Totalmente desconcertada, Dorothea consiguió decir:

– En efecto, señor. Muy cordial, su madre.

– Y, capitán, mi hermana gemela, Amanda, que pronto se convertirá en lady Swynford.

Kit Edmund se inclinó de nuevo.

– Señorita Amanda, al conocerla por fin debo compadecer a mi hermano Darius por su pérdida. Pero la felicito por su sensatez al rechazarlo.

Los hoyuelos de Amanda aparecieron al sonreír.

– ¡Qué malo es usted! -Luego añadió con seriedad-: ¿Nos llevará de verdad a Inglaterra?

– Sí. ¿Cómo podía negarme a las súplicas de su hermana y cómo podría enfrentarme a Adrián Swynford si no las llevara?

– Gracias, señor. Sé lo peligroso que puede resultar para usted… pero…

– ¿Peligroso? ¡Tonterías! ¡Ni lo piense! Gran Bretaña gobierna los mares, ¿sabe?

– Se lo agradecemos, señor.

Jemima entró con la bandeja del café,

– ¿Dónde lo pongo? -preguntó.

– Capitán… Kit, ¿quiere acercar la mesa al fuego? Muchas gracias. Ponlo ahí. Mima, y luego puedes irte. Mamá, ¿quieres servir? Oh, cielos, no puedes, ¿verdad? Estás demasiado impresionada por nuestra suerte. -Miranda se sentó tranquilamente ante la mesita y, alzando la cafetera de plata, sirvió el oscuro líquido aterciopelado en las delicadas tacitas de porcelana-. Ésta para mamá, por favor, Amanda-dijo Miranda con dulzura, contemplando con ojos inocentes a Dorothea, que se había desplomado postrada en un sofá.

– ¿Nos acompañarán su padre y su marido en este viaje. Miranda? -preguntó Kit Edmund al recibir su taza de café.

– Papá murió hace unos meses, Kit. Y mi marido desgraciadamente no puede venir debido a sus negocios.

– ¿Miranda?

– ¿Mamá?

Dorothea se recobraba rápidamente.

– ¡Jared había prohibido este viaje!

– No, mamá, no lo prohibió. Solamente dijo que no había barcos debido al bloqueo, y que no quería arriesgar uno de sus propios barcos. En ningún momento dijo que no podíamos ir.

– Entonces, ¿por qué tanta prisa? Espera a que regrese Jared.

– El capitán Edmund no puede esperar una semana o más, mamá. Tenemos suerte de haber encontrado un barco y estoy sumamente agradecida a Kit por estar dispuesto a llevarnos.

– ¡No pienso acompañaros! No quiero ser cómplice de semejante comportamiento.

– Está bien, mamá, debemos enfrentarnos a una alternativa. Amanda y yo vamos a cruzar el Atlántico solas, lo que por supuesto parecerá muy extraño a nuestra familia y amigos ingleses. La segunda solución -ahí se detuvo para lograr un mayor efecto- es que Amanda se vaya a vivir contigo y tu nuevo marido en Highlands. Dudo, no obstante, de que Pieter van Notelman o sus feas hijas estén entusiasmadas con tal belleza en su casa, robándoles todos los pretendientes. La elección, mamá, es toda tuya.

Dorothea entornó los ojos, pasando la mirada de Miranda a Amanda. Ambas tenían expresiones angélicas. Se volvió al capitán Edmund, quien bajó rápidamente sus ojos azules pero no antes de que la señora Dunham hubiera captado el brillo burlón que bailaba en ellos. Realmente no tenía elección, y tanto ella como sus hijas lo sabían.

– Realmente eres un mal bicho. Miranda -dijo sin alzar la voz. Después añadió-: ¿Qué tipo de camarotes puede ofrecernos, capitán Edmund?

– Dos camarotes contiguos, señora, uno relativamente grande, el otro más pequeño. No dispongo de mucho espacio porque en realidad no estoy preparado para llevar pasaje.

– No te preocupes, mamá. En cuanto lleguemos a Londres tendremos un vestuario nuevo.

– Pareces tener respuesta para todo, Miranda -dijo Dorotea con aspereza, mientas se levantaba-. Le deseo una buena noche, capitán, de pronto me encuentro con mucho trabajo y poco tiempo para hacerlo.

Christopher Edmund se levantó y se inclinó.

– Señora Dunham, estoy ansioso por tenerla a bordo del Seahorse.

– Gracias, señor -respondió Dorothea. Sin siquiera mirar a sus hijas, abandonó el salón.

– Es usted un duro-adversario, Miranda -observó el inglés.

– Quiero que mi hermana sea feliz, Kit.

– ¿Ha prohibido su marido este viaje?

– No. Es tal como lo he dicho.

– Me parece que a su marido se le olvidó decir precisamente lo más importante.

– ¡Oh, por favor, capitán!-suplicó Amanda-. ¡Debe llevarnos!-Sus ojos azules se llenaron de lágrimas.

– He dado mi palabra, señorita Amanda -respondió, envidiando a Adrián Swynford a cada minuto que pasaba. Quizás haría bien quedándose en Londres la próxima temporada y buscar una dulce jovencita. Quizá necesitaba una esposa.

– Amanda, por favor, deja de llorar. Has impresionado al pobre Kit, que ya estaba bastante abrumado. Ahora no podría negarte nada.-Miranda se echó a reír-. Anda, ve corriendo a hacer el equipaje mientras yo termino los arreglos económicos.

– Oh, gracias, señor -replicó Amanda, iniciando una sonrisa en su boquita de rosa. Hizo una perfecta reverencia y salió corriendo de la estancia.

– Va a ser la perfecta esposa de un lord -suspiró el joven capitán.

– En efecto -murmuró Miranda, con sus ojos verde mar bailando divertidos. Se repetía la escena. Curiosamente, el dolor que experimentó un año antes al ver que no le hacían caso, había desaparecido. ¡Jared tenía razón! ¡Jared! Sintió una punzada de culpabilidad, que ignoró rápidamente. ¡Se iba a Londres! Acercándose al escritorio, abrió el cajón secreto del centro y sacó una pequeña bolsa-. Esto debería cubrir sobradamente el pasaje, creo -dijo al entregársela.

El capitán aceptó la pequeña bolsa de terciopelo y por el peso dedujo que la joven había sido más que generosa.

– Anclaremos en su bahía al amanecer, Miranda. Entonces pueden empezar a subir las provisiones. Pero debo pedirle una cosa. Tendrán que quedarse en sus camarotes lo más posible, durante la travesía, y cuando salgan a andar para hacer ejercicio les ruego que se vistan del modo más modesto posible y se cubran la cabeza con un velo. Verán, mi tripulación no está compuesta de caballeros. La larga cabellera de una mujer flotando al viento puede ser de lo más incitante.

Miranda sintió un estremecimiento de miedo.

– ¿Me está diciendo, Kit, que su tripulación es peligrosa?

– Querida mía, supuse que lo comprendería. La armada de Su Majestad se ha quedado con todos los navegantes decentes disponibles. Lo que queda para los barcos privados, para los que burlan el bloqueo, como yo, son la hez de los puertos. Puedo confiar en los oficiales, en el contramaestre y en Charlie, mi camarero. Mantenemos el resto de la tripulación a raya por miedo, intimidación y la promesa de dinero al final del viaje. De todos modos, son muchos para pocos oficiales. El más mínimo incidente podría desencadenar un motín. Por eso le suplico que actúen con la máxima discreción en todo momento.

De pronto Miranda comprendió las posibles consecuencias de su temeraria decisión. Jared tenía toda la razón. Era peligroso. Pero si no se iban con Kit, Amanda perdería a Adrián. «Quiero que sea feliz, como yo -pensó Miranda e inmediatamente se dio cuenta de sus sentimientos-. ¡Soy feliz! Sí, lo soy. Quizá la señora Latham tiene razón. Quizá sí amo a Jared.» Era la primera vez que lo consideraba, pero no rechazó la idea.

Sin embargo, debía hacer aquello por Amanda. Mandy también tenía derecho a la felicidad.

– Le prometo que seremos discretas, Kit, pero teniendo en cuenta su advertencia prefiero que anclen en Big North Bay en lugar de la pequeña bahía que hay al pie de la casa. Mi gente les guiará a Hidden Pond y a Hill Brook para llenar los barriles de agua. Lleve su barco a la vuelta de Tom's Point a la caída del sol y nuestro equipaje y provisiones será cargado antes de que subamos a bordo, a cubierto de la oscuridad. De este modo, su tripulación no nos verá.

– ¡Excelente! Tiene una buena cabeza sobre los hombros por ser mujer. ¡No me lo esperaba! -se levantó-. Gracias por su hospitalidad, Miranda. Esperaré impaciente verlas a bordo del Seahorse.

Mientras Kid Edmund regresaba a su barco, pensó en la hora pasada. Amanda Dunham era sin duda una joven encantadora, pero loco sería el hombre que pasara por alto a Miranda. Era una joven con belleza y carácter, y decidió conocerla mejor durante el viaje. Sospechaba que podía hablar con un hombre de cosas que le interesaran y que no se perdería en las charlas intrascendentes que la mayoría de las mujeres consideraban conversación.

Miranda acompañó a Kit hasta la puerta y después volvió al salón para apagar las velas. Después de sentarse en un sillón junto al fuego escuchó cómo se levantaba el viento y soplaba entre los robles desnudos del exterior. Siempre tardaban en sacar hojas nuevas y tardaban también en perderlas. Los sauces y los arces ya parecían verdes. Añoraría la primavera en Wyndsong, pero tan pronto como Amanda estuviera casada cogería el primer barco que encontrara para regresar. A finales de verano estaría a salvo en Wyndsong, a salvo con Jared. Nunca más le dejaría a él o a Wyndsong.

Ojalá hubiera comprendido antes que aquellos sentimientos extraños y conflictivos eran el principio de su amor por Jared. La amaba realmente, como Rachel Latham creía. Cerró los ojos verde mar y lo imaginó, recordando sus ojos oscurecidos por el deseo, su rostro moreno de ave de presa, los labios finos y sensuales inclinados sobre ella. Sintió calor en el rostro y casi le pareció oír su voz profunda diciéndole: Me amaras. Miranda, porque así lo quiero y no soy hombre que acepte negativas. Se estremeció. ¿Por qué le había dicho aquello? ¿Acaso porque la amaba? ¿O era solamente su orgullo que exigía su misión? ¿Podía ser esto?

¡Maldita sea', juró entre dientes. Quería conocer las respuestas.

Levantándose, dio unos pasos a oscuras por espacio de unos minutos antes de encender la lámpara de la chimenea y dejarla sobre el escritorio. Luego se sentó para escribirle. Sacó una hoja de grueso papel color crema del cajón y alcanzó la pluma.

El viento ululaba entre los altos robles, y unas nubes largas y oscuras cruzaron el cielo, jugando al escondite con la luna nueva. Un leño crepitó con fuerza y se estrelló en el hogar con una lluvia de chispas. Dio un salto, asustada, y la pluma le resbaló de las manos. Luego, al ceder la tensión, se echó a reír. Volvió a coger la pluma y empezó a escribir con trazos claros y seguros.

SEGUNDA PARTE

INGLATERRA
1812-1813

6

Esposo mío, te quiero, y por este motivo se me hace difícil escribir lo que debo comunicarte. Cuando leas esto, Amanda, mamá y yo estaremos a algo menos de la mitad del viaje a Inglaterra, a través del océano. Hemos zarpado de Wyndsong el día 10 de abril a bordo del Seahorse, un barco inglés perteneciente y capitaneado por Christopher Edmund, marqués de Wye, que es el hermano de uno de los antiguos pretendientes de Amanda. No podía permitir que mi hermana perdiera a Adrián Swynford, porque le ama profundamente. Tal como ahora entiendo el amor y lo que ella siente, no podía soportar verla tan afligida. Me apena su situación. Sufro por ella. Y también tengo miedo… miedo de que después de haberte encontrado al fin, vaya a perderte. Por favor, no te enfades conmigo. Me apresuraré a volver a casa inmediatamente después de la boda, te lo prometo. Espérame.

Tu amante esposa,

Miranda


Con una maldición sofocada, Jared Dunham se encaró con Jed.

– ¿No podías haber llegado antes?

– Dos días y medio entre Wyndsong y Plymouth, ¿le parece mucho tiempo, señor Jared?

– ¡Dos días y medio! -silbó admirado Jared Dunham-. Demonio de hombre. ¿Acaso has venido volando?

El curtido caballerizo sonrió.

– A veces creí que volaba en lugar de navegar. Estuve más cerca de marearme de lo que he estado en toda mi vida. Tuvimos un tremendo viento del sur que nos empujó día y noche. Una vez en tierra galopé desde Buzzards Bay. Debe cinco dólares a Barnabas Horton por traerme, señor Jared. Supuse que quería que me llevara el Sprite de vuelta a Wyndsong porque irá usted tras la señorita Miranda en un barco mayor.

– ¡Ya lo creo que lo haré! -rugió Jared, y Jonathan no pudo contener la risa pese a la expresión airada de su hermano-. ¿Te entregó mi esposa esta carta?

– No. Dorothea me ordenó que viniera a decirle que se habían ido. La nota me la dio Jemima. Dijo que debía enterarse de la explicación de su señora y que tal vez después no la azotaría con tanta fuerza cuando la encontrara.

Jonathan se moría de risa, aunque la reprimió después de una mirada de su hermano.

– Necesitaré un barco, Jon, y una tripulación dispuesta a burlar el maldito bloqueo. Puede que lleguemos con bien a Inglaterra, pero el regreso a Wyndsong es harina de otro costal.