– ¿Qué va a hacer usted, lord Dunham? ¿Cómo podrá encontrar a la dulce lady Swynford?

– Visitaré al príncipe De Lieven. Es el embajador del zar y seguramente querrá evitar un escándalo. Obligará al príncipe Cherkessky a decirnos a dónde han llevado a Amanda.

Ambos hombres se levantaron y se estrecharon las manos.

– No sé cómo darle las gracias, lord Dunham. Ha salvado a mi hija de una pesadilla. Sólo Dios sabe cómo la hubieran tratado en San Petersburgo. Daré órdenes para que retiren el cadáver de Belinda de su casa cuanto antes.

– Creo que sería prudente decir que lady De Winter había venido a casa a despedirse de nosotros, porque regresamos a América dentro de poco. Así se explicará que estuviera en Devon Square esta mañana y evitaremos el escándalo.

El duque de Northampton asintió.

– En realidad, debemos evitar cualquier sombra de escándalo en beneficio de las mujeres.

Jared Dunham abandonó Northampton House y dio a Martín la dirección de la residencia de los príncipes De Lleven. Todavía estaban durmiendo, pero Jared convenció al mayordomo de la urgencia de su visita y al poco rato ambos De Lieven aparecieron en el gabinete donde esperaba Jared. Una vez más, el señor de Wyndsong Manor tuvo que contar su historia. A medida que hablaba, el semblante del príncipe se iba oscureciendo más y más, mientras que su bella esposa palideció primero y a continuación la embargó la ira.

Cuando Jared terminó, el príncipe De Lleven dijo furioso:

– ¡Es intolerable que se permita a Cherkessky salirse con la suya! Naturalmente, lo mandaré llamar ahora mismo y exigiré que nos diga el lugar donde está lady Swynford. En cuanto a lo que ha hecho a su esposa, comprendo que quiera mantenerlo en secreto. Lord Dunham, tiene usted una mujer con un temple magnífico e indómito. -El príncipe suspiró-. No es la primera vez que Cherkessky hace algo parecido. ¿Recuerdas cuando estábamos en Berlín hace unos años, Dariya?

– Sí, dos jovencitas desaparecieron de la propiedad del barón Brandtholm. Lo negó, claro, pero las habían visto entrando en su carruaje. Entregó a! barón una indemnización -creo que lo llamó una muestra de buena voluntad-, pero negó habérselas llevado. Luego, en San Petersburgo, hace unos tres años, hubo también el asunto de la institutriz de la princesa Toumanova. Era la hija ilegítima del duque de Longchamps, ¿sabe? No puedo evitar preguntarme qué fue de ella.

– Murió en la marcha tártara, de Crimea a Estambul -explicó

Jared, quien para evitar entristecer más a la princesa no le contó cómo había muerto Mignon.

– ¡Qué espanto! -exclamó Dariya de Lleven-. ¡Pobrecilla Miranda! ¡Qué valiente ha sido!

– Basta, querida -interrumpió el príncipe De Lieven-. Lord Dunham conoce bien el valor de su esposa. Nuestra tarea ahora es encontrar a la joven lady Swynford, antes de que le ocurra algo irreparable. En este momento ya se habrán dado cuenta de su error. Pero debemos poner fin a todo esto antes de que se complique más.

El embajador ruso tiró del cordón de la campanilla. Mandó un mensaje al Hotel Pultney. Los De Lieven y lord Dunham se sentaron a esperar. Mucho antes de lo que esperaban, llegó el príncipe Cherkessky.

– De Lieven -dijo al entrar-, me ha encontrado justo a tiempo. Me disponía a salir.

El príncipe De Lieven miró fríamente a Alexei Cherkessky.

– Quiero saber dónde se encuentra la mujer que secuestró anoche en el baile del príncipe regente, Cherkessky, y lo quiero saber ahora mismo.

En aquel preciso instante Cherkessky descubrió a Jared Dunham. Mirando directamente al americano, sonrió y dijo en respuesta a De Lieven:

– Mi querido príncipe, no tengo la menor idea de lo que me está diciendo.

Una sonrisa torva apareció en el rostro de Jared Dunham.

– Se equivocó de mujer, Cherkessky. Mi esposa y su hermana habían intercambiado los disfraces. La mujer que sus hombres se llevaron no era mi esposa, sino mi cuñada, lady Swynford.

– ¡No lo creo!-gritó el príncipe, olvidándose de los De Lieven.

Ahora era una cuestión entre él y el arrogante yanqui.

– Belinda de Wtnter vino a verme esta mañana para consolarme de mi pérdida. Puede imaginar su impresión cuando vio bajar a mi mujer. Ya he ido a visitar al duque de Northampton. Lo sabe todo acerca de usted. No va a haber compromiso con lady Georgeanne, Cherkessky. Los príncipes De Lieven también están al corriente. No creo que la princesa le permita visitar ahora ninguna casa decente de Inglaterra, ¿no es verdad, Dariya?

– ¡Puede estar seguro de ello! Su comportamiento ha sido inmoral e imperdonable.

– El lugar donde está lady Swynford, príncipe. Lo que diga en el informe a su majestad imperial depende de usted. De todas formas le queda poco, Cherkessky. Si desea que se le permita conservar lo que aún le queda, será mejor que coopere con nosotros. Tengo poder para detenerlo aquí y ahora y entregarlo a la justicia del zar.

– Hágalo -fue la fría respuesta-. De todos modos, no recuperará a lady Swynford.

– ¿Cuánto? -preguntó Dunham, glacial-. Diga su precio, cerdo.

El príncipe sonrió, malévolo.

– Un duelo, lord Dunham. A muerte. Pistolas. Si gano, me llevo a su esposa. Si gana, recupera a lady Swynford y desapareceré de sus vidas para siempre. Escribiré la dirección exacta de lady Swynford y guardaré el papel en mi bolsillo. Allí lo encontrará si gana. Si gano yo, devolveré a lady Swynford, pero solamente a cambio de lady Dunham.

La princesa De Lleven se volvió a su marido.

– ¡Kristofor Andreievich! ¡No puedes permitir esta atrocidad!

– Confío en que tengo su palabra de caballero, Cherkessky, y en que obrará honradamente -terció Jared.

– ¡Maldito americano advenedizo! -barbotó Alexei Cherkessky-. ¿Se atreve a darme instrucciones acerca de mis modales? Mi familia se remonta a la fundación de Rusia. ¡Mis antepasados eran príncipes, mientras los suyos picaban terrones! ¡Campesinos! ¡Mi palabra vale más que la suya!

– De acuerdo -respondió lord Dunham-. Como usted ha elegido las armas, yo elijo momento y lugar. Será aquí y ahora. -Se volvió al príncipe De Lleven-. Confío, señor, en que podrá proporcionarnos las armas.

– ¡Lord Dunham! ¡Jared! -suplicó Dariya de Lleven-. ¡No puede exponer a Miranda de esta forma, después de todo lo que ha pasado!

– No expongo a mi esposa, Dariya.

– ¡Ha aceptado entregársela al príncipe Cherkessky si pierde!

– No pienso perder, Dariya-respondió con frialdad.

– ¡Yanqui arrogante! -rugió Cherkessky-. Soy campeón de tiro a pistola.

– También es un imbécil, príncipe, si cree que puede matarme.

– ¿Por qué dice eso?

– Porque mi motivo para ganar es mucho más poderoso que el suyo. Es el amor, y el amor puede vencer a la más negra maldad. Mire a mi esposa si desea un ejemplo del poder del amor. A pesar de todas sus canalladas, no logró someterla. Se le escapó, Cherkessky, y ella luchó por encontrar el camino hacía mí y nuestro hijo. ¿Acaso su deseo de ganarme es tan poderoso? Creo que no. Y si no lo es, morirá.

Alexei Cherkessky pareció impresionado. No le gustaba nada que se hablara de su muerte.

– ¡Empecemos de una vez! Ya he escrito el paradero de lady Swynford en este papel y, ahora, me lo guardaré en el bolsillo de mi chaqueta. Dejo la chaqueta en el sofá para que la princesa De Lieven me la guarde.

El príncipe De Lieven sacó una caja de pistolas de duelo del cajón de un mueble. La abrió para mostrarla a los dos combatientes, que asintieron satisfechos. Las pistolas fueron preparadas y cargadas y De Lieven entregó las armas a los duelistas.

– Contarán diez pasos -explicó-. Se volverán cuando se lo ordene y empezarán a disparar. Éste es un duelo a muerte.

Los dos caballeros se pusieron espalda contra espalda.

– Amartillen sus armas. -Dos clics siguieron la orden.

– Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve…

Alexei Cherkessky se volvió y apuntó a la espalda de Jared Dunham. Se oyó un disparo.

Jared Dunham se volvió despacio y vio sorprendido que el príncipe Cherkessky se desplomaba, muerto. El embajador de Rusia contempló con la boca abierta a su esposa, que bajaba su pequeña y aún humeante pistola.

– No cumplió su palabra -dijo Dariya de Lieven-. Sabía que lo haría. Los Cherkessky no han dicho la verdad en doscientos años.

– ¡Le debo la vida, Dariya!

– No, Jared, nosotros estábamos en deuda con usted. ¿Cómo podremos compensarles jamás a usted y a Miranda lo que soportó en manos de uno de los nuestros? No todos los rusos son bárbaros, Jared. Créalo, se lo ruego. -Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta del muerto y sacó el papel doblado-. Esperemos que confiara lo bastante en sí mismo para escribir el verdadero lugar donde se encuentra la pobre lady Swynford. Aquí dice que está en Green Lodge. Es la primera casa a la salida del pueblo de Erith, yendo en dirección de Grevesend.

– Iré con usted -se ofreció Kristofor de Lieven-. La servidumbre guardará la casa y mi autoridad abrirá todas las puertas.

En aquel momento se oyó cierto barullo fuera del gabinete. La puerta se abrió de repente para dejar paso a Miranda y a un desconcertado mayordomo.

– Insistió, alteza -se excusó el mayordomo.

– Está bien, Colby. Es lady Dunham.

– Sí, alteza. -Golby vio el cuerpo de Alexei Cherkessky-. ¿Lo mando retirar, alteza?

– Sí. Ocúpate de que lo entierren en la parroquia.

– Muy bien, alteza. -Coiby se retiró imperturbable como siempre.

– ¿Te batiste con él? -Los ojos de Miranda brillaban de furia-. ¡Podía haberte matado!

– No tenía la menor intención de dejar que me matara -fue la fría respuesta.

– Bien, por lo menos le diste muerte antes de que pudiera hacerte daño.

– Dariya lo mató.

– ¿Qué?

– Hizo trampa. Se volvió al contar nueve. Iba a dispararme por la espalda. Dariya tenía su pistola y le disparó. Tiene la mirada muy aguda, nuestra Dariya, fierecilla. ¿Cómo es que llevaba su pequeña arma?

Dariya de Lieven sonrió.

– Cuando Coiby nos despertó, me la guardé en el bolsillo de la bala. Tenía la impresión de que alguna desgracia se avecinaba. No era más que una intuición, pero le hice caso. Siempre creo en mis intuiciones.

– ¡Ha sido una suerte para ti, Jared Dunham! -exclamó Miranda, rabiosa-. ¿Qué nos hubiera ocurrido si hubieras muerto? ¡Me gustaría saberlo!

Dariya de Lieven empezó a reír, porque sus nervios acusaban la tensión a que había estado sometida.

– Si Jared hubiera muerto, te habrían entregado al príncipe Cherkessky.

– ¿Qué?

– Jared aceptó el duelo. Si ganaba, recuperaba a Amanda. Si perdía, Cherkessky recibía su premio.

– ¿Significo tan poco para ti, milord? -preguntó Miranda con una calma peligrosa.

– Tenía que ofrecerle algo muy valioso, fierecilla -murmuró-. ¿Y no eres tú lo más valioso? -Se inclinó y la besó en los labios. El príncipe De Lleven rió para sí. ¡Menudo pícaro estaba hecho el atrevido yanqui! Además, manejaba a su mujer como un francés. ¡Admirable!

Miranda se echó a reír de pronto.

– No puedes engatusarme, milord.

– ¿No?

– Bueno, un poquito, quizá. ¡Pero maldita sea, no vuelvas a hacer jamás una locura como ésta! -Calló un instante y dijo a continuación-: En medio de toda esta farsa, ¿se le ha ocurrido a alguien averiguar lo que ha hecho Cherkessky con mi hermana?

– La tiene en una casa en las afueras del pueblo de Erith. Está río abajo, hacia el mar -respondió Jared-. El príncipe De Lieven y yo nos íbamos a buscarla cuando llegaste tú.

– Voy con vosotros -anunció.

– Llegaremos antes si cabalgamos.

– ¿Y cómo pensáis traer a Amanda? Ya sabes lo mal que monta a caballo.

– Claro -observó Dariya-. Debéis llevaros uno de nuestros coches. Creo que es la única forma sensata, Kristoror Andreievich. La compañía de su hermana tranquilizará a la pobre lady Swynford. Pobrecilla, debe de estar aterrorizada.

Amanda se habría animado de haber sabido que su liberación estaba próxima. La cómoda berlina de viaje del príncipe De Lieven avanzaba traqueteando por el camino comarcal que conducía a la aldea de Erith. Dentro viajaban el príncipe, Jared y Miranda Dunham. No se habían entretenido en recoger a Adrián. No había tiempo.

Era un hermoso día de primavera. Pasaron ante macizos de narcisos blancos y amarillos. En los prados crecía hierba nueva. Observando en silencio, Miranda pensaba tristemente en Lucas. Sin embargo, su presencia allí presentaba un gran problema. ¿Cómo reaccionaría Jared ante el hombre que había poseído a su mujer? Su insensato comportamiento al batirse con el príncipe Cherkessky la horrorizaba. No deseaba ningún mal a Lucas, pero temía el encuentro entre él y su marido.