Su propio hogar, el Priory, estaba cerca de la propiedad de los Northampton, Rose Hill Court, y Belinda era una asidua visitante. Al acecho del momento oportuno, Belinda esperó hasta una tarde en que sabía que Rose Hill Court, iba a estar vacía, excepto por el duque y el servicio. Cazó a su tío a solas en la biblioteca y lo sedujo fríamente.

Luego lo dejó antes de que pudiera reaccionar. Se las arregló para no volver a encontrarse a solas con él antes de irse a Londres. Al duque le había escandalizado su comportamiento, escandalizado y fascinado. Nunca había encontrado una mujer más agresiva que aquel pedazo de chiquilla con su carita de ángel. Suspiraba por volver a tenerla, pero ella lo esquivaba y se reía de él tras sus manitas cruzadas, con sus ojos azules bailando enloquecidos. Por fin logró acorralarla en un concierto y se oyó suplicar como un jovencillo.

– Quiero volver a verte -le dijo.

– Si me llevas a Londres me verás todos los días -le contestó.

– Ya sabes lo que quiero decir, Belinda.

– Y tú también sabes lo que yo quiero decir, querido tío.

– Si te llevo a Londres, ¿serás buena conmigo?

– Sí -respondió, escabulléndose.

Belinda de Winter había conseguido su temporada en Londres, así como un magnífico vestuario. Pero el duque de Northampton jamás parecía poder encontrar a su ahijada a solas. Estaba demasiado ocupada con su vida de debutante londinense. Sin embargo, siguió vigilándola. Un día u otro llegaría su oportunidad.

Jared Dunham, el lord americano cuya bella esposa había sido arrastrada por las olas enfurecidas de la cubierta de su yate, era un tema inagotable de comentarios aquella temporada. Belinda observaba cómo tas otras mujeres trataban de llamar la atención del viudo. Escuchaba en silencio las habladurías que acompañaban a aquel hombre increíblemente atractivo, y se juraba que sería su segunda esposa. Era perfecto: rico, elegante, y se la llevaría de Inglaterra, lejos de su maldito padre y hermano.

Su comportamiento y reputación eran como un albatros alrededor de su bello cuello. Aunque los hombres la deseaban y había tenido varias proposiciones cuando irrumpió en la escena social de Londres, ninguno de aquellos caballeros deseaban tener como parientes al barón Chauncey de Winter y su hijo Maurice. Belinda no los podía censurar.


Aquel invierno reinó el mal tiempo en toda Europa y Miranda se vio confinada en la casa durante varios días por culpa de la lluvia. Sasha no tardó en cansarse de los celos de Vanya y pegó una paliza al muchacho un día de octubre. Después de eso, Vanya dejó de quejarse si Sasha jugaba al ajedrez o charlaba con Miranda. Y Miranda, compadecida del joven, le empezó a enseñar francés. Vanya mostraba una inteligencia sorprendente y Miranda sospechó que podía ser hijo de Lucas. No obstante, jamás lo preguntó. Era mejor no saberlo.

Una noche Miranda estaba preparando el tablero cuando llegó Sasha con una copa en la mano.

– He estado hablando con Dimitri Gregorivich. Ya no tendrás que volver a la choza, Mirushka.

Miranda levantó la vista, sorprendida.

– ¿ Por qué?

– ¿Por qué no? Vamos, Miranda, no debes ser tímida conmigo. Sabes que estás embarazada.

– ¿Qué? -parecía anonadada-. ¡No! -exclamó-. ¡no puede ser!

– Mirushka, desde que hemos llegado aquí no has tenido ni una sola pérdida de sangre, según dice Marya. ¿Cuándo tuviste la última regla? Yo sí lo sé. Fue en aquellos primeros días del viaje, cuando estabas inconsciente. Empezaste a sangrar el día después de salir de San Petersburgo. Yo te cambié las compresas. ¿Y antes de eso? ¿Lo recuerdas?

Se quedó pálida. La última menstruación que recordaba había sido una semana antes de abandonar Inglaterra, Tenía razón, hacía tiempo que no sangraba, pero lo había achacado sencillamente al cambia ¡Pero tampoco tenía otros síntomas! Por lo menos, eso creía. Oh, Dios. Volver junto a Jared como una paloma mancillad?, ya era bastante, pero volver embarazada de otro hombre sería imperdonable.

Sasha le acarició la mano.

– ¿Estás bien, Miranda? -Su voz sonaba bondadosa, sinceramente preocupada.

– Estoy bien -respondió despacio-. Bien, Sasha, esto significa que podrás volver a San Petersburgo en verano. Estarás contento.

– Sí -exclamó excitado, pero al ver su expresión desconsolada, añadió-: Esto no significa que no puedas volver a ver a Lucas, Mirushka. Puedes verlo, pero no debéis mantener relaciones amorosas hasta seis semanas después del nacimiento del niño.

– No hay amor entre nosotros ahora, Sasha. Jamás lo ha habido.

– Oh, ya sabes a qué me refiero, Mirushka. Al acto del amor.

– Hacer el amor, Sasha, no es amor, Es copular, y así lo hacen los animales. Sin amarse.

La miró con extrañeza. Era una mujer curiosa, y él no la entendía, pero claro, ¿cómo podía comprender realmente a una mujer?

– Juguemos una partida -propuso y se sentaron uno frente al otro.

Miranda jugó mal aquella noche. Su mente estaba en otra parte. Ahora no iba a poder escapar de la granja. Se vería obligada a quedarse hasta el nacimiento de la criatura. Por supuesto, en cuanto pudiera se marcharía… antes de que él volviera a impregnarla. Abandonaría al niño. De todos modos, se lo quitarían al nacer. ¿Cómo podía sentir algo por él? Era un ser ajeno, y no estaba dispuesta a que Jared conociera su vergüenza. No, no podía amar a esta criatura que crecía ahora en su seno. ¿Por qué iba a amarla?

Lucas. Pobre Lucas. Había sido una gran decepción para él, porque después de aquella primera noche, nunca más volvió a alcanzar la cima de la pasión. Aunque él se sentía frustrado, furioso y confuso, ella parecía tan tranquila. A! principio se había sentido disgustada al disfrutar en su relación con un hombre que no era su marido. Su cuerpo la había traicionado, pero sus plegarias habían sido escuchadas y ahora no sentía nada. Lo había querido así y aunque había tenido que soportar su contacto, por lo menos no permitía ningún placer a su cuerpo mientras su espíritu estaba siendo odiosamente violado.

Pero Lucas había sido bueno con ella y por él había fingido, pero al cabo de una semana o así el hombre se había detenido en pleno acto amoroso y le preguntó:

– ¿Por qué finges?

– Para que estés contento. Tú eres bueno conmigo y yo quiero hacerte feliz.

Inmediatamente se retiró de ella.

– Dios mío. Miranda, ¿por qué no te he vuelto a dar más placer?

– No es culpa tuya.

– ¡Ya lo sé! -fue la rápida y orgullosa respuesta.

– Te lo advertí desde el principio, Lucas. Soy la esposa de Jared Dunham. El príncipe no puede cambiarlo. Lo único que ha hecho el príncipe Cherkessky es separarme de mi mundo y dejarme aquí, pero mi mundo sigue allí, al igual que mÍ corazón y mi espíritu. La primera noche que me tomaste, mí cuerpo respondió al tuyo. No te lo negaré. No sé por qué ocurrió, pero he rezado para que no volviera a ocurrir. Mis plegarias se han cumplido. Siento hacerte daño porque eres mi amigo.

Lucas guardó silencio un instante, luego observó:

– Sigues con la esperanza de regresar, pajarito, pero no te será posible. Con el tiempo llegarás a aceptar el hecho, pero entre tanto quiero que sepas que no has perdido mi amor. Soy un hombre paciente y te adoro, pajarito. Pero por favor, déjate de simulaciones. Yo seguiré haciéndote el amor y el paso del tiempo fundirá el hielo en el que has envuelto tu corazón.

– ¡Jaque, mate! -fue el grito triunfal de Sasha-. ¡Mirushka! ¡Mirushka! ¿Qué te pasa? ¡He cogido tu reina con un peón!

– Perdóname, Sasha. Esta noche no estoy de humor, me muero de cansancio.

– Bueno, confío en que no te conviertas en una compañera aburrida sólo porque estás embarazada.

– Ten paciencia conmigo, Sasha -rió burlona-. Después de todo, sólo he acatado las órdenes de Alexei Vladimirnovich.

– Es verdad -se animó-. Le escribiré mañana para darle la buena noticia.

– No te olvides de incluir mis felicitaciones -dijo sarcástica, y se levantó-. Me voy a mi casto lecho. Buenas noches, Sasha.

Por la mañana se puso una capa de lana y se dirigió al edificio de los hombres en busca de Lucas.

– ¡Miranda, mi amor! -la llamó desde la cocina.

– Estoy embarazada -anunció ella.

– Me alegro.

Estuvo a punto de gritar. Dio media vuelta para irse, pero él la alcanzó y la atrajo.

– Debo volver a la villa.

– Quédate conmigo. Hablemos. Sonya, un poco de té, cariño, y otro poco de ese pastel de manzana tan bueno que haces.

– No tenemos nada que decirnos, Lucas. Estoy embarazada, tal como todo el mundo dispuso. A mediados de junio daré a luz una hermosa esclava rubia, que dentro de cinco o diez años podrá venderse en Estambul por una fortuna. Quizás incluso llegue a ser la favorita del sultán. ¡Qué propaganda para la granja de esclavos Cherkessky! ¡Es lo que siempre he deseado para una hija mía!

– ¡Por favor, pajarito, calla! -Le pasó el brazo por los hombros y la abrazó con fuerza.

Con gran pesar por su parte Miranda se deshizo en lágrimas y él la fue calmando hasta que dejó de llorar.

– ¡Maldita sea! -barbotó en inglés y Lucas se echó a reír. Le estaba enseñando inglés y la había entendido.

– ¿Por qué te ríes?

– Eres adorable y te quiero.

Miranda suspiró exasperada. Nunca la comprendería.

Pero en los meses que siguieron tuvo que confesarse que se mostraba de lo más atento y cariñoso. Había gestado sola al pequeño Tom, sin el amor y la compañía de su marido, pero eso no le importó porque deseaba el hijo de Jared. Sin embargo, no deseaba a la criatura que se agitaba sin cesar en su interior; a pesar de ello, el padre de esta criatura estaba con ella siempre que podía y, curiosamente, encontraba que su presencia la ayudaba. A medida que iba engordando y se hizo cargo de la realidad de su situación, necesitaba su sincera bondad. Creía que sin su aliento hubiera enloquecido. Estaba esperando el hijo de otro hombre mientras, muy lejos, su amado marido se creía viudo.

La primavera apareció a últimos de marzo y con ella una carta para Sasha, del príncipe Cherkessky. Miranda estaba sentada con él en el soleado salón cuando la sorprendió su gemido.

– Sasha, ¿qué te ocurre?

– ¡Dios mío! -gritó y su voz alcanzó un tono estridente y angustiado-. ¡Me ha abandonado, Mirushka! ¡Estoy solo! ¡Solo! ¡Oh, Dios! -y cayó de rodillas entre amargos sollozos.

Miranda se levantó, cruzó la estancia y se inclinó torpemente para apoderarse de la carta que Sasha estrujaba entre las manos. Leyó rápidamente la elegante misiva escrita en francés.

Alexei Vladimirnovich se había casado la víspera de la Navidad rusa con la princesa Romanova, que inmediatamente había demostrado su fertilidad. La nueva princesa Cherkessky esperaba un heredero de la fortuna familiar para primeros de otoño. Alexei Vladimirnovich consideraba más prudente que Sasha se quedara en la granja como director. Su presencia en San Petersburgo podía turbar a la princesa y en su delicada situación aquello resultaba impensable. Cuando la princesa le proporcionara dos o tres niños y asegurara la sucesión de Cherkessky, Sasha podría volver junto a su amo en San Petersburgo. Entretanto debía permanecer en Crimea. Sería solamente durante cuatro o cinco años, como mucho.

El príncipe expresaba su placer por el inminente nacimiento de la criatura de Miranda Tomasova y recordó a Sasha que no dejara de informarle en cuanto su hermosa esclava hubiera dado a luz su primer hijo. Había que devolverla a la choza de apareamiento tres meses después del parto en lugar de tos seis meses habituales, y que Lucas volviera a cubrirla. Con suerte podrían tener otra criatura en la misma época al cabo de un año.

Miranda se estremeció. El príncipe era, sin duda, un ser sin entrañas. Al hombre, obviamente, sólo le importaba el dinero.

La carta terminaba con los mejores deseos del príncipe para Sasha y le recordaba que si desobedecía las órdenes de su amo, olvidaría todo lo que había habido entre ellos y la ira del príncipe y su castigo serían los más dolorosos y crueles que pudiera imaginar.

Miranda dejó la carta y contempló a Sasha. El hombre estaba hecho un ovillo en el suelo, llorando lastimeramente. Entrecerró los ojos para contemplarlo sin pasión. Ahora que Sasha había perdido a la persona amada, tal vez comprendería sus sentimientos.

De pronto, una idea maravillosa empezó a tomar cuerpo. Si podía servirse de la crueldad del príncipe para volver a Sasha contra él, tal vez, sólo tal vez, pudiera convencer al criado para que se vengara de Alexei Vladimirnovich. ¿Qué mayor venganza podía idear Sasha que dejar en libertad su tan ansiada pareja de reproducción?

Sonrió para sí. Le convencería de que los llevara, a ella y a Vanya, a Estambul en el yate del príncipe. También se llevarían el dinero que la granja cobraría en junio, cuando la granja acogía a montones de compradores de iodo el mundo en su venta anual. Su sonrisa creció. ¡Qué dulce venganza! Robarían al príncipe la cantidad máxima de las rentas anuales así como su principal reproductora. Pero, antes que nada, debía ganarse a Sasha. Se inclinó y lo abrazó maternalmente.