– ¿Milady?

Amanda levantó la cabeza y se encontró con uno de los lacayos de peluca.

– Sí.

– Su Alteza Real desea verla, lady Dunham. Debo acompañarla ahora mismo.

¡Dios Santo!, pensó Amanda. ¿Acaso Prinny pretendía seducir a Miranda? ¿Qué le diría? Debería confesarle su engaño y confiar en que su sentido del humor funcionara aquella noche. Se levantó y siguió al lacayo. Sus sospechas se cumplían, porque la llevó a la parte más oscura del jardín. No podía equivocarse respecto de las intenciones del príncipe regente para con su hermana gemela. Pensó en lo que le diría, pero nada le parecía bien. ¡Oh, Dios' ¡Qué compromiso! El ruido de la fiesta disminuía. Por lo menos nadie vería ese encuentro, pensó.

De repente, sintió que le arrebataban el gorro y le pasaban algo agobiante por la cabeza. Unos brazos como tenazas la sujetaron, pero de algún modo Amanda consiguió gritar y empezó a debatirse como loca para liberarse, golpeando a ciegas.

– Jesús, ¡qué peleona! -oyó decir a una voz-. ¿No puedes hacerla callar?

– Nadie puede oírla desde esta parte del jardín, pero el príncipe no quiere problemas. Sujétala hasta que traiga eso.

Amanda siguió golpeando a sus captores con todas sus fuerzas, cada vez más debilitadas, para dar un puntapié con sus tacones de madera. Una voz lanzó un quejido al contactar con su espinilla. Los dos hombres la derribaron y entonces uno de ellos le quitó la manta que le cubría la cabeza mientras el otro apoyaba un trapo empapado en algo dulzón sobre la nariz y la boca. Amanda trató de contener la respiración, pero al fin aspiró el olor dulce que le quemó la garganta y no tardó en dominarla.

– ¡Brrrr! -exclamó uno de los dos hombres-, pensé que no lograríamos tranquilizarla. La puerta está abierta, así que llevémosla al coche. Luego iremos a por el hombre. Mi consejo es que le golpeemos en la cabeza enseguida.

– Tú lo golpeas y yo lo traigo aquí. ¿Qué vamos a decirle?

– ¡Lo que te dijo el príncipe, idiota! Que lady Miranda Dunham desea verlo en privado y que debes acompañarlo. Vete ya. Yo la meteré en el coche y te esperaré.

La fiesta continuó y a eso de las dos de la madrugada se dio la señal para que los invitados se quitaran los antifaces. De pie junto al paje azul, Jared Dunham retuvo la mano que se alzaba para quitarse el antifaz azul y plata.

– ¿Creíste realmente que podía mirar esas piernas y confundirlas con las de Amanda? -Sus ojos verde botella le sonreían.

– ¡Bandido! De forma que lo sabías. -Se quitó el antifaz-. ¿Cuándo te diste cuenta? ¿Te engañé en algún momento?

– No. Tendrías que haber llevado algo que te cubriera más -le respondió.

– ¿Lo has sabido desde el primer momento? ¿Besaste a Amanda deliberadamente?

– Tiene una boquita dulce -dijo burlón-, pero besa como una niña.

– ¿Recuerdas la primera vez que fuimos a Almack's después de casarnos? -preguntó riendo.

– Sí -contestó Jared lentamente y sonrió- ¿Quieres decir, milady, que deseas regresar a casa?

– Eso mismo, milord. Ya he comido, bebido y bailado lo bastante para que me dure toda la vida.

– Como siempre, señora mía, tu menor deseo es una orden para mí.

– Y la tomó del brazo.

– ¡Bobadas, milord! Me deseas tanto como yo a ti.

– Bien cierto.

– ¿ Cómo vamos a casa? Hemos devuelto el coche.

– Iremos en el de Adrián. La última vez que lo vi estaba jugando a las cartas con el príncipe De Lieven, lord Alvaney y Prinny. Se lo devolveremos en seguida.

– Son gente muy rica para estar jugando con Adrián, ¿no te parece? -Miranda parecía algo preocupada.

– Adrián no es tonto, amor mío. Estaba ganando. En cuanto empiece a perder algo que no pueda permitirse, recogerá sus ganancias y dejará la mesa. Tiene una manera de ser tan joven, tan encantadora, que nadie se ofende cuando lo hace. Todos ellos han jugado muchas veces con él en White's y en Watier's.

Encontraron el camino por los anchos corredores de Carleton House hacia el gran vestíbulo y Jared pidió el coche de su cuñado, mientras recogían la capas. Después de ayudar a su mujer a subir al coche, ordenó al cochero que les llevara a su casa y volviera en seguida en busca de Adrián y Amanda. El vehículo traqueteó por las calles silenciosas de la ciudad mientras sus pasajeros se abrazaban apasionadamente. Sujetándola con un brazo, Jared dejó que la otra mano recorriera su cuerpo por debajo del tabardo de terciopelo, encontrando los botoncitos de perla de su camisola de seda. Los desabrochó y se apoderó de un seno redondo y suave. Recorrió su cuello a besos y ella murmuró incesantemente mientras los pezones se le endurecían entre sus dedos. La mano de Jared volvió a moverse para arrancarle el gorro con la pluma. Pasando los dedos por su hermosa cabellera, murmuró:

– Eras el paje más hermoso que jamás he visto, fierecilla. Me ha costado mucho no sacarte y llevarte a casa horas antes.

– ¡Dilo! -ordenó.

– Miranda, te quiero.

– Y yo también te quiero, Jared. Ahora bien, ¿cuándo podremos ir a casa? Quiero decir a nuestra casa de verdad, a Wyndsong.

– ¿Te parece bien la semana próxima, milady?

– ¿La semana próxima? -Se incorporó y se sacudió el brazo de Jared-. Tengo mucho equipaje que hacer. ¡No es como antes de que naciera Tom, Jared! Viajar con un niño es lo más parecido a lo imposible. Hay que llevar todo lo imaginable y más, porque no hay riendas en mitad del océano.

– El Dream Witch regresará de Massachusetts la semana próxima, fierecilla. Podremos irnos en cuanto estés lista.

– ¡La semana próxima! -exclamó jubilosa-. Lo conseguiré como sea. -Después de un instante añadió con una sonrisa-: Me pregunto qué le parecerá América a Arme. ¡Y qué pensarán tus padres al ver que Jon regresa con una nueva esposa, sus dos hijos, y los dos hijos de ambos, Susannah y Peter!

– Bien, por lo menos papá no podrá acusar a Jon de no haber hecho nada en estos dos años. Si añadimos los tres hijos de Charity, resulta que ahora tiene siete hijos. Tendremos que esforzarnos mucho, fierecilla, para alcanzarlos.

– A menos que te busques otra esposa, Jared Dunham, tendremos que dejar el honor para Jon. Yo ya te he dado el heredero de la mansión. Ahora quiero una hija y con ella habré terminado.

– Puedes tener a tu hija, milady, pero yo quiero tener dos varones.

– ¿Dos? ¿No te acuerdas de lo mal que te trató tu padre porque no quería que intentaras robar a Jon su primogenitura?

– Yo no soy mi padre. Además, necesitaré un segundo hijo para los barcos. Si Tom es el lord de la mansión, no podrá ocuparse también de! negocio naviero. Un hijo para la tierra, uno para el mar y una hija para mimarla entre los dos.

– De acuerdo -aceptó con solemnidad-. Empezaremos a pensar en nuestro hijo Jason esta misma noche. -Ambos rieron.

– Conque Jason, ¿eh? Me gusta, milady. Suena bien. ¡Bueno, dado que tú has puesto nombre a nuestros dos hijos, supongo que yo podré elegir el de la niña!

A Miranda se le nublaron los ojos un instante al pensar en Fleur. Luego, consciente de que él esperaba su respuesta, respondió alegremente:

– En efecto, milord, tú debes ponerle nombre a nuestra hija. Yo no entiendo nada de nombres de mujer.

Jared se había dado cuenta del momentáneo apagón de su alegría y se preguntó, como tantas veces desde su regreso, qué secreto le ocultaba y por qué.

El coche enfiló Devon Square y se detuvo delante de su casa. Jared dio la noche libre al servicio mientras su esposa subía a cambiarse. Perky, que dormitaba junto el fuego, se levantó cuando su señora entró en la habitación. Abrió la boca y se frotó los ojos mirando fijamente a Miranda.

– Pero yo creía que usted iba a ser la bruja malvada y lady Swynford el paje -declaró, confusa.

– Y esto era precisamente lo que queríamos que creyera todo el mundo -afirmó Miranda-. Por eso no dejamos que nadie excepto la costurera nos ayudara a vestir esta noche. Amanda y yo quisimos siempre gastar bromas a la gente, pero como no nos parecemos, jamás pudimos hacerlo. Esta fiesta de disfraces nos ha dado la oportunidad.

– Vaya -declaró Perky-, debo decir que resulta un paje precioso, milady, y es la pura verdad.

– Gracias, Perky, y Mandy estaba maravillosa como bruja.

Mientras Perkins la ayudaba a desnudarse. Miranda volvió a hablarle.

– Perky, regresamos a América dentro de un par de semanas. Me gustaría que tú y Martin vinierais con nosotros. Sé que a Martín no le gusta conducir el coche y que, en cambio, aspira a la posición que tiene Simpson en esta casa. Wyndsong es muy distinto de Londres, pero necesitaremos a alguien para nuestra casa. Si preferís quedaros en Inglaterra, os daremos a ti y a Martín las mejores referencias y se os pagará todo este año hasta Navidad. También podéis quedaros aquí hasta entonces, en vuestras habitaciones. No obstante, la casa va a cerrarse y sólo quedarán en ella los viejos servidores que ya llevan tiempo con mi marido y se quedan para servir al señor Bramwell, que se ocupará de los asuntos europeos de mi marido. El resto del servicio recibirá el pago del año y buenos informes. Intentaremos colocar algunos entre nuestros amigos, pero tenemos poco tiempo.

– Martín y yo hemos hablado frecuentemente de pedirles que nos dejen ir con ustedes -comentó Perky-, pero nos preocupa una cosa, milady.

– ¿Qué es ello?

– Los indios salvajes.

– ¿Qué?

– Los indios salvajes, milady. Tenemos un miedo mortal a esos salvajes. El abuelo de Martín luchó con los Casacas Rojas en la guerra de hace unos cuarenta años. Dice que los Índios eran terriblemente crueles.

– En Wyndsong no hay indios, Perky, ni por aquellas tierras. Hace más de cien años que ya no quedan. Es tan tranquilo como la campiña que rodea Swynford Hall. Londres es mucho más peligroso que Wyndsong.

– En ese caso, es posible que vayamos. -Calló y miró a Miranda con curiosidad-: ¿Es verdad que la gente allí son todos iguales?

– No del todo -contestó sinceramente Miranda-. En cierto modo sucede como en todas partes. Los que tienen dinero tienen poder. Pero es diferente porque las oportunidades para obtener dinero y éxito están al alcance de todos. La distinción de clases no es tan rígida como en Inglaterra y la gente es realmente más libre.

– Entonces, ¿nuestros hijos pueden llegar a más que nosotros?

– Sí -respondió Miranda-, posiblemente.

– Hablaré con Martín, milady -musitó Perky, pensativa, mientras colgaba el traje de su señora en el armario.

– Vete a la cama, Perky. Es muy tarde. Yo terminaré sola.

– Si está segura de que está bien, milady. -Al ver que Miranda asentía sonriendo, Perkins hizo una reverencia y dejó la alcoba.

Unos minutos después de que Perky se marchara, apareció Jared con una bata de seda verde. Se quedó admirando a su esposa, sin prisas, mientras ésta se refrescaba con una esponja, ya que se había dado un baño antes de ir al baile. Estaba a punto de sugerí distracción cuando de pronto oyeron una llamada discreta pero insistente a la puerta del dormitorio.

– Milord, milord. -Simpson parecía inquieto.

Miranda se envolvió rápidamente en una bata y Jared respondió a la llamada.

– ¿Qué ocurre, Simpson?

– Lord Swynford está abajo, milord, y parece muy preocupado.

Adrián paseaba arriba y abajo de la biblioteca.

– No encuentro a Amanda -exclamó tan pronto como Miranda y Jared entraron-. Estuve buscándola, el paje vestido de azul, pero nadie la había visto y tampoco a la bruja o al trampero. Supuse que os habríais ido, así que fui en busca de mi coche. Horsley me contó lo que habíais dicho, que tú y Amanda habíais cambiado el disfraz desde el principio, así que no debía buscar al paje sino a la bruja. Volví a Carleton House y miré por todas partes. No estaba ni en el salón de baile, ni en el invernadero, ni en ninguna parte de los jardines. Hacía horas que nadie la había visto. Nadie recordaba haberla visto a la hora de quitarse los antifaces. Pensé que tal vez se había encontrado mal y se había ido a casa sin decírnoslo para no aguarnos la fiesta, pero su doncella me aseguró que no había vuelto para nada. -Los miró desamparado-. ¿Dónde está mi mujer? ¿Qué le ha ocurrido a mi Amanda?

Jared Dunham se acercó a la bandeja de las bebidas y sirvió una buena ración de whisky irlandés en un vaso de cristal tallado. Se lo tendió a Adrián al tiempo que le ordenaba:

– Bébetelo. Te calmará y podrás pensar mejor. -El joven se tomó agradecido aquel fuego líquido, mientras Jared le decía-: Adrián, esto podrá parecerte impertinente, pero ¿habéis sido felices últimamente?

– ¡Dios santo, sí!

– ¿Tenía muchos admiradores Amanda? Ya sabes, uno de esos imbéciles que se dedican a las mujeres casadas, las cortejan desaforadamente porque saben que están a salvo. A veces, esos idiotas se lo creen y tratan de fugarse con la dama.