– Te verá.

– Tú le amas, Turkhan. -Era una afirmación y la respuesta no la sorprendió.

– Sí, le amo, y a su modo también él me quiere. Llevo quince años con él, desde los catorce. Otras vienen y van, pero yo permanezco siempre, como permaneceré para consolarlo después de que te hayas ido.

– Tiene mucha suerte de tenerte -comentó sinceramente Miranda.

Turkhan sonrió y pasó el brazo por los hombros de la otra mujer.

– Miranda, hermanita, ¡qué occidental eres! No me importa que mi señor Mirza te ame, porque le has hecho feliz y todas sabíamos que tendrías que dejarnos algún día. Cuando te hayas ido, tendremos la placentera tarea de calmar el dolor de nuestro señor. Las otras mariposas de su harén creen que lo lograrán, y él les dirá amablemente que así ha sido, pero yo sé la verdad. Siempre estarás con él, escondida en un lugar oscuro y secreto en lo más hondo de su corazón. No puedo cambiarlo, ni lo haría si pudiera. Cada experiencia con que nos enfrentamos en esta vida tiene un propósito, incluso las más amargas.

– Puede que vuelva -musitó Miranda.

– No. -Turkhan sacudió su hermosa cabeza-. Quieres a mi señor Mirza, pero tu corazón está con el hombre junto al que vuelves. Incluso si él te rechaza, te quedarás a su lado como yo me quedo junto a Mirza Khan… porque le amas, como yo amo a mi señor-

– Sí. Amo a Jared, y pase lo que pase, querré estar cerca de él.

– Lo comprendo-asintió Turkhan y luego en voz más despreocupada, añadió-: Vamos a los baños. Tu gente no tardará en llegar.

Miranda disfrutó por última vez de los deliciosos baños del harén. Después de un masaje, una anciana esclava la despertó para ofrecerle un café turco hirviente y dulce. Miranda bebió rápidamente el café, la envolvieron en una gran toalla suave y dejó los baños. Miranda abrió la puerta de su alcoba y entró. Oyó un aliento contenido y luego un grito de alegría.

– ¡Milady! ¡Es realmente usted!

Casi se atragantó. La transición había empezado.

– Sí, Perky, soy yo.

– ¡Oh, milady! -Perkins se echó a llorar-. Estábamos tan entristecidos. Milord no podía más de dolor. Estuvo borracho durante casi dos meses.

– ¿De veras? -Miranda sonrió, satisfecha-. ¿Y qué ocurrió, cuando recobró la sobriedad?

El rostro infantil y poco agraciado de Perkins se volvió ceñudo de desaprobación.

– No es cosa mía criticar, milady, pero cuando se tranquilizó se volvió el más juerguista de Londres. Gracias a Dios que no estaba muerta de verdad y que vuelve a casa. Me estremezco con sólo pensar que lady de Winter pudiera ser la nueva mamá del pequeño Tom.

– ¿Cómo? -Miranda sintió que se le despertaba el genio. Desde luego no le había guardado un largo período de luto, ¿verdad?

– Oh, milady, ¡perdóneme por disgustarla!. Le diré la verdad. ¡El cotilleo era que pensaba proponerle matrimonio, pero no llegó a hacerlo! Todo el mundo dice que buscaba una mamá para el pequeño Tom, porque el niño ha estado con lady Swynford desde que usted desapareció. No quiso que se marchara de la mansión, sino que se quedara con el señorito Neddie. Ahora, ella está esperando de nuevo. Además, milord quiere tener al niño; lo quiere mucho. Nadie dijo que estuviera enamorado de lady de Winter, milady. ¡Nunca se ha comentado semejante cosa! ¡Se lo juro!

Miranda acarició la mejilla de Perkins.

– No te preocupes, Perky. Creo que es mejor que yo sepa exactamente lo que ha estado ocurriendo. Vamos, ayúdame a vestirme.

– Necesitaba cambiar de tema y aquella oportunidad le sirvió-: ¿Han cambiado mucho las modas en el año que he faltado?

– ¡Oh, sí, milady! Los cuerpos son más ceñidos, las faldas algo más anchas y los dobladillos llegan justo al tobillo. ¡Espere a ver el camarote lleno de los preciosos trajes que milord ha traído para usted!

Lentamente, Miranda empezó a palidecer. Se tambaleó y Perky alargó la mano para sostenerla.

– ¿Está aquí?-murmuró Miranda-. ¿Está lord Dunham a bordo del yate?

– Pues sí, claro -respondió Perky.

Miranda se quedó sin habla. Tendría poco tiempo para idear lo que diría a Jared, poco tiempo para prepararse. Miranda dejó caer la toalla y Perky, ruborizada, le tendió unos pantaloncitos de fina muselina y medias de seda blanca con las espigas bordadas en oro. También le tendió unas ligas de seda dorada para sostener las medías.

– ¡Oh, esto es nuevo! -exclamó Miranda cuando su doncella le pasó por la cabeza un refajo de seda blanca acolchada con su propio corpiño incorporado. El corpiño no tenía mangas, pero sí anchos tirantes.

El traje que Perky Se había traído era de muselina de color coral y albaricoque a rayas alternas. El escote era profundo, las mangas, balón, muy cortas, y el cuerpo realmente muy ceñido. La falda se sostenía bien sobre la enagua y terminaba en el tobillo. Miranda se calzó unos zapatitos negros.

– El traje le está un poco apretado, milady, pero se lo puedo ensanchar más tarde. Pensé que tendría menos busto después de todos estos meses sin criar.

Miranda asintió y observó en silencio cómo su doncella le separaba el cabello. Perky se lo trenzó y arregló la trenza en un moño redondo en la nuca.

– Lord Dunham le ha enviado su joyero, milady -dijo Perky, quien abrió el primer cajoncito del estuche de piel roja.

Miranda sacó primero una hilera de perlas montadas en oro con un broche de diamantes y se las puso. Después buscó los pendientes a juego, perlas y diamantes, y se los ajustó a las orejas. La elegante londinense del espejo la miró fríamente y Miranda comprendió que había llegado la hora de marcharse. Se levantó.

– Coge el Joyero, Perky, y sube a la falúa. Debo despedirme del príncipe Mirza y darle gracias por su hospitalidad.

Echó una última mirada a la pequeña estancia con su estufa rinconera de baldosas blancas y amarillas, su estrecha cama empotrada y el tocador con el espejo veneciano. Aquí había sido feliz y aunque su corazón clamaba por Jarea, temía lo que le esperaba y se resistía a abandonar la seguridad que le ofrecía el amor de Mirza Khan.

«Nunca debes demostrar temor -le había dicho-. No pidas nunca perdón, ni a ti misma."

– Vamos, Perky -dijo animada y las dos mujeres dejaron la habitación. Las mujeres del harén esperaban en el salón. La pequeña doncella inglesa retrocedió intimidada, con los ojos abiertos ante tantas mujeres hermosas vestidas con lujosos ropajes de colores. Perky sólo hablaba inglés y no pudo comprender lo que se dijo, pero intuía que las mujeres se apenaban porque Miranda se iba.

Después de una afectuosa despedida de las mujeres del harén, Miranda se volvió a Guzel y Safiye y preguntó:

– ¿Podéis indicar a mi doncella el camino del muelle?

Entonces Miranda se dirigió a Perkins.

– No tardaré en reunirme contigo. Estas señoras te acompañarán a la falúa.

Perky hizo una reverencia.

– Muy bien, milady. -Y siguió a Safiye y Guzel,

– Te espera en el salón principal -le dijo Turkhan. Dio un beso de despedida a Miranda y terminó-: Ve tranquila, me ocuparé de él.

– Sé que lo harás. Sólo deseo que sepa lo afortunado que es teniéndote a ti -declaró Miranda sinceramente-, ¡Los hombres a veces son tan ciegos!

– A su modo, me aprecia -fue!a respuesta satisfecha-. Vete ahora. Miranda. Ojalá puedas encontrar de nuevo la felicidad junto a tu esposo.

Miranda se dirigió al gran salón, en las dependencias públicas del pequeño palacio. La estaba esperando, vestido como la primera vez que lo había visto en San Petersburgo: pantalones blancos, casaca persa y un pequeño turbante blanco.

– Terminamos como empezamos -dijo Mirza Khan sin alzar la voz, le cogió la mano y se la besó al estilo occidental-. ¡Qué hermosa estás, lady Dunham, la imagen de la elegante europea!

– Te quiero -le respondió en el mismo tono-. No como amo a Jared, pero te quiero sinceramente, Mirza. Ignoraba que una mujer podía amar tan profundamente, de modo distinto a dos hombres a la vez.

– Me preguntaba si llegarías a comprenderlo- -Con una sonrisa, le tendió los brazos.

Miranda emitió un pequeño grito ahogado y se refugió en su abrazo.

– ¡Mirza, me siento tan confusa!

– No, Miranda, no estás confusa, simplemente no querrías cambiar mi amor por la incertidumbre de lo que te espera. No te negaré mi amor por ti o mi necesidad de ti, pero tampoco aceptaré un segundo papel, porque soy un hombre orgulloso. Tu amor por Jared Dunham es infinitamente superior al que jamás pudiera inspirarte yo. ¡Vuelve a él, pequeña puritana, y lucha por él.

"Me tiene sin cuidado lo que la sociedad inglesa pueda decir. Cuando una mujer es violada, la vergüenza no es de ella, sino del hombre que la ha violado. Tu Jared ha conocido bien a las mujeres, apostaría que si es el hombre que tú me has descrito, no te hará responsable de algo que no pudiste evitar. Recuerda lo que te dije. Jamás pidas perdón”.

– ¿Y qué voy a decirle de ti, Mirza Khan? Tú no me forzaste.

– ¿Tú qué quieres decirle, Miranda?

Miranda se desprendió de su abrazo lo suficiente para mirarlo intensamente. Sus ojos azul profundo la desafiaron,

– Creo, Mirza Khan, que hay ciertas cosas en este mundo que una esposa debe guardar en secreto -le respondió y gris ojos verde mar brillaban de risa.

– Veo que te he enseñado bien, oh, hija de Evg-murmuró.

– He sido una buena alumna, mi querido amigo.

Le ofreció su curiosa sonrisa de picardía, volvió a tomarla entre sus brazos y la besó profunda y tiernamente. Miranda se fundió en sus brazos, saboreándolo una vez más, disfrutando del suave cosquilleo de su bigote por última vez, sintiéndose tan amada que, cuando finalmente la dejó, ella permaneció en sus brazos un momento más, con los ojos cerrados. Al fin suspiró hondo, pesarosa, abrió los ojos y se apartó de él. Ninguno de los dos habló porque y a había pasado el tiempo de las palabras. La cogió de la mano y salieron del salón; cruzaron el pórtico, el verde césped, hasta que llegaron al muelle de mármol.

Perky, que se encontraba en la falúa acercándose al Dream Witch, los vio y se quedó sin aliento, sorprendida. Cuando le habían dicho que su señora vivía en el palacio de un primo del Sultan, había imaginado un bondadoso y canoso patriarca y suponíanle lo mismo había creído lord Dunham. Este caballero tan alto y atractivo no casaba con esta imagen. «Vaya -murmuró para sí-, qué guapo es!» Además iban cogidos de la mano. Bueno, no era asunto suyo, sólo Dios sabia que lord Dunham había perseguido a cada pichoncita de Londres, y que había caído en sus manos. Estos últimos meses no habían sido fáciles para ninguno de los dos.

La pareja llegó al muelle. La falúa volvería a recoger a Miranda al cabo de pocos minutos.

– Que Alá te acompañe, amor mío. Pensaré en ti todos los días e! resto de mi vida y tendré el tiempo por bien empleado.

– No te olvidaré, Mirza. Sólo quisiera ser merecedora de tu amor. Turkhan te ama, lo sabes. Sería una buena esposa para ti.

Mirza se echó a reír. Le levantó la mano y le besó la palma en un gesto intencionado.

– Adiós, mi pequeña puritana. Cuando me escribas que has conseguido tu final feliz, tendré en cuenta cu consejo. -La ayudó a bajar a la falúa.

– Tenlo bien en cuenta, mi orgulloso príncipe -dijo tiernamente burlona-. ¿Acaso no me has enseñado que el verdadero amor es algo único, que debe valorarse por encima de todo lo demás?

– Me inclino ante tu sabiduría, Miranda -respondió y aunque reía, sus ojos estaban llenos de tristeza, tanta tristeza que casi la hizo llorar.

– Adiós, Mirza Eddin Khan -murmuró-, y gracias, mi amor.

Por un instante fugaz la miró arrobado. Luego, con una orden tajante a su barquero, la falúa se alejó sobre el tranquilo mar del atardecer. Miranda vio cómo se alejaba la playa y buscó por última vez la visión de aquel pequeño palacio donde tan feliz había sido, donde tan segura se había encontrado.

Desde el edificio de la colina salió una majestuosa figura envuelta en velos color rubí. La mujer se dirigió hacia Mirza Khan y se quedó en silencio a su lado. Sin pronunciar palabra, él le pasó un brazo por los hombros y Miranda sonrió satisfecha. Turkhan lo recuperará pronto, se dijo.

Jared Dunham se encontraba en la cubierta del Dream Witch, observando cómo la falúa cruzaba lentamente el agua hacia él. Pensativo, bajó el catalejo y observó al hombre de blanco de pie en el muelle. Desde luego, el príncipe no era lo que había esperado. Jared había visto claramente cómo lo había mirado Miranda y también cómo la había contemplado el príncipe a ella. Jared se sintió extremadamente incómodo, como si hubiera estado espiando un encuentro íntimo.

Una ira helada surgió en él. ¡Se trataba de su esposa! ¿Por qué iba a sentirse como un forastero? Mucha gente en Inglaterra había advertido a Jared de que Miranda lo necesitaría desesperadamente, que necesitaría todo el amor y toda la comprensión que pudiera ofrecerle. Sin embargo, la elegante mujer que avanzaba de la mano del magnífico príncipe no parecía necesitar nada de nada.