– Ja… Jared. ¡Oh, Jared, te he añorado tanto!
Su boca cayó sobre la de ella antes de que Miranda pudiera darse cuenta y apartarse. Gozó con aquel beso, con el sabor familiar y su tacto asaltándola. Por una fracción de segundo la locura se apoderó de ella, empujándola a que aquel beso los llevara a su natural conclusión. Dejar que él la cogiera en brazos y la llevara tiernamente a la cama. Dejar que la desnudara, la besara y borrara toda vergüenza. ¡Dejar que se enterara de la verdad y que, asqueado, la odiara! Se apartó.
– ¡Te lo ruego, Jared! ¡Por favor, por amor a mí, espera a que estemos de vuelta en Inglaterra!
Lo impresionó su desesperación, el hecho de que ella temblara y llorara a la vez y de que pareciera no darse cuerna. ¿Qué le había ocurrido? No estaba seguro de querer saberlo.
– No me importa lo que ocurrió en Rusia. Te amo. Miranda, y debemos concedernos una segunda oportunidad.
– ¡Pero a mí sí me importa! -fue la terrible respuesta-. Me importa porque me ocurrió a mí. Es como un gran peso sobre mí. ¡Ahora, déjame! Muy pronto lo sabrás todo, pero no quiero acostarme contigo voluntariamente hasta que lo sepas, y si me obligas no te lo perdonaré jamás.
Luego se volvió, corrió a su camarote y cerró a sus espaldas de un portazo.
Jared se quedó un instante mirando la puerta cerrada. Después fue al aparador y cogió una copa y la botella de coñac. Se sirvió una buena ración y después se sentó, inclinado sobre sí mismo y con la copa de cristal rodeada por ambas manos.
Miranda le había dicho que el príncipe no la había tocado, y la creía. Entonces, ¿qué era ese terrible secreto que no le permitía reanudar su matrimonio inmediatamente?
Jared se levantó y entró en el camarote. Su respiración regular le indicó que estaba dormida. Permaneció un buen rato allí, sentado a oscuras. De vez en cuando Miranda se estremecía y gemía. Una vez le pareció oír un nombre, pero no lo pudo descifrar. Por fin, después de quedarse tranquila durante un buen rato, le subió suavemente la ropa para cubrirla.
Por la mañana estaba más pálida que el día anterior. Jared se vio obligado a aceptar su silencio hasta que pudiera hablar a toda la familia, en Swynford Hall, pero no le resultaba fácil. Estar tan cerca de ella, encerrado en los confines del barco sin posibilidad de escapar a su tentadora presencia, era algo muy difícil de soportar. Sólo el dolor de su rostro le impedía presionarla.
El viaje era idílico, con suaves brisas y cielo azul durante el día y estrellado por la noche. Cuando el barco pasó ante las islas griegas y la costa mediterránea, Jared recordó irónicamente un viaje de luna de miel.
El Dream Witch dejó atrás Gibraltar, el cabo San Vicente, el cabo Finesterre y la bahía de Vizcaya, donde el tiempo cambió de pronto y se encontraron de lleno con una tormenta de finales de verano. En medio del fragor, de repente no pudo encontrarla y el corazón de Jared dio un vuelco terrible hasta que la descubrió de pie en la borda, con los nudillos blancos por la fuerza con que se aferraba, el rostro cubierto de lágrimas o de lluvia, lo ignoraba. Luchando contra el viento, cruzó la cubierta hacia ella y la sujetó con fuerza.
La sintió temblar a través del fino tejido de su capa agitada por el viento y tuvo que inclinarse para que pudiera oírlo.
– Si todo esto ha sido duro para mí, lo ha sido mucho más para ti, Miranda. Francamente, no sé cómo has podido soportarlo. ¡Por el dulce amor de Dios, fierecilla, soy tu marido! ¡Apóyate en mí! ¡Estoy aquí!!no me encierres fuera! ¡No hay nada en el mundo que pueda impedir que te quiera!
Miranda levantó la vista hacia él y el dolor que se reflejaba en sus ojos lo traspasó, pero ella no quiso decir nada. ¿Cuál era su secreto? ¿Qué era tan terrible que la estaba destrozando?
– Entra conmigo, amor mío -le dijo tiernamente y ella asintió- Soltó la mano de la barandilla y dejó que él la devolviera al abrigo del salón.
A la mañana siguiente la tormenta había amainado y un firme viento del sur empujaba el elegante velero hacia el canal de la Mancha. Pocos días después atracaron en Welland Beach.
¡Por fin había vuelto a Inglaterra! Miranda soportó el mal ventilado vehículo y la tensión entre ella y Jared por un día. Pasaron la noche en una posada y cuando emprendieron el camino, a la mañana siguiente, Jared le sonrió.
– He encargado otros dos caballos para que podamos montar en lugar de estar sentados todo el día en el coche. ¿Te gustaría montar, Miranda? No he traído tus pantalones -dijo burlón-, pero supongo que podrás arreglarte con una silla de mujer.
Cabalgaron juntos hasta Swynford a través de la campiña otoñal, deteniéndose para que descansaran los caballos y alimentándose con refrigerios que los diversos posaderos les iban preparando. Al fin avistaron Swynford Hall, iluminada su oscura masa por el sol poniente.
QUINTA PARTE
16
Miranda y Jared bajaron las colmas galopando hacia Swynford Hall, seguidos por los dos vehículos. Traspasaron las verjas y el portero, con su curtido rostro hecho sonrisas, empezó a tocar la poco usada campana de bienvenida. Cabalgaron avenida arriba hasta la casa, acompañados por los tañidos de la campana, y entonces una menuda figurita vestida de rosa salió corriendo por la puerta principal adelantándose al lacayo. Jared vio la primera sonrisa verdadera en el rostro de Miranda desde su reencuentro. Sus ojos se plegaron. Espoleando su caballo, recorrió al galope el resto del camino.
– ¡Miranda! ¡Miranda! -gritaba Amanda, lady Swynford, embarazada de su segundo hijo. Saltó excitada cuando su hermana se tiró del caballo directamente a los brazos de su gemela.
– ¡Oh, Miranda' ¡Les decía que no habías muerto! Se lo decía, pero no me hacían caso. ¡Creían que estaba loca!
Miranda dio un paso atrás y contempló a su hermana.
– No -le dijo-, no podían comprenderlo. ¿Cómo podían? ¡Oh, Mandy, cómo te he echado de menos! Tengo contigo una gran deuda. Perky dice que has cuidado de m Tom todo el tiempo. ¡Oh, Mandy, bendita seas!
Volvieron a abrazarse, secándose mutuamente las lágrimas de felicidad. Entraron en la casa cogidas del brazo. Jared se quedó atrás, dejándolas en su reunión, pero ahora corrió a unirse a ellas, porque quería ver el rostro de Miranda cuando viera al pequeño Tom.
– ¿Dónde está mi hijo? -fueron las primeras palabras de Miranda al entrar en el oscuro vestíbulo.
Amanda indicó la escalera donde esperaba Jester con un niño de pelo negro y traje blanco en los brazos. La niñera se acercó despacio y soltó al inquieto niño cuando llegó al último escalón.
– ¡Papá! -El pequeño Tom corrió directamente hacia Jared que, sonriente, cogió al pequeño en brazos y lo besó.
Miranda parecía haber echado raíces. Había dejado un bebé, un bebé que apenas aprendía a levantar la cabeza. ¡Este era un muchacho! Un niño pequeño, pero un niño al fin y al cabo. Su bebé había desaparecido y apenas lo había conocido. De pronto comprendió la enormidad de lo que le había faltado. Miró directamente a Jared y murmuró:
– No sé si podré llegar a perdonarte por esto.
– Ni yo estoy seguro de poder perdonarme -le respondió-. Tenemos mucho que perdonarnos el uno al otro. Miranda.
– Tal vez no podamos, Jared -dijo sacudiendo la cabeza, abrumada.
– ¿No crees que podrías saludar a tu hijo, milady? En esta fase de su vida su atención tiene el alcance de una mosca juguetona. -En efecto, el niño empezaba a impacientarse en brazos de su padre-. Thomas, hijo mío, esta señora tan guapa es tu mamá, que ha vuelto a casa con nosotros. ¿Qué vas a decirle?
Miranda contempló la carita, aquellos ojos verde botella, tan parecidos a los de Jared, y le tendió los brazos. El niño le sonrió con picardía y le tendió sus propios brazos en respuesta. Jared se lo pasó a Miranda y ella lo estrechó con fuerza, con las mejillas cubiertas de lágrimas.
– ¿Mamá llora? -dijo el pequeño Tom, perplejo, y luego la abrazó-. ¡Mamá no llora!
Miranda tuvo que reír. La vocecita imperiosa era muy parecida a la de Jared. Le besó la suave nuca y luego estudió su carita, era la viva imagen de su padre.
– Mamá no va a llorar, Tom -le aseguró. No podía soportar la idea de devolverlo, pero no tuvo más remedio que pasárselo a Jester-. Buenas noches, amorcito. Mamá te verá por la mañana. -Luego miró a la niñera y declaró-: Te has ocupado mucho de él, Jester. Gracias.
Jester se deshizo en sonrisas.
– Es maravilloso volver a tenerla con nosotros, milady. -Ruborizada, dio media vuelta y se marchó arriba con su carga.
– He organizado una magnífica cena de bienvenida. Miranda-sonrió Amanda.
Miranda se apartó despacio de la escalera.
– No podemos sentarnos y tomar una cena normal hasta que haya contestado a todas las preguntas que deseéis hacerme. No quise contarle nada a Jared hasta que estuviéramos todos reunidos. Voy a hacerlo una sola vez, y nunca más.
– Jon y Anne vienen a cenar -objetó Amanda.
– ¿No han regresado a Massachusetts? -preguntó Miranda.
– La guerra entre Inglaterra y América ha sido, sobre todo, una guerra naval -respondió Jared-, y viajar ha sido casi imposible. No podían marcharse.
– ¿Así que aún no ha terminado? -exclamó y Jared, por un instante, vio sus ojos airadamente burlones.
– Terminará pronto y todos volveremos a casa en primavera. En este momento están negociando el tratado.
– Y tú, ¿estás involucrado? -Otra vez la burla.
– He abandonado la política… todo tipo de política -fue la respuesta.
– ¿Qué harás entonces, milord?
– Me ocuparé como es debido de ti y de nuestro hijo.
– Es demasiado tarde -murmuró, tan bajo que sólo la oyó Amanda-. Jon y Anne deben oírme también. Supongo que no habrá otros invitados.
– No, querida mía.
– Entonces, voy a descansar hasta la cena -dijo Miranda-. Supongo que tenemos las mismas habitaciones, hermana.
– Sí-respondió Amanda, enteramente perpleja.
Miranda desapareció escaleras arriba. Su joven hermana comentó, abrumada:
– Está muy cambiada, Jared. ¿Qué le ha sucedido?
– No lo sé, gatita. Se hará como ha dicho. Contará su historia.
– Tengo miedo, Jared.
– Yo también.
Miranda se echó a descansar hasta la cena. Cuando despertó, dos horas después, eligió un suave traje de seda negra, de largas mangas ceñidas y un profundo escote en forma de V. El dobladillo, a la altura del tobillo, estaba bordeado de plumas de cisne teñidas de negro. Las medias eran de seda negra, de cordoncillo, y los zapatos también negros, puntiagudos, sin tacón, llevaban una hebilla de plata en forma de estrella. ¿Cómo había conseguido Jared todos estos trajes antes de su llegada? Mientras pensaba qué joya se pondría, Jared se le acercó por detrás, sigilosamente, y le rodeó el cuello con una larga y fina cadena de oro de la que pendía un enorme diamante en forma de pera. Miranda se quedó contemplando la gema que encajaba sensualmente entre sus senos.
– Bienvenida, Miranda -murmuró.
– De haber llevado una vida matrimonial estos años -comentó- creo que hubiera debido preguntar qué pecados estabas expiando con esta magnífica joya.
– Veo que tu lengua sigue igual que siempre -observó secamente.
– Hay cosas que no cambian nunca, milord -rió entre dientes.
Abajo encontraron a Amanda, Adrián, Jon y Anne esperándolos. Anne Dunham corrió a abrazarla.
– Mandy tenía razón -sollozó-. ¡Gracias a Dios! Te debo mi felicidad y me alegro de que estés de vuelta y a salvo. ¡Serás la madrina de mi próximo hijo! ¡Prométemelo, Miranda!
– Cielos, Anne. Acabas de recuperarte de un nacimiento, no me digas que estás esperando de nuevo.
– Y no por falta de esfuerzos por mi parte, te lo aseguro, Miranda. ¡Bienvenida a casa hermana!
– Gracias, Jon -le sonrió.
– ¿Tomaréis todos jerez? -preguntó Amanda.
– Siempre la perfecta ama de casa, hermanita -rió Miranda. Se volvió a Adrián y le pidió-; ¿Querrás ocuparte de que no nos molesten hasta que haya terminado de hablaros?
– He advertido al servicio y he puesto a los mastines delante de la puerca para que nadie venga a escuchar.
– Sé que todos sentís curiosidad por saber lo que me ocurrió realmente y os lo diré ahora. Es una historia terrible. Mandy, Anne, sé que os horrorizará lo que tengo que deciros, así que decidid si deseáis oírlo. Os advierto que si os marcháis, vuestros maridos no os repetirán nada de lo que diga. Si decidís quedaros, estad preparadas para escandalizaros.
– Si es tan terrible. Miranda, ¿por qué debes contárnoslo a todos?-preguntó Jonathan.
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