared rió divertido.

– Entonces, ¿por qué le pediste que se casara contigo? -preguntó Jonathan, desconcertado.

Su hermano se lo explicó.

– Así que te has comportado como un perfecto caballero, ¿eh, Jared? ¿Y qué habrías decidido si la chica hubiese sido fea como un pecado?

– Como no lo es…

– Sólo desabrida. Éste es un problema con el que nunca te enfrentaste.

– Es muy joven, John, y ha estado muy protegida. Además, pese a haber pasado una temporada en Londres, es muy inocente.

– ¡Y la quieres! ¡ Que Dios te ayude, Jared! -Jonathan sacudió la cabeza-. ¿Cuándo se celebrará la boda?

– El seis de diciembre, en Wyndsong.

– ¡Válgame Dios, no pierdes el tiempo! ¿Y qué hay del periodo de luto por la muerte del primo Thomas?

– En su testamento decía que pasado un mes terminara el luto. No puedo dejar la finca abandonada en invierno, y soy demasiado joven para vivir solo en la isla con una viuda deliciosa que sólo tiene doce años más que yo y dos jovencitas trece años menores que yo.

¡Qué terreno abonado para chismes!

"Así que el día de San Nicolás la bella Miranda y yo nos casaremos. Estáis todos invitados a la boda. He organizado que vayáis por tierra hasta New London, donde mi yate os esperará para que crucéis el estrecho de Long Island hasta Wyndsong. Me gustaría que estuvierais allí una semana antes de la boda para que podáis conocer bien a Miranda y su familia.

– ¿Cuándo regresas?

– Dentro de unos días. Necesitaré tiempo para domar a mi fierecilla antes de que lleguéis. Ya ha sido duro para ella que yo heredara Wyndsong, pero que estuviera mezclado en la muerte de su padre fue demasiado. Necesitamos conocernos mejor.

– ¿No podías haber encontrado una muchacha más dulce y tranquila, Jared?

– Las muchachas dulces me cansan.

– Ya lo sé. -Jonathan Dunham se echó a reír-. ¿Te acuerdas de cuando seguimos a Chastity Brewster…? -Y se lanzó a comentar un recuerdo que pronto tuvo a los dos hermanos riendo como locos.


Pocos días después Jared Dunham abandonó Plymouth y regresó a Wyndsong Island. Viajó en el yate familiar que Dorothea se había preocupado de mandar costa arriba a Buzzards Bay. Un marinero había cabalgado, una vez en tierra, para informarle de que su barco lo esperaba. La expresión admirada de su hermano Jonathan le sorprendió y Jared comprendió de pronto su nueva importancia.


La primera vez que se acercó a Wyndsong estaba demasiado entristecido por la muerte de su primo para fijarse en la belleza de la isla. Ahora, de pie en la proa de su barco, empujados por un fuerte viento de popa, contemplaba cómo iba apareciendo la isla en el horizonte.

Recordó lo que Miranda le había contado… que la primera vez que su antepasado Thomas Dunham vio Wyndsong, sintió que llegaba a casa. «Y yo también -pensó Jared, sorprendido-. Siento que vuelvo a casa.»

Desembarcó después de dar órdenes de amarrar el barco. Era un día de finales de octubre y las colinas resplandecían con los colores otoñales. Los arces habían empezado a perder las hojas y crujían bajo sus pies al andar hacía la casa. Sin embargo, los robles rojos conservaban obstinadamente todas sus hojas. Un arrendajo le chilló, ronco, desde las ramas de un abedul dorado. Se rió del pájaro y sus ojos, de pronto, captaron movimiento en lo alto del sendero. ¿Miranda? ¿Acaso había venido a recibirlo?

En su escondrijo tras los árboles, Miranda mantenía quieto a Sea Breeze mientras contemplaba a su prometido, quien subía desde la playa. Ignoraba que la había descubierto. Le gustaba su modo de andar elástico, fácil. En Jared había algo tranquilizador.

Al volver a verlo después de varias semanas, sus sentimientos fueron aún más confusos. Sabía que Jared Dunham era un hombre fuerte y bueno, y sospechaba que su espíritu era tan orgulloso y decidido como el suyo propio. Sería un magnífico señor de la finca, su padre había acertado al elegirlo.

No obstante, desde un punto de vista personal, la cosa cambiaba. Para ella significaba una amenaza, física y emocional, aunque se resistía a reconocerlo. Nunca se había debatido con sentimientos como aquellos. De pronto se encontró recordando su beso y lo indefensa que se había sentido. Eso la enfureció. ¡Ojalá le permitiera acostumbrarse! Pero no había tiempo. Suspirando, se adentró cabalgando en el bosque, porque de pronto no quería verlo.

Cabalgó por toda la isla hasta muy tarde y él, comprendiéndola, permaneció en la casa. Dorothea y Amanda lo distrajeron con planes para la boda y aquello le hizo simpatizar más con Miranda. No llegó a casa hasta que ya estaban cenando, entrando en el comedor en traje de montar.

– Oh -simuló sorprenderse-, has vuelto… -Y se dejó caer en la silla.

– Buenas noches. Miranda. Me encanta volver a estar en casa.

– ¿Puedo tomar un poco de vino? -pidió, ignorando su sarcasmo.

– No, querida, no puedes. Lo cierto es que vas a marcharte y te subirán una bandeja a la habitación. Permito la ropa de montar a la hora del desayuno y del almuerzo, pero no durante la cena. También exijo puntualidad por la noche.

Abrió la boca, indignada.

– Aún no estamos casados, señor.

– No, no lo estamos. Miranda, pero soy el cabeza de esta familia. Ahora, levántate de la mesa, jovencita.

Miranda se levantó bruscamente y salió corriendo escaleras arriba hacia su alcoba. Rabiosa, se quitó la ropa y se bañó, despotricando contra el agua fría. Después se puso el camisón y se metió en la cama. ¿Cómo se atrevía a hablarle de aquel modo? ¡La había tratado como a una niña! La puerta se abrió y entró Jemima con una bandeja. La doncella colocó su carga sobre una mesita junto al fuego.

– Le he traído la cena.

– No la quiero.

Jemima volvió a coger la bandeja.

– A mí me da lo mismo -dijo mientras se dirigía a la puerta con la cena de Miranda.

Miranda se revolvió furiosa en su cama. Unos minutos después la puerta volvió a abrirse y Miranda oyó el ruido de la bandeja puesta de nuevo encima de la mesa.

– ¡Te he dicho que no quería la cena!

– ¿Por qué?-preguntó la voz de Jared-. ¿Estás enferma, fierecilla?

Después de una larga pausa, Miranda espetó:

– ¿Qué haces en mi habitación?

– He venido a ver si te encontrabas bien. Como despediste a Jemima con la bandeja…

– Estoy muy bien. -Empezaba a sentirse como una tonta. Había llamado su atención cuando pretendía todo lo contrario.

– Entonces, sal de la cama y ven a cenar como una buena chica.

– No puedo.

– ¿Por qué?

– Porque estoy en camisón.

Jared rió ante la súbita modestia.

– Tengo una hermana, Bess, y cuántas veces no la habré visto en camisón. Además, nos casamos dentro de cinco semanas, Miranda. Creo que puede perdonárseme esta pequeña informalidad. -Se acercó a la cama, apartó las ropas y le tendió la mano.

Atrapada, no opuso resistencia y salió de la cama. La acompañó a la mesa junto al fuego, la ayudó galantemente a sentarse y después lo hizo él frente a ella. Miranda observó la bandeja con suspicacia y levantó la servilleta que la cubría. Había una sopa de almejas, un plato de pan de maíz recién hecho, mantequilla y miel, una tarta de crema y una tetera.

– Teníais ternera asada para cenar -protestó- y jamón, y he visto tarta de manzana v de calabaza.

– Si llegas tarde a mi mesa, Miranda, no esperes que se te sirva lo mismo. Pedí a la cocinera que te preparara algo sano y nutritivo. Ahora cómete!a sopa antes de que se enfríe.

Miranda cogió obediente la cuchara, pero sus ojos verde mar le estaban diciendo lo que no se atrevía a pronunciar en voz alta y él contuvo una risita. Comió rápidamente hasta que el plato estuvo vacío, luego cogió el pan de maíz y preguntó:

– ¿Por qué te empeñas en tratarme como a una niña?

– ¿Por qué te empeñas en portarte como tal? Llegaste tarde para la cena simulando que mi presencia era una completa sorpresa para ti, mientras que ambos sabemos que estabas en el bosque por encima de Little North Bay esta mañana, viéndome desembarcar.

Miranda se ruborizó y bajó la vista.

– ¿Por qué no me dijiste nada?

– Porque, Miranda, supuse que querías estar sola. Yo intenté respetar tus deseos, cariño. Sé que esto no es fácil para ti, pero tampoco lo es para mí. ¿Se te ocurrió pensar alguna vez que yo no deseaba casarme? ¿O que quizás había otro amor en mi vida? Como una niña mimada, sólo has pensado en ti misma. Dentro de unas semanas vendrá mi familia y antes de que llegue tendrás que aprender a comportarte como la mujer que yo sé que existe bajo esta máscara de mocosa-terminó con firmeza.

– Tengo miedo -murmuró, bajando de pronto sus defensas.

– ¿De qué? -su voz era tierna ahora.

Lo miró y para sorpresa de Jared la joven tenía los ojos llenos de lágrimas, que le resbalaron de pronto por las mejillas. Miranda trató de contenerlas.

– Me temo que estoy creciendo. Me dan miedo los sentimientos que despiertas en mí, porque son ambiguos y confusos. Tengo miedo de no poder ser una buena señora de la mansión. Amo Wyndsong, pero soy un terrible fracaso en sociedad. Amanda sabía exactamente lo que debía hacer en Londres, pero pese a que se me habían enseñado las mismas cosas, pese a que se me considera más inteligente, yo me mostraba tonta y torpe mientras mi hermana brillaba. ¿Cómo puedo ser tu esposa, Jared? Debemos recibir invitados, y yo no sé conversar. Soy demasiado inteligente para ser mujer y mi forma de hablar es brusca.

Una oleada de piedad lo envolvió, pero ofrecerle su simpatía sería, estaba seguro, enconarla aún más. Deseaba tomarla sobre sus rodillas y asegurarle que todo saldría bien, pero animarla ahora en su puerilidad sería un terrible error. Se inclinó por encima de la mesa y le tomó las manos.

– Mírame, fierecilla, y escucha. Ambos tenemos que madurar. Yo he evitado la responsabilidad de mi condición con cierto éxito durante demasiado tiempo. De pronto me encuentro con la responsabilidad de esta propiedad y de su bienestar cuando preferiría estar persiguiendo a los ingleses o engañando a los franceses. Pero todo esto ya ha terminado para mí, como para ti ha terminado la infancia. Hagamos un trato, tú y yo. Te prometo madurar si tú también lo haces.

– ¿Hay alguien?

– ¿Cómo?

– ¡Que si hay alguien con quien preferirías casarte!

– No, fierecilla, no hay nadie más. -A Miranda le brillaron los ojos-. ¿Estás aliviada o decepcionada?

– Aliviada -respondió simplemente.

– ¿Me atrevo a esperar que sientas por mí lo que en sociedad se llama un «sentimiento tierno»?

– No. Sencillamente no quería perder mi fortuna.

Jared soltó una carcajada.

– ¡Válgame Dios, Miranda, tienes una lengua acerada! ¿Nadie te ha enseñado a tener tacto? Uno puede ser sincero sin necesidad de ser tan franco… -le besó las puntas de los dedos y ella, intimidada, retiró las manos.

– ¿Qué tenía que haber dicho? -preguntó arriesgándose a mirarle a los ojos.

– Podías haberme dicho que era demasiado pronto para estar segura de tus pensamientos -le sonrió-. Una dama a la moda se habría ruborizado deliciosamente y habría dicho: «!Oh, señor! ¡Qué malo es haciendo semejantes preguntas!» Me doy cuenta de que éste no es tu estilo, Miranda, pero comprendes lo que quiero decir, ¿verdad?

– Sí, aunque me parece una bobada adornar la verdad.

– Una bobada, pero a veces es necesario, fierecilla. La verdad desnuda asusta a la gente. Confía en mí. Miranda, y maduraremos juntos. -Se puso en pie, dio la vuelta a la mesa y la atrajo hacia sí de modo que quedaron de frente-. Acerca de la otra cuestión. Dices que te dan miedo los sentimientos que despierto en ti. ¿Sabes que a mí me ocurre lo mismo?

– ¿ Sí? -Lo tenía muy cerca ahora. Percibía su aroma viril; sentía el calor de su cuerpo largo y delgado; veía cómo el pulso en la base del cuello latía lentamente. Su mano grande y elegante le acarició el cabello platino.