– Nos sentaremos de espaldas al cochero -dijo Adrián, quien ayudaba a subir a Amanda.

Jared ayudó a Dorothea, luego a Miranda y por fin subió cerrando la portezuela tras él. La carroza arrancó, alejándose a paso moderado del muelle de la West India Company para incorporarse al tráfico de Londres.

– Nunca había sentido tanto alivio de verme en tierra firme -comentó Dorothea.

– ¿Fue mala la travesía? Yo no encontré mal tiempo con el Dream Witch -comentó Jared.

– El tiempo fue inesperadamente bueno. A decir verdad, nunca había tenido una travesía tan buena. Pero viví aterrorizada por si nos cogían los franceses o nos detenía un patrullero americano. -Suspiró profundamente-. ¿ Cómo podíamos, querido Jared, explicar nuestra presencia en un barco inglés a nuestros compatriotas americanos? Me estremezco con sólo imaginarlo. Luego, cuando decidí que estábamos a salvo de nuestra gente, me preocuparon los piraras bereberes.

– Los piratas bereberes no suelen atacar barcos ingleses. Doro.

– ¡Tonterías! ¡Son salvajes! Los marineros a bordo del Seahorse dijeron que a los turcos les gustan las rubias. Piensa que podíamos haber terminado todas en un harén. Gracias a Dios que estamos a salvo aquí, pese a la cabezonería de Miranda. -Volvió a suspirar y se recostó contra el blando respaldo de terciopelo dorado-. Estoy completamente agotada. Voy a dormir tres días seguidos. -Cerró los ojos y a los pocos minutos roncaba dulcemente.

En el asiento opuesto, Amanda rió y se arrimó a Adrián.

– Casi creo que mamá lamenta haber llegado sana y salva.

– Sin embargo, corristeis un gran riesgo -declaró gravemente Adrián.

– Si mi hermana no hubiera sido lo suficientemente atrevida para correr este peligro, no estaría aquí contigo, ahora -replicó Amanda y Jared alzó una ceja, divertido. El gatito tenia garras.

– Si te hubiera perdido… -empezó lord Swynford.

– Pero no me has perdido. Ahora, por favor, vuélveme a besar, Adrián, He añorado ser besada estos últimos meses.

Lord Swynford cumplió encantado la petición de su novia y Jared se volvió a su esposa y la obligó a mirarle. Sus ojos verde mar le contemplaron cautelosamente.

– He pasado las últimas semanas preguntándome si matarte o besarte cuando volviéramos a encontrarnos. Adrián tiene razón. Corristeis un gran riesgo.

– No hubiera subido a bordo del Seahorse de no haber estado convencida de que Kit era un capitán digno de confianza -explicó en voz baja.

– Habrías embarcado con el propio diablo para traer a Amanda, mi amor, y ambos lo sabemos. -Miranda tuvo la sensatez de ruborizarse, porque era cierto. Jared continuó-: ¿Serás tan leal conmigo como lo has sido para con tu hermana, Miranda? -La joven apenas tuvo tiempo de murmurar un asentimiento antes de que Jared la besara apasionadamente, quemándola con sus labios. Chupó atrevida el terciopelo de su lengua y él entonces la atrajo brutalmente sobre sus rodillas, mientras con las manos buscaba los senos perfectos.

– Jared! -exclamó, enloquecida-. Aquí no, ¡milord!

La mordió en el cuello con ternura y respondió bruscamente:

– Tu madre está durmiendo y Amanda y Adrián están mucho más entretenidos que nosotros, milady. -Después de soltar las cintas de su sombrero, se lo arrancó y lo dejó a un lado. Enredó los dedos en su cabello oro pálido, sacó las horquillas, y lo dejó caer alrededor de ellos como una cortina-. ¡Oh, fierecilla, si algo te hubiera ocurrido…! -Su boca encontró de nuevo la de Miranda, aplastándole los labios dulces y complacientes.

La carroza se detuvo bruscamente y las dos parejas abrazadas se separaron, ruborizadas, jadeantes. Adrián bajó la ventanilla y miró al exterior.

– ¡Vaya! Es la carroza del príncipe y avanza despacio a fin de que la gente pueda admirarlo.

– Di a Smythe que tome por una calle lateral -respondió Jared-.No es necesario que recorramos Londres. Además -añadió frunciendo con ferocidad sus negras cejas, lo cual hizo reír a ambas hermanas-, de pronto estoy impaciente por llegar a casa.

– Y yo impaciente por contraer matrimonio -afirmó Adrián, riendo.

– Deberíais avergonzaros -les reconvino Miranda con fingida severidad, mientras se recogía de nuevo el cabello en un moño.

– Esta pareja está como una cabra -observó Amanda con inocencia.

Se hizo un silencio escandalizado seguido de carcajadas.

– Mi joven cuñada, como tutor estoy fuertemente tentado de darte una paliza. Tu modo de expresarte es vergonzoso. No obstante, como en mi caso tienes toda la razón y sospecho que también en el de Adrián, no estaría bien que te castigara por tener razón y decir la verdad.

– Me esforzaré por tener más tacto, en el futuro -prometió Amanda. Sus ojos azules brillaban de alegría.

– Está bien -respondió Jared, divertido.

– ¿Adonde vamos? -preguntó Miranda.

– A mi casa -respondió Jared-. Está en una plazuela cerca de Green Park. ¿Dónde pensabas ir? ¿A un hotel?

– Pensábamos ir a casa de sir Francis Dunham. Sabía que tenías una casa en Londres, pero nunca me dijiste dónde y tampoco sabía si la mantenías con servicio o la alquilabas.

– Decididamente, eres una viajera poco organizada, fierecilla.

– Bueno, salimos con cierta precipitación.

– En efecto, y ¿qué disposiciones tomaste para el buen funcionamiento de Wyndsong?

– Pensé que volverías a casa, Jared, pero así y todo, Peter Moore, el capataz de la finca es capaz de dirigir la granja y ocuparse de los caballos. Le dije que continuara como hacía mi padre a menos que tú le dieras otras instrucciones. ¿Tenías tanta prisa por alcanzarme, milord, que te hiciste a la mar y te olvidaste de Wyndsong?

– No me provoques, señora, porque mi venganza será terrible.

– Empieza ya, milord. Estoy lista para luchar contigo -lo desafió. Su mirada lanzaba destellos.

«Válgame Dios -pensó Amanda, mientras se acurrucaba junto a Adrián-. Prefiero mi amor tranquilo. Son ambos tan fuertes, ¡tan salvajes!»

La carroza llegó a una pequeña plaza a una manzana del parque. Había sólo ocho casas alrededor de Devon Square, y en el centro se había sembrado un pequeño jardín en miniatura con sus castaños en cada esquina. Un caminillo de grava, en forma de cruz, partía el área en cuatro sectores de césped bordeado de macizos de alegres flores. En el centro de la cruz cantaba una fuente de bronce verdoso en forma de niño, de la que surgía una columna de agua. Había cambien cuatro bancos de mármol blanco, curvos, de estilo clásico, rodeando la fuente.

Las casas eran todas de ladrillo rojo descolorido por el tiempo, con tejados de pizarra gris oscuro y altos remates de mármol blanco.

La carroza de los Dunham se detuvo delante de una casa, en el lado este de la plaza, y los dos lacayos saltaron de la parte trasera de la carroza y se apresuraron a abrir la puerta del lado de la calle. De la casa salieron otros dos lacayos para entrar el equipaje.

Dorothea despertó sobresaltada.

– ¿Do… dónde estamos?

– Estamos en nuestra casa de Londres, mamá -la tranquilizó Miranda-. Dentro de unos instantes estarás dentro de un baño calentito y te prepararemos una tetera de té de China negro. Te calmará el dolor de cabeza. -Alcanzó su gorro y se lo anudó.

Los caballeros acompañaron a las damas a los peldaños que daban entrada a la casa. Con gran sorpresa de Miranda, codo el servicio estaba reunido. No estaba acostumbrada a tanta ceremonia, pero esto era Inglaterra, no América. Levantó la barbilla. Sintiendo la cálida presión de la mano de Jared en su brazo, Miranda se sintió fortalecida.

Roger Bramwell se adelantó.

– Miranda, te presento a mi secretario, Roger Bramwell. Se ocupa de todos mis asuntos en Inglaterra. Roger, mi esposa.

Miranda fue a estrecharle la mano, pero él la enderezó con habilidad y se la besó al estilo europeo,

– Milady, es un placer darle la bienvenida a Londres.

– Gracias, señor Bramwell -respondió, retirando la mano.

– Permítame presentarle al resto del personal. Simpson, el mayordomo.

– Simpson.

– Bienvenida, milady -saludó Simpson, un hombre alto, fuerte y digno.

– La señora Dart, el ama de llaves.

– Estamos encantados de tenerla con nosotros, milady -saludó la señora Dart, tan menuda como corpulento era el mayordomo, y de rostro agradable.

– Gracias, señora Dart.

– He aquí el tesoro de la casa, milady… La señora Poulmey, la cocinera.

– Je, je -rió aquella mujer redondita, de mejillas coloradas, bailándole la papada. Después inició una reverencia-. Encantada de servirla, milady.

– Confiaré mucho en usted, señora Poultney.

– El ayuda de cámara de milord, Mitchum.

Miranda saludó a aquel hombre alto y escuálido.

– Y ésta es Perkins, milady. La he elegido como doncella personal. Sus referencias son excelentes.

– Estoy segura de ello. Sé que nos llevaremos muy bien -dijo a la doncella, quien esbozó una bonita reverencia. Bien, se dijo Miranda, ésta es una mema-. Señor Bramwell, necesitaré a alguien que se ocupe de mamá y Amanda mientras estemos aquí.

– Me ocuparé de ello, milady.

El resto del servicio fue presentado rápidamente: Smythe, el cochero, los cuatro lacayos, las dos camareras, las doncellas, la lavandera, el joven Walker el pequeño botones de Jared, los dos caballerizos, la pinche y el chico para todo.

– Hemos preparado la habitación rosa para la señorita Amanda, milady, y la de tapices para la señora Dunham -explicó el ama de llaves a Miranda.

– Muy bien, señora Dart. ¿Querrá ocuparse de que se preparen los baños en las habitaciones? También necesitaré una tetera de té negro, de China, si lo hay, para mamá. En cuanto me haya bañado me gustaría ver los menús para hoy, y cal vez una de las doncellas de la casa podría ocuparse hoy de mi madre y de mi hermana, hasta que encontremos a alguien para ellas.

– Sí, milady. -La señora Dart quedó impresionada por la rápida autoridad de Miranda-. ¡Violet! -llamó a una de las doncellas-. Acompaña a las señoras a sus habitaciones.

– Naturalmente, cenarás con nosotros, Adrián -invitó Miranda.

Asintió y ella se dispuso a seguir a su madre y hermana por la gran escalera de roble.

– Milady -llamó Jared.

– ¿Milord?

– Subiré al instante.

– Estaré esperando.

El servicio volvió a sus obligaciones y a sus comentarios acerca de la nueva señora. Los caballeros pasaron a la sala de estar, donde les sirvieron café.

– He conseguido los vales necesarios para que las señoras puedan ir a Almack's -explicó Roger a Jared y Adrián-. La princesa De Lleven y lady Cowper mandan sus saludos. Dicen que, al casarse, ha roto la mitad de los corazones de Londres. También dicen que no recuerdan a su esposa de la temporada pasada. Se acuerdan de la señorita Amanda, pero no de su hermana. Aseguran que están impacientes por conocer a Lady Dunham.

– No me cabe la menor duda -rió Jared-. Espero que hayan logrado disimular su impaciencia.

Roger contuvo la risa.

– No mucho. La mayoría especulaba acerca de cómo reaccionaría lady Gillian Abbott ante la llegada de usted y su esposa.

– ¡No me digas! ¿Te liaste con Gillian Abbott? -exclamó Adrián-. Es más que un poco lanzada, pero al viejo lord Abbott le trae sin cuidado lo que haga con tal de que sea discreta y no produzca bastardos.

– Lady Abbott y yo éramos amigos. No estaba en posición de ofrecer otra cosa que amistad, y yo, por supuesto, no tenía intención de ofrecerle nada más, ni siquiera en otras circunstancias.

– Claro que no, Jared. Incluso antes de casarse con el viejo Abbott no era un gran partido. Lo único que tiene es su gran belleza. El viejo rondaba los ochenta cuando se casaron, hace tres años. No creí que durara tanto.

Para cambiar discretamente de tema, Roger Bramwell explicó:

– Tienes varias invitaciones, Jared. Sir Francis Dunham y su esposa, lady Swynford,!a duquesa viuda de Worcester. Envié tu aceptación para esas tres. En cuanto a las demás, deberás mirarlas y decidir por tu cuenta.

– Nada que sea inmediato, Bramwell. Las señoras aún no tienen ropa adecuada. A propósito, quiero que mandes uno de los lacayos a casa de madame Charpentier para decirle que la señorita Amanda Dunham ya está aquí. Necesitaremos que envíe el ajuar de Amanda y que venga a tomar medidas para mi esposa y su madre para un vestuario completo. También la señorita Amanda va a necesitar algo para vestirse antes de la boda. Que mande la factura de lo que ya tenga terminado y hazle un depósito para lo que tendrá que hacer aún. Esto la hará venir corriendo. Ahora, caballeros, tengo algo que discutir con mi esposa. Les veré por la noche. Adrián… -Se inclinó y salió de la estancia.

Miranda estaba explorando embelesada su alcoba. Decorada en terciopelo turquesa y raso crema, tenía el mobiliario de precioso estilo Chippendale, en caoba. La alfombra era china, de gruesa lana azul turquesa con un dibujo geométrico en color crema. Las dos grandes ventanas de la alcoba daban al jardín, que se encontraba lleno de flores de todos los colores. La chimenea tenía una preciosa repisa georgiana que sostenía dos exquisitos jarrones de Sévres, blanco y rosa, a cada extremo, y un reloj también de porcelana de Sévres en el centro. Sobre una mesita redonda junto a la ventana había un gran cuenco de cristal de Waterford lleno de rosas blancas y rosas.