Se le quebró el aliento al sentir la suavidad del vello de su ancho pecho contra sus sensibles pezones.

– ¡Mírame! -exigió la voz de Jared-. En este juego pueden participar dos, mi vida. -Le volvió la cara hacia él y sus ojos verde botella se clavaron en los ojos verde mar. La sostuvo por la cintura en un engañoso abrazo y ella se dio cuenta de que si solamente se movía un centímetro la aplastaría contra él. Notó que se desprendía de los zapatos de etiqueta mientras se desabrochaba los pantalones, arrancándoselos al mismo tiempo que sus apretados calzoncillos. Pero sus ojos no se apartaron de ella. La estaba desafiando a que se soltara.

Completamente desnudo se arrodilló, deslizó una liga con sus rosetones por una pierna, seguida de la media de seda negra, y luego desnudó la otra pierna. Su piel era maravillosa, suave, fragante, sin mácula. Se levantó, volvió a estrecharla y buscó su boca. Miranda le echó los brazos al cuello y se apretó contra su cuerpo.

– ¡Oh, Jared! -murmuró, mirándolo-. ¡Oh, mi amor, si supieras cuánto te he añorado!

La levantó en brazos y la llevó a la cama. Tendió los brazos hacia él y con un gemido Jared la estrechó y empezó a besarla. Su boca exigía y ella deseó complacerlo.

Sus manos le quemaron la piel cuando se deslizaron por su espalda hasta llegar a acariciar las nalgas. Los dedos de Jared recorrieron tiernamente las dulces curvas de su cuerpo al abrazarlo con un abandono que le dejó sin aliento. Buscó los globos de sus senos y Miranda se estremeció cuando él empezó a mordisquearla. Quiso distraerlo y bajó la mano para agarrar su verga rígida.

Le acarició con dedos sabios y obtuvo la recompensa al notar cómo se aceleraba su respiración. Miranda se retorció rápidamente y su cabeza estuvo abajo, cubriendo con su cabellera de oro pálido el vello oscuro del bajo vientre. Le besó entonces la punta de su palpitante virilidad y a continuación cerró los labios sobre él. La lengua acarició dulcemente la cabeza de su sexo y el cuerpo de Jared se arqueó por el placer de la impresión.

¡Nunca le había enseñado aquello! Por un momento se enfureció y después comprendió exactamente lo que ella había estado tratando de decirle. Sabía que no era una mujer promiscua. Nunca habría buscado a otros hombres. Pero era una mujer, lo había sido desde el momento en que él había tomado su virginidad. Durante el tiempo en que habían estado separados había aprendido de otro. Se había esforzado por advertírselo y Jared comprendió que sería estúpido hacerse ahora el mojigato. ¡Oh, no! Y menos ahora que su boca lo torturaba tan dulcemente.

– ¡Fierecilla! -logró articular-. Deja que me mueva un poco.

Se volvió, separó dulcemente sus adorables labios inferiores para exponer la delicada flor color coral de su feminidad. Su lengua trabajó la piel sensible y ella lanzó un grito al sentir como si un rayo la atravesara. Siguió acariciándola y ella también continuó, excitándolo más a medida que su propia exaltación aumentaba. Al fin, él levantó la cabeza.

– ¡Basta de juegos, Miranda! Hace más de dos años que tengo hambre de ti.

La cambió de postura y se le puso encima. Su verga se había puesto enorme y palpitaba.

– ¡Mírame, salvaje de ojos verdes! -ordenó con ternura-. ¡Mírame!

La cogió bruscamente y ella lo miró. En sus ojos había amor, amor y un deseo impaciente.

– ¡Jared! ¡Oh, Jared! ¡Ámame!

Sollozaba, pero lo guió por las puertas de la pasión y él entró en casa. Miranda se sintió inundada por una indecible felicidad. Se agarró ansiosa a él, enroscando sus piernas alrededor de su cuerpo, empujando con su pelvis para recibir mejor sus tremendas acometidas.

– ¡Oh, mi amor! -sollozó-. ¡Oh, cómo te quiero, mi único y gran amor!

Podía fácilmente haber vaciado su deseo en ella en aquel momento, porque su apasionada declaración lo excitaba más que cualquier otra cosa, pero quería prolongar su placer, su reunión. Ésta no era la joven que recordaba. Era toda una mujer, una mujer que solamente había contribuido un poco a formar.

¡Qué delicia! Miranda cerró los ojos y se permitió flotar. Nunca había sido como ahora, ni siquiera con su amado amigo Mirza Khan, porque aunque la poseyó con ternura y cariño, aunque él la amaba, su corazón siempre había estado con Jared. Y Jared la amaba. El cuerpo de Jared había sido el primero que había conocido y desde el primer momento le había entregado su corazón. Con un destello de comprensión se dio cuenta de por qué Mirza Khan no había tratado de retenerla. Hacer el amor es solamente perfecto si ambos amantes se entregan por completo. Los amigos pueden encontrar placer uno en otro, pero nada más.

Le arañó la espalda y él rió dulcemente.

– ¿Sigues teniendo garras, fierecilla? -Sin descanso fue llevándola de espasmo en espasmo hasta que su cuerpo maravilloso se estremeció una y más veces. Luego, seguro de que estaba saciada de amor, le provocó nuevos esplendores y la siguió hasta el fin.

Miranda despertó en lo más profundo de la noche, con el cuerpo de Jared tumbado a su lado, boca abajo, pero con un brazo tendido posesivamente sobre ella. Una sonrisa feliz Jugueteó en su boca. Todavía la amaba. Mirza Khan le había asegurado que si Jared era un hombre de verdad, no la culparía por lo que le había ocurrido, y así había sido. Casi sintió remordimientos por el príncipe encantador que había sido su amante. Casi. Volvió a sonreír y recordó lo que ella había dicho a Mirza Khan.

«Hay ciertas cosas en este mundo que una esposa debe guardar en secreto.»

17

Miranda se sentía arrebatada. Ésta iba a ser su primera gran aparición social desde su regreso a Inglaterra. Casi le parecía que no había estado ausente. El baile de presentación en sociedad de lady Georgeanne Hampton, primogénita y heredera del duque de Northampton, era la primera recepción importante de la temporada. Iba a celebrarse en la magnífica mansión del duque, que se alzaba a poca distancia de la residencia londinense del príncipe regente.

Miranda agradeció esta oportunidad porque se sentía fuerte y completa de nuevo. Había vivido tranquilamente en Swynford may durante varios meses, envuelta en el amor de Jared y de su familia, aprendiendo todo lo relativo a su hijito, de cuyos primeros meses se había visto cruelmente privada. Cualquier duda que Jared hubiera abrigado acerca de su instinto maternal quedó disipada para siempre el día que los vio juntos en una silla en que Tom le mostraba un sobado tesoro muy apreciado por él. Miranda, con todo el rostro iluminado de amor; estaba arrobada.

¡Cómo deseaba otro hijo! Pero ella quería esperar hasta conocer mejor a Tom. Obligar al pequeño Tom a compartirla cuando apenas acababa de regresar le parecía de lo más injusto. Además también quería tiempo para estar con su marido. Su tercer aniversario de boda fue el primero que habían celebrado juntos porque, a decir verdad, durante su matrimonio habían pasado más tiempo separados que juntos.

Después de Navidad llegó la gran noticia de que el 24 de diciembre de 1814, en Gante, Bélgica, se había firmado un tratado de paz entre Inglaterra y Estados Unidos. En primavera podrían viajar a casa.

– Quiero que nuestro próximo hijo nazca en Wyndsong -declaró Miranda y Jared asintió.

El tratado de Gante había sido una gran decepción para Jared Dunham y no hizo sino reafirmar su creencia de que la política era un juego de locos. Nunca más, se prometió, nunca más se dejaría involucrar en lo que él no podía controlar personalmente.

Sus vidas quedaron casi destruidas por la guerra, y ¿para qué? Ninguno de los problemas que habían conducido a la guerra se había solucionado. El tratado solamente aseguraba la devolución de todo el territorio capturado al poder que lo había poseído antes de la guerra.

Jared se enorgullecía de su mujer. Era con mucho la más hermosa del baile del duque y saludó a sus antiguos amigos con calor y la dignidad de una emperatriz. Su traje de baile, con la falda de campana, era de un tono verde profundo, llamado «Medianoche en la Cañada». El escote era lo bastante profundo para provocar una protesta la primera vez que lo vio. Descendía hasta cubrir apenas los pezones y por la espalda le llegaba por debajo de los omoplatos. Riendo, había encargado a su modista que añadiera algún adorno -plumas teñidas del mismo color- como concesión a un esposo ofendido. Su satisfacción se evaporó aquella noche cuando Miranda se puso el traje y se dio cuenta, con risas por parte de ella, de que las plumas simplemente tentaban al espectador a soplar para ver qué se ocultaba debajo.

El traje no tenía verdadera cintura porque la falda, que llegaba al tobillo, empezaba debajo del busto. Había una ancha banda de plumas adornando el dobladillo así como el escote. Las manguitas balón estaban hechas a tiras alternas de terciopelo y gasa. Sus medias de seda verde oscuro tenían estrellitas de oro bordadas en ellas, al igual que sus zapatitos de cabritilla verde.

El traje de Miranda era engañosamente simple. En realidad servía como marco de sus magníficas joyas. El collar era de esmeraldas talladas en redondo, cada piedra rodeada de pequeños diamantes y engarzada en oro. Descansaba sobre la piel lechosa de su pecho. Llevaba pulsera y pendientes a juego. En su mano derecha brillaba un diamante redondo, rodeado de esmeraldas, y en la izquierda una esmeralda rodeada de brillantes junto a su alianza.

A Miranda no le interesaban ni los tirabuzones ni los rizos de la moda en boga. Tampoco quería el moño trenzado, porque lo encontraba poco sano para su pelo. Llevaba el pelo como dos años atrás, con raya en medio, cubriendo parte de las orejas a fin de dejar al descubierto los lóbulos y los pendientes y luego recogido en un moño blando en la nuca. Éste era el estilo que mejor convenía a su pelo abundante y pálido.

Después de saludar al duque, a la duquesa y a la ruborizada Georgeanne, Miranda y Jared pasaron al salón de baile para que les vieran sus amigos. Lady Cowper se adelantó sonriente, con las manos tendidas hacia Miranda. Besó afectuosamente a lady Dunham en ambas mejillas.

– ¡Miranda! Oh, querida, es milagroso volver a tenerla entre nosotros. ¡Bienvenida! ¡Bienvenida otra vez!

– Gracias, Emily. Me alegro de estar aquí, sobre todo porque ésta va a ser nuestra última temporada en Londres por algún tiempo.

– ¡No me diga!

– Emily, somos americanos. Nuestro hogar está en Estados Unidos y llevamos tres años lejos de él, mucho más de lo que habíamos supuesto. ¡Queremos volver a casa!

– ¡Jared, apelo a su amistad! -Emily Cowper volvió su bello rostro hacia Jared.

– Querida -rió-, debo confesar que yo también deseo volver a casa. Wyndsong es un magnífico pequeño reino y empezaba a conocerlo cuando tuve que venir a Inglaterra. Estoy encantado de regresar.

Lady Cowper esbozó un mohín de disgusto.

– Nos aburriremos sin ustedes dos.

– Emily, me halaga usted -dijo Miranda-, pero la buena sociedad nunca se aburre. ¡Tal vez sea imprevisible, pero nunca aburrida! ¿Qué he oído decir acerca de la princesa Charlotte y el príncipe Leopoldo de Saxe-Couburg?

Emily Cowper bajó la voz y dijo en tono confidencial:

– El pasado verano, la pequeña Chartey se enamoró del príncipe Augustus de Rusia, pero como no había nada que hacer por esta parte, se ha decidido por el príncipe Leopoldo. Querida mía, el muchacho es tan pobre que el año pasado tenía una habitación encima de una tienda de ultramarinos. Lo que pueda ocurrir son sólo especulaciones.

– Le aconsejo que evite a los rusos -murmuró Miranda. Oyó que pronunciaban su nombre, se volvió y se encontró con el duque de Wye.

– Querida mía -dijo, mirando con picardía hacia el escote y acto seguido alzando la vista hacia ella-. ¡Cómo me alegro de volver a verla! -Se inclinó sobre su mano, con la admiración claramente reflejada en sus ojos turquesa.

Miranda se ruborizó deliciosamente al recordar su último encuentro. Echó una mirada de soslayo a Jared y comprendió al instante que Jonathan le había contado el intento de seducción de Whitley. ¡La expresión de Jared era glacial!

– Gracias, señoría.

– ¿Me permite presentarle a lady Belinda de Winter? -añadió el duque.

Los ojos verde mar de Miranda se fijaron en la morenilla vestida de seda amarillo pálido que iba del brazo del duque. Fue un momento embarazoso e incluso lady Cowper se sorprendió por la falta de tacto de Darius Edmund. Miranda esbozó una media sonrisa.

– ¿Qué tal, lady De Winter?

Belinda de Winter miró descaradamente a su acérrima rival.

– Su marido se quedó muy sorprendido de su regreso -dijo toda mieles, implicando deliberadamente una intimidad mayor entre ella y Jared de la que realmente existía.

Emily Cowper se quedó estupefacta. ¡Dariya de Lieven tenía razón acerca de la niña De Winter! ¿Qué diría Jared? ¿Por qué Miranda tenía que sufrir más aún después de todo lo que había pasado? Sin embargo, Miranda era capaz de defenderse sola.