– Ya lo creo -asintió, rebosando admiración mientras la besaba. Subieron a cubierta, donde el vigía les dio los buenos días sonriendo.

– ¿Ves algo, Nathan? -preguntó Jared.

– Oh, ya estamos llegando, señor Jared. Dentro de unos minutos se levantará la niebla y cuando se dé cuenta estaremos en mitad de la bahía Gardiners.

– Ya te he dicho que podía olerlo -dijo Miranda burlona.

– ¡Mamá! ¡Papá! -El pequeño Tom llegó corriendo con su gato en brazos, seguido por Martín y Perky-. ¿Ya estamos en casa, mamá? ¿Estamos?

– Casi, cariño. -Miranda le sonrió y Jared alzó al niño y el gato que llevaba en brazos para que pudiera ver-. Sigue mirando, Tom-insistió Miranda-. La niebla se levantará dentro de unos minutos y verás nuestra casa. Ten paciencia.

Detrás de ellos el sol era como un arco iris de colores y el mar no se movía. De pronto se levantó una suave brisa y la niebla se fundió a su alrededor, mientras el viento arrastraba los jirones y se los llevaba lejos. El sol apareció, proyectando una luz dorada y malva, rosa y escarlata, sobre el agua. El cielo se volvió de un azul intenso. Ante ellos estaba el ganado, el olor tibio de la tierra. Por encima de sus cabezas una gaviota en busca de su comida giraba y bajaba.

Súbitamente toda la niebla fue arrastrada por el viento y ante ellos se alzó Wyndsong Island, surgiendo de las aguas de la bahía, verde y hermosa.

– ¡Mira, mamá! ¡Mira, papá! -gritaba entusiasmado el pequeño Tom. Y con su dedito señaló y pareció que se decía a sí mismo: «He llegado a casa. He llegado a casa.»

Miranda alargó la mano y la pasó por el brazo de Jared, que le sonrió por encima de la cabeza de Tom. Mientras contemplaba su hermoso rostro con arrobo, ella se volvió hacia la isla, recorriendo la costa, asegurándose de que todo estaba como lo recordaba. Así era. Había llegado a casa, a Wyndsong. Acarició suavemente la cabeza de Tom y con voz quebrada gritó:

– ¡Sí, mi amor, hemos llegado a casa!

Bertrice Small

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