– Debo ser puntual, Eph -dijo y el carruaje se puso en marcha lentamente.

Al otro lado de la calle, frente al fondeadero, el príncipe Alexei Cherkessky observaba la escena desde una ventana de una agencia de importación-exportación.

– Tienes toda la razón, Sasha -observó-. La mujer me parece perfecta para mi propósito. Pero antes de actuar, debo descubrir quién es. Sigue el coche hasta la embajada inglesa y averigua lo que puedas.

– Sí, amo -respondió Sasha-. ¡Sabía que te gustaría! ¿Acaso no sé siempre lo que te gusta?

– Hum, sí -murmuró distraído el príncipe, siguiendo el coche con la mirada- ¡Apresúrate, Sasha!

Sasha salió corriendo y el príncipe bajó lánguidamente la escalera hasta la planta principal de la agencia, observando con curiosidad la hilera de empleados sentados en altos taburetes frente a los libros de cuentas. El propietario de la agencia se apresuró a interpelarlo.

– Espero haberle sido útil, alteza.

– Bien -respondió el príncipe, que abandonó el local sin molestarse siquiera en mirar al hombre y se metió en su coche.

Sasha corrió por la Perspectiva Nevsky, sin perder de vista el coche. Era un hombre guapísimo, esbelto y de estatura mediana. Tenía el cabello oscuro y rizado, el rostro como el de un cupido travieso y los ojos eran como cerezas negras. Sus ropas -una camisa blanca bordada, abierta por el cuello y con anchas mangas, grandes pantalones bombachos, negros- parecían las de un aldeano, pero los tejidos eran de gran calidad, y las botas de hermosa piel. Alrededor del cuello llevaba un fino collar de oro.

El coche salió de la avenida, dio varias vueltas por calles secundarias y al fin traspasó la verja de hierro abierta de una gran residencia de cuatro pisos, de ladrillo, sobre el río Neva. Sasha se detuvo en la verja y se mantuvo observando hasta que el coche se detuvo. La hermosa dama con su brillante traje dorado recibió ayuda para bajar del coche y la acompañaron hasta el interior de la embajada.

Sasha observó mientras llevaban el vehículo a la cochera y se metió en el jardín de la embajada para seguirlo.

– Eh, tú -le gritó el cochero del embajador.

– Buenas noches -le contestó Sasha en su mejor inglés. El único hijo de la doncella favorita de la difunta princesa Cherkessky había sido educado con su amo, e! príncipe, y hablaba con soltura diversos idiomas. Era un trato insólito incluso para un siervo privilegiado, pero la princesa se había divertido educando a Sasha y el muchacho había actuado como acicate para su hijo, que encontraba al aldeano tan inteligente como a sí mismo. La presencia de Sasha animaba al príncipe Alexei a esforzarse en los estudios, porque era del todo impensable que un siervo lo superara.

El cochero miró a Sasha con suspicacia y le preguntó de mal talante:

– ¿Qué quieres? -Le molestaba trabajar en Rusia, pero el embajador le pagaba un suplemento por ello.

Sasha sonrió al desagradable sirviente. ¡Cómo odiaba a aquellos arrogantes extranjeros! Pero preguntó con buenos modales:

– La hermosa señora que acaba de llegar, ¿quién es?

– ¿Quién desea saberlo?

– Mi amo, el príncipe. -Sasha hizo saltar una moneda de plata y el cochero la cogió al vuelo. A los cinco minutos, Sasha tenía toda la información que poseía el cochero.

– Gracias, amigo -le dijo, y se alejó rápidamente de la embajada.

Puesto que conocía San Petersburgo como la palma de su mano, tomó diversos atajos a fín de llegar lo antes posible al palacio Cherkessky. Entró en el edificio por una puerta lateral y se apresuró a subir a los aposentos privados de su amo, donde encontró al príncipe en la cama, entretenido con su amante de turno. A Sasha no le simpatizaba la mujer, una extranjera, pero claro, siempre estaba celoso de los amantes del príncipe, varones o hembras. Ésta era una fulana realmente irritante, una rubia de pelo pajizo con extraños ojos ambarinos. Llevaba una bata diáfana, que, tal como pensó Sasha amargado, era como si no llevara nada. La mujer se apoyaba en el príncipe con una sonrisa socarrona en los labios.

– ¿Y bien? -preguntó el príncipe-. ¿Qué has descubierto para mí?

– A decir verdad, nada, alteza. El cochero del embajador sólo me pudo decir el nombre de la dama. No sabía nada más. Le ordenaron que fuera a recogerla al barco y la trajera a la embajada.

La amante del príncipe se incorporó:

– ¿Acaso quieres sustituirme, Alexei? -preguntó agresiva.

– No pensaba hacerlo, querida -fue la suave respuesta-, pero si vuelves a emplear este tono de voz conmigo, lo haré.

El rostro de la mujer reflejó inmediata preocupación y rodeó al príncipe con sus brazos blancos y gordezuelos, esbozando un mohín.

– ¡Oh, Alexei, es que te quiero tanto! La idea de perderte hace que me porte como una tonta.

– Hazme por lo menos el favor de considerarme un caballero, querida. Cuando me canse de ti, por lo menos tendré la educación de advertírtelo.

– Entonces dime, ¿por qué Sasha anda siguiendo mujeres por las calles?

El príncipe esbozó una sonrisa aviesa y sus dientes blancos resaltaron en el rostro moreno. Era un hombre atractivo, de elegante figura, de pecho y hombros anchos, cintura y caderas finas y largas piernas. Llevaba corto el cabello, negro y liso. Sus ojos eran oscuros y tan inexpresivos como dos bolas de ágata. La nariz clásica, impecable, los labios delgados y un tanto crueles. Se zafó del abrazo de su amante y dijo:

– No hay razón para que no debas saberlo, querida mía. Cuando Sasha se encontraba hoy en el Emporium de Bimberg comprando esos guantes perfumados que tu corazoncito ávido ansiaba, vio a una mujer de increíble belleza, la mujer que llevo años buscando. He visto a esa mujer.!Es precisamente lo que quiero!

– ¿Para qué la quieres, Alexei?

– Para la granja, querida. Hace tiempo que busco la pareja perfecta para uno de mis mejores sementales. Lucas. Lucas produce niñas, al contrario que su hermano Paulus, que produce niños. He encontrado para Paulus varias parejas perfectas en los últimos cinco años y han producido ya dieciocho hijos: rubios, hermosos, unos niños que sin duda se venderán por una fortuna en los bazares del Lejano y Medio Oriente. Aunque el propio Lucas ha tenido diversas parejas, no son mujeres que se le parezcan y hace tiempo que ando buscando una hembra de su mismo colorido. Quiero conseguir un montón de hijas de color oro plateado. Los turcos me pagarán una fortuna por esas niñas, y podré empezar a venderlas desde los cinco años.

Se volvió a mirar a Sasha.

– ¿Quiénes la mujer?

– Lo único que he podido averiguar es su nombre, alteza. Es lady Miranda Dunham.

– ¿Qué? -gritó la ámame del príncipe, levantándose de repente-. ¿Cómo has dicho que se llama?

– Lady Miranda Dunham.

– ¿Rubia platino, delgada, ojos verde azulado?

– Sí.

– ¿La conoces? -preguntó interesado el príncipe.

– Sí. Conozco a esa zorra -respondió con voz venenosa Gillian Abbott-. Gracias a ella no podré volver a Inglaterra. Debo recorrer la Tierra, desterrada, a la merced de canallas como tú, Alexei. ¡Ya lo creo que conozco a Miranda Dunham!

Sasha observó que el príncipe rodeaba a la mujer con el brazo.

– Cuéntame, dolfceka -le murmuró al oído mientras su mano elegante se acercaba a acariciar uno de los senos pendulares de Gillian-. Cuéntame.

Pero Gillian tampoco era la ingenua estúpida que creía el príncipe. Si le contaba toda la verdad, él podía abandonar su propósito y ella perdería su oportunidad de vengarse.

– Miranda Dunham -murmuró- es una americanita sin importancia y sin amistades relevantes.

– ¿Sin importancia? Viaja en su propio yate y tiene un título, querida.

– Alexei, ¡no comprendes nada! ¡Es americana!

– Casada con un noble inglés.

– ¡No! ¡No! Era la hija de Thomas Dunham, un americano cuyas propiedades fueron en su origen una concesión real. La familia mantuvo siempre su título inglés y tiene derecho a usarlo en Inglaterra. Cuando murió el padre de Miranda, su primo Jared Dunham heredó el título y la propiedad. La hermana de la señorita Dunham iba a casarse y así lo hizo. Su madre también volvió a casarse. Pero, por desgracia, Jared había sido nombrado tutor de su prima. Ella trató de provocar una boda entre ambos, pero naturalmente él no aceptó ninguna coacción y decidió convertirla en su amante. Desde entonces ella se ha vuelto insoportable. -Gillian se felicitó por su rapidez de improvisación.

– ¿Puedo preguntarte cómo sabes todo esto, Gillian?

– No voy a fingir recato contigo, Alexei. Yo también fui la amante de Jared Dunham, durante una época. Esa pequeña me sustituyó en su cama. Jared es un hombre implacable. Sin embargo, le debo un favor, porque fue él quien me avisó de que me iban a detener por espía después de la muerte de Abbott. ¿Qué mayor favor puedo hacerle a Jared Dunham que librarlo de esta molestia? Si quieres a la muchacha para tu granja de esclavos en Crimea, quédatela en buena hora. Lord Dunham respirará tranquilo Si se la quitas de encima. No tiene ningún derecho a usar el título, Alexei. Es pura pretensión por su parte. En cuanto al yate, imagino que lord Dunham le permitió utilizarlo a fín de librarse de ella durante cierto tiempo. Si no vuelve no la echará de menos, te lo aseguro. Ni él ni nadie.

– ¿Ni su madre, ni su otra hermana? Seguro que protestarán por su desaparición.

– Ambas están en América -mintió tranquilamente Gillian.

El príncipe reflexionó sobre la situación.

– ¡Hazlo esta noche, Alexei! Quién sabe cuánto tiempo va a quedarse en San Petersburgo -le urgió Gillian-. Piensa en el tiempo que llevas buscando una rubia platino de ojos claros para tu semental. Las niñas que conciba te producirán una fortuna.

Sasha observó atentamente a!a mujer de su amo. No le gustó el tono ansioso de su voz ni el exagerado brillo de sus ojos. Consideraba si estaba diciendo la verdad, y en efecto sospechaba que mentía.

– Mi señor príncipe -dijo a media voz en ruso, una lengua que Gillian no comprendía-. No estoy seguro de que te esté diciendo la verdad. Sé lo mucho que necesitas a esta mujer, pero recuerda que el zar te advirtió que si había otro escándalo relativo a la granja, te desterraría a tus propiedades.

El príncipe levantó la mirada y señaló la cama.

– Ven y siéntate, Sasha. Dime lo que piensas de todo esto, mi amor. Tú siempre has velado por mi interés. Eres la única persona en el mundo en quien confío.

Sasha sonrió tranquilizado y se tendió en la cama junto a su amo. Apoyado sobre un codo, continuó.

– Tu amante busca vengarse.

– Y no lo ha disimulado -respondió el príncipe.

– Es más que esto, alteza. Su historia es demasiado perfecta. No creo que un hombre rico permitiera a su amante el uso de su yate cuando no está con ella. La esposa puede llevarse el yate, pero nunca la amante.

– ¿Qué marido en su sano juicio dejaría que tan bella esposa viajara sin él? ¿Sin acompañantes? ¿Sin carabina?

– Siempre hay circunstancias atenuantes, mi príncipe.

– Estoy seguro de que tienes razón, pero deseo a esa mujer y no quiero escándalos. Tengo un plan perfecto. Escúchame y dime qué te parece. Raptaremos a la americana; naturalmente sus servidores a bordo del yate irán a la policía al ver que no regresa. Tú, querido Sasha, la llevarás a la granja y vigilarás su apareo con Lucas. Quiero que te quedes hasta que haya dado a luz felizmente a su primera hija. No debes temer que nadie la encuentre, porque lady Miranda Dunham figurará como muerta. El cuerpo de una mujer rubia -y ahí el príncipe se inclinó y besó ligeramente a Gillian- será encontrado flotando en el Neva. Llevará las ropas de lady Dunham y parte de sus joyas. Después de varios días en el río, resultará difícil averiguar quién es en realidad, pero la ropa y las joyas les convencerá de que se trata de lady Dunham. Bien, Sasha, ¿verdad que soy listo?

– Amado príncipe, estoy impresionado por tu sutil astucia.

– Vuelve junto al cochero inglés. Ya se habrá enterado de más cosas que puedan ayudarnos en la captura de nuestra presa.

Sasha cogió la mano del príncipe y se la besó.

– Estoy encantado de obedecerte, mi amo -le aseguró levantándose de la cama y abandonando la habitación.

– ¿Qué era toda esa palabrería con tu amiguito? -preguntó Gillian en su impecable francés.

– Sasha no te cree, querida -respondió el príncipe.

– Ese gusano está muerto de celos -comentó Gillian-. Seguro que no le harás caso, Alexei.

– Le he tranquilizado, amor -murmuró el príncipe Cherkessky, sibilino- Bésame ahora.


En la embajada británica Miranda se vio obligada a tener paciencia. Cuando llegó vio que era una más entre muchos invitados a una gran cena donde era absolutamente imposible hablar con el embajador. Sin embargo, su compañero de mesa era el secretario, quien le aseguró que el embajador la recibiría en privado al día siguiente para hablar de su marido.