– Mi yate debe de estar ahora frente a Orient.
– Bien, señor. Agradezco su cooperación y, si me lo permite, le diré que ha sido un placer tenerles a usted, su esposa y sus hijas a bordo de mi barco, -Después se volvió a Amanda y añadió-: Espero tener el placer de volver a llevarla a Inglaterra el verano que viene, señorita Amanda.
– Gracias, capitán -Amanda se ruborizó deliciosamente-, pero todavía no es oficial -terminó, jugueteando con el anillo.
– Entonces no la felicitaré hasta que lo sea. -Los ojos le brillaron con picardía-. Yo también tengo una esposa y una hija, y sé lo importante que es para las señoras observar las conveniencias.
– ¡Vela a la vista! -gritó el vigía desde la cofa.
– ¿Puede identificarlo? -preguntó el capitán.
– Clíper de Baltimore, señor. Bandera americana.
– ¿Nombre y puerto?
– Se trata del Dream Witch, procedente de Boston.
– Hmmm. -El capitán reflexionó un momento, luego ordenó-Mantenga el rumbo, señor Smythe.
– Sí, señor.
Permanecieron en cubierta observando cómo el clíper se dirigía hacia ellos. De pronto, una bocanada de humo escapó del otro barco, seguida de un estallido apagado que resonó sobre el agua.
– ¡Por Dios! ¡Nos han disparado a la proa! -exclamó incrédulo el capitán.
– ¡Royal George, deténgase y prepárese para ser abordado!
– Pero ¡qué insolencia! -barbotó el capitán.
– ¿Son piratas? -Miranda estaba fascinada, pero Amanda se acurrucó junto a su madre.
– No, señorita, sólo la chusma de la marina yanqui haciendo niñerías -explicó el capitán. Pero al recordar la nacionalidad de sus pasajeros, se sintió incómodo-. Les pido perdón -dijo, pero su mentalidad inglesa estaba rabiando. Dominaba de sobra el elegante barco que ahora se ponía de costado, pero llevaba pasajeros y carga.
Sabía bien que aquello era un ataque de represalia en venganza por alguna idiotez cometida por la Marina Real. Sus armadores le habían dado órdenes tajantes: a menos que vidas y carga estuvieran amenazadas, no debía disparar sus cañones.
La tripulación del clíper izó sus ganchos de abordaje al Royal George.
– No opongan resistencia -ordenó el capitán Hardy a su tripulación-. No deben alarmarse, señoras y caballeros -tranquilizó al pasaje, que se había reunido en cubierta.
Cuando ambos barcos estuvieron amarrados, un oficial muy alto y moreno saltó a bordo del Royal George desde el barco americano.
El caballero habló con el capitán Hardy en voz baja. Al principio no pudieron oír lo que estaba diciendo, pero el capitán Hardy alzó la voz.
– ¡Por supuesto que no tengo hombres enrolados a la fuerza en mi barco, señor! ¡Yo no trafico con cautivos, ni americanos ni de otra parte!
– Entonces no le importará reunir a sus hombres para una inspección, señor -respondió la bien modulada voz.
– Ya lo creo que me importa, y mucho, pero lo haré para terminar con esta estupidez. ¡Contramaestre! ¡Llame a la tripulación a cubierta!
– Sí, señor.
Thomas Dunham había estado mirando fijamente al oficial naval americano y ahora, una amplia sonrisa iluminó sus facciones. ¡Qué coincidencia! Empezó a abrirse paso entre los pasajeros reunidos, agitando su bastón de empuñadura de plata mientras avanzaba, gritando:
– ¡Jared! ¡Jared Dunham!
En la arboladura del clíper, un tirador apostado allí para vigilar la cubierta vio movimiento entre la gente. Descubrió que un hombre se abría paso para salir a cubierta y correr hacia su capitán, agitando lo que parecía tener el brillo de un arma. Por ser un exaltado y un buscador de gloria, no esperó órdenes. Por el contrario, apuntó a su blanco y disparó.
Thomas Dunham se agarró el pecho al tiempo que el eco del disparo resonaba sobre el agua. Había una expresión de sorpresa aturdida en su rostro sonriente cuando miró y descubrió la sangre que manaba entre sus dedos. Luego cayó de bruces. Por un instante, nadie se movió y reinó un absoluto silencio. Después el capitán inglés rompió el hechizo, corriendo adelante e inclinándose para tomarle el pulso. No lo encontró. Levantó la vista horrorizado.
– Está muerto -dijo.
– ¡Thomas! -Dorothea Dunham cayó desmayada y Amanda con ella.
El rostro del capitán americano estaba rojo de ira.
– ¡Ahorquen a ese hombre! -gritó, señalándolo-. ¡Había dado órdenes tajantes de que no se disparara!
Lo que sucedió a continuación ocurrió muy de prisa. De entre la gente una joven alta de cabello color platino se lanzó contra el americano.
– ¡Asesino! -gritó, golpeándolo-. ¡Has matado a mi padre! ¡Has matado a mi padre! -El capitán trató de protegerse de sus golpes sujetándole los brazos.
– Por favor, señorita, ha sido un accidente. Un accidente terrible, pero el culpable ya ha sido castigado. ¡Mire! -Señaló su barco donde el desgraciado tirador estaba ya colgando de las cuerdas, una lección espantosa para otros que pudieran sentir la tentación de desobedecer órdenes. La disciplina inflexible era la ley del mar.
– ¿De cuántas otras muertes es usted responsable, señor? -El odio que emanaba de sus ojos verdes le impresionó. Era dolorosamente joven para odiar con tal intensidad. Un extraño pensamiento le cruzó la mente. ¿Amaría con la misma violencia que odiaba? No tuvo tiempo para pensarlo. La joven se alejó de él, giró y volvió rápidamente. El capitán americano sintió un dolor agudo en su hombro izquierdo. Por un momento se le enturbió la vista y sorprendido comprendió que le había apuñalado. La sangre le empapaba la chaqueta y el hombro le dolía como un demonio.
– ¿Quién diablos es esta fierecilla? -preguntó mientras el capitán inglés la desarmaba con suavidad.
– Es la señorita Miranda Dunham -contestó el capitán Hardy-, El hombre al que han disparado es su padre, Thomas Dunham, lord de Wyndsong Island.
– ¿Tom Dunham de Wyndsong? ¡Santo Dios! ¡Es mi primo!
– El americano se arrodilló y dio la vuelta al hombre-. ¡Dios mío! ¡Primo Tom! -Su rostro reflejó horror, después Jared Dunham levantó la mirada-. Tenía dos hijas. ¿Dónde está la otra?
La gente se separó y el capitán Hardy señaló dos mujeres postradas que estaban siendo atendidas por las demás pasajeras.
– Su esposa y su hija Amanda.
Jared Dunham se levantó. Estaba pálido pero su voz conservaba autoridad.
– Trasládenlas a ellas y su equipaje a mi barco, capitán, así como el cuerpo de mi primo. Regresaré con ellas a Wyndsong. -Suspiró profundamente-. Vi por última vez a mi primo en Boston, hace tres años. Nunca he estado en la isla y me preguntó si no creía que iba siendo hora de que fuera a verla. Le dije que no, que esperaba que llegara a muy viejo. Qué macabro resulta que vea por primera vez mi herencia a la vez que traslado el cadáver de mí primo.
– ¿Su herencia? -preguntó el capitán Hardy, desconcertado.
– Mi herencia. -Jared rió con amargura-. Mi herencia, señor. Una herencia que traté de evitar. Ante usted yace el cuerpo del último lord de Wyndsong Manor. Ante usted se encuentra el nuevo lord de Wyndsong Manor- Yo era el heredero de mi primo. ¿No le parece irónico?
Miranda había estado llorando en silencio desde que la habían desarmado. Ahora el impacto de aquellas palabras penetró su mente impresionada y dolida- ¡Este hombre! ¡Este hombre arrogante, responsable de la muerte de su padre, era el Jared Dunham que iba a quitarle Wyndsong!
– ¡No! -gritó y ambos hombres se volvieron a mirarla-. ¡No! -repitió-. ¡No puedes quedarte con Wyndsong! ¡No dejaré que te quedes con Wyndsong! -Histérica, empezó de nuevo a golpearle como una salvaje.
Él estaba debilitado por la herida, que ya le dolía ferozmente. Estaba contusionado y su paciencia llegaba al límite, no obstante percibió el dolor en su joven voz. Obviamente, Se había arrebatado mucho más que a su padre, aunque no lo entendía del todo.
– Fierecilla -le dijo apesadumbrado-. Lo siento de verdad.-La joven le golpeó la barbilla con el puño, pero él tuvo que recogerla con su brazo sano cuando se desplomó. Por un instante contempló su carita mojada de lágrimas, y aquel momento fue la perdición de Jared Dunham.
Su primer oficial se adelantó y el capitán americano traspasó al hombre su carga inconsciente con pesar.
– Llévela a bordo del Dream Witch, Frank. -Luego, volviéndose al capitán Hardy, le preguntó-: ¿Cree que alguna vez me perdonará, señor?
– Eso, señor -respondió el inglés con una media sonrisa-, dependerá de la profundidad de la herida, me temo.
3
iranda abrió los ojos. Estaba en su propio dormitorio. Sobre su cabeza veía el conocido dosel de lino verde y blanco. Cerró los ojos. ¡Wyndsong! Estaba en casa a salvo con Mandy, mamá y papá. ¡Papá! ¡Oh, Dios, papá! Recobró la memoria. Papá estaba muerto. Jared Dunham lo había matado y ahora iba a arrebatarle Wyndsong. Miranda trató de levantarse, pero una oleada de debilidad se lo impidió. Volvió a recostarse, respiró profundamente y la cabeza se le aclaró. Por fin logró incorporarse, sacó las piernas de la cama y deslizó sus pies delgados en los zapatos. Cruzó rápidamente la alcoba y pasó por la puerta de comunicación al dormitorio de Amanda, pero su hermana no se encontraba allí.
Miranda salió al claro rellano del piso superior de la casa y bajó.
Percibió un murmullo de voces procedentes del salón de la parte trasera. Entró corriendo en la estancia. Jared Dunham estaba sentado en el sofá de seda a rayas, su madre a un lado y Amanda en el otro. La ira la invadió. ¿Cómo se atrevía aquel animal arrogante a estar allí, en su casa? Al ver que todos la miraban, exclamó furiosa:
– ¿Qué hace este hombre aquí? ¡No tiene ningún derecho! Confío en que a alguien se le ocurra mandar a buscar a las autoridades. ¡El asesino de papá debe ser castigado!
– Ven, Miranda -dijo Dorothea sin alterarse. Sus ojos azules estaban enrojecidos-. Ven -repitió- y saluda a tu primo Jared.
– ¿Que le salude? Mamá, ¿estás loca? ¡Este hombre mató a mi padre! ¡Antes le haría una reverencia al propio diablo!
– Miranda. -La voz de Dorothea fue tajante-. El primo Jared no mató a Thomas. Fue un terrible error lo que causó la muerte de tu padre. Jared no tuvo la culpa. Simplemente ocurrió. Todo ha terminado y por más que patalees no vas a devolver la vida a Tom. Ahora, saluda a tu primo Jared.
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