– ¡Eh, Eph, llegas dos días más tarde de lo que esperaba! ¿Dónde está esa fíerecilla mía?
Incapaz de mirar directamente a su patrón, Snow le dijo:
– Venga al salón principal, señor Jared.
Sin molestarse siquiera a esperar respuesta, lo precedió al interior del barco. No había modo de cumplir con su deber fácilmente, así que se volvió a mirar a Jared y las palabras se le escaparon bruscas, a borbotones, con brutalidad. Terminó poniendo la alianza de Miranda en la mano de Jared y estalló en sollozos. Las lágrimas resbalaron sin la menor vergüenza por su rostro curtido hasta llegar a su barba entrecana mientras Jared, rígido por la impresión, miraba fijamente el anillo de oro con sus diminutas estrellitas, que parecían burlarse de él con su brillo. Luego, ante el horror del capitán Snow, Jared Dunham gritó:
– ¡Maldita sea! ¡Maldita hasta el infierno por su insensata inquietud! Cualquier otra mujer se hubiera quedado esperando, ¡pero ella no! ¡Ella no! -Se guardó violentamente la sortija en el bolsillo-. No te hago responsable, Eph -dijo ya más tranquilo, y salió del barco a toda prisa.
Después de recorrer el muelle, Jared se dirigió decidido al Mermaid. Cerró de un portazo, llegó a la barra, pidió una botella de brandy y procedió a emborracharse. Ephraim Snow siguió discretamente a su patrón, enfermo de preocupación, pero el posadero reconocía a un hombre desesperado cuando lo veía y ya había mandado llamar a los criados de lord Dunham. Cuando Ephraim Snow entró en la posada los encontró: el ayuda de cámara de Jared, Mitchum; Martin, el cochero, y la doncella de Miranda, Perky. Ephraim les indicó que lo siguieran y angustiado les contó la tragedia.
– Que Dios se apiade de ella -sollozó Perky-. Era una buena ama, lo era. Quería que cuantos la rodeaban fueran felices.
– Creo -observó el señor Mitchum, que era el criado más antiguo- que ha sido mejor dejar que su señoría se emborrachara. Cuando se caiga lo subiremos en el coche y regresaremos a Swynford Hall. El hermano de lord Dunham y su cuñado sabrán cómo manejar una situación como ésta.
Ephraim Snow asintió.
– Me parece una buena idea. Iré con ustedes, si no les importa.
– Le agradeceré toda la ayuda que pueda prestarnos, capitán. Será un trayecto difícil.
Alfred Mitchum no sospechaba lo terrible que podía ser un viaje en berlina. Miranda sí. Durante los primeros días después de su rapto, Sasha la mantuvo bajo la influencia de las drogas. Ocasionalmente, Miranda era consciente del movimiento del coche, pero cuando él se daba cuenta de que su prisionera empezaba a despertar, volvía a hacerle beber aquel agua amarga que la sumía otra vez en una oscuridad de sueños. Pasados unos días, en los escasos momentos de lucidez que tuvo. Miranda comprendió que debía impedirle que siguiera drogándola. Necesitaba reflexionar sobre su situación.
A la vez siguiente que comenzaba su peligroso retorno a la consciencia, tuvo cuidado de no alterar el ritmo de su respiración ni abrir los ojos. Poco a poco, sus ideas fueron centrándose, pero tenía un dolor de cabeza espantoso. Por fui, después de varias horas, le fue imposible mantener la posición encogida y, con gran sorpresa por parte de Sasha, la joven se incorporó y se sentó. Rápidamente él alargó la mano hacia el frasco de plata, pero Miranda le paró la mano.
– Por favor, basta de esa pócima que me ha estado dando. Soy su prisionera. Ni siquiera sé dónde me encuentro. -El se la quedó mirando-. Por favor. Me duele muchísimo la cabeza. Le prometo que no voy a darle motivo de preocupación.
– De acuerdo -accedió Sasha al fin-. Pero cualquier movimiento extraño por su parte, y le vacío todo el frasco en la garganta.
– Gracias.
– No me dé las gracias. Estoy harto de hacerle de niñera. Ahora por lo menos no tendré que cambiarle los pañales. Así podrá atender sus propias necesidades.
– ¡Oh! -Miranda enrojeció.
– Bueno, demonios -masculló, pero esta vez con menos acritud-. El coche habría apestado si no me hubiera cuidado de usted.
– ¡Por favor, señor!
Sasha se echó a reír.
– Toda una dama, ¿verdad? Llámeme Sasha. En realidad soy Pieter Vladimirnovich, pero siempre me han llamado Sasha. Su nombre es Miranda, lo sé, pero ¿cómo se llamaba su padre?
– Thomas.
– Entonces su verdadero nombre es Miranda Tomasova, aunque yo voy a llamarla Mirushka.
– No, soy Miranda Dunham, esposa de Jared Dunham, lord de Wyndsong Manor.
– ¿Era realmente su esposa? Ella nos aseguró que era su amante.
– ¿Quién lo dijo?
– La amante del príncipe Alexei, Gillian.
– ¿Gillian Abbott?
– Sí. Era una mala bestia. Dijo que usted le había robado a lord Dunham y que él te agradecería que lo libráramos de usted. Dijo que le debía un favor.
– ¡Entonces ella es la responsable de mi situación! ¡Dios, la estrangularé con mis propias manos!
– ¡Calma, calma, Mirushka! -la tranquilizó Sasha con la mano sobre el frasco de plata.
Por un instante sus ojos verde mar brillaron airados, pero luego cambió de actitud.
– No estoy enfadada con usted, Sasha, pero han engañado a su príncipe. La reputación de lady Abbott en Londres no era buena. Siempre se arrimaba al mejor postor, incluso cuando el pobre y anciano lord Abbott aún vivía. Por favor, Sasha, dé la vuelta al coche hacía San Petersburgo. Mi marido le recompensará por mi vuelta,
– No. Yo la vi primero, sabe, en la tienda de! judío. Los judíos no suelen ser tolerados en San Petersburgo, pero éste goza de la protección del zar. Además, saben regentar muy bien las tiendas, y si no lo hicieran ellos, ¿quién lo haría? -rió-. En cualquier caso yo la vi en Bimberg's. Estaba allí comprando unos guantes de cabritilla lila para la amante del príncipe, y usted entró con un capitán de barco.
– El capitán Snow.
– Alexei Vladimirnovich anda buscando una mujer con su colorido desde hace años. Lucas es igual. En cuanto la vi, me precipité a advertir al príncipe. Si su amante no lo hubiera convencido de que usted no era importante, tal vez no la habría raptado.
– Pero en mi mundo soy importante -declaró Miranda, en un intento desesperado de que regresara-. ¡Soy una gran heredera y estoy casada con un americano muy importante!
– América está muy lejos de Rusia, Mirushka, y es una tierra lejana, salvaje y sin importancia. América no importa.
– El título de mi marido es inglés, Sasha, y mi hermana está casada con un lord inglés muy importante.
– Gillian dijo que su hermana estaba en América con su madre.
– Les mintió, Sasha. Nuestra madre está en América, casada con un hombre rico y poderoso, pero mi hermana es la duquesa de Swynford y su marido es muy amigo del príncipe regente. -Mientras hablaba se preguntó si su hermana apreciaría su nuevo rango.
– Yo ya sospeché que Gillian no decía la verdad -asintió Sasha con cierto orgullo-. Así se lo dije al príncipe, pero por si su amante mentía, él inventó un plan para que su desaparición no levantara sospechas. Sea quien fuere en realidad, no la echarán en falta. Su vida, ahora, está aquí en la granja de producción de esclavos de Alexei Vladimirnovich. Estará magníficamente atendida, Mirushka. Lo único que debe hacer es tener niños.
«Debo de sufrir una horrible pesadilla», pensó Miranda.
– ¿Por qué no se cuestionará mi desaparición, Sasha?
– Porque está muerta -fue la plácida respuesta de Sasha.
Miranda se estremeció, pero su voz no traslucía el pánico que sentía.
– No comprendo, Sasha.
– La amante del príncipe, Gillian, se dejó crecer el cabello y se lo tiñó de rubio cuando huyó de Inglaterra -empezó a contar Sasha. Se lo explicó todo.
Cuando hubo terminado, Miranda se quedó muy quieta escuchando el rítmico galope de los caballos. ¡Muerta! ¡Muerta! ¡Muerta!, fue el burlón estribillo. ¡Jared!, gritó mentalmente. ¿No te lo creas! ¡Oh, mi amor, no los creas! ¿No los creas! ¡Estoy viva! ¡Estoy viva!
– Mirushka, ¿está bien? -La voz de Sasha sonaba angustiada.
– Soy Miranda Dunham, la esposa del lord de Wyndsong Manon ¡Y no estoy muerta! ¡Nadie lo creerá! ¡Gillian Abbott no se me parece nada!
– ¿Sabe el aspecto que tiene un cuerpo después de estar varios días bajo el agua y ser devorado por los peces, Mirushka? -Ella palideció, pero Sasha siguió hablando-. Además, ¿quién puede relacionar su desaparición con Alexei Vladimirnovich? No se habían visto nunca excepto cuando se la llevó en su coche, y nadie podía identificar el coche como suyo. No se parece al caso de la institutriz de la princesa Tumanova.
– ¿Qué quiere decir, Sasha?
– Hace dos anos, mi amo se interesó mucho por una francesita que había venido para ser institutriz de los hijos de la princesa Tumanova. Era sin duda una criatura exquisita, de cabello dorado, sedoso, y ojos grises. Alexei Vladimirnovich la quiso para Lucas, así que se la llevó de San Petersburgo. Por desgracia, la muy estúpida dejó una nota a la princesa. La princesa se enfureció y fue a quejarse al zar, quien advirtió al príncipe que no quería más escándalos relacionados con la granja. Por supuesto, la reprimenda no fue muy severa, porque Alexei Vladimirnovich entrega a los Romanov una generosa renta todos los años, renta que procede del negocio de la granja.
– ¿Qué le ocurrió a la chica francesa? -preguntó Miranda.
– Pues que sigue en la granja, claro. Se enamoró de Lucas y ya le ha dado dos hijos. Usted también querrá a Lucas. Todas sus mujeres lo aman. Es un poco simple, pero muy bueno.
– Yo no voy a amar a Lucas, Sasha. No quiero que me apareen como a un animal con pedigrí. No pienso producir hijos para el mercado de esclavos. ¡Odio la esclavitud! ¡Antes preferiría morir!
– No sea tonta, Mirushka. No tiene elección. Tiene que hacer lo que se le mande, como todos.
– No puede obligarme, Sasha -replicó ceñuda.
– Si, Mirushka, podemos. Si no coopera, la forzarán a ello. Vamos, preciosa, no lo ponga más difícil. Lucas no es ninguna bestia enloquecida. Cumplirá con su deber porque sabe que el amo espera que así lo haga, pero preferirá ser bueno y paciente con usted, lo sé.
– ¿Dónde estamos? -preguntó, fingiendo que deseaba cambiar de tema.
– Al sur de Kiev -respondió Sasha, sin pensar que no debía decírselo-. Llegaremos a Odessa a última hora de la tarde, y a la granja por la noche. Está a unos cincuenta kilómetros de Odessa.
Miranda recorrió mentalmente el mapa de Rusia. Gracias a Dios, había prestado atención a las aburridas clases de geografía a las que su institutriz las obligaba.
– ¡Cielos! -exclamó-. ¿Cuánto tiempo llevamos viajando?
– Casi seis días.
– ¡Seis días! ¡Es imposible!
– No. Hemos viajado sin parar. ¿Tiene hambre, Mirushka? Pronto pararemos para cambiar los caballos. ¿Le apetece un poco de sopa, pollo y algo de fruta?
Asintió con la cabeza. Luego, acurrucada en una esquina del coche, guardó silencio. Odessa estaba en el mar Negro. El imperio otomano quedaba cerca y los turcos eran aliados de los ingleses. Necesitaría tiempo para orientarse. ¿Podría mantener a Sasha a distancia, sin olvidar al tal Lucas, mientras preparaba un plan? No debía dejarse ganar por el pánico. Por encima de todo, debía evitar el pánico.
El coche siguió su camino a través de la campiña. Se preguntó dónde estaría la frontera turca y cuánto habría de allí hasta Estambul. Sí la granja del príncipe Cherkessky estaba junto al mar, quizá pudiera robar un bote. Probablemente sería más seguro huir por mar. Nada de granjas, ni gente, ni perros que la rastrearan. Si ocultaba su cabello… no, tendría que cortárselo muy cono, probablemente teñirlo también, pero si lo hacía y lo escondía bajo un gorro y se vestía como un muchacho… Se miró apenada los pechos, ahora más desarrollados, redondos y llenos desde el nacimiento del pequeño Tom. Bueno, se los apretaría con una tela para disimularlos. En un bote pequeño y a distancia, nadie adivinaría que era una mujer.
¡Una brújula! Necesitaría una brújula. ¿Tendrían este tipo de aparatos en este rincón del mundo? Sería fatal escapar en la dirección equivocada. ¡Cómo se reiría Jared de ella! Jared. Sintió que se le escapaban las lágrimas. ¿Creería que había muerto? ¡Santo cíelo!, ¿qué otra cosa podía creer en vista de tantas evidencias? Te quiero, Jared, se repetía una y otra vez. ¡Te quiero! ¡Te quiero!
Sasha la dejó que pensara. Las mujeres no le importaban demasiado, porque nunca había recibido ninguna amabilidad de su parte. Su madre, que no se había casado, había sido la primera doncella de la madre de Alexei Vladimirnovich y aunque jamás nadie se lo había dicho, sabia que su padre era el propio príncipe Vladimir en persona.
Había nacido siete meses después que la hermana pequeña de su amo. Sasha había tenido suerte. Podían haberlo abandonado en cualquiera de las propiedades de los Cherkessky para que lo criaran como a un siervo sin educación, pero la princesa Alexandra lo consideró un niño precioso y quiso honrar a su doncella favorita. Lo trasladaron al cuarto de los niños de la familia y con una nodriza también de la familia. Cuando cumplió cinco años y Alexei ocho, lo asignaron al muchacho que iba a ser su amo para que estudiara con él. En realidad, estaba allí como receptor de los castigos del príncipe. Si Alexei Vladimirnovich se descuidaba en sus estudios, el pequeño Sasha era quien recibía los azotes, porque era del todo impensable que una humilde institutriz o un preceptor tocara la persona del príncipe.
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